Política y candidatos, en una pálida meseta

EN FOCO
Julio Blanck
Dentro de un año, al promediar agosto de 2015, ya habremos votado en las PASO para elegir candidatos presidenciales. Falta muchísimo y falta nada.
Para la gente de a pie falta muchísimo: sus urgencias son la inseguridad, el empleo en riesgo, la inflación, el deterioro del salario. En un radio social más amplio se agregan otros temas: la recesión, el deterioro general de la economía, la falta de inversiones, la pérdida de calidad en la educación. El horizonte electoral aparece como un tema que se trata de soslayo, una curiosidad, casi un entretenimiento del que ya habrá tiempo de participar.
Pero para la política agosto de 2015 es ya mismo, falta nada.
Es otro tiempo, otra dimensión. Por eso se recalienta la rosca eterna de alianzas, lealtades y traiciones; resurge el estado febril por las encuestas, circulan las palabras grandilocuentes muchas veces lejanas a la cotidianeidad de las mayorías. Estamos en ese estadio, ya conocido, en el que la política obedece a su propia lógica y construye su propio discurso. Mientras tanto la gente va por otra vereda, más sencilla, más tangible, más real.
Y está la Presidenta que sólo escucha a su hijo Máximo y a su ministro Axel Kicillof y a todos los demás los deja pintados. Y están el Gobierno y el oficialismo hablándole cada vez más a su audiencia cautiva y casi solamente a ella; construyendo una realidad propia, mitad consistente y mitad fantasiosa. Buscando ahora, a favor de la novela fácil de la pelea contra los deplorables fondos buitre, un argumento justificador de todo lo mal que la economía ya venía desde antes y que impulsó el profundo deterioro político del poder kirchnerista. Aunque a esta altura ya va quedando claro que el capítulo del relato llamado “Patria o buitres”, con todo el efecto benéfico que pueda haber tenido en el corto plazo para la imagen de la Presidenta, no alcanzará para pagar las facturas de tantísima macana cometida con la economía.
Cada cual, en definitiva, corre detrás de sus preocupaciones y defiende sus intereses. Lejos de cualquier similitud con una sociedad que procesa con alguna armonía sus diferencias y encuentra un lenguaje común para hablar de un futuro inevitablemente compartido. Es lo que somos.
En ese contexto de urgencias tan divergentes, la sensación extendida en la política es que se consolida cierto achatamiento, cierta paridad, neutralizados los desequilibrios que provocó la elección de octubre de 2013 con una muy fuerte emergencia de Sergio Massa como gran ganador de aquel domingo.
La paridad actual supone que Massa no logró conservar los amplios márgenes de ventaja que supo tener. Pero también habla de que ni Daniel Scioli ni Mauricio Macri, con todo lo que relativamente han mejorado, pudieron quebrar claramente la línea de Massa.
Están los tres allí, más o menos emparejados según la encuesta que se mire.
Quién y cómo podrá romper ese equilibrio; qué circunstancias económicas, sociales y políticas pueden crear las condiciones para una ruptura así, son las incógnitas centrales del futuro inmediato.
El último sondeo nacional de Management & Fit, consultora que no trabaja para ningún precandidato de la Casa Rosada, otorga diferencias mínimas a Massa (25,0%) en intención de voto sobre Scioli (24,5%), en un escenario en el cual el candidato de UNEN es Hermes Binner (13,4%), quedando Macri en un expectante tercer puesto (19,1%). Pero si cambia el candidato de UNEN allí Scioli (25,4%) pasa a aventajar a Massa (23,9%), sube un poco Macri (20,5%) y Julio Cobos quedaría más lejos (9,0%).
Un tercer escenario incluye a la figura de ascenso más notorio en las últimas semanas, el ministro Florencio Randazzo, otro potencial candidato del oficialismo. En ese caso Massa encabezaría (23,3%) seguido por Scioli (21,7%) y por Macri (19,0%); y más atrás Binner (12,1%) y el mencionado Randazzo (6,2%).
Claro que hay encuestas para arrancarles sonrisas a todos. Desde las oficinas de Scioli se difundió un sondeo de Isonomía según el cual si las elecciones fuesen hoy Scioli llegaría al 27%, Macri al 23%, Massa al 22% y Cobos al 15%. Desde allí también se hizo conocer la medición de Aresco, que le da a Scioli 25% de intención de voto, contra 21,0% de Massa, 19,4% de Macri y 14,8% de Cobos.
Colaboradores cercanos a Scioli admiten que “la mitad de los tres o cuatro puntos” que habría trepado la intención de voto del gobernador puede considerarse un efecto-arrastre de la mejora relativa en la imagen de Cristina por el enfrentamiento con los fondos buitre.
Los colaboradores del ministro del Interior y Transporte, por su parte, se entusiasmaron con el sondeo de González-Valladares que le da ganador a Massa con algo más del 28% en dos escenarios con diferentes candidatos oficialistas; pero que muestra a Randazzo (24,9%) algo más competitivo que Scioli (23,9%). En ambos casos Macri aparece muy cerca, con poco más del 23%, y Cobos escala más allá del 17%.
Los escenarios que se describen aquí revelan al menos un par de curiosidades.
Primera curiosidad: las fuerzas políticas que asoman más atractivas para los votantes, que son el Frente para la Victoria y UNEN, no tienen aún candidatos propios que les permitan insertarse en el pelotón de punta.
Scioli, que según la encuesta de M&F tiene la extraña cualidad de ser elegido por quienes se dicen oficialistas pero también por quienes se definen como opositores, será un candidato a disgusto de la Casa Rosada como es evidente. Y Randazzo, aunque es parte integrante de la gestión del Gobierno, se muestra solidario con ella y aprovecha políticamente sus beneficios, es un peronista de formación clásica que está lejos de ser un representante puro del kirchnerismo.
En UNEN, la potencia de la coalición de radicales, socialistas y otras fuerzas no logra traducirse aún en candidaturas competitivas de Binner o Cobos. Es un problema severo, ante una elección de fuerte personalización como la presidencial. Como fruto de ese obstáculo en el camino al poder, en UNEN esta semana alcanzó estado de ebullición la discusión acerca de una eventual alianza con Macri. El encontronazo de Elisa Carrió y Pino Solanas sólo sacó a la luz lo que venía levantando temperatura adentro.
Segunda curiosidad: los candidatos más visibles tienen entre sí muchas menos diferencias que las que podrían suponerse.
No se avizoran países dramáticamente diferentes entre las propuestas y el modo de hacer política de Scioli, Massa, Macri, Binner, Cobos, aún Randazzo. Todos, de uno u otro modo, se recortan con perfiles muy diferenciados del modelo y el estilo kirchnerista. Eso consagraría de modo tajante el fin de ciclo. Pero a la vez contribuye a dificultar la diferenciación entre los candidatos y a sostener la actual paridad.
Quizá, paradoja de la política argentina, asistamos en 2015 a una primera vuelta con algunas características similares a la de 2003. Una batalla inicial en la que no se recorta de antemano un ganador neto, como fue Cristina en 2007 y 2011, ni tampoco dos aspirantes principales según la vieja tradición bipartidista.
Claro que, allá lejos, Carlos Menem, Néstor Kirchner, Ricardo López Murphy, Carrió y Adolfo Rodríguez Saá representaban cosas muy diferentes entre sí. Eran los candidatos para la salida de la gran crisis y la supuesta renovación de la política después del “que se vayan todos”. Muchas cosas cambiaron para bien desde entonces. Pero la sociedad y la política han construido este escenario electoral que asoma, hoy, con formas semejantes a aquellas de 2003.
Un retroceso en el tiempo, podría decirse. O una historia circular que ojalá fuese digna de un texto de Borges.

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