Las encuestas no se equivocaron. Alexis Tsipras ha ganado claramente las elecciones en Grecia y será el próximo primer ministro. Aunque Nueva Democracia no ha perdido muchos apoyos –menos de dos puntos porcentuales con respecto a 2012-, el hundimiento definitivo del menguante centro-izquierda socialdemócrata (PASOK y DIMAR) ha supuesto casi diez puntos adicionales para Syriza. Y ese aumento, combinado con la prima de cincuenta escaños que se concede al partido ganador, le permitirá formar gobierno.
El impacto devastador que ha producido siete años de crisis en el bienestar griego solo es comparable al que ha tenido sobre su sistema de partidos. Baste decir que en 2007 era el cuarto país más bipartidista de Europa (España era el tercero), con un 80% de los votos concentrados entre Nueva Democracia y el PASOK, pero tras las elecciones de ayer la suma de ambos ni siquiera llega a un tercio (27,8% + 4,7%). Es verdad que las pautas tradicionales de la política griega ya estaban muy erosionadas desde las anteriores elecciones, pero ahora se asiste al imponente entierro de cuarenta años de historia contemporánea.
Resulta igualmente estremecedor, y da cuenta de la situación desesperada que sufre gran parte de la sociedad griega, atender a los datos de desafección y de voto extremista. La abstención ha superado el 36%, a pesar de que el voto es obligatorio. Por su parte dos opciones abiertamente eurófobas, el KKE comunista (5,5%) y la infame ultraderecha de Aurora Dorada (6,3%), mantienen el apoyo de hace tres años; a pesar del auge de una fuerza tan crítica con la troika como es Syriza (de hecho, y a diferencia de lo ocurrido en las anteriores elecciones donde fueron minoría, el conjunto de fuerzas contrarias a seguir aplicando el memorando ha superado de modo amplio el 50%).
Como quiera que sea, no cabe duda que anoche era también muy evidente la ilusión de la victoria. Durante unos días, los votantes de la izquierda radical y sus simpatizantes por toda Europa -sobre todo en el resto de la periferia endeudada- van a subrayar el logro alcanzado. Se hablará del fin de la hegemonía alemana y de que ahora las fotos del Consejo Europeo incluirán un jefe de gobierno descorbatado y carismático que sabrá defender los intereses griegos frente a las imposiciones del resto de estados miembros. Pero, sin despreciar el poder de la retórica, la realidad no se transforma solo con voluntad o simbolismo.
Ahora comienza lo difícil. La situación a la que se enfrenta Tsipras es endiabladamente compleja. La economía griega, a pesar de los magros éxitos macroeconómicos obtenidos recientemente, sigue presentando un aspecto desolador de desempleo, pobreza, endeudamiento y falta de productividad. Por su parte, el Estado sigue adoleciendo de profundas debilidades: un poder a menudo capturado por intereses oligárquicos, una administración corrupta, ineficiencia recaudatoria y malos servicios públicos.
Políticamente, la robustez que hoy exhibe el ganador es más aparente que real. No hay que olvidar que, a pesar de haber casi alcanzado el umbral de la mayoría absoluta, solo tiene el 36,4% de los votos. Su posición parlamentaria no es demasiado confortable, principalmente por la fragmentación interna de su propia formación sometida a tensiones entre fracciones, y si decide reforzarla coaligándose con otro partido deberá tomar la primera decisión delicada: el liberalismo europeísta de To Potami (6%) o el populismo conservador y euroescéptico de ANEL (4,7%).
Mucho más difícil que asegurar una gobernabilidad relativamente sólida será mantener la esperanza que anoche vivían sus partidarios a los que se les ha prometido el fin de los recortes. El favor ciudadano suele prestarse en las democracias actuales de forma todavía más condicional y con plazos más cortos que las ayudas de los organismos financieros internacionales. Al fin y al cabo, las escenas que ayer se vivieron en Atenas recordaban mucho a las de París con ocasión de la victoria de Francois Hollande aunque, solo cinco meses más tarde de su nombramiento, el presidente francés ya no encabezaba los sondeos. Y como resulta ilusorio pensar que la restricción presupuestaria ha tocado a su fin en Grecia, el nuevo gobierno tendrá que empezar pronto a administrar austeridad y a encajar el inevitable deterioro popular por ello.
Syriza ha hecho muchas y muy ambiciosas promesas a una población muy necesitada de creer en ellas sin que pueda esperar gran complicidad por parte europea para llevarlas a cabo. Algunos de los aumentos de gasto que postula el flamante líder son sin duda justos y necesarios (por ejemplo, en educación y políticas sociales) pero necesita ingresos para pagarlos. Cuadrar el círculo es una operación que está al alcance de pocos y si el círculo se refiere al de las monedas de euro, sobre todo si son prestadas, esa habilidad sólo puede intentar ejercerse de forma colectiva por todos los actores europeos, con singular protagonismo para los acreedores.
Es evidente que el resultado de ayer no ha sido el que preferían las instituciones ni el resto de estados (con matices, tal vez, en Francia e Italia) aunque lo más seguro es que se asuma con calma. Una victoria de la izquierda anti-memorando en la primavera de 2012, antes del punto crítico veraniego cuando se empezó a hacer “todo lo necesario” para salvar el euro, sí hubiera sido complicadísima de manejar pero ahora la situación ha cambiado. En estos dos años y medio se ha reforzado la gobernanza económica europea y se ha asentado la idea de la irreversibilidad política de la UEM. Unos avances que, sin embargo, estrechan aún más el margen negociador de Grecia que no puede asustar demasiado a los demás actores europeos (pues no tiene el poder de desestabilizarles) y solo puede aspirar a convencerles.
¿Puede hacerlo?, ¿Tiene algún margen? Yo creo que sí. Pero no obtendrá resultados inmediatos ni de forma brillante. Lo más probable es que durante el primer año, al menos hasta que se hayan celebrado elecciones en España, Tsipras no pueda hacer otra cosa a nivel europeo que negociar el mantenimiento de la liquidez para la economía griega y olvidarse de pulsos con Berlín. Los perderá si se atreve a librarlos. Los términos del memorando sólo se aliviarán, y de manera poco espectacular, a cambio de reformas estructurales (empezando por algunas que Samaras nunca implementó) que en algunos casos serán muy impopulares.
Pero es verdad que si hay un político en Grecia que tiene el carisma y la credibilidad para llevarlas a cabo es él. Reformas orientadas a repartir mejor los ajustes entre grupos sociales o sectores económicos y a actuar sobre la raíz del mal funcionamiento institucional: reducir las prácticas clientelares y el amiguismo en el empleo público, limpiar la financiación de los partidos, mejorar el caótico sistema judicial, o conseguir un sistema tributario que merezca ese nombre por poner algunos ejemplos. Para lograrlo, o al menos intentarlo, Tsipras parte con la ventaja de no estar lastrado por intereses creados como lo estaban las desacreditadas élites de los partidos cartelizados. Sin embargo, ha de demostrar más honestidad al hablar con sus votantes y serles sincero sobre la magnitud de los problemas a los que se enfrenta el país. Problemas que, como es evidente, no nacieron con la Troika por muy torpemente que ésta haya gestionado los rescates.
A medida que consiga afirmarse como un regeneracionista y un reformador competente, ganará el respeto de los socios. Contará entonces con mejores cartas en Bruselas o Fráncfort para lograr pactos más equilibrados y eficaces que los que se han ido firmando desde 2010. Tal vez pueda incluso aspirar más adelante a un alivio de las condiciones de pago de la colosal deuda y algún plan adicional de estímulos. Por eso, a t odos a los que nos preocupa el futuro de la Unión deberíamos desearle a Tsipras mucha suerte en su empeño bienintencionado por cambiar su país. Grecia necesita aprovechar esa estrecha ventana de oportunidad que ahora se entreabre. Y el resto de Europa también.
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El impacto devastador que ha producido siete años de crisis en el bienestar griego solo es comparable al que ha tenido sobre su sistema de partidos. Baste decir que en 2007 era el cuarto país más bipartidista de Europa (España era el tercero), con un 80% de los votos concentrados entre Nueva Democracia y el PASOK, pero tras las elecciones de ayer la suma de ambos ni siquiera llega a un tercio (27,8% + 4,7%). Es verdad que las pautas tradicionales de la política griega ya estaban muy erosionadas desde las anteriores elecciones, pero ahora se asiste al imponente entierro de cuarenta años de historia contemporánea.
Resulta igualmente estremecedor, y da cuenta de la situación desesperada que sufre gran parte de la sociedad griega, atender a los datos de desafección y de voto extremista. La abstención ha superado el 36%, a pesar de que el voto es obligatorio. Por su parte dos opciones abiertamente eurófobas, el KKE comunista (5,5%) y la infame ultraderecha de Aurora Dorada (6,3%), mantienen el apoyo de hace tres años; a pesar del auge de una fuerza tan crítica con la troika como es Syriza (de hecho, y a diferencia de lo ocurrido en las anteriores elecciones donde fueron minoría, el conjunto de fuerzas contrarias a seguir aplicando el memorando ha superado de modo amplio el 50%).
Como quiera que sea, no cabe duda que anoche era también muy evidente la ilusión de la victoria. Durante unos días, los votantes de la izquierda radical y sus simpatizantes por toda Europa -sobre todo en el resto de la periferia endeudada- van a subrayar el logro alcanzado. Se hablará del fin de la hegemonía alemana y de que ahora las fotos del Consejo Europeo incluirán un jefe de gobierno descorbatado y carismático que sabrá defender los intereses griegos frente a las imposiciones del resto de estados miembros. Pero, sin despreciar el poder de la retórica, la realidad no se transforma solo con voluntad o simbolismo.
Ahora comienza lo difícil. La situación a la que se enfrenta Tsipras es endiabladamente compleja. La economía griega, a pesar de los magros éxitos macroeconómicos obtenidos recientemente, sigue presentando un aspecto desolador de desempleo, pobreza, endeudamiento y falta de productividad. Por su parte, el Estado sigue adoleciendo de profundas debilidades: un poder a menudo capturado por intereses oligárquicos, una administración corrupta, ineficiencia recaudatoria y malos servicios públicos.
Políticamente, la robustez que hoy exhibe el ganador es más aparente que real. No hay que olvidar que, a pesar de haber casi alcanzado el umbral de la mayoría absoluta, solo tiene el 36,4% de los votos. Su posición parlamentaria no es demasiado confortable, principalmente por la fragmentación interna de su propia formación sometida a tensiones entre fracciones, y si decide reforzarla coaligándose con otro partido deberá tomar la primera decisión delicada: el liberalismo europeísta de To Potami (6%) o el populismo conservador y euroescéptico de ANEL (4,7%).
Mucho más difícil que asegurar una gobernabilidad relativamente sólida será mantener la esperanza que anoche vivían sus partidarios a los que se les ha prometido el fin de los recortes. El favor ciudadano suele prestarse en las democracias actuales de forma todavía más condicional y con plazos más cortos que las ayudas de los organismos financieros internacionales. Al fin y al cabo, las escenas que ayer se vivieron en Atenas recordaban mucho a las de París con ocasión de la victoria de Francois Hollande aunque, solo cinco meses más tarde de su nombramiento, el presidente francés ya no encabezaba los sondeos. Y como resulta ilusorio pensar que la restricción presupuestaria ha tocado a su fin en Grecia, el nuevo gobierno tendrá que empezar pronto a administrar austeridad y a encajar el inevitable deterioro popular por ello.
Syriza ha hecho muchas y muy ambiciosas promesas a una población muy necesitada de creer en ellas sin que pueda esperar gran complicidad por parte europea para llevarlas a cabo. Algunos de los aumentos de gasto que postula el flamante líder son sin duda justos y necesarios (por ejemplo, en educación y políticas sociales) pero necesita ingresos para pagarlos. Cuadrar el círculo es una operación que está al alcance de pocos y si el círculo se refiere al de las monedas de euro, sobre todo si son prestadas, esa habilidad sólo puede intentar ejercerse de forma colectiva por todos los actores europeos, con singular protagonismo para los acreedores.
Es evidente que el resultado de ayer no ha sido el que preferían las instituciones ni el resto de estados (con matices, tal vez, en Francia e Italia) aunque lo más seguro es que se asuma con calma. Una victoria de la izquierda anti-memorando en la primavera de 2012, antes del punto crítico veraniego cuando se empezó a hacer “todo lo necesario” para salvar el euro, sí hubiera sido complicadísima de manejar pero ahora la situación ha cambiado. En estos dos años y medio se ha reforzado la gobernanza económica europea y se ha asentado la idea de la irreversibilidad política de la UEM. Unos avances que, sin embargo, estrechan aún más el margen negociador de Grecia que no puede asustar demasiado a los demás actores europeos (pues no tiene el poder de desestabilizarles) y solo puede aspirar a convencerles.
¿Puede hacerlo?, ¿Tiene algún margen? Yo creo que sí. Pero no obtendrá resultados inmediatos ni de forma brillante. Lo más probable es que durante el primer año, al menos hasta que se hayan celebrado elecciones en España, Tsipras no pueda hacer otra cosa a nivel europeo que negociar el mantenimiento de la liquidez para la economía griega y olvidarse de pulsos con Berlín. Los perderá si se atreve a librarlos. Los términos del memorando sólo se aliviarán, y de manera poco espectacular, a cambio de reformas estructurales (empezando por algunas que Samaras nunca implementó) que en algunos casos serán muy impopulares.
Pero es verdad que si hay un político en Grecia que tiene el carisma y la credibilidad para llevarlas a cabo es él. Reformas orientadas a repartir mejor los ajustes entre grupos sociales o sectores económicos y a actuar sobre la raíz del mal funcionamiento institucional: reducir las prácticas clientelares y el amiguismo en el empleo público, limpiar la financiación de los partidos, mejorar el caótico sistema judicial, o conseguir un sistema tributario que merezca ese nombre por poner algunos ejemplos. Para lograrlo, o al menos intentarlo, Tsipras parte con la ventaja de no estar lastrado por intereses creados como lo estaban las desacreditadas élites de los partidos cartelizados. Sin embargo, ha de demostrar más honestidad al hablar con sus votantes y serles sincero sobre la magnitud de los problemas a los que se enfrenta el país. Problemas que, como es evidente, no nacieron con la Troika por muy torpemente que ésta haya gestionado los rescates.
A medida que consiga afirmarse como un regeneracionista y un reformador competente, ganará el respeto de los socios. Contará entonces con mejores cartas en Bruselas o Fráncfort para lograr pactos más equilibrados y eficaces que los que se han ido firmando desde 2010. Tal vez pueda incluso aspirar más adelante a un alivio de las condiciones de pago de la colosal deuda y algún plan adicional de estímulos. Por eso, a t odos a los que nos preocupa el futuro de la Unión deberíamos desearle a Tsipras mucha suerte en su empeño bienintencionado por cambiar su país. Grecia necesita aprovechar esa estrecha ventana de oportunidad que ahora se entreabre. Y el resto de Europa también.
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