Por Emir Sader
Por cuarta vez consecutiva, el PT tiene que concurrir a una segunda vuelta para ganar las elecciones presidenciales en Brasil. Fue así con Lula en 2002 y 2006, con Dilma en 2010 y vuelve a ocurrir ahora. En todas las veces el candidato del PT llegó como líder, pero no logró obtener la mayoría absoluta en primera vuelta. Y en las cuatro veces los candidatos del PT se enfrentan a representantes del PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso, repitiendo la contraposición entre los logros de esos dos mandatos en los años 1990 y los ya tres mandatos del PT, desde 2003.
En esta misma campaña, en sus primeros meses, esa contraposición había ocupado el escenario electoral, con Dilma obteniendo clara ventaja sobre Aécio Neves, a punto de que se proyectaba su victoria en primera vuelta, cuando ocurrió el sospechoso accidente aéreo del 13 de agosto, que cambió la forma del enfrentamiento electoral. Marina Silva pasó a ocupar el polo opositor en la campaña, con una plataforma no menos neoliberal, hasta que su desgaste hizo que la derecha volviera a elegir a Neves como su candidato.
Lula dijo, antes de que saliera el resultado de la primera vuelta, que él prefiere una segunda vuelta, porque el enfrentamiento entre dos propuestas queda más claro, se fortalece la democracia, además de que el elegido lo hace con más apoyo. Siempre fue así desde 2002 y el PT siempre se fortaleció en la segunda vuelta.
Esta vez las condiciones parecen más complejas. En contra de Marina, además del clima emotivo del lanzamiento de su candidatura frente a una tragedia aérea, mientras se fortalecía su propuesta de una “nueva política” que superara la dicotomía PT-PSDB, la polarización disminuía las contradicciones, aun con un equipo y propuestas netamente neoliberales de parte de la ex líder ecologista. En la recta final, Marina se debilitó, una parte de sus votos volvió a Aécio Neves, invirtiéndose la situación entre ellos. La derecha claramente volvió a apostar por Neves.
El resultado de la primera vuelta sorprende por la recuperación del candidato del PSDB, que en las mismas encuestas se mantenía a una distancia más grande de Dilma. Su ofensiva final tuvo resultados, porque no sólo él creció, también Dilma disminuyó sus votos, mientras Marina mantuvo un caudal menor de sufragios, en tercer lugar,
La segunda vuelta, en tres semanas más, se presenta bastante más disputada de lo que se preveía. Difícil, pero menos que la que se había presentado cuando Marina parecía una candidata incontenible, con 10 puntos de ventaja sobre Dilma en la segunda vuelta, según las encuestas.
La diferencia en primera vuelta de Dilma sobre Aécio quedó alrededor del 8 por ciento, algo en torno de los 8 millones de votos, mientras que Marina, aun debilitándose, mantiene un 21 por ciento. Es cierto que los términos del enfrentamiento del PT con el PSDB son favorables a Dilma, con la comparación del gobierno de Cardoso con los gobiernos de Lula y Dilma. También suma en contra de Neves la sorprendente derrota que tuvo su candidato en su provincia, Minas Gerais, donde él fue gobernador, perdiendo ante un candidato del PT en primera vuelta.
La derecha cuenta con su candidato preferido, que puede valerse del monopolio de los medios de comunicación absolutamente a su favor. Cuenta además con la reelección, en primera vuelta, del gobernador de su partido en San Pablo, provincia de mayor peso electoral, donde el candidato del PT llegó en tercer lugar por primera vez para el PT en San Pablo, la provincia más grande del país y su núcleo más conservador, junto con la provincia de Paraná.
La búsqueda de los votos de Marina va a ser importante. Por una parte están los sectores muy cercanos al PSDB, expresados en la misma propuesta económica neoliberal. Por otro, sectores próximos al PT y, especialmente Marina, que puede preferir mantener su tesis de la “tercera vía” no apoyando a nadie, para preservarse para la candidatura en 2018.
Los brasileños se pronunciarán de aquí a tres semanas entre su pasado –el retorno a un gobierno muy cercano al de Cardoso– o su futuro –la continuidad y profundización de los gobiernos de Lula y Dilma—. La disputa está abierta.
Por cuarta vez consecutiva, el PT tiene que concurrir a una segunda vuelta para ganar las elecciones presidenciales en Brasil. Fue así con Lula en 2002 y 2006, con Dilma en 2010 y vuelve a ocurrir ahora. En todas las veces el candidato del PT llegó como líder, pero no logró obtener la mayoría absoluta en primera vuelta. Y en las cuatro veces los candidatos del PT se enfrentan a representantes del PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso, repitiendo la contraposición entre los logros de esos dos mandatos en los años 1990 y los ya tres mandatos del PT, desde 2003.
En esta misma campaña, en sus primeros meses, esa contraposición había ocupado el escenario electoral, con Dilma obteniendo clara ventaja sobre Aécio Neves, a punto de que se proyectaba su victoria en primera vuelta, cuando ocurrió el sospechoso accidente aéreo del 13 de agosto, que cambió la forma del enfrentamiento electoral. Marina Silva pasó a ocupar el polo opositor en la campaña, con una plataforma no menos neoliberal, hasta que su desgaste hizo que la derecha volviera a elegir a Neves como su candidato.
Lula dijo, antes de que saliera el resultado de la primera vuelta, que él prefiere una segunda vuelta, porque el enfrentamiento entre dos propuestas queda más claro, se fortalece la democracia, además de que el elegido lo hace con más apoyo. Siempre fue así desde 2002 y el PT siempre se fortaleció en la segunda vuelta.
Esta vez las condiciones parecen más complejas. En contra de Marina, además del clima emotivo del lanzamiento de su candidatura frente a una tragedia aérea, mientras se fortalecía su propuesta de una “nueva política” que superara la dicotomía PT-PSDB, la polarización disminuía las contradicciones, aun con un equipo y propuestas netamente neoliberales de parte de la ex líder ecologista. En la recta final, Marina se debilitó, una parte de sus votos volvió a Aécio Neves, invirtiéndose la situación entre ellos. La derecha claramente volvió a apostar por Neves.
El resultado de la primera vuelta sorprende por la recuperación del candidato del PSDB, que en las mismas encuestas se mantenía a una distancia más grande de Dilma. Su ofensiva final tuvo resultados, porque no sólo él creció, también Dilma disminuyó sus votos, mientras Marina mantuvo un caudal menor de sufragios, en tercer lugar,
La segunda vuelta, en tres semanas más, se presenta bastante más disputada de lo que se preveía. Difícil, pero menos que la que se había presentado cuando Marina parecía una candidata incontenible, con 10 puntos de ventaja sobre Dilma en la segunda vuelta, según las encuestas.
La diferencia en primera vuelta de Dilma sobre Aécio quedó alrededor del 8 por ciento, algo en torno de los 8 millones de votos, mientras que Marina, aun debilitándose, mantiene un 21 por ciento. Es cierto que los términos del enfrentamiento del PT con el PSDB son favorables a Dilma, con la comparación del gobierno de Cardoso con los gobiernos de Lula y Dilma. También suma en contra de Neves la sorprendente derrota que tuvo su candidato en su provincia, Minas Gerais, donde él fue gobernador, perdiendo ante un candidato del PT en primera vuelta.
La derecha cuenta con su candidato preferido, que puede valerse del monopolio de los medios de comunicación absolutamente a su favor. Cuenta además con la reelección, en primera vuelta, del gobernador de su partido en San Pablo, provincia de mayor peso electoral, donde el candidato del PT llegó en tercer lugar por primera vez para el PT en San Pablo, la provincia más grande del país y su núcleo más conservador, junto con la provincia de Paraná.
La búsqueda de los votos de Marina va a ser importante. Por una parte están los sectores muy cercanos al PSDB, expresados en la misma propuesta económica neoliberal. Por otro, sectores próximos al PT y, especialmente Marina, que puede preferir mantener su tesis de la “tercera vía” no apoyando a nadie, para preservarse para la candidatura en 2018.
Los brasileños se pronunciarán de aquí a tres semanas entre su pasado –el retorno a un gobierno muy cercano al de Cardoso– o su futuro –la continuidad y profundización de los gobiernos de Lula y Dilma—. La disputa está abierta.