SAN PABLO.- El proyecto autoritario capitaneado por el Partido de los Trabajadores (PT) y liderado por Luis Inacio Lula da Silva, su dirigente único e incontestable, ganó ayer su cuarta elección presidencial consecutiva en Brasil.
Con su peculiar estilo de hacer política, Lula dejó un rastro de destrucción en todo lugar por donde pasó. En el sindicalismo, terminó sofocando el ascenso de auténticos liderazgos: o se sometían a sus órdenes o serían destruidos. Este método fue utilizado contra adversarios del mundo sindical y también contra quienes se sometieron a su juego en la Central Única de los Trabajadores (CUT). El objetivo era impedir que florecieran líderes independientes de su voluntad personal. Todos los líderes de la CUT terminaron aceptando la jefatura de Lula para sobrevivir en el mundo sindical.
En el PT, después de tres décadas, no hay ningún cuadro político que pueda transformarse en referente de los petistas. Todos aquellos que se opusieron al dominio de Lula tuvieron que irse del partido o aceptar funciones subalternas.
Lula humilló a diversos líderes históricos del PT. Cuando comenzó el proceso para elegir candidatos sin consulta alguna con la dirección partidaria, los llamados «postes», convirtió su partido en un instrumento de su voluntad personal, imperial, absolutista. No era un medio para renovar la dirigencia. Era una estrategia para impedir que otros líderes cobrasen vida propia, algo para él inadmisible. Los «postes» fueron un fracaso administrativo, como el alcalde de San Pablo, Fernando Haddad. Pero el mayor símbolo de la inoperancia de los postes es la presidenta Dilma Rousseff. En términos de crecimiento económico, su gobierno es el tercero entre los peores de la historia republicana de Brasil, sólo superado por el de Floriano Peixoto (1891-1894) y el de Fernando Collor (1990-1992). No dejó una marca positiva en ningún sector. Paralizó el país. Corrompió aún más la gestión pública, con ministros recomendados por partidos de su base legislativa y aceptados por ella, muchos de los cuales están acusados de graves irregularidades. No logró viabilizar ningún programa de gobierno y desaceleró el crecimiento económico por su absoluta incompetencia para la gestión.
¿Cómo explicar entonces la importancia de Lula en la política contemporánea de Brasil? La pobreza de la política brasileña le dio a Lula un protagonismo que nunca mereció. Importantes líderes políticos optaron por la supervivencia o la colaboración discreta, sin el coraje para enfrentarlo. Sus aliados recibieron generosas compensaciones. Sus opositores, en su mayoría, buscaron algún tipo de acuerdo, evitando a toda costa un enfrentamiento. De esa forma, fueron diluyendo las contradicciones y destruyendo el mundo de la política.
A diferencia de 2006 y 2010, el PT está debilitado. Dilma es la candidata que llegó con menos cantidad de votos a la segunda vuelta desde las elecciones de 1994. Esto explica la violencia de la campaña, la más sucia de la historia republicana de Brasil. El PT hizo uso y abuso de la injuria, la calumnia y la difamación para destruir a sus adversarios. Si la oposición hubiera logrado enfrentar y vencer todos esos obstáculos, no la habría tenido fácil cuando hubiera asumido el gobierno y se hubiera encontrado con la maquinaria del Estado subcontrolada por el partido derrotado en las urnas. Esas decenas de miles de militantes, de ser necesario, estarían dispuestos a generar todo tipo de dificultades para la implementación del programa de gobierno.
No hay que olvidar el centralismo petista. No hay que olvidar que el petismo es el leninismo tropical. Una derrota en la elección presidencial podría haber generado una ruptura en el seno del PT. Al fin y al cabo, el papel de Lula como líder genial siempre estuvo ligado a triunfos y a su control sobre el aparato del Estado. Una derrota del PT habría significado una victoria del Estado de derecho. Pero ahora, con la victoria del PT, tendremos un período de turbulencia política y económica con repercusiones directas en los países del Mercosur.
El autor es historiador, autor del libro Década perdida. Diez años del PT en el poder
Traducción de Jaime Arrambide.
Con su peculiar estilo de hacer política, Lula dejó un rastro de destrucción en todo lugar por donde pasó. En el sindicalismo, terminó sofocando el ascenso de auténticos liderazgos: o se sometían a sus órdenes o serían destruidos. Este método fue utilizado contra adversarios del mundo sindical y también contra quienes se sometieron a su juego en la Central Única de los Trabajadores (CUT). El objetivo era impedir que florecieran líderes independientes de su voluntad personal. Todos los líderes de la CUT terminaron aceptando la jefatura de Lula para sobrevivir en el mundo sindical.
En el PT, después de tres décadas, no hay ningún cuadro político que pueda transformarse en referente de los petistas. Todos aquellos que se opusieron al dominio de Lula tuvieron que irse del partido o aceptar funciones subalternas.
Lula humilló a diversos líderes históricos del PT. Cuando comenzó el proceso para elegir candidatos sin consulta alguna con la dirección partidaria, los llamados «postes», convirtió su partido en un instrumento de su voluntad personal, imperial, absolutista. No era un medio para renovar la dirigencia. Era una estrategia para impedir que otros líderes cobrasen vida propia, algo para él inadmisible. Los «postes» fueron un fracaso administrativo, como el alcalde de San Pablo, Fernando Haddad. Pero el mayor símbolo de la inoperancia de los postes es la presidenta Dilma Rousseff. En términos de crecimiento económico, su gobierno es el tercero entre los peores de la historia republicana de Brasil, sólo superado por el de Floriano Peixoto (1891-1894) y el de Fernando Collor (1990-1992). No dejó una marca positiva en ningún sector. Paralizó el país. Corrompió aún más la gestión pública, con ministros recomendados por partidos de su base legislativa y aceptados por ella, muchos de los cuales están acusados de graves irregularidades. No logró viabilizar ningún programa de gobierno y desaceleró el crecimiento económico por su absoluta incompetencia para la gestión.
¿Cómo explicar entonces la importancia de Lula en la política contemporánea de Brasil? La pobreza de la política brasileña le dio a Lula un protagonismo que nunca mereció. Importantes líderes políticos optaron por la supervivencia o la colaboración discreta, sin el coraje para enfrentarlo. Sus aliados recibieron generosas compensaciones. Sus opositores, en su mayoría, buscaron algún tipo de acuerdo, evitando a toda costa un enfrentamiento. De esa forma, fueron diluyendo las contradicciones y destruyendo el mundo de la política.
A diferencia de 2006 y 2010, el PT está debilitado. Dilma es la candidata que llegó con menos cantidad de votos a la segunda vuelta desde las elecciones de 1994. Esto explica la violencia de la campaña, la más sucia de la historia republicana de Brasil. El PT hizo uso y abuso de la injuria, la calumnia y la difamación para destruir a sus adversarios. Si la oposición hubiera logrado enfrentar y vencer todos esos obstáculos, no la habría tenido fácil cuando hubiera asumido el gobierno y se hubiera encontrado con la maquinaria del Estado subcontrolada por el partido derrotado en las urnas. Esas decenas de miles de militantes, de ser necesario, estarían dispuestos a generar todo tipo de dificultades para la implementación del programa de gobierno.
No hay que olvidar el centralismo petista. No hay que olvidar que el petismo es el leninismo tropical. Una derrota en la elección presidencial podría haber generado una ruptura en el seno del PT. Al fin y al cabo, el papel de Lula como líder genial siempre estuvo ligado a triunfos y a su control sobre el aparato del Estado. Una derrota del PT habría significado una victoria del Estado de derecho. Pero ahora, con la victoria del PT, tendremos un período de turbulencia política y económica con repercusiones directas en los países del Mercosur.
El autor es historiador, autor del libro Década perdida. Diez años del PT en el poder
Traducción de Jaime Arrambide.