Desde los diarios supuestamente especializados en economía que nacieron y se criaron al calor de la ley de desregulación financiera de la dictadura militar de 1977, hasta los suplementos económicos de los diarios de mayor influencia y presencia de mercado, sus periodistas, editores y los economistas de siempre se empujan y arrebatan por ver quién despliega las mejores falacias para bancar a bancos siempre dispuestos a apoyar corridas cambiarias y que poco han hecho por el desarrollo económico del país. Esta semana el gobierno nacional impuso topes para tasas de interés y comisiones, y ABBA (Armada Brancaleone Bancaria Argentina) sin tomarse el trabajo de leer en profundidad las cuatro circulares del BCRA, salió a criticar la medida. Acostumbrados a vociferar contra cualquier forma de regulación estatal, excepto si se trata de salvar a un banco de la quiebra, estos aguerridos escuderos de la city porteña aseguraron en sólo dos días «de gestión» esta batería de pronósticos: se resentirá el crédito, desaparecerá el crédito personal en los grandes bancos, no tendrá efecto alguno, dañará a las cuotas de las tarjetas de crédito, sólo beneficiará a los grandes bancos y a los consumidores de mayores ingresos. Los más audaces llegaron a decir que «habrá que ver si ahora les dan los costos a los bancos» y sin sonrojarse afirmaron que «se justifican las altas tasas de las financieras porque tienen una incobrabilidad mayor, cercana al 12 por ciento». Ni la apertura del Mundial ni el regalo del penal a Brasil acallaron estas voces siempre dispuestas a preservar causas tan justas como la renta financiera. Es significativo recalcar que al sistema financiero le ha ido muy bien en todo este período y ha seguido ganando plata, aún con un país creciendo a tasas relativamente más bajas. Hasta el año 2011, fueron los sectores productores de bienes –industria y construcción– los que más empujaron la economía. En cambio, a partir de 2012, los servicios tomaron la delantera, con la pole position del sistema financiero, que también vio incrementar sus ganancias, relativamente más que otros sectores. En efecto, los dos principales bancos argentinos incrementaron fuertemente su rentabilidad en el primer trimestre del año. El Banco Galicia lo hizo en 831 millones de pesos, un 178% más que en enero-marzo del año anterior. Por su parte, el Macro ganó 1186 millones de pesos, un 159% más que en el mismo período de 2013. Las demás entidades no se quedaron atrás: BBVA Francés con una ganancia neta de 1362 millones, Santander Río 974 millones, Patagonia 861 millones, e Hipotecario 202 millones de pesos. Por su parte, en los últimos doce meses de ejercicio consolidado, el margen financiero del sistema bancario –sin contar la ganancia por diferencias de tipo de cambio– casi se duplicó hasta alcanzar 12.110 millones de pesos. Como se observa, la renta financiera no tiene una correlación directa con el nivel de actividad, es decir, pueden coexistir altas ganancias con un país creciendo a tasas bajas. En estos números han tenido mucho que ver sus posiciones en dólares y los contratos a futuro que se incrementaron después de la devaluación, pero sus pingües ganancias ya venían de antaño y son una rareza también en relación con otros países. Una comparación internacional para el año 2011 realizada por el Banco Mundial afirma que mientras en Argentina la rentabilidad sobre activos (ROA) fue del 2,7%, en los países desarrollados alcanza entre el 0,4 y el 0,8%, en Asia el 1,8% y en Latinoamérica en su conjunto, el 1,7%. Siendo más precisos con nuestros vecinos: Brasil, el 1,2%; Uruguay, el 1,1%; Bolivia, el 1,6%; Ecuador, el 1,8%; Colombia, el 2,2%; y Perú, el 2,4%. Es decir, los bancos vernáculos ganan a diestra y siniestra, tanto en la comparación nacional (con otros sectores de la economía) como en la internacional. Aplauso, medalla y beso. Para los que gustan de las comparaciones con otros países, siempre para mostrar que Argentina está por explotar, es recomendable bucear en sus regulaciones financieras y encontrarán que países como Chile, Uruguay, Colombia y varios países europeos como Francia, Alemania e Italia mantienen controles sobre el tope de las tasas de interés y nadie las tilda de «argentinistas» o «chavistas». Volviendo al caso argentino, respecto a las tasas para préstamos personales, la dispersión entre entidades bancarias y financieras es enorme, van desde el 23% al 93%, lo que hace un promedio del 46%, según lo informado por el Ministerio de Economía. La idea ahora es que ningún banco pueda cobrar por préstamos prendarios más del 35% y por personales, más del 41%. Sin embargo, lo peor está por venir, porque algunos bancos si bien informan al tenedor de un crédito que la tasa que pagará es, por ejemplo, del 40%, cuando se conoce el Costo Financiero Total, este llega al 71% pero, sumando los llamados «gastos adicionales», se termina pagando un Costo Financiero Total Final del 82 por ciento. Para evitar la letra chica y los abusos, el Banco Central estableció además de los topes, nuevas reglas sobre comisiones y cargos de productos y servicios financieros básicos, imponiendo autorización de la entidad rectora cada vez que un banco pretenda incrementarlos. A nadie puede escaparle que los máximos impuestos son bastante generosos y no retrotraen las tasas a niveles del año pasado, pero igual el presidente del BCRA, que hasta hace días era pintado como un hombre amigo de los bancos, hoy ya no lo es tanto, sólo porque osó regular un poco sus ganancias. No está de más apuntar que esta medida no va a dar un vuelco mayúsculo sobre los niveles de consumo, hoy resentidos después de la devaluación, ya que serán los aumentos de salarios reales y un mayor impacto del gasto y la inversión pública los que podrán mover ese amperímetro. Estas medidas sobre tasas y comisiones evitan abusos y, cuando los factores reales operen (mejoras distributivas), ayudarán a apuntalar la reactivación por el lado de mejores condiciones para el financiamiento al consumo. Por el lado del crédito a la inversión, existen diferentes líneas de crédito subsidiadas por el BCRA y por otras agencias públicas que empezarán a utilizarse en la medida que se recree el mercado interno, no antes. Es por lo antedicho que los defensores incansables de la renta financiera deberían quedarse tranquilos porque seguirán haciendo buenos negocios, sólo que con alguna forma de regulación que impida abusos ya que, al fin y al cabo, el sistema financiero es o debería ser un servicio público tan o más regulado que la salud, los medios de comunicación, el transporte y la educación. De otra forma, los bancos nos harían lo mismo que la vida le deparó al viejo coronel de aquel pequeño pueblito de la costa colombiana, que cuando su mujer le preguntó, ya en la pobreza total, «dime, ¿qué comemos?», él respondió: «M……». PD: nunca se adelanta el final de una buena novela: ¡a leerla!
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