El 18F y los conflictos conducentes

15 de Febrero de 2015
ESCENARIO
El próximo miércoles, el bloque judicial, político y mediático opositor buscará la foto que demuestre al mundo su rechazo al gobierno nacional. Geopolítica, desestabilización y desafío democrático.
Foto: diego paruelo
Llevado al plano de la política, el principio de Arquímedes confirma que cualquier fuerza que se proponga transformar la sociedad en serio va a recibir un rechazo igualmente conmovedor de los sectores afectados negativamente por su proyecto. Cuánto más radical sea la propuesta de cambio, mayor será la reacción de los que se valían del estado previo de las cosas para asignarse privilegios.
Aclarada esta ley de la física política más elemental, asumir que el gobierno de Cristina Kirchner sufre hoy el asedio de corporaciones histéricas que procuran, desde un final de mandato anticipado hasta dañar las posibilidades de continuidad del kirchnerismo en las urnas, habla en realidad de lo lejos que llegaron muchas de sus políticas en relación a las que se aplicaban en los albores del 2000, cuando el país estuvo al borde de la disolución.
Desde entonces, para correrse del lugar de administrador de la catástrofe y construir gobernabilidad por vía de la legitimidad pública, el kirchnerismo forzó una serie de conflictos perentorios que revitalizaron y dieron sentido a la democracia extraviada, esa misma que heredó de manos de los que hoy integran el batallón de indignados a reglamento con soluciones mágicas a todos los males.
Habrá que reconocerles a Néstor y Cristina Kirchner que, un poco por audacia, otro tanto por cálculo, a veces por convicción y casi siempre por necesidad, concibieron un programa sobre la marcha que los depositó en la vereda de enfrente de la vieja política y sus métodos, de los cómplices civiles del genocidio, de los monopolios informativos, de la elite empresaria egoísta, de las patronales agrarias, de un sector de la patria financiera, de ciertas empresas europeas como Repsol, del Reino Unido y su base militar en Malvinas, del sindicalismo más corporativo, de la iglesia más conservadora que se opuso a las leyes igualitarias, de los holdouts más usureros que torpedearon la reestructuración de la deuda soberana, de la familia judicial, de los servicios de Inteligencia y hasta de la administración de George Bush, hundiendo el ALCA en Mar de Plata, ese corralito comercial pensado por los Estados Unidos para los países de la región.
La sola enumeración genera agobio. Todo pasó en 11 años y medio. De una democracia formal, anulada en sus posibilidades de integración y promoción social, pasamos a otra, vertiginosa y confrontativa, que así como logró ensanchar el horizonte de derechos consagrados y reclamables, también produjo una larga fila de poderosos rumiando venganza. Todos con múltiples capacidades de daño.
Cuando faltan poco más de nueve meses para que Cristina termine su segundo mandato, al que llegó con el 54% de los votos, el bloque de los muchos ofendidos por sus decisiones parece haberse articulado y generado un plan para intentar escarmentarla por la osadía de estos años.
La marcha del 18F, convocada por fiscales y jueces de la «familia judicial» opositora a los cambios en el Código Procesal Penal, a la designación de la procuradora Alejandra Gils Carbó y a los aires democratizadores que impulsó el oficialismo en la judicatura cuando se dio cuenta de que vía cautelares y causas sinuosas trataban de impedir el funcionamiento independiente de los otros dos poderes de la república, el Ejecutivo y el Legislativo, es una escalada en la resistencia de los sectores oscurantistas que dominan desde hace décadas el Poder Judicial.
Es grave la acusación sin pruebas del fiscal federal Gerardo Pollicita, pero mucho más compleja en su elaboración es la apuesta a llevar este conflicto a la calle utilizando el cadáver de Alberto Nisman como bandera. No se trata del uso político del caso, sino de evaluar qué tipo de política adoptó este grupo esperpéntico y cuáles son las herramientas de las que dispone para erosionar al gobierno.
El manejo arbitrario y discrecional de los tiempos de determinadas causas judiciales y la provisión de dictámenes y acusaciones escandalosas por goteo contra los funcionarios del Ejecutivo y miembros de la familia presidencial que abastecen a los diarios opositores de tapas y noticias siniestras tienen como objetivo primordial aislar al kirchnerismo de la expectativa social en un lento proceso de demonización de sus figuras, en un año electoral.
Son variadas las razones que otorgan verosimilitud a la estrepitosa saga judicial en un sector duro, aunque no mayoritario, de la población. Difícil entender también cómo un grupo de funcionarios judiciales, entre los que se encuentran varios que no podrían explicar sus patrimonios y sus fallidas actuaciones en causas resonantes, consiguió la adhesión de la misma franja social, contradictoria y efervescente, que se movilizó ya varias veces por ausencia de un programa partidario que la contenga en sus demandas. Tal vez se trate de un capítulo catártico más. O de la puesta en marcha de una candidatura de derecha pura y dura que considere a Mauricio Macri un candidato demasiado tibio para su exigencia. Todo eso está por verse.
El kirchnerismo, aún soportando el asedio, debería tener en cuenta que si personalizan el ataque a sus referentes, es porque les resulta mucho más difícil hacerlo frontalmente con sus políticas. La aún inexplicada muerte de Nisman le cayó del cielo al oportunismo de «la famiglia» judicial. De haber convocado a una marcha en contra de los proyectos de democratización de la justicia, esta hubiera sido rala, como lo fue el primer intento con el fiscal José María Campagnoli. En cambio, montarse sobre el natural estupor y recogimiento generado por el lamentable episodio en la torre Le Parc de Puerto Madero, seguramente va a arrimarle a este grupo algunas multitudes en su propósito de jaquear al gobierno que consideraba, hasta la ofensiva democratizadora, apenas inamistoso, y desde entonces, un enemigo abierto.
De todos modos, pensar que el grado de belicosidad que demuestran es el mayor problema para la estabilidad del gobierno, sería atribuirles un poder que no tienen de manera aislada. Este es apenas uno de los frentes de acoso que sufre la administración oficial. No el único, tampoco el más peligroso.
Lo preocupante es el grado de articulación que comienza a hacerse evidente entre los distintos frentes que componen la avanzada antikirchnerista, es decir, los heridos por las conflictividades conducentes que el mismo gobierno declaró durante su gestión.
Pelearse con las AFJP para que el 100% de las personas en edad de jubilarse tengan cobertura previsional, fue un conflicto conducente.
Batirse a duelo con los fondos buitre y el juez Thomas Griesa para que no voltearan juntos la reestructuración de la deuda y estafaran al Estado con sus bonos, fue otro conflicto conducente.
Lo mismo podría decirse de la expropiación de Repsol para nacionalizar YPF y asegurar la soberanía del país en Vaca Muerta, de la recuperación de las paritarias como método indexatorio de los salarios frente a la clásica despreocupación patronal por el sostenimiento del mercado interno, del hundimiento del intento de anexión económica de los Estados Unidos a través del ALCA por inconveniente para la industria local, de la batalla antimonopólica contra el Grupo Clarín S.A. que se jactaba de almorzar presidentes democráticos, de las retenciones a las rentas extraordinarias del agro que permitieron financiar el más ambicioso plan de políticas inclusivas de toda América Latina, de la fumigación en el Banco Central que arrebató su conducción a los cuadros financieros del establishment y consiguió el fin de la timba, las corridas y la paz cambiaria, de la vigilancia sobre la estructura de precios en un mercado oligopólico y concentrado que se vio obligado por el Estado a poner productos en las góndolas más accesibles al bolsillo, y del impresionante juzgamiento de grupos empresarios concretos como promotores y beneficiarios del último genocidio, en un gesto simbólico imprescindible que ayuda a comprender por qué un día la Argentina, el país cuya elite se ufanaba de ser la más educada de la región, llegó a convertirse en una sucursal sangrienta de la Alemania Nazi.
Todos estos conflictos (hay muchos más) condujeron a algo. Esto que vivimos. En el marco de una democracia imperfecta, mejorable, irresuelta, pero no herida de muerte como lo estuvo en el 2001. Una que pasó de asegurar la desigualdad crónica, a otra que permitió ilusionarse con la igualdad como valor asociado irrenunciable.
Pero hay gente que no logra vincular estos conflictos con las mejoras, muchas o pocas, de su vida cotidiana. El martilleo mediático sobre la subjetividad de un sector consiguió aislar los resultados positivos de los conflictos necesarios que los hicieron posibles. Kirchnerismo, para ese grupo de gente, es sinónimo de crispación, pelea, país partido y grieta. Cualquier cosa que diga Cristina, aunque sea un comentario trivial sobre su nieto, es la confirmación de este prejuicio fabricado por los dueños de la concentración mediática y la agenda pública, desde la prepotencia que esa misma concentración les permite. En esto, en la censura empresaria a cuestiones relevantes para la comprensión de lo que sucede, han sido sumamente eficaces. Porque, al escamotearle a la sociedad la verdad sobre el enérgico mecanismo político y cultural que produjo las mejoras, hoy se naturaliza en vastos sectores asuntos que no son nada naturales, si se los coteja con nuestra historia reciente.
Previo al kirchnerismo, hace 11 años había un 52% de pobreza, un 28% de desocupación, los gremios industriales tenían apenas un tercio de los afiliados que hoy tienen, las empresas se debatían entre pedir la convocatoria de acreedores, la quiebra o cerrar definitivamente sus puertas, los docentes no tenían salarios porque no cobraban, los trenes y colectivos atravesaban la ciudad vacíos o semivacíos por falta de trabajadores, lo único que crecía en los conurbanos era el trueque, los merenderos y el aparato de moda no era una netbook ni un led ni un celular, nada de eso: era la olla popular. Sin pilas, sin cables y con algo de polenta.
¿Es, como dicen algunos, producto de que los nuevos incluidos rechazan a los que todavía falta por incluir? ¿O acaso la sistematización de la ofensiva mediática opositora finalmente logró concebir una mirada social en blanco y negro, y sin memoria de lo que ocurría hace apenas 134 meses?
Igual, el kirchnerismo haría mal en irritarse con los que lo critican o los que van a marchar este miércoles. El 18F no existiría sin sus conflictividades inevitables, productivas y conducentes.
Alberdi dijo hace mucho que gobernar era poblar. Perón, en el siglo pasado, que era crear trabajo. El de Alberdi era un país desbordante de pasturas y animales, pero escaso de gente. El de Perón, atravesado por la segunda guerra y el rediseño planetario entre las potencias emergentes, una oportunidad para aprovechar la bonanza.
Néstor y Cristina Kirchner, hijos de los ’70 y de un mundo como el actual, cuya complejidad y vértigo no se parecen en nada a lo conocido previamente, descubrieron que gobernar en el siglo XXI es crear los conflictos necesarios para transformar una nación de pocos en una de mayorías.
Eso genera adhesión y rechazo. Plazas llenas de alabanza y titulares catastróficos. El amor incondicional de algunos y el odio de los jueces, fiscales, banqueros, patrones y embajadores que ven amenazados su poder. El apoyo de mucha gente y la injerencia desembozada del embajador de los Estados Unidos en el caso Nisman y el insólito pedido de la Cámara de Comercio Argentino-Estadounidense de que la causa AMIA tenga al frente “un fiscal independiente” y el paso del expediente a la Corte Suprema. El reconocimiento del gobierno chino, la potencia mundial para 2050, como “socio estratégico integral” de dos economías complementarias y la crítica furiosa del Foro de la Convergencia empresarial, de Clarín y Techint, por eso mismo.
Si se pone en Google «Alberto Nisman» y «Roger Noriega» surge a la vista una sugestiva comunidad de visiones geopolíticas. Noriega fue el secretario para el Hemisferio Occidental de George Bush, el mismo que se retiró humillado de Mar del Plata cuando el kirchnerismo, junto a los principales gobiernos de la región, decidió el fin de las relaciones carnales.
No hay mucho misterio para anticipar lo que puede ocurrir esta semana. El bloque de corporaciones nacionales y grupos de lobby extranjero generaron las condiciones para poner una multitud en la calle. Es la foto que les falta para explicarle al mundo que la Argentina está gobernada por el «régimen corrupto y criminal» que ellos denuncian desde hace rato, para satanizarlo y mandarlo al tacho de la historia. Y jugar luego con el país como un ave carroñera con su presa inanimada.
Si no fuera cierto que el kirchnerismo afectó intereses que parecían intocables durante su gobierno, si no fuera verdad que los conflictos eran inevitables para correr los límites de la democracia argentina, el poder de los que ahora se confabulan de modo despiadado contra su gobierno no sería tan desestabilizador como parece.
En toda esta trama falta un actor. Que más tarde o más temprano deberá expresarse. Son los millones que reconocen cada día que viven en un país mejor del que había hace diez años.
Esa masa silenciada será la que, cuando pueda pronunciarse, en la calle o en las urnas, definirá si esta batalla la gana la democracia o las corporaciones. -<dl

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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