Un nuevo Kirchner entró en escena

14 de Septiembre de 2014
Escenario
Máximo Kirchner hizo su sorpresivo bautismo de masas y La Cámpora alcanzó la mayoría de edad. Cuando le auguraban olor a cala, el kirchnerismo puro volvió recargado. Significados de una jornada conmovedora.
Foto: Mariano Martino
No hay nada más explícitamente kirchnerista que Máximo Kirchner, el hijo que le devolvió el alma al cuerpo al kirchnerismo con su repentina irrupción como orador en el acto que La Cámpora hizo ayer en Argentinos Juniors.
Arquitecto paciente y silencioso de una organización estigmatizada que creció al margen de los medios de comunicación, que comenzó como un puñado y llegó a colmar el estadio Diego Maradona con jóvenes y no tanto venidos desde todos los rincones del país, el principal referente de la agrupación abandonó el armado semiclandestino para producir el hecho político más potente del último tiempo: La Cámpora abandona la etapa de la precocidad militante y comienza a hablarle cara a cara a la sociedad argentina, sin intermediaciones, sin complejos y sin plazos. Con el acto de ayer, parece haber alcanzado su mayoría de edad.
Quedó demostrado también que, después de Cristina Kirchner, Máximo emerge como otro gran traductor de épicas a palabras sentidas y comprensibles dentro del amplio espacio de referencias del proyecto oficial. Imposible no evocar en sus modos, en el decir con los hombros, en los brazos que se extienden cada tanto con las manos abiertas, en la picardía de sus muecas, en el arrastre de ciertas frases, a Néstor Kirchner, su padre, insoportablemente vivo.
Lo más impactante de su incursión es que su discurso se asemejó al de un hombre común evidentemente conmocionado por el marco festivo multitudinario y el bautismo de hablar ante tanta gente. Entró casi pidiendo permiso, disculpándose y agradeciendo a los que habían puesto el cuerpo para defender al gobierno en todo este tiempo, hecho inédito para la profesionalizada retórica telepolítica. No fue una impostura: fue lo primero que viajó desde el corazón y su sistema nervioso central al micrófono del atril. Ya se lo veía venir, cuando tomaba agua a sorbos intermitentes en la previa, que le debe haber resultado un suplicio.
La sensación es que Máximo Kirchner, el jefe de La Cámpora que ahora se proyecta naturalmente como líder de todos los que se dejen conducir por él en el espacio kirchnerista encuadrado y también en el silvestre, le devolvió al oficialismo algo de la calle y la vereda perdidas en el Saigón bajo bombardeo constante de la gestión. Como si al kirchnerismo le retornara algo de la sensibilidad epitelial perdida, de la ternura extraviada en los rigores de las mil batallas en las que se embarcó durante más de una década. «Estoy aprendiendo a caminar, como mi hijo», soltó, tratando de exorcizar el momento, mientras se tomaba algunas veces del micrófono, otras del atril, como para soportar la presión y no mandarse a mudar. Ese aprender a caminar funciona como metáfora perfecta de lo que ocurrió en La Paternal: un kirchnerismo que se abre a la sociedad para que esta vuelva a abrirse mayoritariamente con el kirchnerismo. El palacio lo custodia la presidenta, la calle la vuelve a caminar la militancia, con el ejemplo caminador del ex presidente, casa por casa.
Pero sería injusto resumir la sorpresiva aparición de ayer sólo a las gestualidades e implicancias simbólicas que tuvo o va a tener la figura proyectada del hijo de dos presidentes kirchneristas en la arena pública. Máximo Kirchner dio un discurso político. Comenzó diciendo que no existen los apellidos providenciales, sino los proyectos trascendentes. Respondió a las críticas opositoras de los que «miran al pueblo con la nuca», gobiernan mal y dejan las plazas ensangrentadas, para después aparecer con su plan salvador en la televisión: «El único programa que tienen es el de la televisión. Ellos son perfectos, se las saben todas. Yo no, soy imperfecto. Acierto y me equivoco.» Fustigó a los dirigentes sindicales que, «agotados en su representación política», quieren reinstalar la violencia y el miedo a través de las amenazas y los barrabravas, en sintonía con la advertencia presidencial sobre los que pretenden armar una matiné de diciembre: «Yo le pido (a la militancia) que no tengan miedo. No lo pudieron hacer en todos estos diciembres, que lo intentaron, y eso fue por ustedes, porque ustedes no los dejaron y porque hay una sociedad que está madura. La Argentina no puede ser patrimonio de los violentos sino de aquellos que estén dispuestos a dirimir sus ideas en las urnas.» Remarcó que la oposición y el país concentrado vienen por las conquistas de todos estos años y por el salario de los trabajadores, y advirtió: «Hay que redoblar los esfuerzos, casa a casa, como hizo Néstor, cuando era consciente de que se querían cargar al gobierno. Hoy el último dique es Cristina.»
¿Y los otros precandidatos del Frente para la Victoria? ¿Y Randazzo, que no estuvo? ¿Y Scioli, que tampoco? Máximo usó palabras delicadas para incursionar en este asunto, cuando sentenció: «El FPV es más grande que La Cámpora», y le mandó especiales saludos al Movimiento Evita por su también masivo acto en Ferro del 22 de agosto.
También resignificó uno de los lugares comunes de la derecha, que habla de la soberbia kirchnerista: «Son ellos los que no tienen humildad, dejaron al país con sangre en las calles y nos quieren explicar cómo se hacen las cosas. Los números tienen que cerrar con la gente adentro, no con la gente afuera. Eso lo hace cualquiera.»
Recordó que la oposición fue el año pasado a una escribanía, previo a la legislativa de octubre, para clausurar cualquier tipo de reforma constitucional que permitiera una nueva reelección de Cristina: «Si todo está tan mal como dicen, si ellos son los mejores, si tienen el mejor programa, ¿por qué impedir que el pueblo se exprese en las urnas? ¿Por qué no quieren competir con Cristina? ¿Por qué no vamos a una elección y que decida la gente?» ¿Acaso un aviso elíptico para plebiscitar esa posibilidad en los tiempos que se avecinan? La incógnita no quedó saldada ayer, aunque aclaró que lo que decía no iba a gustarle a Cristina. A propósito, Julio Blanck, el editor de Clarín –de quien Máximo también se acordó en su discurso–, en una nota reciente reveló la sorpresa de Sergio Massa porque, en las encuestas que baraja su equipo de campaña, si pudiera presentarse en 2015, Cristina tendría un piso potencial de votantes del 38,5% a nivel nacional.
La satanización de la agrupación por parte de los medios fue otro de los ejes discursivos. Mientras la multitud saltaba cantando «tomala vos, dámela a mí, el que no salta es de Clarín», Máximo saltaba detrás del atril principal. A sus espaldas, como parte de la salida a la luz de La Cámpora, 250 militantes con nombre y apellido, identificados por los locutores, provenientes de Centros de Estudiantes, Cooperativas de Trabajo, villas, club de jubilados y algunos sindicatos, hacían temblar el escenario montado sobre la cancha.
Lo concreto es que, a la realidad de la política argentina, le nació un nuevo Kirchner. El asunto impresiona. No hay otros agrupamientos políticos dentro del paisaje oficial que cuenten con el apellido fundacional y una figura en condiciones etarias de competir y estirar la conducción del movimiento kirchnerista por otro mandato. Mucho menos, con el nivel de convocatoria y la energía de un estadio colmado y estremecido por estar presenciando el parto de algo sumamente importante, que logra vislumbrarse, aunque todavía está indefinido.
Un poco bajo la emoción violenta habitual, las versiones digitales de Clarín y Perfil de anoche, rápidamente hicieron foco en el lanzamiento de una eventual re-reelección de Cristina para desacreditar el pedido de Máximo por delirante. Tal vez eso les haya impedido evaluar más criteriosamente lo que aconteció. Eso que, según decían, se estaba acercando al ocaso, parió algo novedoso que altera el firmamento funerario que pronosticaban. El kirchnerismo, como en los juegos, tiene otra vida y va a jugar a ganar, cuando ya lo daban por derrotado. Le preparaban un féretro y las calas y se apareció con una cuna.
Los analistas del fin de ciclo se estarán tomando la cabeza por estas horas. Creían que Cristina preparaba sus valijas para jubilarse en El Calafate y que el hijo de esta estirpe política inusual iba a dedicarse a jugar a la play en Río Gallegos. Cristina, efectivamente, junta sus maletas pero para viajar a Roma, donde esta semana, en la antesala de una visita a la ONU como miembro no permanente del Consejo de Seguridad, será recibida por el Papa Francisco, un Papa argentino tan inesperado como los tiempos que corren. Allí, se descuenta, hablarán de los fondos buitre. El gesto también tiene nerviosos a muchos antikirchneristas: esperaban un Papa opositor y resultó que ahora Francisco se hizo amigo de la presidenta que los irrita tanto.
Y su hijo Máximo, quien finalmente asumió un liderazgo público que la propia tropa le reclamaba, recargando de mística y ensoñaciones a una militancia rugiente y convencida de que los cambios son irreversibles, también se salió de la esquina muda del cuadro y pasó a ocupar el centro de una escena donde nada, absolutamente nada, está sepultado de antemano.
Ayer, en Argentinos Juniors, el kirchnerismo comenzó a ganar terreno en una dimensión que es la única que realmente vale para los proyectos políticos transformadores, según el propio Papa: el tiempo. Que es superior al espacio, donde el poder a veces se convierte en un fin en sí mismo. Seguramente, algo de eso conversará Cristina con Francisco en Santa Marta, el sábado 20. Continuar procesos en el tiempo importa más que poseer espacios. Siempre los segundos derivan de los primeros y nunca es a la inversa.
La lucha por el espacio es apenas la rutina anquilosada de las corporaciones. Transformar, volver irreversible una conquista, obliga a caminar a través de la historia, a través del tiempo y no vivir la vida en el perímetro acotado de una baldosa. Es la diferencia entre nadar en las aguas abiertas del oceáno y hacerlo adentro de un balde.
Los hijos son la vida que sigue, el proyecto que continúa. Es estar ganando hoy en el tiempo del porvenir. El movimiento kirchnerista comprendió la lección más rápido que todos sus opositores cuando comenzó a transferir su potencialidad a la próxima generación, a esa juventud militante, tumultuosa, irreverente, incomprendida que ayer llenó un estadio al máximo para asistir al nacimiento político de un nuevo Kirchner.
Esa novedad es la alegría de muchos, pero para la vieja Argentina, la de la dictadura del espacio, es la peor de las pesadillas. En el tiempo, ya no hay dudas, va ganando ese proceso político, social y cultural que vino a poner todo patas para arriba y se llama kirchnerismo. Como dique pero también como puerto.
Los diarios, aislados del mundo
De la última semana, es imposible ignorar la violenta censura empresarial que sufrió la noticia del voto mayoritario de la ONU a favor de la postura del gobierno de nuestro país contra los fondos buitre y el capitalismo financiero especulativo. Es inimaginable en escenarios mediáticos más democráticos o menos monopólicos que el argentino que un hecho de tal envergadura no haya ocupado el título central de los diarios hegemónicos. Aquí, en algún caso, ni siquiera fue título secundario; y en otro, ni siquiera fue título. Los que están aislados del mundo, como se advierte, son ellos. Que 124 países, entre ellos China y Rusia, se hayan pronunciado a favor de la mirada Argentina sobre este problema, y que países como Francia, España e Italia, entre otros, hayan evitado votar en contra en sintonía con los Estados Unidos, como hacen siempre, es una victoria diplomática de carácter histórico. Los que dicen que es inocua, se vieron rápidamente desmentidos: Griesa no pudo todavía dictar el desacato para el país y tampoco darles a los fondos buitre NML las cuentas del Citi en Buenos Aires para embargar. Argentina está liderando un reclamo internacional que es justo y cuenta cada vez con mayores adhesiones, a medida que se profundiza.
No es la única noticia que demuestra la censura mediática corporativa contra los intereses del país y su gente. El Grupo de Trabajo de la ONU sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias destacó «el proceso de enjuiciamiento de los crímenes de lesa humanidad» y dejó asentado que la Argentina es «ejemplo mundial» de lucha contra la impunidad. Sólo salió en Tiempo y en Página.
Tampoco dirán mucho, casi con seguridad, sobre otra noticia que pone al país a la vanguardia en la pelea por la democratización de la comunicación a nivel regional. El relator designado para la Libertad de Expresión de la CIDH, dependiente de la OEA, el uruguayo Edison Lanza, eligió como destino inicial en su cargo visitar la Argentina para participar del Primer Congreso Latinoamericano de Defensorías de las Audiencias, organizado por la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, organismo creado por la Ley de Medios impulsada por Cristina Fernández de Kirchner.
«La Defensoría argentina es un modelo que comienza a ser tomado como ejemplo en toda la región. Este tipo de mecanismos no punitivos me parece de los más adecuados para producir ese cambio cultural que necesita la sociedad y los medios de comunicación», dijo Lanza ante los defensores y defensoras de Brasil, México, Colombia y representantes de Chile y Uruguay –a los que se sumarán mañana de Perú y Ecuador–, luego del encuentro con Cynthia Ottaviano, titular de la Defensoría argentina, y de felicitar la iniciativa.
Como se ve, son los medios hegemónicos, con sus invisibilizaciones y silencios, los que buscan aislar del mundo a la Argentina, que parece estar bastante integrada.

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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