Viernes 27 de febrero de 2015 | Publicado en edición impresa
El núcleo duro
El oficialismo creció gracias a una amplia franja de la población que cree en las conspiraciones y que está convencida de que hay un enemigo por vencer; son presunciones anteriores a su llegada e independientes de su destino
¿El núcleo duro del kirchnerismo está formado sólo por Cristina Kirchner y sus allegados más cercanos? ¿Incluye también al 6% de la población que se define como kirchnerista o, acaso, es algo más difuso y difícil de definir? Empecé a hacerme estas preguntas cuando, una semana después de la muerte de Alberto Nisman, leí las primeras críticas al 18-F. Para entonces, todavía no se sabía que los fiscales adherirían y, mucho menos que se convertirían en los convocantes más emblemáticos de la marcha. Tampoco había manera de adivinar que el Gobierno, con su crítica a la convocatoria, sería su propagandista más eficaz.
La idea de la marcha nació de ciudadanos sin filiación partidista. Diez días antes de la entrada en escena de los fiscales circulaban los primeros hashtags del #18F en Twitter, se juntaban adhesiones en varias páginas de Facebook y había un pedido de firmas en Change.org convocando a la Plaza de Mayo. Adhesiones y comentarios en contra se multiplicaban a la par. «Si a la marcha van sectores contrarios a este gobierno, la marcha perdería legitimidad», escribió alguien en Facebook. Otro comentó: «La noche que murió Nisman vi carteles insultando a Cristina. Si eso no es destituyente, entonces no sé qué es». Alguien más dijo: «Nisman era agente de la CIA. ¿Ahora lo van a salir a defender?» Y en Twitter dijeron: «Se viene perfilando la operación Nisman como «la gran Herminio Iglesias» del Grupo Clarín y la oposición argentina». Mientras esta índole de críticas de origen personal abundaba en las redes, el arco intelectual afín al oficialismo seguía callado.
Hago hincapié en el orden de los hechos porque hay muchas personas convencidas de que tanto los intelectuales como la gente de clase media que apoya al Gobierno lo hace porque recibe algo a cambio. Dudo que en la mayoría de los casos sea así. Afianzo mi hipótesis en la enorme cantidad de comentarios que proliferaron en contra de la marcha, mucho antes de que el oficialismo hiciera pública su posición. El repudio al 18-F aumentó en cuanto los fiscales se convirtieron en los principales voceros de la convocatoria y creció exponencialmente cuando se supo que adherían políticos de la oposición. Entonces empezaron a escucharse cada vez más comentarios como los siguientes: «Hay que cuidar con quién se asocia uno cuando protesta. Si los que organizan son indeseables, es mejor no participar». «La marcha es convocada por un par de fiscales acusados de encubrimiento por el caso AMIA y por personajes deleznables como Cecilia Pando o el nazi Biondini». Miles y miles de comentarios como ésos en la Red no son fruto del clientelismo. El apoyo al 18-F ya era masivo cuando Carta Abierta dio a conocer su repudio a la convocatoria y varios centenares de intelectuales, actores y periodistas firmaron un Manifiesto que alertaba sobre un «golpe suave», el «terrorismo periodístico disimulado» y la «parodia democraticista de un pequeño grupo de fiscales desprestigiados».
Así como el impulso inicial al 18-F surgió de la ciudadanía y sólo después se sumaron fiscales y políticos, también el rechazo a la marcha nació de abajo y encontró, semanas después, una expresión precisa en el Manifiesto de los intelectuales y en las respuestas de funcionarios. Todo esto me hace proponer la hipótesis de que lo que suele llamarse el «núcleo duro» del kirchnerismo no se encuentra tan sólo en la cima de la pirámide, ni en ese 6% que le es incondicional, sino en una base formada por millones de personas que de verdad piensan en términos de conspiraciones, gente que no puede leer la política más que como un juego de suma cero, que cree en la posibilidad de golpes de Estado en nuestro país a 30 años de democracia, y que está convencida de que hay un enemigo por vencer.
Según esta hipótesis, lo que suele llamarse «bajada de línea» no se limitaría a ser una orden que va de la punta de la pirámide hacia abajo, sino que operaría también a la inversa, originándose como un murmullo en la base para luego encontrar una representación más orgánica y eficaz en la cima, desde donde, convertida en doctrina y apertrechada de eslóganes, se multiplica con la fuerza del megáfono estatal.
Trabajar con esta hipótesis tiene por lo menos dos ventajas. En primer lugar, le confiere un estatus más humano, autónomo y relevante al 23% de argentinos que sigue queriendo que el oficialismo gane las elecciones, pues deja de considerarlos como ovejas de un rebaño, para verlos como individuos cuya ideología -por difusa que sea- mantiene vivo al kirchnerismo, a pesar de los errores que ha cometido y del cúmulo de denuncias de corrupción en curso. En segundo lugar, esa hipótesis podría ayudar a que la oposición comprendiera que su mayor dificultad no es enfrentarse a quienes ocupan la punta de la pirámide, sino contribuir a transformar o develar convicciones profundamente arraigadas en gran parte de la población y cuyas raíces son anteriores al kirchnerismo e independientes de su destino.
Si la hipótesis de un núcleo duro ampliado es cierta, aunque en las próximas elecciones ganara un candidato opositor, gran parte de la población seguiría anhelando la arenga heroica y refundacional. A las primeras medidas impopulares que necesariamente tendrá que tomar el próximo gobierno, toda esa gente que evalúa la realidad basándose en la lógica de amigo
enemigo, podría hacer -como ya ha sucedido- que la gestión de los nuevos gobernantes sea imposible.
Esta idea de que la base condiciona el liderazgo también podría describirse señalando lo que a primera vista puede parecer una perogrullada: las consignas de la dirigencia política no sirven de nada si no encuentran tierra fértil donde multiplicarse. El próximo 1° de marzo, el oficialismo seguramente llevará colectivos llenos de militantes. Sin embargo, frente al Congreso también habrá miles de personas que habrán ido hasta ahí convencidas de que su presencia es importante y necesaria. Despreciarlas no es una estrategia generosa ni inteligente. El kirchnerismo no habría podido florecer si gran parte de la población argentina no estuviera predispuesta a apoyar discursos heroicos, a creer en consignas revolucionarias y confabulaciones internacionales diseñadas a la medida. Las ideas republicanas y la separación de poderes le importan poco y nada a amplísimos sectores de la ciudadanía, independientemente de su nivel de instrucción.
Conviene resaltar que también hay un núcleo duro ampliado -o abundante tierra fértil- de signo contrario: los fanatismos encuentran clientes arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda. Por eso, la noche de la primera marcha espontánea tras la muerte de Nisman había carteles culpando a la Presidenta. Ambos núcleos se alimentan mutuamente. Son dos caras del mismo monstruo que devora nuestro país.
¿Cómo se hace para superar esta confrontación? Las sociedades que han pasado por etapas de gran violencia tienden a prolongar de una u otra forma esa violencia a no ser que se logre un acercamiento significativo entre las partes y un acuerdo en cuestiones básicas que permita emprender una dirección distinta.
Entre nosotros parecería no existir, todavía, suficiente tierra fértil para el diálogo y la negociación. Quizás una manera de ir abonando el terreno sea trabajando en la periferia, acercando personas con convicciones afines a los núcleos enfrentados, pero capaces de dialogar honestamente y de escucharse hasta entender por qué el otro piensa de la manera en que lo hace. Si lográramos juntar a los dialoguistas de ambos lados, quizás -sólo quizás- podrían empezar a crearse las bases de una república en la que dos personas que piensan distinto puedan sentarse cómodamente a la misma mesa y festejar la libertad.
La autora es escritora.
El núcleo duro
El oficialismo creció gracias a una amplia franja de la población que cree en las conspiraciones y que está convencida de que hay un enemigo por vencer; son presunciones anteriores a su llegada e independientes de su destino
¿El núcleo duro del kirchnerismo está formado sólo por Cristina Kirchner y sus allegados más cercanos? ¿Incluye también al 6% de la población que se define como kirchnerista o, acaso, es algo más difuso y difícil de definir? Empecé a hacerme estas preguntas cuando, una semana después de la muerte de Alberto Nisman, leí las primeras críticas al 18-F. Para entonces, todavía no se sabía que los fiscales adherirían y, mucho menos que se convertirían en los convocantes más emblemáticos de la marcha. Tampoco había manera de adivinar que el Gobierno, con su crítica a la convocatoria, sería su propagandista más eficaz.
La idea de la marcha nació de ciudadanos sin filiación partidista. Diez días antes de la entrada en escena de los fiscales circulaban los primeros hashtags del #18F en Twitter, se juntaban adhesiones en varias páginas de Facebook y había un pedido de firmas en Change.org convocando a la Plaza de Mayo. Adhesiones y comentarios en contra se multiplicaban a la par. «Si a la marcha van sectores contrarios a este gobierno, la marcha perdería legitimidad», escribió alguien en Facebook. Otro comentó: «La noche que murió Nisman vi carteles insultando a Cristina. Si eso no es destituyente, entonces no sé qué es». Alguien más dijo: «Nisman era agente de la CIA. ¿Ahora lo van a salir a defender?» Y en Twitter dijeron: «Se viene perfilando la operación Nisman como «la gran Herminio Iglesias» del Grupo Clarín y la oposición argentina». Mientras esta índole de críticas de origen personal abundaba en las redes, el arco intelectual afín al oficialismo seguía callado.
Hago hincapié en el orden de los hechos porque hay muchas personas convencidas de que tanto los intelectuales como la gente de clase media que apoya al Gobierno lo hace porque recibe algo a cambio. Dudo que en la mayoría de los casos sea así. Afianzo mi hipótesis en la enorme cantidad de comentarios que proliferaron en contra de la marcha, mucho antes de que el oficialismo hiciera pública su posición. El repudio al 18-F aumentó en cuanto los fiscales se convirtieron en los principales voceros de la convocatoria y creció exponencialmente cuando se supo que adherían políticos de la oposición. Entonces empezaron a escucharse cada vez más comentarios como los siguientes: «Hay que cuidar con quién se asocia uno cuando protesta. Si los que organizan son indeseables, es mejor no participar». «La marcha es convocada por un par de fiscales acusados de encubrimiento por el caso AMIA y por personajes deleznables como Cecilia Pando o el nazi Biondini». Miles y miles de comentarios como ésos en la Red no son fruto del clientelismo. El apoyo al 18-F ya era masivo cuando Carta Abierta dio a conocer su repudio a la convocatoria y varios centenares de intelectuales, actores y periodistas firmaron un Manifiesto que alertaba sobre un «golpe suave», el «terrorismo periodístico disimulado» y la «parodia democraticista de un pequeño grupo de fiscales desprestigiados».
Así como el impulso inicial al 18-F surgió de la ciudadanía y sólo después se sumaron fiscales y políticos, también el rechazo a la marcha nació de abajo y encontró, semanas después, una expresión precisa en el Manifiesto de los intelectuales y en las respuestas de funcionarios. Todo esto me hace proponer la hipótesis de que lo que suele llamarse el «núcleo duro» del kirchnerismo no se encuentra tan sólo en la cima de la pirámide, ni en ese 6% que le es incondicional, sino en una base formada por millones de personas que de verdad piensan en términos de conspiraciones, gente que no puede leer la política más que como un juego de suma cero, que cree en la posibilidad de golpes de Estado en nuestro país a 30 años de democracia, y que está convencida de que hay un enemigo por vencer.
Según esta hipótesis, lo que suele llamarse «bajada de línea» no se limitaría a ser una orden que va de la punta de la pirámide hacia abajo, sino que operaría también a la inversa, originándose como un murmullo en la base para luego encontrar una representación más orgánica y eficaz en la cima, desde donde, convertida en doctrina y apertrechada de eslóganes, se multiplica con la fuerza del megáfono estatal.
Trabajar con esta hipótesis tiene por lo menos dos ventajas. En primer lugar, le confiere un estatus más humano, autónomo y relevante al 23% de argentinos que sigue queriendo que el oficialismo gane las elecciones, pues deja de considerarlos como ovejas de un rebaño, para verlos como individuos cuya ideología -por difusa que sea- mantiene vivo al kirchnerismo, a pesar de los errores que ha cometido y del cúmulo de denuncias de corrupción en curso. En segundo lugar, esa hipótesis podría ayudar a que la oposición comprendiera que su mayor dificultad no es enfrentarse a quienes ocupan la punta de la pirámide, sino contribuir a transformar o develar convicciones profundamente arraigadas en gran parte de la población y cuyas raíces son anteriores al kirchnerismo e independientes de su destino.
Si la hipótesis de un núcleo duro ampliado es cierta, aunque en las próximas elecciones ganara un candidato opositor, gran parte de la población seguiría anhelando la arenga heroica y refundacional. A las primeras medidas impopulares que necesariamente tendrá que tomar el próximo gobierno, toda esa gente que evalúa la realidad basándose en la lógica de amigo
enemigo, podría hacer -como ya ha sucedido- que la gestión de los nuevos gobernantes sea imposible.
Esta idea de que la base condiciona el liderazgo también podría describirse señalando lo que a primera vista puede parecer una perogrullada: las consignas de la dirigencia política no sirven de nada si no encuentran tierra fértil donde multiplicarse. El próximo 1° de marzo, el oficialismo seguramente llevará colectivos llenos de militantes. Sin embargo, frente al Congreso también habrá miles de personas que habrán ido hasta ahí convencidas de que su presencia es importante y necesaria. Despreciarlas no es una estrategia generosa ni inteligente. El kirchnerismo no habría podido florecer si gran parte de la población argentina no estuviera predispuesta a apoyar discursos heroicos, a creer en consignas revolucionarias y confabulaciones internacionales diseñadas a la medida. Las ideas republicanas y la separación de poderes le importan poco y nada a amplísimos sectores de la ciudadanía, independientemente de su nivel de instrucción.
Conviene resaltar que también hay un núcleo duro ampliado -o abundante tierra fértil- de signo contrario: los fanatismos encuentran clientes arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda. Por eso, la noche de la primera marcha espontánea tras la muerte de Nisman había carteles culpando a la Presidenta. Ambos núcleos se alimentan mutuamente. Son dos caras del mismo monstruo que devora nuestro país.
¿Cómo se hace para superar esta confrontación? Las sociedades que han pasado por etapas de gran violencia tienden a prolongar de una u otra forma esa violencia a no ser que se logre un acercamiento significativo entre las partes y un acuerdo en cuestiones básicas que permita emprender una dirección distinta.
Entre nosotros parecería no existir, todavía, suficiente tierra fértil para el diálogo y la negociación. Quizás una manera de ir abonando el terreno sea trabajando en la periferia, acercando personas con convicciones afines a los núcleos enfrentados, pero capaces de dialogar honestamente y de escucharse hasta entender por qué el otro piensa de la manera en que lo hace. Si lográramos juntar a los dialoguistas de ambos lados, quizás -sólo quizás- podrían empezar a crearse las bases de una república en la que dos personas que piensan distinto puedan sentarse cómodamente a la misma mesa y festejar la libertad.
La autora es escritora.
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