Por Alfredo Zaiat
La escasez de divisas es un rasgo estructural de la economía argentina, que fue atendido en diferentes períodos por endeudamiento externo, por la afluencia de inversiones extranjeras o por el superávit del comercio exterior. Esa falta de dólares establece límites a la dinámica del crecimiento. El frente externo se constituye entonces en el núcleo duro de resistencia en economías periféricas que tienen como meta el desarrollo. Es un problema que irrumpió en 2011 por la pérdida del autoabastecimiento energético, por la carencia de una estrategia consistente de sustitución de importaciones cuando se había lanzado el objetivo de recuperar la industria y por la persistente fuga de capitales. Pero esa restricción externa no es una característica particular del ciclo kirchnerista, sino que también la enfrentó el segundo gobierno de Perón, el desarrollismo, la política económica de la última dictadura militar, el gobierno de Alfonsín y el experimento devastador de la convertibilidad de Menem y la Alianza. Este recorrido histórico es un necesario recordatorio para todos aquellos que elaboran livianas interpretaciones de las actuales tensiones en el mercado cambiario y para los que se postulan para gestionar la economía a partir del año próximo. La devaluación y el endeudamiento, como se puede leer entrelíneas en las propuestas dominantes, es un atajo que no enfrentará la cuestión estructural de la escasez de divisas y sólo brindará ganancias extraordinarias a grupos concentrados y a sectores dolarizados, además de provocar inestabilidad social por el shock inflacionario y el consiguiente castigo al poder adquisitivo.
Economías como la argentina no dejan de crecer cuando tocan el límite de la capacidad productiva, alcanzan el pleno empleo o el capital se utiliza a plena capacidad, sino cuando hay escasez de dólares para seguir importando. Esa falta de dólares tiene su origen en cuestiones vinculadas con la estructura productiva. Un sector primario competitivo a nivel internacional orienta la economía a ser proveedor de materias primas del mercado mundial, convirtiéndose así en el principal aportante de dólares. A la vez, la fragmentación del aparato industrial exige una creciente necesidad de divisas para funcionar, porque demanda insumos importados, y también requiere de más dólares para acelerar la industrialización. Sin una estrategia planificada de sustitución de importaciones, la industrialización inducida por ese proceso puede ser cada vez más demandante de divisas, por el propio proceso de desarrollo del sector de bie-nes, que avanza hacia etapas más complejas de integración. Esto sucede cuando la sustitución de importaciones se despliega en productos de baja complejidad tecnológica, lo que no permite relajar la restricción externa porque la industria sigue pendiente de insumos de creciente valor por el progreso técnico.
Esta estructura productiva ha terminado condicionado al segundo gobierno de CFK, y lo seguirá haciendo en los próximos si no se consolida una orientación superadora y planificada de la sustitución de importaciones.
Las economías periféricas se topan con la restricción externa por cuestiones productivas, pero la Argentina enfrenta un desafío adicional que agudiza aún más la escasez de divisas: la fuga de capitales. La pérdida de ahorro doméstico refugiado en moneda extranjera, y depositado en el exterior, no es una característica propia de la Argentina, como ha quedado expuesto con las cuentas no declaradas en el HSBC Ginebra. Pero aquí tiene una intensidad mayor, lo que la constituye en un factor adicional para hacer más desestabilizadora la restricción externa.
La dolarización de la riqueza financiera es un fenómeno estructural construido por décadas, cruzando diferentes experiencias políticas y orientaciones económicas. Con inflación o baja inflación, con crecimiento o recesión, en democracia o en dictadura, con tasas de interés positivas o negativas, la fuga de capitales ha sido de una magnitud significativa. Y ha tenido la particularidad de ser mayormente en billetes o depósitos en el exterior con una rentabilidad mínima, cuando en otros países esos capitales fugados se dirigen a bonos, acciones o a la inversión en compañías del extranjero. Este destino del ahorro argentino fugado hacia el dólar billete tiene como resultado que la renta sea muy baja, lo que deriva en que ese atesoramiento no contribuya a la generación de nuevas divisas que podrían ingresar al país. Es un seguro más que una opción financiera de inversión.
El balance cambiario durante el kirchnerismo exhibe en el capítulo Formación de Activos Externos (fuga) uno de los motores perturbadores de la estabilidad económica, acelerando a más revoluciones en los gobiernos de CFK, y en especial en el segundo mandato. Así queda reflejado en las cifras por rubros de ese balance. Los dólares aportados por el saldo del comercio exterior (exportaciones menos importaciones) fue descendiendo desde los 15.041 millones en 2011 hasta los 8935 millones el año pasado, mientras que la demanda de divisas para cancelar intereses de la deuda retrocedió de 10.397 a 5713 millones de dólares en ese lapso. Los dólares acercados por la inversión extranjera directa pasaron de 3502 a 1672 millones de dólares, mientras que la remisión de utilidades descendió de 4141 a 1316 millones, de 2011 a 2014. El rubro servicios (que incluye turismo al exterior, fletes y giros netos de regalías, compensado parcialmente por ingresos netos por servicios empresariales, profesionales y técnicos) había contabilizado un saldo positivo de 127 millones de dólares en 2010 para subir a 9403 millones en 2013 y 5812 millones en 2014. Esa diferencia entre estos dos últimos años se explica por la posibilidad de comprar dólares (ahorro), que tiene un sobrecosto del 20 por ciento, menor al 35 por ciento aplicado para adquirir divisas para viajar al exterior. En el Banco Central estiman que una parte importante de la compra de dólar ahorro (2794 millones) fue utilizada para el turismo externo, canal elegido por la menor sobrecarga en la cotización.
Como se puede observar, en un marco de tensión externa, esas cuentas se van compensando en un sendero de deterioro del saldo del intercambio comercial por las cuestiones mencionadas de la estructura productiva, acercando las presiones que emanan de la restricción externa, pero sin ser un recorrido explosivo. El renglón del balance cambiario que introduce un factor inquietante es la Formación de Activos Externos. Es muy ilustrativo detallar los montos de cada uno de los años a partir de 2003 para comprobar cómo la fuga de capitales aceleró la irrupción de la restricción externa, en millones de dólares:
2003 -3.808
2004 -2.837
2005 1.206
2006 -2.939
2007 -8.872
2008 -23.098
2009 -14.125
2010 -11.410
2011 -21.504
2012 -3.404
2013 387
2014 -3.248
Fuente: Balance cambiario BCRA.
Sólo en el 2005 hubo un saldo positivo sin un régimen de administración de divisas más firme, que en su momento de mayor dureza en 2013 culminó con un resultado levemente favorable.
La experiencia histórica revela que ni con devaluación, endeudamiento externo o la fantasía de la “confianza” empresaria a un gobierno por ser amigable con el mercado financiero se ha podido neutralizar la dolarización de los excedentes financieros.
Es una prueba desafiante orientar la economía para superar la restricción externa (lo que es de por sí un proyecto de envergadura), la sustitución de importaciones y el desarrollo industrial, pero aún más es encontrar el modo de atenuar la restricción interna cuya máxima expresión es la intensa y constante fuga de capitales.
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