«Murió Nicolás Casullo», titulaba Página/12 hace casi seis años, el 9 de Octubre de 2008. Seis años ya. Transcribimos a continuación el obituario de Página/12 y luego tres textos de Casullo. Para los que no estén familiarizados con el contexto de los mismos, señalamos que son tres notas aparecidas en este mismo diario en Mayo, Junio y Julio de 2008, el año de la famosa «125», del «conflicto» con «el campo». Traducido, una intentona de golpe de estado (técnicamente, un lockout agropecuario) orquestada por los dueños de la tierra en este país, como consecuencia de la pretensión, por parte del gobierno nacional, de aumentarles el pago de impuestos (que mayoritariamente no pagan ni pagaron jamás) bajo la forma de retenciones a las exportaciones agropecuarias.
Para quienes no sean ciudadanos argentinos, las jornadas del 2008 resultarán algo difíciles de entender. Cualquiera que haya vivido ese año en la Argentina sabe que el mismo constituyó un hecho fundante: estabas con el campo o estabas con el gobierno. Fue uno de esos eventos que caracterizan una época, una postura individual y colectiva. En las décadas que vengan, la pregunta obligada será: ¿y vos con quién estabas, papá? ¿A quién apoyaste vos, abuelito? En ese contexto, las notas de Nicolás Casullo para Página/12 traducen ese conflicto de época y constituyen el punto de partida para analizar el contexto ideológico que lo enmarcara.
Vayamos primero al obituario:
«Nicolás Casullo, que falleció hoy a los 64 años, fue artífice de una obra en la que se dedicó a repensar la función del lenguaje y las palabras además de desarrollar una crítica cultural que cuestionó los paradigmas dominantes de la sociedad contemporánea.
Militante de la palabra, intelectual ligado al reciente grupo Carta Abierta, que defendió los postulados del gobierno de Cristina Kirchner frente al conflicto con el campo, Casullo tuvo un compromiso social y político durante la época de los 70 que lo condujo al exilio. Un compromiso que prosiguió a su regreso al país siempre a través de la discusión, las clases y sus escritos.
En su ultimo libro «Las cuestiones» (2007), «Casullo aborda el tema de la violencia a partir de una carta del filósofo Oscar del Barco que golpeó mucho entre la intelectualidad porque planteaba el ‘no mataras’ como eje de la discusión, un tema que el retoma y desarrolla aún más», recordó hoy el filósofo José Pablo Feinmann.
Este investigador y académico, ganador del Premio Konex 2004 al Ensayo Filosófico, fue un defensor de lo que denominaba la «crítica de la sospecha» o la «crítica radical» encarnada por Jean-Jacques Rousseau, Karl Marx, Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche, György Lukács, Karl Kraus, Theodor Adorno, la Escuela de Frankfurt y gran parte del romanticismo.
Profesor titular e investigador en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Quilmes de las cátedras «Historia de las ideas modernas», e «Historia del arte»; Casullo dedicó gran parte de su obra a cuestionar las investigaciones académicas acotadas, rutinarias y seriales que, a su criterio, determinaban «la vejez de las antiguas posturas».
Sus numerosos ensayos están centrados en recuperar la memoria, historia y trayectoria de la lógica social, ideológica y política para reponer una crítica cultural que no sólo impulse estudios parciales, sino que cuestione los fundamentos de una sociedad contemporánea globalizada y trasnacionalizada.
Entre éstos se encuentran «Comunicación, la democracia difícil» de 1985; «El debate modernidad-posmodernidad», publicado en 1989; «Viena del 900, la remoción de lo moderno», editado en 1990; e «Itinerarios de la modernidad», de 1994.
También fue autor de los ensayos «París 68, las escrituras y el olvido» (1998); «Modernidad y cultura crítica» (1998); «Sobre la marcha: política y cultura en la Argentina» (2004); y «Pensar entre épocas» (2004).
Casullo -quien se desempeñó como Director de la Maestría de Comunicación y Cultura de la UBA y fue miembro de la Comisión de Doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales- dirigió la revista «Pensamiento de los Confines». Esta revista, lanzada en 1995, contó con la colaboración de amigos y colegas, entre otros, Alejandro Kauffman, Matías Bruera, Ricardo Forster, Héctor Schmucler, Oscar del Barco, Gregorio Kaminsky, Eduardo Gruner y Damián Tabarovsky.
Se trató de una publicación de pensamiento contestatario, que buscaba reponer una mirada crítica, profunda y radicalizada sobre la sociedad actual, que reunía, entre otros textos de Thomas Mann, Gilles Deleuze, Samuel Beckett, Franco Rella y Nicolás Rosa.
Este académico escribió en 1969 su primer novela, titulada «Para hacer el amor en los parques»; tras lo cual le siguieron otras dos; «El frutero de los ojos radiantes» en 1984 y «La cátedra», en 2000.
Quien fuera profesor de Estética, Historia de las Ideas e Historia del Arte en la UBA también apostó en sus trabajos a recuperar la escritura como momento de investigación y de iluminación.
Investigador incansable e inconformista, expresó en sus obras su rechazo y disgusto respecto de cómo se presenta y cómo se discute en la actualidad la condición social, histórica y humana.
Su espíritu inquieto, como lo calificó Feinmann, se extrañara en esas aulas universitarias que Casullo llenó de compromiso y conocimiento, una ausencia que se empezará a presentir desde hoy cuando sus alumnos concurran a la Biblioteca Nacional a despedir al querido maestro.»
Primer texto: Empecemos a discutir la derecha
Página/12, 27 de Mayo de 2008
Derecha. Herencia de los asambleístas de 1789 en París. Palabra que muy pocos se asumen cabalmente hoy. Definición que ha perdido lares ideológicos. ¿Dónde empezar a buscar la derecha? ¿En la oposición al Gobierno? Por cierto. ¿En la interna del justicialismo? Sin duda. ¿Cómo repensarla en sus formas actuales? A partir del lockout del agro se vuelve a discutir ahora el tema de la derecha política e ideológica, frente a la “nueva nación agraria como reserva moral de la nación”, según ciertos medios golpistas, evocantes de añejas “reservas morales de la patria”.
Dilema enredado y a examinar, cuando la derecha no pretende ser, hoy en la Argentina y en otros países, un partido desde sus antiguas prosapias, o que busque un nuevo traje que la delate. Tampoco una programática que aparezca “contra alguien en especial”. Más bien una adopción para todos, que se yergue y aduce la desintegración de “anacronismos” basados en las vetustas ideas de “conflicto” político, de “intereses opuestos enfrentados”, de “lucha social”. La derecha es, desde hace años, activa: de avanzada. Es una permanente operatoria cultural de alto despliegue sobre la ciudadanía, como comienza a evidenciarse en nuestro caso con el apoyo de importantes sectores “al campo”.
La derecha en Occidente constituye un armado modernizante desde una opinión pública mediática expandida diariamente. Configura el reacomodamiento de un tardo capitalismo, camino hacia otro estado de masas, incluidos amplios segmentos progresistas conservadurizados. Operatoria que busca plantear el fin de las ideologías, el fin de las disputas de clase, el fin de las derechas y las izquierdas, precisamente como premisas disolventes de todo sentido de conciencia sobre lo que realmente sucede con la historia que se pisa. No azarosamente, crece desde que el dominio económico tuvo que endurecer y dividir el planeta, desde los ’80, entre perdedores y ganadores netos.
Lo mediático es hoy su gran operador: el espíritu de época encarnado, diría Hegel. Derecha como Sociedad Cultural que nos cuenta el itinerario de los procesos. Que coloca los referentes y las figuras, y decide cómo encuadrar lo que se tiene que ver y lo que no se tiene que ver. La derecha, desde esta operatividad cultural, es la disolvencia de lugares y memorias. Es un relato estrábico, como política despolitizadora a golpes de primeros planos y títulos sobreimpresos.
Un buen ejemplo de esto podría ser Eduardo Buzzi, representante de la Federación Agraria, que concita en su discurso todos los signos de la desintegración de lo ideológico. Del agrietamiento de lo que antecede a una historia, y también de lo que la proyectaría hacia adelante. Se sitúa en una zona propicia de un discurso post-político, magmático. En un no lugar, que en realidad es “el lugar” propicio. Todo se vuelve equivalente, decible, posicionante. Ex militante del PC, miembro de la CTA, ha aportado, sin embargo, con su voz la argamasa política clave en su alianza con Miguens y Llambías, para situar a la oligarquía agraria en el pico de sus aspiraciones como nunca en los últimos 50 años, en tanto histórico conglomerado de poder. A su vez –paralelo a las cacerolas antipopulares de Barrio Norte pidiendo la caída del gobierno–, Buzzi llegó a solicitar nada menos que la reestatización de YPF, se arrodilló devoto frente a la virgen campestre de la nueva “patria agraria”, y demandó, junto a las rutas, imitar lo que hacía Evo Morales en Bolivia, el líder indígena jaqueado por la sojera Santa Cruz de la Sierra, socia ideológica de nuestro agro alzado repartiendo escarapelas “por otro ordenamiento” que respete dividendos.
Un vaudeville bajo lógica mediática que precisamente suele alcanzar lo que se propone: trasmitir “una realidad nacional” en capítulos, indiferenciada, incorporable a la experiencia plateística donde “todo es posible de darse”. Donde nada es definido ni reconocible, ni da cuenta de algún sentido mayor. Un armado de situaciones a componer y recomponer bajo matriz teleteatral, cuyo objetivo es construir protagonistas esporádicos (como presencias “legalizadas por la cámara”) de corte contrainstitucional y antiinstitucional. Pulverizar desde pantalla –entre comicio y comicio nacional– toda posibilidad de “calidad institucional”, de representación institucional dada, a partir de intereses afectados en alianza con medios de masas primos hermanos.
El mundo en estado de derecha
Hace tres décadas, y a raíz del rotundo empuje con que se expandió la estrategia de la revolución conservadora, el francés Pierre Dommergues planteó lo siguiente: “Los neoconservadores se proponen una revolución cultural que destrone el actual régimen de partidos y deje atrás a los referentes sociales de la izquierda democrática. La lucha se dará en el campo cultural y de massmedia para un tiempo de reordenamiento de mercado donde desaparezcan las variables de izquierda y derecha como paradigmas de orientación social, en pos de limitar a las demandas democráticas y a los Estados de corte social. Se ofrece, como sustitución, un liberal conservadurismo y un liberal modernismo, que más allá de sus divergencias coincidan en la voluntad de imponer una nueva repartición de la riqueza, disciplinar a la mano de obra, descalificar toda política que se resista a este disciplinamiento y establecer una nueva forma de consenso. Es una amplia operación de reestructuración cultural de gobernabilidad para correr a la sociedad en su conjunto hacia la derecha, a través de un Partido del Orden Democrático. Es una nueva sociedad de la información para un nuevo tiempo moral”. Sin duda estamos discutiendo el abrumador éxito de esta profunda estrategia cultural, que tres décadas atrás fue estudiada para entender no solo qué sería la sociedad conservadora, sino, sobre todo, cómo esa batalla en el plano de las interpretaciones –desde la derecha política en EE.UU. y hacia el orbe– significaba invisibilizar este propio proceso resimbolizador para una nueva edad del sistema.
La revolución conservadora significó la permanente constitución de un nuevo sentido común, a partir de una inédita capacidad tecnoinformativa para generar estados de masas. Un fenómeno creciente y a la vista, que en 1989 le hizo decir al socialista Norberto Bobbio “A medida que las decisiones resultan cada vez de orden técnico mediático y cada vez menos políticas, ¿no es contradictorio pedir cada vez más democracia en una sociedad cada vez más tecnificada y privatizada en sus enunciaciones?”.
No se está por lo tanto frente a una conspiración imperialista. Ni frente a una entelequia de la CIA. Asistimos sí a una edad civilizatoria de éxito tecno-cultural de los poderes –de las derechas– sobre los desechos de una histórica izquierda que había predominado como conciencia mayoritaria de masas para la edad “del progreso social y de los pueblos” entre 1945 y 1980. Discutir la derecha en nuestro país es entonces debatir, en principio, no un partido ni una figura. Es desollar una cultura que se fue desplegando, supuestamente “fuera de la política”: en lo indiscernible de las posiciones. En cómo me compro una remera o miro al otro. Cultura común y silvestre, que recién se activa políticamente cuando las circunstancias de los dominios societales lo creen necesario. Puede ser con una nueva ley contra inmigrantes de la Unión Europea. O con la calidad de presunto terrorista a ser desaparecido en cualquier parte de USA. O con los millones de sin trabajo, sin papeles, sin escolaridad, que registran como abstractos “ciudadanos votantes” y se resisten a las falsas mesas “del consenso”. Sujetos que precisarían de una “salvación moral” a cargo de las clases pudientes que los rescate de ser acarreados como ganado. Cultura de derecha, que hospeda a las políticas de derecha.
La genética del mercado
Comenzar a explorar la derecha no es, en principio, fijar demasiada atención en Carrió, Macri, Reutemann, López Murphy o Scioli. Se trata, preferentemente, de visitar, antes, las maternidades de la criatura: nuestro diálogo cotidiano y familiar con el mundo de sus obstetras. Activar lo audiovisual hegemónico y de mayor audiencia. ¿Qué nos cuenta esa criatura? Veamos.
La historia: será siempre, por sobre todo, el hallazgo individual. El caso. Los antípodas de las masas como historia. La pobreza: una latente amenaza delictiva, un paisaje de miseria inalterable como tipología geográfica de “lo malo” en la ciudad. La cultura ajena al espectador. El hambre: algo que ya no tendría ideología ni biografía social, un ícono suelto en la vidriera para cualquier retórica del espinel político.
Lo policial: lo que debería incorporarse idealmente, como ortopedia, al núcleo familiar protegido. Un policía al lado mío. El Estado regulador, interventor, recaudador: un espacio ineficiente (ilegitimado), que “gasta mi dinero” y corrupto (por político). La política: un descrédito en manos de zánganos que podría existir como no existir para lo que hace falta. La nota policial: en tanto amedrentación y reclamo de seguridad, pasa a ser el verdadero estado social de la vieja política a cancelar. Lo que escapa a la “Ley y concordia” del mercado. Lo comunitario: una utopía solitaria entre yo, el negocio y “mi bolsillo” (tenga 100 pesos o mil hectáreas adentro). Lo nacional: un espacio a-histórico, siempre al borde del caos que sólo victimiza. Con habitantes nunca representados por nadie, solo por el foco de la cámara, y donde la única noticia es que la política ya ha fallado, siempre, antes de empezar. La nueva comunidad pos-solidaria es ahora una sociedad en tanto arquitectura de servicios que “me debe servir” con la eficiencia modélica de lo privado selecto. Ya no soy parte de la memoria de lo público, de los hospitales sociales y universidades políticas hoy en crisis, sino que me trasvestí en un cliente exigente del otro lado del mostrador. La libertad: el simple pasaje desde el “libre consumidor” al “libre sufragista” sin identidad, alabado por sin partido, por vaciado en cada elección, a punto de comprar algo “genuinamente” entrando al escaparate del cuarto oscuro. La gente: un “yo” sublimado, absuelto en tanto construcción narrativa. Una unidad personal “auténtica”, que representa un muchos en tanto estos muchos no se constituyan en otro tipo de “yo” (como sujeto político identificado), y permanezca como infinita clase media de “empleados” por el capitalismo, en una competitiva y ansiada igualdad de explotados. Lo sindical, lo popular, los desocupados: una realidad indiscernible de hombres de a “grupos”. Algo que debe vivir a distancia de mi vida y que “el Estado no atiende”. Seres organizados para algo que nunca se sabe. Imagen mítica en pantalla con palos y pasamontañas. No blancos, peligrosos en conjunto, dirigidos por vagos, punteros, jefes de barriadas y líderes pagados. Un otro cultural y existencial que como nunca, en la Argentina de la plenitud informativa y formativa, ha alcanzado casi el apogeo de una lucha cultural de clases de lo gorila sobre lo peronista, como un racismo no disimulado sobre lo popular, gremial y piquetero: universo de la negatividad política, del voto subnormal y de politizados a propinas.
Sobre este tablero mediático hegemónico, la nueva derecha, hoy como semilla de república agroconservadora, juega siempre de local. El trabajo del sentido común, de ver el mundo, le viene ya dado. Y desde ahí aspira ahora a convertirse en bloque social histórico, desde sus núcleos de neorrentistas, nuevos arrendatarios y bisoños inversionistas especuladores que le amplían sin duda el campo cultural de ciudadanía.
Segundo texto: La política en manos de la oposición mediática
Página/12, 21 de Junio de 2008
Se habita un tiempo donde lo mediático roba casi todo lo real de la realidad. La carencia de ideas y programáticas de una oposición política no constituida definidamente, provoca que esta ausencia haya sido reemplazada, cooptada, tal vez casi de manera definitiva, por la lógica de la información de masas (movilero, locutor, entrevistador, periodista analista). Una lógica mucho más eficaz, y con sello de época, en la trama de la sociedad, donde los medios en su “no hacer política” hacen la sustancial política diaria que confirmaría la imprescindible muerte de la política, dejada atrás como lo zángano y corrupto en la vida de los argentinos.
Una lógica periodística del slogan, de la frase compactadora, del título fuerte, del copete “síntesis”, del dato gancho, del impacto efectista, del hallazgo ocurrente, del reduccionismo de corte publicitario “en tres palabras”. Una lógica de la trasmisión diaria en cadena de todos los informativos. Una lógica mediática bandolera, cuyo oficio totalizante ha devenido desvalijar los hechos centrales, quitar del medio los sentidos que importarían ver debajo de la hojarasca, sustraer los significados. Cumplir entonces puntillosamente el repertorio conservador, reactivo y antipolítico del statu quo permanente, mientras se almuerza con Mirtha Legrand: un sentido común esparcido, siempre logrado, que el dominio entre bambalinas del país y las apetencias del mercado capitalista necesitan para explicar el mundo. Todo se “compra”, todo se “vende”. Por lo tanto lo único cierto es “el mercado”. La mercancía informativa expone un supuesto mundo a su imagen y semejanza, como lógica que rotula y marca tecno-masivamente a la ciudadanía.
Ejemplo uno de atraco mediático. La Presidenta dijo en la Plaza: “desde una corporación, cuatro personas a las que nadie votó, a las que nadie eligió, se reunían, deliberaban, decidían y comunicaban al resto de los argentinos quién podía andar por las rutas del país y quién no”, significando que ningún sector o instancia civil puede asumirse ese poder, salvo el Estado y el gobierno elegido por voto, que puede plantearse esa acción interruptora bajo conmoción o conflicto grave interno y externo, o en circunstancias excepcionales de un orden amenazado. Los grandes medios gráficos, radiales e informativos concentrados, transformaron sin embargo inmediatamente esa frase sobre los representantes del agro, en: “cuatro personas a las que nadie votó”, como si la Presidenta ignorase algo que sabe hasta el menos avezado de los ciudadanos: que efectivamente fueron votados, gremialmente, para gobernar las normales tareas de cada asociación. Pues bien, sobre esa falacia extrema de poda mediática, se montó el mayor sintagma explicativo de las últimas 72 horas para recalentar las aguas del conflicto.
Ejemplo dos de sustracción mediática. Durante estos cien días y pico de dura protesta que planteó el lockout agrario, un acontecimiento extraordinario superó al resto de las noticias, de los datos, cifras, diferencias y voces. Y ese suceso fue el corte de rutas o tractorazos permanentes que asolaron el país, lo desabastecieron de alimentos, suministros y libre paso de la gente, hasta alcanzar grados de caos y de sociedad “en abismo”. Pues bien, en todo este lapso no hubo ni varios programas, ni los necesarios, ni un solo programa (desde los medios de masas más concentrados y de buena audiencia) que se haya dedicado exclusiva y totalmente a tratar, señalar, reflexionar y condenar con pelos, argumentos, señales, voces y comentaristas esta producción reaccionaria sobre la escena nacional: el país cautivo por los “buenazos mateadores” de las banquinas. Por el contrario, el accionar mediático provocó una inmensa platea social, para la cual ese dato vertebral y nocivo a una institucionalidad democrática con su régimen de partidos, fue absolutamente naturalizado, neutralizado, aceptado, velado en los reales sentidos que portaba de violencia, autoritarismo y brutalidad anticomunitaria.
Qué te digo cuando te digo
Tanto uno como otro ejemplo de manipulación mediática (entre otros) que involucran nada menos que la palabra presidencial y la operatoria anticiudadana mayor de estos tres meses, grafican claramente el estado mental y de conciencia de gran parte de los argentinos, en cuanto a saber de qué se tratan las cosas, que está sucediendo en su país, qué está en juego en los desacuerdos, y qué representan los diversos actores de la escena.
Puede decirse entonces, como perspectiva de comprensión de la crisis nacional, que la posibilidad de avance hoy de un gobierno democrático institucional (que se autoidentifique con amplios sectores populares sufriendo distintos grados de injusticia y postergación de sus derechos sociales) pasa también y de manera cada vez más acuciante por una instancia de desmontar diariamente un orden que cuenta las cosas (para la probabilidad de modificar tales cosas).
Una contienda que sin duda no remite a ninguna Secretaría de Cultura ni a un Ministerio de ciencia pensado casi exclusivamente para la tecnoindustria, sino que remite a la pura política actuando culturalmente, en estado de constante actualización de sus concepciones de masas, hacia las masas y con las masas. Teniendo en cuenta que la disputa neurálgica en nuestra democracia –en un mundo como el actual bajo dinámica transcultural de derecha– es quebrar constantemente disposiciones interpretativas dominantes. Querellar un orden de los imaginarios en cada coyuntura. Expropiar dimensiones simbólicas de masas educadas y formadas por los propios adn del sistema de alienación en su edad audiovisual expandida. Compenetrarse del clásico, y para algunos superado, tema de las ideologías y de las clases sociales, tal cual enseñaban los libros marxistas tan vendidos en la calle Corrientes años atrás.
En la Argentina de estos días se evidencia que el debate por los significados es una lucha comunicacional de masas donde se juega suerte y destino de cada política. Algo similar sucede en América latina. La época democrático popular y todas las izquierdas necesitan un nuevo ensayismo de análisis y de masas cotidiano, que amalgame herencia de sociólogos, de periodistas, de nietos de Jauretche, de intelectuales y cuadros políticos que digan y disputen palmo a palmo conciencias ciudadanas demasiado golpeadas y desorientadas en la última década. Desenredar a las palabras del astuto pastiche mediático de cada jornada. Tratar de llevarlas a un sitio donde les dé de vuelta el aire y las refresque.
Hoy esas palabras, y las definiciones que componen, no muestran. Esconden. Cuando en la “gran radio y la gran TV” se dice tan ecuménicamente “dialogar” se está diciendo en realidad quitar las retenciones. Y cuando se dice pastoralmente “pacificar”, o “buscar la unión de todos los argentinos”, se dice también y solamente quitar las retenciones. Y cuando se hace referencia a un Parlamento con mayoría oficialista por una cuestión de votos, se dice “escribanía para la firma”, “mano de yeso”, o se postula como nueva “calidad democrática” una increíble cámara de legisladores desagregada en “cientos de posturas” cada una por su lado como “las miles de historia de la ciudad de San Francisco” protagonizada por Karl Malden en los ’70.
La “objetividad” mediática
Los medios de comunicación imponen su bestial “diagrama institucional” bajo una horma de mercado que hoy reina soberana. Implantan su matriz de acuerdo a la programación emisora, su valor de lo que sería democracia, la virtud de un votante apolítico que en realidad no debe saber ni siquiera a quiénes elige cuando elige, porque debería votar átomos “libres” de compromisos partidarios. En esa misma dimensión mediática y formativa del espíritu (como dirían los idealistas alemanes del XIX) se organiza un mensaje a repetición con muy pocas variaciones: los gobernadores e intendentes que estructuran la política son todos “rehenes o secuaces de la chequera”, las concentraciones populares son “mercenarios a cincuenta o cien pesos por cabeza”, el Estado de nuestra democracia “una máquina que le está metiendo las manos en los bolsillos a usted señor oyente todos los días”, la adhesión de Hebe de Bonafini a Cristina Fernández “cinco palos puestos sobre la mesa”, y la Presidenta “una secretaria de Kirchner”.
Se asiste diariamente a la desmembración ideológica de lo democrático desde la absoluta irresponsabilidad de los dueños del mensaje, una suerte de aquelarre mediático disolvente de todo valor, y donde no existe propuesta alternativa ni referente ni el menor asombro ante cualquier cosa: estadio societal plausible de ser simbolizado con la pregunta con que Marcelo Bonelli inicia su entrevista con Elisa Carrió la semana pasada en A dos voces de TN: “¿Y doctora, el Gobierno sigue robando?”. O el comentario de un periodista de Radio Mitre a la tarde, Marcelo Moreno, que luego de una entrevista que me hace un programa, de escuchar mis reflexiones críticas al agro, y de cortar la comunicación, cerró el reportaje diciendo al aire: “cuando escucho a este tipo de intelectuales tengo ganas de vomitar”.
Es indudable que en el campo de la contienda política por el significado de los hechos, y sus consecuencias, es donde el Gobierno viene perdiendo terreno en manos de un poder que desgasta, desvaloriza, deslegitima, sin dar cuenta de sus emisiones y sin que nadie le pida cuentas políticas de sus responsabilidades e intereses en los marcos del conflicto. Más allá de sus errores, que los tiene abundantes en la crisis del agro, ése es el dato del presente democrático argentino: si el Gobierno no asume este desafío con el despliegue de todos sus recursos humanos, su proyecto democrático carece de la consistencia persuasiva que la época exige.
Tercer texto: La carta robada
Página/12, 13 de Julio de 2008
1. Las cartas han vuelto a escribirse parece. Varios grupos las han redactado con dispar suerte en el recrudecimiento del debate y el conflicto político. Buscan ser leídas, vistas. Pero voy a plantear un contracaso.
En el cuento “La carta robada” de Poe, lo más intrincado de percibir es lo que nunca dejó de estar delante de los ojos de todos. Una carta. El lugar de la carta en realidad debía saltar de inmediato a la vista, siempre que se pensase contra las políticas explicativas que desorientaban la mirada sobre su paradero. Políticas explicativas digo: mundos discursivos que escondían la carta, y lograban –como dice Dupin, el protagonista– que lo más expuesto sin embargo “escapase a la observación por demasiado evidente”. Pero la carta siempre estuvo ahí. Desde el principio de esa historia. En el tarjetero sobre la repisa de la chimenea. La narración del propio pesquisa borraba la visibilidad de ese hecho esencial.
El actual problema sojero fogoneado desde una intrincada información diaria que hace gala de números, toneladas, curvas gráficas, hectáreas y porcentajes, terminó siendo también una política discursiva desorientadora (por cierto para una escena argentina inesperada, nueva, a repensar profundamente). “La tonelada” es la voz política que impera, siempre con ese “peso de las cifras concretas” y corporativas, para esconder la carta, perdón, para esconder lo que en realidad está en juego en la política nacional. Para no ver la carta. Para seguir despolitizando la política, la memoria, las secuencias, el fondo del país actual, su pasado próximo.
En definitiva: la carta tachada, bastante invisible hoy sobre el estante nos puede permitir pensar qué relación entre política, Estado y destino comunitario. Muy pocos señalan este lugar de las políticas, hoy en disputa. Ese lugar de lo político como conflicto pleno, actuante ahora y escamoteado de la vista por el grueso de los mundos partidarios, y sobre todo por periodistas y comunicadores. No obstante que los trazos de la carta, perdón, de nuestra historia, son bien cercanos. Siguen intactos en esa repisa que no se mira.
2. Sobre el actual y prolongado dilema que disparan los distintos empresariados agrarios, se cuece como otras veces antes (1945, 1955, 1958, 1962, 1966, 1973, 1976, 1989, 2003) la lucha entre un establishment empresarial liberal, predominantemente agroexportador, especulativo rentista, dueño “testamentario” de la nación-negocio, falazmente democrático, contra las debilidades y contradicciones de proyectos reformistas de justicia social, de Estados obligados progresivamente a profundizar lo nacional, y con distintos apoyos de votos populares. Los tiempos y sujetos sociales permanecen o mutan poco o mucho. Pero la clave de bóveda, el objeto de la búsqueda, persiste con esas biografías y sus metamorfosis.
En el caso más reciente de nuestra crónica, la carta a ubicar, que no se ve, siempre estuvo ahí, en el estante: desde el 2000. Como dice el cuento de Poe, “quizás el misterio es demasiado sencillo” y entonces se olvidan sus rastros: “escapan a la observación por demasiado evidentes”.
3. Pienso en el inicio de la Argentina siglo XXI: crecimiento de la miseria, poderes históricos confundidos, dominaciones económicas con sus bancos en Miami, partidos tumorales, estrategias mediáticas, crisis y penuria estatal, desventuras de la democracia de un tiempo próximo. Pero una muy amplia sociedad favorecida y gestora de opinión pública desemboca del modelo del menemato justicialista en el 2001, no queriendo salir del mismo. Esta carta está ahí, aunque “no se la ve”.
La sociedad termina aquel tiempo de la mano de una Alianza comandada por el radicalismo que concluyó en desgobierno, corrupción, 31 asesinados en manos de las fuerzas represivas, y un frepasismo aliado que había congregado un neoprogresismo que inauguró: a) la video política gobernando la “nueva política”. Videofaena que premia, estelariza, castiga y borra referentes: esto es, que “reinstitucionaliza” y dirige la actividad política; b) un progresismo que ya no disputa lo social obrero popular, el peronismo, como lo había hecho la izquierda (peronista o no) desde 1956 a 1975; c) una identidad testimonial de “ciudadanos votantes” con argumentos mediáticos morales contra las formas antidemocráticas del populismo en tanto cultura leída como casi “anti-institucional”.
En 1999 el electorado había votado entre un centroderecha radical y un centroderecha duhaldista, ambos bien dispuestos con el libre mercado, con el desguace, con el indulto y con una progresía convencida en la necesaria separación entre “el viejo ser social” (demasiado complicado), un Estado (simple gestor) y una “calidad democrática” a reconquistar por exclusiva virtud salvacionista burguesa. ¿Qué se abre en el 2002 con el fracaso de ese bello proyecto? Digo: ¿dónde está la carta?
Una protesta hegemonizada por ahorristas de dólares, arteramente expropiados por el capitalismo como hecho inédito. Un tiempo de asambleas que, como escribí en enero de aquel año en este diario, significó la gran salida (primera) de una derecha capitalina más bien cerril, antipolítica, a las calles. Bronca muy mal entendida por una izquierda intelectual que no escuchó jamás el final silencioso de la famosa frase “que se vayan todos” (los que arruinaron el modelo de los ’90), más restos de frepasistas culposos, y una izquierda trotzkista que leyó en los “soviets de Almagro” un Argentinazo capitalino como si fuese un Cordobazo bis (y no todo lo contrario), pero que afortunadamente con sus mociones a votar sirvió para desalentar el 70 por ciento de esas asambleas de “la gente” más camiones de exteriores de poderosos canales privados. Mientras tanto las izquierdas sociales, gremiales, no quisieron o no pudieron volver a entender “ese país” conservadurizado y activo en las calles de las urbes.
4. ¿Y esta carta en la repisa de la chimenea? ¿Quién la está viendo? Año 2002. Grupos de presión, lobbies sobre el Ministerio de Economía, menemato escondido en Internet, mesas duhaldistas-eclesiásticas “concertadoras”, poderes internacionales y militares activos, y chacareros reutemanistas. Todos piensan una salida para ese país-negocio arruinado, país de millones de nuevos miserables piqueteros. Se piensan candidatos. En primer lugar el Duhalde posmenemista que asume el gobierno en pleno crac y renuncia a la opción. Luego el menemista De la Sota que cae en las encuestas y se le suelta la mano. Hasta que llega “el candidato de todos” según la gran prensa del establishment: Carlos Reutemann. Mucho más confiable que la derecha folklórica de Rodríguez Saá, y por encima del mayor referente de la derecha radical, López Murphy. El panorama es un 75 por ciento de oferta electoral de centro hacia una derecha lisa y llana. Parado al lado de este museo de cera, de esta ruina del consenso de Wa-shington, un Kirchner ignoto cinchando con el aparato del peronismo bonaerense que le prestan por dos meses: inicialmente menemista (luego crítico), un santacruceño privilegiado por la privatización energética, y que no había tenido, como político, intervención en ninguna cuestión ni ideario nacional relevante.
Pero además otro dato: el que triunfa primero, como salida de la era de vergüenza menemista, de la bárbara ley de mercado, del Estado vaciado, de la Argentina a precio de costo, del fin de las fraternidades, es Menem. Recién después Kirchner resulta el increíble presidente del 22 por ciento, desafiado hasta por un periodista de La Nación, Claudio Escribano, que en realidad con su “petitorio de advertencia” contra políticas de derechos humanos, contra el juicio a genocidas, contra todo latinoamericanismo popular, a favor de la Corte de Justicia menemista y por una severa seguridad social represiva, no sólo asienta el golpismo antes de la propia instalación del gobierno (a la manera de Aramburu y Rojas en 1958), sino que se precia vocero de ese país de los últimos tres lustros obscenos: con sectores importantes de una población conservadora, frente al largo silencio de otra mayoría social esquilmada (y diferente a la criada en los pastizales del neoliberalismo).
5. ¿Quién ve esta carta sobre la repisa, vivita y coleando? Es en este punto neurálgico donde los diversos progresismos, deben poder leer ahora dicha carta. Entender el significado de estos cinco años de gobierno que elevan al kirchnerismo al 45 por ciento del electorado, en relación a aquella Argentina 2003 descripta entre el patético festín de las derechas y un progresismo abdicador, políticamente no popular como sensibilidad “ética” de clase media.
Las contradicciones, acuerdos y socios cuestionables con el establishment son datos hoy menores de un kirchnerismo, comparado al decisivo hecho de haber regresado luego de 30 años a un Estado democrático protagónico con sus políticas actuantes y autónomas, frente a la vieja “normalidad” de la jefatura de los lobbies económicos, mediáticos, eclesiásticos, jurídicos, militares y culturales que siempre mandan (fin de un Estado como alfombra roja para tales patrones del país, alfombra como hoy lo representaría todo el espectro de partidos políticos opositores, sin excepción, incluida por cierto la sempiterna derecha peronista).
Ese 45 por ciento de votos fue la reaparición, en concreto, de la posibilidad de instalar base política para un Estado nacional modificador y democrático cierto, priorizador de la justicia social, centrado en los derechos humanos, sin claudicar frente a las bestiales campañas mediáticas de descrédito, con preocupación redistributiva de la renta, integrador del marginado, al que hay que presionar para que genere y profundice mucho más variables de reforma social y recuperación de lo nacional, frente a las claras y cada vez más evidentes políticas desestabilizadoras del conservadurismo neoliberal de la pura avidez capitalista, que ve en la conducta de la Casa Rosada “el zurdismo de los setenta montoneros” con “actualizaciones chavistas”.
La carta está entonces sobre la chimenea. ¿Se la ve? Una carta que dice de dónde se viene recientemente. Tan reciente, que esa derecha que no pudo y lo tenía todos servido en el 2003, es la que persiste hoy contra “la soberbia”, “el autoritarismo” y “la terquedad” del “oficialismo”, desde un bloque bien conocido: Duhalde, Reutemann, De la Sota, Rodríguez Saá, Barrionuevo, el empresariado agrario, la Iglesia, el radicalismo del 2001, y la moralina elitista y antipolítica del cualunquismo de Carrió. La carta –robada a los ojos, a la conciencia– es la historia que vale contar, nos dice el gran Edgard Allan Poe. En nuestro caso, si no se la ve, no se entiende lo que está pasando en otro momento crucial de la Argentina.
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