El domingo Dilma Rousseff fue re-elegida con el 51,6% de los votos, superando apenas por 3 puntos a su rival del conservador Partido de la Socialdemocracia Brasileña, el empresario Aecio Neves. El mismo día, Tabaré Vázquez, del partido que ocupa actualmente la presidencia uruguaya, obtuvo el 47% de los votos frente al 31% de Luis Lacalle Pou -del conservador Partido Nacional- y tendrán que dirimir en ballotage quién va a suceder a Mujica. Más allá del resultado final, Tabaré Vázquez representa, en sí mismo, un giro conservador en la política uruguaya. En diciembre de 2013, Michelle Bachelet accedió en el ballotage a su segundo mandato como presidenta de Chile, prometiendo más y mejores reformas. Su primer mandato fue entre 2006 y 2010, año en el que el candidato de la Concertación para sucederla, Eduardo Frei, perdió a manos de Sebastián Piñera, un poderoso empresario.
Hace apenas unas semanas Evo Morales fue re-elegido presidente de Bolivia por segunda vez consecutiva con el 61% de los votos. Samuel Doria Medina, de profesión empresario, quedó en un muy lejano segundo lugar con el 24% de los votos. Hace más tiempo, en febrero de 2013, Rafael Correa fue elegido presidente por tercera vez con el 57,17% de los votos, frente al 22,7% del banquero Guillermo Lasso.
Los tres países del primer párrafo constituyen, según los esfuerzos de la ciencia política por caracterizar el fenómeno de la ‘nueva izquierda latinoamericana’, el grupo de los “moderados”. Los del segundo párrafo, en cambio, son los “radicales”. La etiqueta de la nueva izquierda fue lo que encontró la disciplina para darle nombre a los gobiernos que irrumpieron con fuerza a inicios de la década de 2000, proponiendo, en general, combatir las desigualdades de mercado. Los autores los pensaron pasajeros, particularmente a los del segundo grupo, y los clasificaron en estos dos conjuntos a partir de diversos criterios: las herramientas económicas, los discursos políticos, la movilización o no de actores y organizaciones de la sociedad civil, entre otros.
Con el diario del 2014, el panorama es diferente. Todos los países mencionados se caracterizan por una relativa ortodoxia en el manejo de la política fiscal y monetaria. No hay locuras populistas en la macroeconomía de estos estados. No hay radicales y moderados a la hora de pagar las cuentas. Sus diferencias residen ahora fundamentalmente en la radicalidad o moderación de su política. Más específicamente, en el grado de reforma o refundación del régimen democrático por el que todos ellos se rigen.
Bolivia y Ecuador atravesaron en los últimos años uno o varios de los siguientes procesos: asamblea nacional constituyente, reforma de la constitución, participación activa de los movimientos sociales en el gobierno, re-reelección. Algunos podrán argumentar que semejantes reformas institucionales fueron más bien respuestas obligadas a las difíciles condiciones de origen (la destrucción casi total de los sistemas de partidos en ambos estados), pero lo cierto es que lograron ser llevadas adelante, superando escollos y oposición. Asimismo, ambos países se caracterizaron por otorgar derechos adeudados históricamente, explotando mucho más los clivajes de raza que los de clase -o al menos superponiéndolos- y organizando de ese modo la vida política y las reivindicaciones.
Mi punto es que a contramano de las editoriales asustadas de los populismos tropicales, de los que dicen que hay que cuidarse de los gobiernos que vociferan frente al mercado o de cómo hablar de revolución va a espantar a la inversión, los electorados de Bolivia y Ecuador han premiado semejantes liderazgos. ¿Es posible que el resto de los países estén pagando en las urnas una moderación que puede ser leída como tibieza? Es cierto, el empate virtual entre Dilma y Aecio nos hace preguntarnos si los brasileros quieren más o menos izquierda, y los resultados en Uruguay nos interpelan de un modo similar; pero también sabemos que Bachelet y la Concertación recuperaron el gobierno prometiendo más reformas -o, los escépticos dirán, reformas a secas.
Dos aclaraciones se imponen. No estoy negando acá todo lo hecho por los gobiernos denominados ‘moderados’ para combatir las desigualdades en sus países -y los logros concretos obtenidos-, sino que argumento que esa refundación se dio en un aspecto -las políticas- más que en otro -la política.
En segundo lugar, un comentario algo obvio: no hay recetas universales. Lo que funciona en un país puede no funcionar en otro, y es muy posible que los ciudadanos brasileros, uruguayos y chilenos no premien necesariamente reformas del tipo boliviano o ecuatoriano. Por otra parte, el éxito electoral de Ecuador y Bolivia podría ser leído por la negativa y no por la positiva. Esto es, a partir de la extensión de la destrucción institucional a fines de la etapa neoliberal, los “primeros en llegar” no solo tuvieron el espacio para crear e innovar, sino también para impedir el acceso de otras alternativas al poder.
Sin embargo, si decimos que las derechas aprendieron a ser democráticas y a proponerse como alternativa no desde el cambio total, sino desde la conservación de lo logrado por estos gobiernos pos-liberales, y, por tanto, han sabido moverse y colocarse en el centro; ¿no hay ahí mismo un argumento que indica que hay algo por ganar diferenciándose más hacia la izquierda? Ahora que las dificultades macroeconómicas para seguir creciendo con inclusión se hacen evidentes, y el proyecto transformador se hace más cuesta arriba aún, reaparece la pregunta de cuánto cambio han sembrado estos gobiernos y cuánto de eso podrán cosechar en el largo plazo para su propia acumulación de poder.
Sea como sea, los resultados electorales indican, en primer lugar, que todos estos gobiernos han sido mucho más que un fenómeno pasajero, atribuible a las crisis neoliberales o al boom económico posterior. Y, en segundo lugar, que son los gobiernos que más reformaron el statu-quo institucional los que mejores resultados obtuvieron.
Finalmente, hay tres hechos que vale la pena destacar. El primero, notable, es que la mayoría de los candidatos de la oposición a los oficialismos son, de profesión, empresarios. El segundo es que aún siendo la región más desigual del mundo, América Latina es también la que muestra en los últimos años una tendencia hacia la equidad, a contramano del comportamiento del resto. El tercero lo vimos estos días en festejos y felicitaciones: estos gobiernos no saben de categorías, y se hermanan para celebrar cada triunfo electoral.