El domingo último, luego de la final del Mundial, y de que unos pocos imbéciles empañaran el festejo popular en el Obelisco, Facebook y Twitter se llenaron con mensajes de una multitud que, con pretensiones sociológicas –aunque, claro, sin molestarse para ello en formarse debidamente en Sociología–, nos explicaba la indiscutible y evidente basura que somos los argentinos (en especial, determinado sector de nuestra ciudadanía: beneficiarios de asistencia estatal y negros, generalmente «de mierda»), incapaces de celebrar nada sin convertirlo en pura barbarie.
Ese extraño desprecio (tan violento como el de quienes vandalizaron el centro porteño) por lo propio, el inexplicable amor y anhelo de lo extranjero, organizaban reflexiones (por así decirles) que, en realidad, no deberían sorprender en un país cuyo periodista de mayor audiencia anda por la vida afirmando, lo más campante, que este país «es una mierda».
Ocurrió, para desgracia de la intelectualidad xenófila, que, apenas unas horas después, episodios similares, pero peores, se repitieron durante la recepción que Alemania dio a sus campeones. Que incluso le costaron la vida a una persona. Y no se trata, acá, de conformarse con que ‘mal de muchos, consuelo de tontos’. Nada de eso. Sino de dejar en claro que el fundamento de la violencia nunca, ni ahora tampoco, se puede rastrear en la nacionalidad. Así como tampoco en la pertenencia social: en Alemania el nivel de vida es altísimo, y sin embargo sucedió quilombo lo mismo. Y, por supuesto, mucho menos interesa la filiación ideológica de un gobierno determinado.
Situaciones casi calcadas tuvieron lugar en comunidades y estructuras socioeconómicas y políticas diametralmente opuestas. ¿Entonces?
Por desgracia, hasta el momento, ninguno de los sabios que el domingo a la noche dictaban clases de ética y moral por las redes sociales (y también, desde luego, en los medios de comunicación) han considerado necesario ilustrarnos sobre las miserias de la sociedad alemana. Ni hay que tener esperanzas en que lo hagan, porque en verdad no les interesaba nada lo que estaba ocurriendo en la capital argentina, sino, como siempre, tener oportunidad para insultar políticamente.
Las cosas por su nombre. Que somos pocos, y nos conocemos todos bastante.