Un diciembre en paz

28 de Diciembre de 2014
ESCENARIO
Contra todos los pronósticos sombríos, el 2014 termina con un paisaje tranquilo
y oxigenado. Cómo Cristina Fernández logró derrotar las operaciones fatalistas.
El año que se va ofrece para estas fechas, habitualmente tumultuosas e impregnadas de un sentido de violencia real o latente, un paisaje raramente distinto y oxigenado. Pese a los pronósticos fatídicos de tanto profeta de la desesperanza suelto por los medios que ya sabemos, este diciembre fue el más tranquilo del que se tenga memoria.
Los antecedentes no eran los mejores. El diciembre pasado fue malo. El enero que le siguió fue bastante peor. La devaluación dio lugar a una espiralización de precios que atacó el salario. Los sojeros escondieron la cosecha en silobolsas. Los sindicalistas opositores hicieron paros y trataron de hacer estallar las paritarias. Los cueveros pusieron el dólar trucho por las nubes. Los banqueros intentaron varias corridas. Los supermercados remarcaron todo lo que pudieron remarcar. El fallo de Thomas Griesa y los buitres vino a aprovisionar de certeza a los que decían que todo podía e iba a irse al demonio. El fantasma del «fin de ciclo» y la teoría del «pato rengo» dominaron la esencia de los artículos de los panoramistas opositores durante meses y, por momentos, hasta llegaron a parecer más verosímiles que los que no son antikirchneristas militantes.
Y, sin embargo, este diciembre, el que se va, está atravesado por la sensación generalizada y reconfortante para la mayoría que trabaja de que el país tiene gobierno. No cualquiera, además, sino uno que administró la situación de modo decidido y eficiente, defendiendo la economía en la que cree, y no se mandó a mudar en helicóptero cuando las cosas estaban difíciles. Eso vale mucho. Democráticamente hablando, vale todo.
Como el cretinismo revestido de falsa neutralidad abunda en los análisis, no hay muchos que expliquen lo que realmente sucedió entre las llamas de marzo, abril y mayo, junio y este fin de año más o menos apacible. La mayoría dirá que el swap con China salvó del rojo a las Reservas, que Basilea con sus dólares ayudó, que como CFK ya se va en 2015 no tiene sentido tumbarla, que el Papa Francisco ofició de bombero y varios etcéteras por el estilo para subirse, de algún modo, a lo irrebatible: no pasó lo terrible que decían que iba a pasar. Esto es lo único que importa. Entonces tienen que buscar las razones de su fracaso, y buscarlas lo más lejos posible de sus propios pronósticos funestos. Se rinden ante lo evidente, pero le niegan algún mérito a los que de verdad pilotearon la crisis. Para ellos, no lo hay. Lo que pasó, pasó porque un día los planetas, los poderes celestiales, el Departamento de Estado, el Dalai Lama decidieron de la noche a la mañana que los argentinos debían disfrutar de un diciembre en paz.
No es sólo mezquindad en el estudio de la realidad: es improvisación en el análisis de lo que sucede. Porque son los mismos que dijeron que el litro de nafta iba a estar 50 pesos sin siquiera ver que el precio del crudo empezaba a caer en todo el mundo. Los que hablaban de un dólar trucho a 20 o 25 pesos cuando terminó cerrando muy por debajo de eso, achicando incluso la brecha con el oficial a números históricos. Los que aseguraban que Argentina tenía una única opción para zafar de los buitres y era pagándoles lo que pidieran, bajo riesgo de quedar aislados del mundo. Los que decían que si no se acataba el fallo incumplible de Griesa no iban a venir más capitales a Vaca Muerta. Los mismos que juraban en todos los sets de televisión que el Banco Central llegaría a fin de año con menos de 15 mil millones de dólares en sus arcas y hoy las reservas llegan superan el doble.
Son improvisadores pertinaces, que deambulan por los canales y las radios diciendo lo que los dueños de esos canales y esas radios opositoras quieren escuchar. Ahora mismo se los puede volver a ver diciendo, entre turrones, sidras y pandulces, que la calma es transitoria, que el 2015 va a ser un año con menos crecimiento, que el Estado debe ajustar, que la economía debe devaluar, que nada de lo que se hace se hace bien, y que lo mejor es que ganen Massa o Macri porque el país así volverá a atraer una lluvia de poderosas y mágicas inversiones. El problema de estos opinadores, que en líneas generales proponen recetas que dejan a la mitad de la sociedad fuera de sus planes, es que viven de fantasías que no tienen costo para ellos pero sí para el resto de los mortales. Y, como improvisan y cuando llegan al Estado, vuelven a improvisar hasta que los pasa a buscar el helicóptero final por la azotea de la Casa Rosada, suponen que lo mejor es repetir que el mercado soluciona todo. Entonces, candidatean a como ministro de Industria a un cuadro de Techint, como secretario de Comercio a uno de la Mesa de Enlace, como ministro de Cultura a uno de Clarín, como ministro de Turismo a uno de LAN, como secretario de Finanzas a uno de la Asociación de Bancos de la Argentina, como presidente de YPF a uno de Shell y como ministro de Economía a uno que sea amigo de todos los anteriores. Y ya está, ese es el país ideal.
Esta es la intención que disimulan, por eso improvisan, porque están convencidos de que el Estado es apenas un coto de caza de corporaciones que sí saben lo que quieren para el país, cuando históricamente nunca lo demostraron. Esto, en el mejor de lo casos, es decir, cuando se trata solo de la pereza intelectual de los emisores. Por desgracia, hay otros que facturan haciéndole creer a la sociedad, que sus pronósticos son científicos; y a los dueños de las corporaciones, que sus deseos e impulsos acopiadores son órdenes.
Ninguno de ellos va a reconocer que el gobierno que conduce Cristina Fernández de Kirchner logró derrotar lo que, a mediados de año, parecía un oscuro escenario de fatalidades. La hiperactividad que demostraron este año sus cuadros técnicos, además militantes de un proyecto político que asumió el desafío de diseñar una Argentina que no sea la chiquita, la que quieren las corporaciones, fue de una enorme tenacidad. Reunir a todas las cadenas de valor, discutir con los empresarios, lanzar la nueva ley que regula la producción y el consumo, el Precios Cuidados, el Progresar, los Pro.Cre.Auto, la moratoria jubilatoria, conseguir las mayorías en el Parlamento, viajar a todos los foros internacionales para perjudicar la estrategia buitre, reunir a las provincias para que sigan apoyando el crecimiento de YPF, en fin, como dice la presidenta, en 2014 no todo fue coser y bordar. Cuando buena parte del instrumental estaba en rojo, el gobierno pudo retomar el control y consiguió un aterrizaje suave, pacífico.
En el medio tuvo que pelearse y amigarse con la Corte, hablar y dejar de hablar con la oposición salvaje, salir a responder las recurrentes operaciones de los grupos Clarín SA y La Nación SA a través de sus medios, atender, desatender y volver a atender a la CGT oficial por el tema Ganancias, confrontar con la UIA y hacer las paces después, trazarle el límite al encargado de Negocios de la Embajada, denunciar ante la Corte de La Haya nada menos que al gobierno de los Estados Unidos de América por el caso Griesa, judicializar a las empresas extranjeras que hacían quiebras truchas y amenazaban con despedir personal en cadena, volver a poner el caso del polémico juez Bonadio en el Consejo de la Magistratura, ordenarle al titular de la AFIP que avance contra los tenedores de 4040 cuentas secretas en Suiza, limpiar la SIDE, cambiar funcionarios, la lista es interminable.
Eso es gobernar. Es lo que no entienden muchos políticos que quieren trabajar de políticos, pero lejos de la zona de fuego donde las decisiones queman. Es más sencillo criticar debajo de los reflectores de la TV, decir a todos que sí todo el tiempo, que ir al Parlamento a discutir, informarse y votar; o sentarse en Balcarce 50 y pensar que cada decreto, resolución o proyecto de ley les hace las cosas más fáciles o les arruina la vida a millones de personas.
Concédanle al kirchnerismo, al menos, al de verdad, no al que relata Clarín como único y reprobable, que cuando tiene que gobernar lo hace, porque jamás se le presentó como opción siquiera la de abandonar su responsabilidad institucional escapando por los techos.
Aún con sus errores, hay una potencia en el espacio gobernante que preocupa al mundillo corporativo, ese que fabrica operaciones judiciales que avanzan como marea nauseabunda en el centimetraje de los diarios conservadores, con historias de hoteles y lavados sureños. El arrebato de magistrados flojos de papeles que allanan domicilios presidenciales y requieren declaraciones juradas de sus hijos, sólo desnuda el estado de desesperación de los que intentaron todo y no lograron nada en todo este tiempo, porque Cristina sigue ahí, donde la puso el 54% de los votos en 2011.
Evidencia la descomposición de uno de los poderes del Estado, el Judicial, el menos democrático a la fecha, que insiste en mantener el privilegio de acosar a los otros dos poderes, el Ejecutivo y el Legislativo, surgidos del voto popular. El papel de contralor republicano que se atribuyen muchos jueces no es otro que un superpoder de casta para blindar el statu quo. Son como Supermanes, pero están del lado de los villanos.
Es obvio que no querían que CKF llegara a 2015 como llegó, con una imagen en alza, entera y gobernando con sus equipos. Es más obvio que van a intentar perturbarla antes y después de las elecciones para colar alguno de sus candidatos con chances. La osadía que demuestran en sus operaciones es directamente proporcional al temor que sienten a que la presidenta pueda ungir un candidato victorioso y su liderazgo político se proyecte en el tiempo.
Es como el sofocón que sufrieron el día que el chico que jugaba a la Play les llenó un estadio para desafiarlos con miles de personas que salieron de debajo de las baldosas para apoyar al gobierno. Y hay muchas más.
Todavía no lo pueden creer. Por eso se curan en salud y tratan de neutralizar su figura con denuncias y titulares tremendistas. Se volvieron previsibles y eso no es aconsejable: el más duro boxeador, a fuerza de repetirse en sus golpes, se expone a ser vencido no por el retador más fuerte, sino por el más atento.
Por eso un gobierno atento pudo capear el temporal de 2014 y estas fiestas de fin de año son lo que son: fiestas, en paz.
Por un 2015 mejor. Hasta el año que viene.

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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