Qué dice la derecha cuando piensa

02 de Noviembre de 2014
ESCENARIO
El oficialismo muestra una hiperactividad que hunde en el desconcierto a la oposición política y mediática. Relatos, hechos y hegemonía, según dos editoriales conservadoras. Además, el Factor Berni.
Foto: télam
Después de leer atentamente los resultados de las PASO, el kirchnerismo en campaña intenta disputar palmo a palmo con los distintos candidatos que propone el orden conservador de la oposición mediática, están intoxicados del FMI en plena reunión del G-20.
La pregunta de esta semana para la oposición política y mediática es cómo se dice en chino mandarín «no podemos parar la hiperactividad kirchnerista». Del museo de cera sobre el «periodismo independiente» que fundó Luis Majul puede extraerse una certeza, que muchas veces se usó para atacar «el relato K»: las interpretaciones pueden ser una orgía de sentidos, pero los hechos son sagrados. Y si un analista más o menos serio remite a lo que sucedió en los últimos días, podrá advertir que mientras el gobierno produce hechos, los opositores que hace casting para Héctor Magnetto en A Dos Voces sólo acumulan desconcierto a granel. Estado de deriva política que se verifica cuando exponen el menos institucional y republicano de sus argumentos: como apenas queda un año de mandato, no es correcto que se envíen al Parlamento proyectos de leyes trascendentes. En otras palabras, pretenden que el gobierno deje de gobernar un año antes de lo previsto. Es lo único que no va a pasar.
En menos de diez días, la administración de Cristina Fernández de Kirchner logró sentar a todo el oligopolio cerealero y convencerlo, antes de que sigan perdiendo plata, de liquidar 6000 millones de dólares de la cosecha, dinero que el Grupo de los Seis y el Foro de la Convergencia Empresarial pensaban utilizar para financiar (o desfinanciar las reservas, para ser más precisos) una nueva corrida cambiaria estival prodevaluatoria.
También activó un tramo del swap con el Banco Central de la República Popular China por 840 millones de dólares (hay otros diez mil disponibles) que permitió incrementar y fortalecer el nivel de reservas (hoy en 28 mil millones), cosa que los diarios que ya sabemos trataron noticiosamente como fantasía imposible de ejecutar después de los desaguisados del juez Thomas Griesa y su tratamiento delirante de la deuda soberana reestructurada.
En el medio, logró sacar adelante en el Parlamento la Ley de Hidrocarburos, marco legal indispensable para garantizar inversiones en petróleo y gas no convencional con la nueva política energética iniciada tras la nacionalización de YPF, que según los expertos podría hacer realidad el autoabastecimiento antes del 2020.
Esta semana el Senado comenzará a discutir la nueva Ley de Tics, Argentina Digital, que subsana todas las críticas que se le habían hecho a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual por no tomar en cuenta la epocal convergencia tecnológica entre TV por cable, Internet y telefonía, y que le habían valido, de parte del Grupo Clarín SA, el mote de «obsoleta» en la ya célebre audiencia ante la Corte Suprema de Justicia. Ahora el monopolio del cable y el oligopolio de la telefonía van a competir en igualdad de condiciones para consagrar accesibilidad a costos prudentes para usuarios, consumidores y audiencias. Es falso que sea la «Ley Telefónica» y que derogue la LSCA, son absolutamente complementarias: Clarín va a poder dar servicio de cable por los cables de las telefónicas (de todas las que hay, Telefónica, Telecom, Telmex y de cualquiera que quiera venir a brindar el servicio en las condiciones que regula el Estado) y estas podrán ser cableoperadoras a través de la red de Clarín y su tendido, siempre respetando las cuotas y disposiciones de la LSCA. A los únicos que debería preocupar esto es a los intendentes que hicieron votar ordenanzas de exclusividad para Cablevisión y Fibertel en sus distritos, impidiendo la competencia y nuevos tendidos, a cambio de un tratamiento amistoso en los zonales del diario de Magnetto.
El resultado de la subasta de la Secretaría de Comunicaciones por la licitación de las frecuencias del servicio de 4G –aún con el boicot de Clarín– logró ofertas de las precalificadas Claro, Movistar, Personal y Airlink por 2233 millones de dólares, un 13,6% más de la oferta base esperada.
En simultáneo, se introdujo en la discusión pública el proyecto de reforma del Código Procesal Penal, sintetizando todas las sugerencias y comentarios de los funcionarios judiciales, la academia, la experiencia social y hasta los legisladores opositores que pedían una mayor agilidad, el cambio de un régimen inquisitorio a uno acusatorio, un rol más activo para las víctimas en el proceso y la oralización de los procedimientos penales. Y en lo estrictamente político, aunque sean discutibles la forma y el fondo de lo que propone, el kirchnerista Sergio Berni desplazó a Sergio Massa como vocero del «segurismo» en los foros y encuestas de los diarios digitales. Sus declaraciones contra los extranjeros que cometen delitos, que a primera vista rozan el discurso xenófobo, van mucho más allá de lo que dice el proyecto original que Cristina Kirchner envió para tratar al Congreso. Es la ampulosidad retórica del secretario, empero, la que cautiva a una parte del electorado manodurista, del mismo modo que azuza los peores fantasmas del progresismo oficial. Sin resignar los principios de la seguridad democrática –que algunos pueden considerar legítimamente en riesgo por los dichos de un Berni que produce algo parecido a la baba en las comisuras del Eduardo Feinman de C5N, que toda esta semana se dedicó a atacar al pequeño kirchnerista que apareció en el acto homenaje a Néstor Kirchner de la Ex ESMA, violando desde la pantalla la Convención de los Derechos del Niño con rango constitucional en nuestro país–, se puede decir que la macrista Patricia Bullrich, presidenta de la Comisión de Legislación Penal, o el intendente de Tigre que quiere ser presidente se quedaron sin palabras, lo que no es poco.
El sector de la sociedad que los veía como alternativas a una suerte de complicidad del gobierno con la inseguridad –sin duda, una parte del 54% que votó a Cristina Kirchner en 2011–, volvió a abrir sus oídos a lo que un funcionario kirchnerista del área tiene para decirles. Este dato preocupa a los kirchneristas que suponen un giro a la derecha del gobierno, disgustados también por la criminalización de la protesta de los despedidos de Lear con un saldo injustificable de heridos con postas de goma. Pero inquieta mucho más a la oposición triunfal de octubre pasado que juntó votos con la demagogia punitivista para intentar acorralar a una administración que, puesta en balance, hizo de las garantías y la defensa de los derechos humanos una política de Estado, atacada con saña hace años por el diario La Nación desde su frente editorial.
Las dolorosas deficiencias puntuales de esta política la degradan, le restan espesor ideológico, la cuestionan en sus basamentos, generan incertidumbre entre los militantes de paladar negro, pero no la evitan. La parte no explica el todo, a pesar incluso de Berni, pintor realista de un kirchnerismo que muchos oficialistas, por historia y compromiso doctrinario, no pueden asumir como propio.
No es lo único que produce escozor en el universo oficial. Allí, la imagen de Daniel Osvaldo Scioli tampoco suma adhesiones acríticas. Su gestión no ha sido buena, la Bonaerense no lo ayuda. Sin embargo, el motonauta se las arregla para surfear la ola naranja. Fue a Montevideo a fotografiarse con el socialista Tabaré Vázquez –el ganador por el 48% en las elecciones–, y con el ex tupamaro José «Pepe» Mujica, ambos líderes del Frente Amplio, expresión política del régimen de promoción social ascendente oriental, como aquí lo es el Frente para la Victoria. El tránsito del Scioli candidato que pasa de los Pimpinela a Los Olimareños promete ser apasionante.
Scioli ya detectó que sin los votos del kirchnerismo de Cristina, su deseo de ocupar el sillón presidencial puede verse frustrado. Necesita de esos votos, aunque Magnetto le diga otra cosa. ¿Acaso Tabaré Vázquez, socialista antiabortista casado con una católica casi integrista, defensor tibio del Mercosur y receloso militante de la Argentina, es el Scioli de Mujica? ¿Es el proyecto del Frente Amplio, como propuesta política y cultural, más importante que sus candidatos eventuales? ¿Podría aplicarse el mismo método de análisis en nuestro país, identificando alas más progresistas o más conservadoras dentro del Frente para la Victoria? Si los panoramistas de los diarios tradicionales se ocuparan menos de estigmatizar al peronismo y sus aliados, y más en comprender por qué los ciudadanos eligen mantenerse mayoritaria e invariablemente dentro de sus límites y referencias, tendríamos una prensa menos prejuiciosa y menos militante de la derecha.
Según las últimas encuestas, las que hacen los kirchneristas y los no kirchneristas, la oposición conservadora va camino a hacer su peor elección desde 2003, y el panperonismo –que recoge expresiones peronistas que son kirchneristas, otras que navegan a media agua y otras que son antikirchneristas pero que no no votarían candidatos liberales o radicales o socialistas a los Binner– sigue siendo casi un sistema en sí mismo que proyecta adhesiones por encima del 50 por ciento.
Por ahora, son preguntas que merecen reflexión y no respuestas automáticas. Es interesante, de todos modos, sumar la mirada sobre estos temas que tiene la derecha a ambos lados del Río de La Plata. El diario El País del Uruguay, prensa conservadora si las hay, hizo un ensayo editorial para explicar la derrota de sus candidatos favoritos, blancos y colorados. El panorama que pintan es sombrío para sus intereses, aunque manifiestan una comprensión del fenómeno frenteamplista que, si se aplicara al caso argentino, al menos, debería hacer repensar lúcidamente lo que puede ocurrir de cara al 2015.
En su editorial del 29 de octubre, titulado «Razones para una nueva mayoría», dice El País: «La posible confirmación de la mayoría absoluta para el Frente Amplio en Diputados, y también en el Senado si gana el balotaje, abre un escenario completamente nuevo en la historia del país. En pleno auge del liderazgo de Luis Batlle, cuando Maracaná, el partido de gobierno obtuvo mayorías absolutas dos veces consecutivas. Estamos ante la posibilidad de que, esta vez, sean tres.»
«La explicación más fácil para esta hegemonía política es la evolución de la economía. Hemos vivido un ciclo de crecimiento excepcional: ha crecido el salario real; ha bajado el desempleo a tasas históricas; y se ha multiplicado el crédito que facilita un aumento formidable del consumo. Cuando las mayorías populares sienten esas mejoras, difícilmente quieren cambiar de rumbo de gobierno. Otra explicación señala que Vázquez siempre fue mejor candidato que Mujica. Finalmente, el triunfo territorialmente más amplio de la izquierda con respecto a 2009 –solo perdió en cinco departamentos esta vez– responde a esa mejor aceptación comparada del actual candidato frenteamplista. Por mucha renovación y excelente campaña que pudiera hacer su principal adversario desde el Partido Nacional, siempre se supo que Vázquez era el favorito para esta primera vuelta de octubre.»
«Todo lo anterior tiene algo de verdad. Pero no alcanza para explicar una hegemonía de mayorías absolutas que se repite tres veces. Porque a pesar de que los uruguayos se muestran muy críticos del estado de la educación pública y de la inseguridad, por ejemplo, y de que es sabido que el ejercicio del poder siempre desgasta, los partidos de oposición no recibieron, en conjunto, mayor apoyo que en 2009 (…)»
«En esta interpretación, se eligieron más diputados de izquierda en 2014 que en 2004. Dicho de otra manera: habrá menos diputados blancos y colorados en febrero de 2015 que cuando empezó el ciclo frenteamplista en el poder. La explicación no está pues solamente en la economía o en el candidato. Hay algo más profundo y duradero que permite mantener en el tiempo semejantes mayorías. Se trata de la hegemonía cultural: la generación de un relato, de una identidad, de un deber ser, de un universo simbólico que, todos juntos, producen sentido común ciudadano y aseguran los cimientos para mayorías de izquierda sólidas y duraderas.»
«Hay que entender que la inmensa mayoría de las decisiones de voto en nuestro país no se definen faltando pocos meses o semanas para las elecciones. Aquí hay cultura política de larga duración. Y ella está afirmada en una socialización cultural y ciudadana que legitima las opciones de izquierda, y en particular al Frente Amplio (…)»
«No es inteligente, claro está, abrazarse a una sola causa para explicar esta mayoría política que durará 15 años. Pero tampoco lo es creer que sólo como hay más plata los uruguayos se hicieron, tres veces, mayoritariamente frenteamplistas. La gente, antes que nada, quiere sentirse parte de un proyecto común que le permita soñar y le reafirme su autoestima; quiere ser parte de un relato que interpreta valores colectivos y le asegura cierta dignidad moral. En esta definición pesan muchísimo las identidades forjadas desde la educación y la cultura. En este esquema, alcanza con ver qué papeles cumplen Luis Alberto de Herrera o José Batlle, por ejemplo, y cuáles cumplen los paladines de la izquierda en nuestro relato de la Historia y en nuestra identidad cultural colectiva, para entender dónde se asienta la hegemonía política izquierdista que, luego, se traduce en mayorías.»
El editorial fue casi completo porque no tiene desperdicio. Los conservadores al otro lado del río serán conservadores pero no necios, como puede leerse. Es una derecha que piensa. Aquí todavía se ataca al kirchnerismo por su relato pensando que eso atrae votos. Es un microclima. Muy de los estudios de TV opositores, donde los periodistas y conductores, al estilo de la vieja disputa entre civilización o barbarie, reciclado ahora en debate sobre republicanismo y populismo, suponen que las mayorías detestan a las mayorías, sus líderes y su simbología porque así se le antoja al poder fáctico. La experiencia uruguaya demuestra que el relato exitoso no es otra cosa que la narrativa hegemónica de un sentido que se hace común por sus efectos concretos. Y que el contra-relato en abstracto, sin liderazgo y sin propuestas, no construye hegemonía, sino una narrativa testimonial de la derrota.
Emilio Monzó, nuevo gurú del macrismo que desplazó al ecuatoriano Jaime Duran Barba, entrevistado por el sitio LaPolíticaOnline, admitió esta semana: «Lo mejor que tiene el kirchnerismo es el relato.» No se sabe si Mauricio Macri llegará a presidente de la mano de Monzó. Aunque es cierto que, últimamente, desde que el líder del PRO dice que mantendría YPF y la AUH, es el único candidato opositor que viene creciendo en las encuestas, diluyendo a Massa y poniendo al FA-UNEN en la deriva. Un dato más. Consultado sobre el cuarto aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, Macri no habló de valijas ni de Lázaro Báez ni de toda la imaginería «clarinesca». Dijo, un tanto desafectado, pero lo dijo: «Es una día triste para toda su militancia.» ¿Macri? Sí. ¿El del PRO? Sí. La única expresión de la derecha con voluntad de poder en este país que –por ahora, siempre conviene ser cauto– quiere jugar dentro de la cancha institucional sin entusiasmarse con las facilidades que un presunto escenario apocalíptico presentaría a su candidatura presidencial.
Al estilo de El País de Montevideo, el diario La Nación publicó esta semana una columna de opinión que merece especial atención. El texto, que lleva por título «Las leyes que cambiaron nuestras vidas», si es leído desde los que apoyan al modelo oficial, es una exacta descripción sobre cómo las normas impulsadas desde el kirchnerismo modificaron positivamente, en un sentido democrático, la cotidianidad de la sociedad argentina. Por el contrario, para su autor, el abogado experto en Derecho Financiero, Bernardo Saravia Frías, todo está vivido en clave de horror. Aunque no lo advierte en su escrito, una persona con su mismo nombre es accionista Clase «A» de Cablevisión Holding, según la presentación que hizo el Grupo Clarín SA ante la Comisión Nacional de Valores de los Estados Unidos. Se puede consultar la documentación en .
Escribió Saravia Frías: «Con el vértigo propio de los cambios que disimulan su verdadero propósito, nuestro país sufrió en los últimos dos años una transformación legal de envergadura, que consolidó un nuevo régimen jurídico-económico a través de cambios a cuatro leyes fundamentales: la Carta Orgánica del Banco Central, la ley de mercado de capitales, la ley de abastecimiento y la unificación de los códigos Civil y Comercial. Vale la pena detenerse a analizar con serenidad este frenesí legislativo, porque los cambios que impuso, por peregrinos y lejanos que parezcan a primera vista, afectan la cotidianidad de los argentinos. La primera modificación fue la enmienda de la Carta Orgánica del Banco Central. Tuvo un doble fin: relajar los límites para el financiamiento del gasto público con emisión monetaria y aumentar el poder de control del Banco Central. A tal fin, se cambió su propósito histórico, que dejó de ser ‘preservar el valor de la moneda’, y se lo remplazó por el de ‘la estabilidad financiera, la estabilidad monetaria, el desempleo y el desarrollo económico con equidad social’. Se ensanchó su capacidad de control y sanción, que abarca la capacidad de imponer tasas, comisiones, aumentar reservas y ‘direccionar’ arbitrariamente el crédito. Además, se incluyó en su órbita no sólo a los bancos, sino también a cualquier persona cuando razones monetarias o cambiarias así lo aconsejen.»
«La segunda modificación puso su mira en la otra forma de financiamiento: los mercados de capitales. Al igual que con el sistema financiero, la sustancia del cambio radicó en conferir a la Comisión Nacional de Valores amplias facultades, a través especialmente de dos dispositivos que le permiten, de oficio o a pedido de accionistas que representen el 2% (que sería el caso del Estado en muchas empresas luego de la estatización de las AFJP), designar veedores con facultad de veto y, llegado el caso, hasta desplazar al cuerpo directivo por un interventor. Sus poderes comprenden agentes bursátiles y también terceros, cuando realicen actividades relacionadas con la oferta pública.»
«La tercera modificación avanzó sobre la producción y enmendó la ley de abastecimiento. La nueva ley abarca servicios además de bienes y, a diferencia de la vieja norma, no está limitada al último eslabón de la cadena de producción, sino que peligrosamente comprende cualquier instancia del proceso. El secretario de Comercio es, en este caso, quien concentra el poder de control, que lo faculta a establecer precios mínimos y máximos. Cuenta con dos instrumentos para hacer valer su fuerza. Si una empresa desobedece los precios ordenados, puede ser forzada a continuar produciendo o prestando servicios; de no hacerlo, el secretario de Comercio impone multas que, ante la tozudez del particular, pueden terminar causando su quiebra.»
«Por último, se unificaron los códigos Civil y Comercial que rigieron nuestros destinos por más de un siglo. Es un cambio de vital importancia, quizá mayor que la reforma de la Constitución, porque estas normas reglan la vida diaria de los argentinos (…)»
«Lo que sale a la luz del análisis es un entramado de leyes con la misma anatomía y un objetivo común: consolidar una densa concentración de poder en el Estado (…) Es un cambio de raíz filosófica, que instituye un preocupante desequilibrio a favor del Estado, abriendo la compuerta a los excesos.»
El alerta del abogado es, paradójicamente, la tranquilidad de millones de personas que en la última década recuperaron derechos, en vez de perderlos a manos de ideologías darwinianas como la neoliberal. La denuncia por el «desequilibrio a favor del Estado, abriendo la compuerta a los excesos» hubiera sido necesaria hace cuatro décadas, donde la tribuna de opinión que hoy le permite quejarse por «los excesos del Estado» democrático publicaba loas a «los excesos del Estado» terrorista y genocida, generoso en violaciones a los derechos humanos.
Pero lo que escribió Saravia Frías, lejos de ser un texto para la indignación fácil, es útil para comprender la transformación kirchnerista de la sociedad y por qué irrita a los que tiene que irritar si es, como uno supone, verdadera. Que un sector romántico que idealiza los cambios sólo le atribuya maquillaje y «relato», no hace menos ciertas las cosas que ocurren.
Con su bagaje de quejas, los editoriales de El País del Uruguay y la columna de La Nación, el saber qué dice la derecha cuando piensa, tiene un mérito incuestionable: explican con claridad por qué el kirchnerismo es lo que es y los que se le oponen son lo que son, sin que esto implique un juicio personal agraviante, sino de asuntos de la política más elemental, cuando se la toma en serio. -<dl

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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