Por Claudia Fernández Chaparro *
Mi viejo, Julio Fernández Nicolaides, era un militante radical, un dirigente en su provincia, Santa Cruz. Recuerdo la campaña presidencial que él coordinaba: “Balbín Solución”. Era 1973 y, por entonces, yo tenía 8 años. A esa edad participaba activamente de la vida política porque era absolutamente normal en mi casa. Iba a los actos, a las caravanas, colaboraba repartiendo volantes, y hasta salí en la tapa de la Opinión Austral cuando Balbín llevó una ofrenda al general San Martín en la plaza del pueblo.
Nuestra casa de Río Gallegos era, literalmente, un comité, lleno de boinas, banderas y fotos de Balbín. Recuerdo particularmente la amargura de la derrota, el 11 de marzo de aquel año. Jorge Cepernic, el candidato por el peronismo, había ganado la gobernación con un contundente 47,9 por ciento. Estuvimos varios días comiendo la torta gigante que se había preparado para el festejo que nunca fue: el escudo radical de repostería se iba desvaneciendo, tajada tras tajada.
Eran tiempos de fuerte agitación y de pasiones políticas. La confitería Le Mans, en la Galería Roca, propiedad de mi viejo, era el centro de acaloradas contiendas. Militantes y simpatizantes desarrollistas, del Partido Federal, radicales y peronistas se trenzaban en discusiones mientras corrían ríos de café y el humo de los cigarrillos no dejaba respirar. Porque en el sur la política era así, se debatía en los cafés y confiterías como la Mónaco o la Carreras. El ex presidente Raúl Alfonsín, entonces rival de Balbín en la interna radical, también frecuentó aquellas tribunas de discusión, procurando sumar correligionarios a su causa de Renovación y Cambio.
Pocos meses después, el clima se fue enrareciendo. El entonces joven militante peronista Néstor Kirchner fue detenido en la Le Mans. Mi viejo trató de interceder ante las fuerzas represivas y terminaron los dos detenidos, el radical y el peronista. Me vienen a la memoria los llamados angustiosos que hacía mi familia para saber las causas de la detención, los amigos y dirigentes que se acercaban a preguntar por qué los tenían incomunicados, hasta que dimos con ellos. Los termos de café, algo de comida y las frazadas fueron elementos vitales que les llevamos para combatir el paralizante frío patagónico. Felizmente, la cosa no pasó a mayores y al mes los largaron, quedando entre ellos una relación de respeto y afecto que perduró.
La otra noche, cuando vi a Casey Wander, el nene de 11 años que fue entrevistado por tevé en el homenaje a Néstor Kirchner, hablar con tanta pasión, recordé aquellos tiempos, esa adrenalina contagiosa, esa marea que es la militancia. Y no importa ser pequeña o pequeño, se puede sentir lo mismo. Lo que no se puede concebir es el maltrato en los medios y en las redes sociales que recayó sobre el chico. Casey estaba ejerciendo su derecho a opinar y a ser escuchado, consagrado en todas las leyes de Protección Integral de la Infancia.
Lo que tiene que horrorizarnos es que los niños de esa edad sean violados y que tengamos niñas de 10 y 11 años embarazadas, o que consuman paco, o que la policía los utilice para robar y mueran asesinados en nuestras calles o sean explotados con trabajo esclavo en los campos o en talleres clandestinos. A esos pibes de 11 años algunos medios de comunicación sólo dedican notas estigmatizantes o invisibilizan su problemática y piden a gritos que bajen la edad de imputabilidad. Porque estar presos a los 11 da bien, pero expresar ideas políticas es un horror.
* Especialista en Infancia.