El Mundial 2014 será recordado, en cuanto a lo estético, como el mejor desde, por lo menos, el de México 1986. De hecho, cuenta la Historia que todas las Copas del Mundo habían sido buenas o muy buenas hasta la de 1990 en Italia. Y que a partir de allí, y en adelante, todas fueron malas o peores. Hasta que el torneo que acaba de finalizar rompió la maldición: fue de veras muy disfrutable el nivel exhibido en esta última edición (como no podía ser de otra manera en la tierra del jogo bonito, pese a que el local decepcionó vergonzantemente y fue humillado en semifinales).
Pero Brasil 2014 quedará en el recuerdo, además, por haber traído modificaciones profundas en relación a lo táctico/estratégico.
Empezando por el campeón, Alemania, que a su juego de posesión, triangulaciones y construcción de huecos a partir del asociativismo, le sumó pinceladas de lo que fuera el fútbol total con que Holanda quebró conceptos en Alemania 1974, tal vez el primer Mundial en que alumbró una revolución (el restante acaso haya sido el de 1986, con el 3-5-2 de Carlos Bilardo). El germano es un bloque casi indivisible entre ataque y defensa, que presiona y hace transiciones de manera integral de modo que, vulgarmente, se puede concluir en que “van y vuelven todos”. Esto le permite, por ejemplo, hacer de un saque de banda rival una oportunidad de contragolpe, porque presionan contra el receptor casi de a once. Argentina, en la final, prefirió, en esas situaciones, retroceder el balón hasta su zaga, para evitar el riesgo de quedar mal parado.
Holanda, México y Costa Rica, a caballo de un novedosamente extendido 5-3-2 que no resigna vocación de ataque, también hicieron del espacio la clave de sus respectivos planteos: atacándolos desde atrás, cayendo por sorpresa sobre ellos.
Todo cuanto se puede decir acerca de Alemania y su proyecto, que llega a rango de decisión estatal, los futboleros lo han leído mejor de plumas superiores a la de este comentarista; por ejemplo, la de Juan Pablo Varsky. Se trata, la Mannschaft, del ejemplo a seguir, por la cantidad de actores involucrados en un colectivo de largo plazo que no se dejó perturbar por la impaciencia de que el primer título haya llegado recién ahora, a 14 años de iniciarse, luego de varias frustraciones previas. Y también porque su partitura es agradable para lo que es el gusto promedio histórico argentino. Más de uno se fue preguntando, “¿Cómo se le gana a Alemania?”, a medida que el equipo teutón iba avanzando pantallas. Aunque a veces reguló de más y sufrió.
Al tiempo que todo esto iba sucediendo en el mundo del fútbol, con jugadores cada vez menos posicionales y cada vez más diversificados, la AFA vivía el peor momento de su biografía moderna (es decir, el lapso que va desde el ciclo de Cesar Luis Menotti hasta estos días). Se iba de Sudáfrica 2010 despedido por una paliza memorable a manos de, justamente, Alemania. Y unos meses más tarde, quedaba afuera de la Copa América 2011 en cuartos de final, ¡y de local!, tras no haber podido ni contra Bolivia ni contra Colombia (una inferior, que no la versión actual de José Pekerman), y clasificando a la fase final angustiosamente luego de un triunfo ante los juveniles de Costa Rica. Eso recibió Alejandro Sabella a fines de 2011. Un equipo que, fundamentalmente, parecía no poder competir.
Quien esto escribe se recuerda comentado entre amigos el 3 a 0 con que Bayern Munich echó a Barcelona de la Champions 2013. Porque lo impresionó ver a Arjen Robben, el crack holandés, perseguir a Dani Alves cuantas veces hizo falta durante casi todo el PT, para, casi al filo del descanso, superarlo en velocidad en función ofensiva para enviar el centro del primer gol de su equipo. Se reitera: marcó con intensidad, al que (se supone, según los manuales de la antigüedad) debía vigilarlo a él, durante casi 35 minutos; y al ratito, nomás, igual le dio el cuero para desbordarlo decisivamente en el área opuesta. Eso es la integralidad del fútbol. Muchos dudábamos, y con motivos, acerca de la capacidad de los nuestros para afrontar tal desafío. A excepción de Ángel Di María.
De modo que, o se pensaba algo, o se iba rumbo a nuevos papelones, porque se funcionaba en sintonía distinta a la impuesta por la coyuntura.
Sabella se puso, pues, a pensar. A trabajar. Frente a una coyuntura que hace de lo colectivo y –como se decía arriba– los espacios conceptos esenciales, el DT argentino llenó su boca con esos términos; pero, sobre todo, los puso en práctica. Cuando se elogia del plantel subcampeón la entrega con que aderezaron cada planificación, habrá que retroceder a las discusiones que por determinados nombres propios hubo antes del certamen, que se tramitaron cual si una exclusión tal hubiese sido un drama de Estado. Y preguntarse si la respuesta hubiese sido la misma si el conductor no se hubiese hecho de tal compromiso de parte de sus dirigidos a partir de decisiones valoradas por el respeto que para con el futbolista y su bienestar implicaron.
Argentina, sentada la imposibilidad de hacer en tres años la reconversión que a Alemania le tomó una década y media, se propuso repeler virtudes ajenas. También el abordaje de las falencias rivales las digitó casi quirúrgicamente. Un equipo, el de Sabella, que nunca, bajo ninguna circunstancia, lució desbordado por sus ocasionales oponentes. Y es cierto: a medida que fue retrasando líneas se perdió de explotar mejor a su as de espadas, Lionel Messi –quien alguna vez merecerá el reconocimiento que cabe a su desprendimiento personal en homenaje al engranaje general–. Faltó, y falta tiempo. Sin dejar de recordar que otra versión argentina, con Messi en cancha y todo, cuando decidió jugar el golpe por golpe pareció mero sparring. El DT abordó el dilema: no creerse más de lo que se es.
En la edición especial que la revista El Gráfico publicó para homenajear a quienes devolvieron al fútbol nacional al primer plano, se destaca una frase de la crónica central: “Hay que recordar de dónde venimos para asimilar dónde estamos.” Claro que dolió, duele y dolerá el fantástico gol de Mario Götze que nos relegó a la plata. Pero conviene no olvidarse que hasta no hace mucho Bolivia nos había arrancado, de suelo nuestro, dos empates consecutivos o que se perdió contra Venezuela por primera vez en más de cien años de vida. Que se ha tratado, se insiste, del mejor campeonato en casi 30 años. Que las novedades de este deporte se han convertido en casi científicas.
Argentina encontró cómo. Y por eso resurgió. Partirá desde un sitio envidiable para iniciar la necesaria e impostergable renovación que se impone para volver a naturalizar estos rendimientos.
La evaluación popular de este trayecto augura acompañamiento. Sólo resta decidirse.