«Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme (…) pero es necesario señalarles la diferencia que hay de un hombre de bien, a un malvado.» (José de San Martín en carta a Bernardo O’Higgins, acerca del fusilamiento de Manuel Dorrego. 1829)
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Se leyó muy poco sobre el escrache a Domingo Cavallo en la UCA en los medios. Se dijo bastante más en las redes sociales: bueno, malo, regular; opinable, como todo.
A quien esto escribe le resulta especialmente convocante pronunciarse al respecto, a los fines de no caer en lo mismo que aquellos que por estas horas critican, con razón, el ataque al ex ministro de Economía de los gobiernos de Carlos Menem y de Fernando De La Rúa, pero se perdieron en matizaciones cuando algo similar le sucedió al actual, Axel Kicillof, a principios de 2013 (y peor, porque estaba en compañía de sus hijos, muy niños). La cita de apertura, como toda referencia historiográfica, puede fundadamente ser acusada de excesiva. La comparación en esos términos siempre implica un asunto complejo, pero uno tiende a creer que de las esencias se pueden extraer conceptos valiosos. Que sirvan como disparador intelectual.
La imagen de Cavallo debería estar asociada en Argentina a la idea y el recuerdo de violencia.
No por él en sí. Ni tampoco por su desempeño en el Banco Central durante el Proceso de Reorganización Nacional. Sino por lo que representa como emblema de una filosofía económica que se proyectó en muchos otros aspectos de la vida nacional. Aquí neoliberalismo equivale a sangre. A los fines de desplegar un programa de gobierno inspirado en tales razones fueron asesinadas 30 mil personas entre 1976 y 1983, siendo que por la vía de las urnas, y gracias a las transformaciones políticas, culturales y socioeconómicas que antes había operado el peronismo, eso era imposible. Por otro lado, hacía falta liquidar la idea misma de resistencia de esta sociedad, para que retornada la democracia se hiciera complicado alterar dicho statu quo.
Si aún a más de tres décadas de recuperada la democracia esto no ha quedado claro fue por la intrusión que de ese debate hicieron ideas distractoras, como la actuación de las organizaciones revolucionarias como Montoneros y ERP. Que sirvieron apenas de pretexto para una maniobra con miras a transformaciones mucho más profundas que un combate armado.
Y acabaron, como no podía ser de otra manera, también en bala, en diciembre del año 2001.
Así, entonces, la agresión a Cavallo les sirve a quienes hicieron de la violencia un método corriente de acción política para posar de víctimas por aquello que nunca temblaron en mandar a hacer (en proporciones muy superiores, además) contra otros.
A los fines de la discusión democrática, y de los roles que cada quien juega allí, una verdadera pena.