El ministro de Economía, Axel Kicillof, acaba de realizar una nueva oferta global a todos los bonistas que no adhirieron a los canjes del kirchnerismo: idéntico tratamiento al que recibieron quienes aceptaron el primer canje de 2005. Según el ministro, el valor ronda los US$ 6500 millones, lo mismo que el valor nominal de los bonos aún no canjeados. Esta nueva oferta implica dos importantes novedades en la estrategia del Gobierno.
En primer lugar, representa una mejora respecto de los bonos ofrecidos a los buitres en su último intento por evitar el default de julio de 2014. A esos bonos ahora les agrega intereses y premios (cupón del PBI) retroactivos, como si quienes aún litigan hubiesen, efectivamente, aceptado el canje en 2005.
En segundo lugar, al estimar que lo que recibieron los bonistas del primer canje es igual al monto adeudado en 2001, el ministro admite, finalmente, que quienes aceptaron aquella oferta ya han recuperado el 100% de lo que la Argentina les debía al momento del default. Otro ladrillo que se cae de la pared del relato.
La nueva oferta de Kicillof presenta el mismo inconveniente que su fracasado canje de Boden 2015: paga menos de lo que valen los bonos que intenta rescatar. ¿Por qué querría un bonista vender a 100 lo que en el mercado vale más de 120? Pareciera que los canjes de Kicillof se transformaron en una mera herramienta para engañar y distraer la atención: «exitosos no canjes» que intentan tapar los muchos otros desaguisados de la economía.
El lector leyó bien: hay bonos argentinos con atrasos de 13 años en sus pagos que valen bastante más que un bono estadounidense al día. El autor material de esta paradoja es el juez Griesa, que al otorgarles a algunos litigantes casi 400 dólares por cada 100 dólares de deuda original provocó un salto de 20 a 120 dólares en la cotización de esos bonos en default. El autor intelectual es el Gobierno, que con su relato mentiroso sentó las bases de ese absurdo fallo; facilitó el lobby de los buitres en Capitol Hill y minimizó el peso de intereses punitorios (cerca de $ 2500 millones anuales) apostando a que haciendo la plancha el problema se resolvería solo.
Para ponerlo en perspectiva, veamos el caso de un inversor de buena fe que compró un bono argentino al momento de su emisión, digamos a mediados de 1998 (en el inicio del fin de la convertibilidad) a casi 100 dólares. A los 28 dólares de intereses que cobró antes del default de 2001, Griesa ahora les agrega 390 dólares. Es decir, al final del camino, este inversor obtiene casi 3 veces más de lo que hubiera obtenido invirtiendo en bonos del Tesoro de Estados Unidos (149). Los elevados intereses que la Argentina ofrecía ex ante para compensar al bonista por el riesgo de default se transforman, ex post, en un premio injustificado para aquél a quien la justicia le garantiza el pago de capital. El fallo premia obscenamente la especulación, pasada y futura, y no sólo la de los buitres que compran a precio de remate. Con esta jurisprudencia siempre conviene comprar un bono de un país en problemas que ofrece una tasa alta porque, tarde o temprano, me quedo con los dos, el capital y la tasa obscena.
Miremos ahora el caso de un bonista «amigo» que, al igual que el anterior, compró un Global 03 de la Argentina al momento de su emisión en 1998, pero que sí aceptó el canje de 2005, sin litigar y reinvirtiendo los cupones en los mismos bonos que recibió de la Argentina (se puso la camiseta argentina siempre que pudo). Este «bonista bueno» acumula 225 por cada 100 invertidos, un 35% más que los 166 dólares que hubiera obtenido invirtiendo y reinvirtiendo en bonos del Tesoro de Estados Unidos del mismo plazo. «A vos tampoco te fue mal, gordito», diría un presidente que ya no está entre nosotros. Aún sin la ayuda de Griesa, el sufrimiento que padecieron los bonistas que confiaron en la Argentina fue compensado con creces con los generosos canjes.
Hace dos meses, tuve la oportunidad de explicar estos números a funcionarios del Tesoro y del Departamento de Estado en Washington. Quedaron muy sorprendidos porque nadie se los había presentado de esta manera. Enceguecidos contra los buitres, los funcionarios argentinos concentran toda su energía en explicar cómo éstos multiplicaron ganancias comprando a precio de remate. Ocurre que la ganancia entre 20 y 100 es una circunstancia de mercado. Un inversor gana lo que otro perdió. Nadie le presta atención a esta argumentación fuera de la Argentina porque son las reglas de juego en cualquier mercado. En cambio, la parte problemática del fallo de Griesa es la que va de 100 a 390. En ese tramo, sólo hay ganancia de especuladores y pérdida de países soberanos en crisis.
El kirchnerismo no quiere resolver el problema ni le importa el taxi de intereses punitorios que deberán afrontar otros gobiernos (recordemos la alegría con la que aceptaron pagar el 100% de éstos al Club de París). Al encarar una negociación seria, el próximo presidente deberá comenzar por ganar la batalla dialéctica con argumentos sólidos que demuestren que la Argentina no ha sido un Estado incumplidor y que no hay ninguna razón de justicia distributiva que avale compensaciones tan obscenas como las otorgadas por Griesa. Solo así será posible frenar los punitorios y resolver definitivamente el problema, con quitas verdaderas y superiores al 60 por ciento.
Esta cuestión, como tantas otras que forman parte de la herencia del kirchnerismo, debe ser abordada ya mismo por quienes tienen aspiraciones presidenciales. Los primeros 100 días del próximo gobierno no darán margen para ninguna improvisación.
El autor fue presidente del BCRA y es dirigente de UNEN.
En primer lugar, representa una mejora respecto de los bonos ofrecidos a los buitres en su último intento por evitar el default de julio de 2014. A esos bonos ahora les agrega intereses y premios (cupón del PBI) retroactivos, como si quienes aún litigan hubiesen, efectivamente, aceptado el canje en 2005.
En segundo lugar, al estimar que lo que recibieron los bonistas del primer canje es igual al monto adeudado en 2001, el ministro admite, finalmente, que quienes aceptaron aquella oferta ya han recuperado el 100% de lo que la Argentina les debía al momento del default. Otro ladrillo que se cae de la pared del relato.
La nueva oferta de Kicillof presenta el mismo inconveniente que su fracasado canje de Boden 2015: paga menos de lo que valen los bonos que intenta rescatar. ¿Por qué querría un bonista vender a 100 lo que en el mercado vale más de 120? Pareciera que los canjes de Kicillof se transformaron en una mera herramienta para engañar y distraer la atención: «exitosos no canjes» que intentan tapar los muchos otros desaguisados de la economía.
El lector leyó bien: hay bonos argentinos con atrasos de 13 años en sus pagos que valen bastante más que un bono estadounidense al día. El autor material de esta paradoja es el juez Griesa, que al otorgarles a algunos litigantes casi 400 dólares por cada 100 dólares de deuda original provocó un salto de 20 a 120 dólares en la cotización de esos bonos en default. El autor intelectual es el Gobierno, que con su relato mentiroso sentó las bases de ese absurdo fallo; facilitó el lobby de los buitres en Capitol Hill y minimizó el peso de intereses punitorios (cerca de $ 2500 millones anuales) apostando a que haciendo la plancha el problema se resolvería solo.
Para ponerlo en perspectiva, veamos el caso de un inversor de buena fe que compró un bono argentino al momento de su emisión, digamos a mediados de 1998 (en el inicio del fin de la convertibilidad) a casi 100 dólares. A los 28 dólares de intereses que cobró antes del default de 2001, Griesa ahora les agrega 390 dólares. Es decir, al final del camino, este inversor obtiene casi 3 veces más de lo que hubiera obtenido invirtiendo en bonos del Tesoro de Estados Unidos (149). Los elevados intereses que la Argentina ofrecía ex ante para compensar al bonista por el riesgo de default se transforman, ex post, en un premio injustificado para aquél a quien la justicia le garantiza el pago de capital. El fallo premia obscenamente la especulación, pasada y futura, y no sólo la de los buitres que compran a precio de remate. Con esta jurisprudencia siempre conviene comprar un bono de un país en problemas que ofrece una tasa alta porque, tarde o temprano, me quedo con los dos, el capital y la tasa obscena.
Miremos ahora el caso de un bonista «amigo» que, al igual que el anterior, compró un Global 03 de la Argentina al momento de su emisión en 1998, pero que sí aceptó el canje de 2005, sin litigar y reinvirtiendo los cupones en los mismos bonos que recibió de la Argentina (se puso la camiseta argentina siempre que pudo). Este «bonista bueno» acumula 225 por cada 100 invertidos, un 35% más que los 166 dólares que hubiera obtenido invirtiendo y reinvirtiendo en bonos del Tesoro de Estados Unidos del mismo plazo. «A vos tampoco te fue mal, gordito», diría un presidente que ya no está entre nosotros. Aún sin la ayuda de Griesa, el sufrimiento que padecieron los bonistas que confiaron en la Argentina fue compensado con creces con los generosos canjes.
Hace dos meses, tuve la oportunidad de explicar estos números a funcionarios del Tesoro y del Departamento de Estado en Washington. Quedaron muy sorprendidos porque nadie se los había presentado de esta manera. Enceguecidos contra los buitres, los funcionarios argentinos concentran toda su energía en explicar cómo éstos multiplicaron ganancias comprando a precio de remate. Ocurre que la ganancia entre 20 y 100 es una circunstancia de mercado. Un inversor gana lo que otro perdió. Nadie le presta atención a esta argumentación fuera de la Argentina porque son las reglas de juego en cualquier mercado. En cambio, la parte problemática del fallo de Griesa es la que va de 100 a 390. En ese tramo, sólo hay ganancia de especuladores y pérdida de países soberanos en crisis.
El kirchnerismo no quiere resolver el problema ni le importa el taxi de intereses punitorios que deberán afrontar otros gobiernos (recordemos la alegría con la que aceptaron pagar el 100% de éstos al Club de París). Al encarar una negociación seria, el próximo presidente deberá comenzar por ganar la batalla dialéctica con argumentos sólidos que demuestren que la Argentina no ha sido un Estado incumplidor y que no hay ninguna razón de justicia distributiva que avale compensaciones tan obscenas como las otorgadas por Griesa. Solo así será posible frenar los punitorios y resolver definitivamente el problema, con quitas verdaderas y superiores al 60 por ciento.
Esta cuestión, como tantas otras que forman parte de la herencia del kirchnerismo, debe ser abordada ya mismo por quienes tienen aspiraciones presidenciales. Los primeros 100 días del próximo gobierno no darán margen para ninguna improvisación.
El autor fue presidente del BCRA y es dirigente de UNEN.