La incertidumbre que generan los «candidatos» de la oposición. La señal inequívoca del abrazo de Scioli.
A más de un año de las elecciones presidenciales, los encuestadores y analistas políticos hacen todo tipo de especulaciones sobre el posible resultado en esos comicios y el futuro de nuestro país. La mayoría de ellos coincide en que la oposición, en cualquiera de su género y especie, obtendrá una segura victoria sobre el Frente para la Victoria. Más allá de las fallas de la quiromancia estadística, es posible que la foto de hoy nos marque el humor social de la mayoría de los argentinos al día de hoy. De más está decir que falta mucho, pero por sobre todas las cosas, falta que se haga presente el efecto «arrugue de barrera» por parte de grandes sectores de la oposición. ¿En qué consiste este síndrome? Sencillo, a medida que se acerque el futuro, una parte de la sociedad comenzará a sentir por la espalda la gota fría de la incertidumbre. ¿El dubitativo y «no positivo» Julio Cobos será el encargado de defender de los trabajadores? ¿Alcanzará con el histrionismo y la buena lectura de encuestas del ex intendente de Tigre como para llevar adelante un plan de crecimiento industrial sostenido? ¿De qué manera defenderá los intereses nacionales un hombre como Sergio Massa, que iba a la embajada norteamericana a «botonear» a sus propios líderes políticos? ¿La dirección de la economía dependerá de las voces que le hablan en el oído a Elisa Carrió? ¿Cómo será un país gobernado por un presidente que cada 15 días se tome vacaciones y sólo piense en hacer neokeynesianismo edilicio para que se enriquezcan sus amigos en la zona norte de la ciudad y que tenga facilidad para repartir bastonazos a los pobres como Mauricio Macri? ¿Tendrá el líder del PRO, un hombre identificado con el neoliberalismo, que ha triplicado la deuda de la ciudad sin hacer más obras que un par de bicisendas y de Metrobus la expertiz necesaria como para manejar las riendas de una economía? La pregunta final que en algún momento se harán millones y millones de argentinos es: ¿estos nos van a gobernar? ¿Estos van a defender nuestros intereses? ¿Mi bolsillo, mi sueldo, mi jubilación van a depender de estos? La cercanía de las elecciones presidenciales es directamente proporcional al efecto «arrugue de barrera», es decir, al comprensible temor que sentiremos la mayoría de los argentinos.
LA SEÑAL DE SCIOLI. Hace unos meses escribí que «atendiendo a cierta lógica pendular de los deseos imaginarios de las sociedades, el próximo clivaje anclará en cuestiones como la modernidad, el rol del Estado, la generación de riquezas y los discursos de la racionalidad. Quien logre prometer mejor esas virtudes y quien les haga creer a los argentinos que es la persona indicada para llevar adelante esa empresa será el próximo presidente de la Argentina. ¿Tiene posibilidades el kirchnerismo de gobernar en 2015 con algún candidato que surja de sus entrañas? Sí y sólo si logra desanclarse del pasado». A nadie se le escapa que la clave del tiempo que viene es cierta moderación y mesura discursiva, al menos, en la superficie de las aguas. Sin dudas, hasta ahora, el que mejor jugó ese papel, ya sea por condiciones intrínsecas o por astucia política, fue Daniel Scioli. Pero esta semana, el gobernador de la provincia de Buenos Aires dio una señal inequívoca: el abrazo con Héctor Magnetto, el enemigo público número uno del kirchnerismo, fue un mensaje no sólo para la sociedad sino también para el interior del propio Frente para la Victoria. ¿Es sólo un cambio de estilo? Si la forma también es el mensaje, el abrazo y la cordialidad con uno de los hombres más poderosos de la Argentina –el que encabezó la apropiación de Papel Prensa en connivencia con la dictadura militar, el que jaqueó a la democracia saboteando a los gobiernos elegidos por la mayoría– está diciendo mucho de cuál será la opción de Scioli, como posible presidente, en la alternativa Democracia versus Corporaciones. Porque no se trata de una simple foto con otra figura política, o un debate amplio con otros candidatos, cosa que, en mi opinión personal, no tiene más sentido que el de un estilo personal, o a lo sumo cierta provocación o tensión de los límites del kirchnerismo.
El problema es que la jornada sobre Democracia organizada por Clarín funcionó en términos simbólicos como una danza de tributos por parte de la política hacia los grandes empresarios y dueños de la Argentina. Más que de un sincero espacio de reflexión sobre el futuro argentino semejó una corte donde políticos practicaban la genuflexión ante el CEO de Clarín. ¿Podía hacer otra cosa Scioli si quiere ser presidente? ¿Podía o debía dejar ese espacio vacío? Hablar de traición y de lealtad en política siempre es delicado, claro, lo que sí quedó claro es que con su actitud, lejos de intentar independizarse, Scioli se amontonó con la mayoría de los dirigentes/dirigidos que decidieron volver a legitimar, de forma suicida, a Magnetto. La democracia no tiene mucho que festejar.
APARTADO FINAL. Junio es un mes oscuro en la memoria de millones de peronistas. En lapso de siete días, se recuerdan dos masacres perpetradas por la coalición cívico-militar que derrocó a un gobierno legítimo y legal como el segundo período de Juan Domingo Perón. Entre el 9 y el 12 de junio de 1956, se produjeron los miserables asesinatos del general Juan José Valle y otras 27 personas, algunas ligadas al intento de revolución y otras absolutamente desvinculadas de él, pero asesinadas de todas maneras. Y el 16, pero del ’55, se registró el crimen de guerra más atroz que podría haberse imaginado en la Argentina de aquella época: el inédito hecho de que la aviación de un país bombardeara a su propia población civil, cosa que ni los nazis en Guernica ni los aliados en Dresde ni los norteamericanos en Nagasaki e Hiroshima se habían imaginado, ya que se trataba de poblaciones extranjeras y supuestamente enemigas. En aquel país nuestro, los militares masacraban de forma impune a nuestra propia pueblo, vale recordarlo, siempre.
Junio nos muestra patentemente la gran paradoja de la democracia y la dictadura en nuestra historia. La «tiranía» de Perón había restablecido la pena de muerte para delitos como la sublevación o lis intentos de golpes de Estado. Sin embargo, pese a la sanción de esa ley, nunca fue puesta en práctica. Ni con el levantamiento de Benjamín Menéndez, en 1951, ni con la brutal masacre del ’55. Una de las primeras cosas que hizo la «Revolución Libertadora» presidida por Pedro Aramburu e Isaac Rojas fue, en nombre de la libertad y la democracia, abolir la ley de Perón que había restablecido la pena de muerte. Sin embargo, a pesar de ese gesto, unos meses después fusiló a 27 personas. Esa mueca hipócrita de los demócratas de cartón pintado siempre me produjo cierto temor. Sobre todo, porque esa paradoja se repitió a lo largo de la historia de nuestro país. Siempre vuelvo a preguntarme una y otra vez hasta dónde serían capaces de llegar hoy, aquellos demócratas que viven con la palabra dictadura todo el tiempo en la boca. -<dl