Maximiliano F. Montenegro.-
Uno: “Era muy trolita la pendeja”. La lluvia acompaña el viaje del 91, colectivo que inicia su despegue en Isidro Casanova y aterriza en Constitución. Domingo, ya pasado el mediodía, y dos tipos sentados tienen tiempo de sobra para charlar en modo “sui generis”. En la agenda, de pronto, aparece la desaparición de Melina Romero, la piba de 17 años de Palomar que el 23 de agosto fue a festejar su cumpleaños a un boliche de San Martín y es buscada desde el viernes pasado en los fondos de un río en Morón, donde todo parece indicar que su cadáver fue arrojado tras morir a golpes. El repaso del caso por los pasajeros es breve: uno de los pibes se quebró y contó todo; la cana encontró una pulserita; estaba muy buena; andaba con medio mundo; se ve que estaba descontrolada; era muy trolita la pendeja.
Dos: “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo”. Así arranca un artículo/perfil de la chica que fue titulado en el diario Clarín del sábado como “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. El texto continúa con muchísimos datos de la presunta vida privada de la adolescente, haciendo eje en que “nunca trabajó”, “más de una vez se peleó en la casa y desapareció varios días”; “se levantaba todos los días al mediodía”; “iba a la plaza y se quedaba con amigos hasta la madrugada”; “se hizo cuatro piercings”; “le gustan las redes sociales, y tiene cinco perfiles de Facebook”; “nunca dice en qué anda”; “tiene amigos mayores”, entre otros, algunos aportados por familiares directos.
Tres: Desde el viernes, cuando el caso trascendió luego de 20 días y la búsqueda policial se tornó “seria”, los adjetivos calificativos sobre Melina fueron apareciendo y replicándose en las voces anónimas al compás de un abordaje periodístico (televisivo, radial y gráfico) que direccionó su interés en la conducta, la moral y los valores de la víctima. Todo eso, que andaba flotando aquí y allá, confluyó en la nota citada, donde alguien nos dice de manera contundente que “la vida de Melina no tiene rumbo”. Sin dudas, ni matices.
Cuatro: Entonces, como directa derivación, llega la palabra “trolita”. Se suma al rato “putita”. Y no se quiere quedar afuera “buscona”. En boca de uno, dos, tres, cientos, miles, de individuos que las vomitan con absoluta seguridad. Varones, mujeres. Todos atravesados, hechos, armados, construidos, pensados y diagramados desde el machismo. Puro, duro, y tan naturalizado, que sólo aguardaba la invitación cordial de la prensa para emerger y mostrar, una vez más, su prepotencia, virilidad y fortaleza.
Cinco: La prensa somos todos los que hacemos periodismo. Acá optamos por escribir, hablar, decir, sin careta alguna. Y hacemos, la mayoría, periodismo con salarios horribles, bajo condiciones penosas, seguramente con escaso margen para plantar ideas y conceptos que pretendan contribuir a tener una sociedad más tolerante, y por qué no igualitaria. Pero los resquicios para hacerlo están ahí, aun cuando el negocio pida alinear los mensajes (nuestros mensajes) con esos paradigmas que vienen de siglos.
Seis: A Melina, contó uno de los pibes detenidos, le propusieron tener sexo grupal. Ella no aceptó. Y dijo que no. Al decir que no, tuvo que enfrentarse solita al peor rostro del varón criado y enseñado para imponerse sobre la mujer. A ese que, cuando una mina le dice no, le tiemblan sus cimientos. Tiene miedo. No puede aceptar ese no. Menos cuando cerca hay otros como él, mirando, estudiando, midiendo y hasta calificando. Sí, la hombría puesta en juego. El no que arremete una vez. El no que sale nuevamente de las tripas de Melina, acorralada. El no valiente, a pesar de la indefensión. El no en nombre de otras como ella. No, no y no. Y el terror ante la trolita, la putita, la buscona, que nos dice no. Que se planta, ahí, entre machazos. Nada de fragilidad, mierda. ¿Cómo que no? No existe el no, ni para mí, ni para nosotros. Para vos no hay no. Para vos no hay posibilidad de no. Para vos hay un golpe, un insulto, otro golpe, y otro y otro y otro. ¿Entendés, puta? Vos decís no, y chau, morís. No podés estar, vivir, crecer, si nos decís que no. Se acabó.
Siete: Melina, la que usaba piercings. La que no trabajaba. La que había dejado la secundaria. La que tenía amigos de su edad, pero también mayores. La que dormía hasta el mediodía. La que era fanática de los boliches. La que tenía cinco perfiles en Facebook. La que nunca decía en qué andaba. La que, según nos contaron, no tenía rumbo. La que, sin tipearlo o verbalizarlo, rotularon como una putita que se buscó lo que le pasó. Pero a la que masacraron a golpes sencillamente por ser mujer y decir que no.
* Periodista de Diario Popular e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género en Argentina (RIPVGA)
Foto: Mario Sayes / Infojus Noticias
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Uno: “Era muy trolita la pendeja”. La lluvia acompaña el viaje del 91, colectivo que inicia su despegue en Isidro Casanova y aterriza en Constitución. Domingo, ya pasado el mediodía, y dos tipos sentados tienen tiempo de sobra para charlar en modo “sui generis”. En la agenda, de pronto, aparece la desaparición de Melina Romero, la piba de 17 años de Palomar que el 23 de agosto fue a festejar su cumpleaños a un boliche de San Martín y es buscada desde el viernes pasado en los fondos de un río en Morón, donde todo parece indicar que su cadáver fue arrojado tras morir a golpes. El repaso del caso por los pasajeros es breve: uno de los pibes se quebró y contó todo; la cana encontró una pulserita; estaba muy buena; andaba con medio mundo; se ve que estaba descontrolada; era muy trolita la pendeja.
Dos: “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo”. Así arranca un artículo/perfil de la chica que fue titulado en el diario Clarín del sábado como “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. El texto continúa con muchísimos datos de la presunta vida privada de la adolescente, haciendo eje en que “nunca trabajó”, “más de una vez se peleó en la casa y desapareció varios días”; “se levantaba todos los días al mediodía”; “iba a la plaza y se quedaba con amigos hasta la madrugada”; “se hizo cuatro piercings”; “le gustan las redes sociales, y tiene cinco perfiles de Facebook”; “nunca dice en qué anda”; “tiene amigos mayores”, entre otros, algunos aportados por familiares directos.
Tres: Desde el viernes, cuando el caso trascendió luego de 20 días y la búsqueda policial se tornó “seria”, los adjetivos calificativos sobre Melina fueron apareciendo y replicándose en las voces anónimas al compás de un abordaje periodístico (televisivo, radial y gráfico) que direccionó su interés en la conducta, la moral y los valores de la víctima. Todo eso, que andaba flotando aquí y allá, confluyó en la nota citada, donde alguien nos dice de manera contundente que “la vida de Melina no tiene rumbo”. Sin dudas, ni matices.
Cuatro: Entonces, como directa derivación, llega la palabra “trolita”. Se suma al rato “putita”. Y no se quiere quedar afuera “buscona”. En boca de uno, dos, tres, cientos, miles, de individuos que las vomitan con absoluta seguridad. Varones, mujeres. Todos atravesados, hechos, armados, construidos, pensados y diagramados desde el machismo. Puro, duro, y tan naturalizado, que sólo aguardaba la invitación cordial de la prensa para emerger y mostrar, una vez más, su prepotencia, virilidad y fortaleza.
Cinco: La prensa somos todos los que hacemos periodismo. Acá optamos por escribir, hablar, decir, sin careta alguna. Y hacemos, la mayoría, periodismo con salarios horribles, bajo condiciones penosas, seguramente con escaso margen para plantar ideas y conceptos que pretendan contribuir a tener una sociedad más tolerante, y por qué no igualitaria. Pero los resquicios para hacerlo están ahí, aun cuando el negocio pida alinear los mensajes (nuestros mensajes) con esos paradigmas que vienen de siglos.
Seis: A Melina, contó uno de los pibes detenidos, le propusieron tener sexo grupal. Ella no aceptó. Y dijo que no. Al decir que no, tuvo que enfrentarse solita al peor rostro del varón criado y enseñado para imponerse sobre la mujer. A ese que, cuando una mina le dice no, le tiemblan sus cimientos. Tiene miedo. No puede aceptar ese no. Menos cuando cerca hay otros como él, mirando, estudiando, midiendo y hasta calificando. Sí, la hombría puesta en juego. El no que arremete una vez. El no que sale nuevamente de las tripas de Melina, acorralada. El no valiente, a pesar de la indefensión. El no en nombre de otras como ella. No, no y no. Y el terror ante la trolita, la putita, la buscona, que nos dice no. Que se planta, ahí, entre machazos. Nada de fragilidad, mierda. ¿Cómo que no? No existe el no, ni para mí, ni para nosotros. Para vos no hay no. Para vos no hay posibilidad de no. Para vos hay un golpe, un insulto, otro golpe, y otro y otro y otro. ¿Entendés, puta? Vos decís no, y chau, morís. No podés estar, vivir, crecer, si nos decís que no. Se acabó.
Siete: Melina, la que usaba piercings. La que no trabajaba. La que había dejado la secundaria. La que tenía amigos de su edad, pero también mayores. La que dormía hasta el mediodía. La que era fanática de los boliches. La que tenía cinco perfiles en Facebook. La que nunca decía en qué andaba. La que, según nos contaron, no tenía rumbo. La que, sin tipearlo o verbalizarlo, rotularon como una putita que se buscó lo que le pasó. Pero a la que masacraron a golpes sencillamente por ser mujer y decir que no.
* Periodista de Diario Popular e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género en Argentina (RIPVGA)
Foto: Mario Sayes / Infojus Noticias
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