Hubo quienes nos señalaron acerca del post de ayer comentando las elecciones municipales en Santiago del Estero, que nuestra tesis sobre su escaso impacto nacional estaba escasamente fundada. Ampliemos, pues.
La provincia de Santiago del Estero representa una proporción muy menor del padrón total del país (2 y pico por ciento). La ciudad de La Banda, menos aún que eso, obvio. Por tanto, arriesgar proyecciones a partir de tales números es poco serio.
En el marco de la crisis de partidos inaugurada en 2001, que derivó en el actual mosaico hiperfragmentado de opciones más bien distritales, y que aún no se ha solucionado, la construcción electoral local, a contrario sensu de lo que chilla la zoncería, está menos intervenida por la dinámica central que nunca antes. Proceder desatendiendo las realidades territoriales es altamente desaconsejable. Se impone reconocer la correlación de fuerzas en cada ámbito, respetando la imposibilidad de trascender en prescindencia del otro, si existiera. Dicho sencillo: acordar. Tanto si se quiere expresión de lo general en lo particular, como viceversa.
En concreto, lo que a Néstor Kirchner, antes; y a la presidenta CFK, ahora, les ha interesado (en términos políticos) de Santiago del Estero son los legisladores nacionales que aporta. Las conducciones santiagueñas, de su lado, negocian así desde mejor posición recursos con la administración federal, mayormente abstraída (que no desinteresada) de la competencia comarcal (por el equilibrio que esa bifrontalidad sugería). Especialmente importantes resultan los tres senadores. Esto último explica la alianza, que duró hasta octubre pasado, con el intendente de La Banda, Héctor Ruiz, quien comandaba la banca por la minoría en la cámara alta. Eso ahora lo garantiza Gerardo Zamora, rival de Chabay en la interna provincial, por sí sólo.
Ergo, se abrió un hueco para que el bandeño emigre hacia el Frente Renovador, como atajo para eludir el encierro definitivo en el patio propio como porvenir máximo. El escenario previo había devenido insostenible.
El zamorismo, por su parte, ha cobrado bien de lo que las nuevas condiciones de la alianza con el kirchnerismo le pueden proveer a la jefa del Estado: la presidencia provisional del Senado para su líder partidario. El sencillo concepto de otorgar expresión institucional a la electorabilidad territorial que la UCR se obstina en no incorporar, favoreciendo la huida recurrente de sus dirigentes taquilleros del interior, de los que Zamora, sobreviviente del radicalismo K, es apenas un caso. En buena hora si Sergio Massa ha decidido no desatender estas cuestiones frente a tanta teorización ridícula, incluso proveniente de sus propias filas, acerca de la aún mayor pavada de las supuestas bondades de un gobierno carente de mayorías parlamentarias. El dilema por cuya evitación rompen sus cabezas los doctrinarios de mayor renombre en las Ciencias Políticas (ver).
Todo hace del acting massista de cruzada libertaria (tipo Unión Democrática del ’45) de estas horas una broma payasesca. Manolo Barge ha escrito bastante en los últimos meses sobre el riesgo de la sobreoferta en la pelea por el voto ABC1.
Las coyunturas regionales funcionan según sus propias especificidades, resulta imposible replicar en cada una de ellas las disputas de la (así denominada) agenda grande tanto como enmarcarlas a través de las mismas. En el último de los casos, la tónica general que se puede extraer de un análisis global es la de oficialismos que, como regla, revalidan. Es lo que sucedió en las 26 elecciones santiagueñas del último domingo y lo que se observa con fuerza desde 2011.
A lo mejor por eso es que todo este tipo de razonamientos son eludidos en el debate porteño mal llamado nacional.