Estoy muy cansado. Dentro de esta escenografía, creo que no hay nada más que hacer. No se trata solamente de la situación actual, si no de imaginarse la evolución futura. Yo lo pienso, y creo que en esta dinámica sólo puede ir peor peor y peor. Una parte muy significativa de la sociedad elige un camino de alienación absoluta, y reacciona como fiera ante la posibilidad de salir de su jaula ¿Cómo podríamos hacer para divorciarnos, dividir bienes, cada uno por su camino? Ojalá pudiera ser como Chequia y Eslovaquia, Singapore y Malasia, pero por desgracia es, terriblemente, como fueran en tiempos de Gandhi India y Pakistán.
Isobaras sociales en estado de tormenta perpetua.
Los poderosos de aquí y acullá echan nafta al fuego y lo aventan con sus cuchicheos y sus gritos y su ocupación absoluta de todas las instituciones.
Habrá que reflexionar qué significó y significa el concepto «independencia», colectiva e individualmente, más allá de una declaración de intenciones que apenas fungió de correa elástica, de esas que te dejan ir hasta ahí, pero un botoncito y zas, ya estás otra vez pegado a la pierna del amo.
Aceite y agua, revuelvas lo que revuelvas, no se mezclan.
Habrá quienes lean esto, la mayoría supongo, que lo descartarán por pesimista, por muestra de flaqueza. Pero yo, la verdad, es que no tengo ganas de compartir una casa con quien no sólo no me quiere. Me odia. Y que, azuzado convenientemente, puede llegar a hacerme mucho daño, a mí, a mi familia, a mis amigos, a miles de personas por su alteridad cromática, cultural.
No me rindo. Simplemente, abro los ojos.
Así, a distancia conveniente, los implicados puedan tal vez repasar, repensar. Y quienes se apoyan en su odio, propio o adquirido para vivir, tendrán que buscar otro objeto. Otra víctima. Como virus errantes ante un cuerpo que se inmuniza.
Así es como me levanté, hoy.