La nueva “normalidad”, es que ahora los ingresos de los hogares no son más rehenes del ciclo económico controlado por un mercado concentrado, sino que el Estado sostiene buena parte de la actividad transfiriendo mayores ingresos a las familias. Así se estabiliza la economía y se resguarda el empleo de millones de argentinos. Modificar ese esquema sería volver al pasado y encontrarnos con volatilidades que impactarían fuertemente sobre los sectores más vulnerables.
Por Alejandro Robba:
Aun con los bajos precios de la soja, incertidumbre reinante en Europa, caída en los precios del petróleo y el gigante brasileño dormido, la economía argentina del 2014 no experimentó el colapso que los analistas que aparecen diariamente en los medios pronosticaban. Más aun, a partir del último bimestre del año la economía local parece retomar la senda del crecimiento empujada por una fuerte política de incentivos a la demanda y un Estado que garantiza una parte importante del nivel de actividad. En este sentido los programas Procrear, Precios Cuidados y Ahora 12, sumados a la política de ingresos y a los nuevos derechos sociales establecidos, han sido fundamentales a la hora de estabilizar la economía e impedir retrocesos bruscos.
A nuestro entender, existe un cambio estructural en la lógica de funcionamiento de la economía argentina, que no es tenido en cuenta por la mayoría de los economistas ni por los organismos internacionales a la hora de realizar pronósticos, acentuando el fracaso de sus predicciones. A contramano de lo que se pregonaba sobre una supuesta debacle económica, con inflación y desempleo creciente, los precios continúan su desaceleración y el empleo no colapsó. En efecto, se tome el indicador de precios que se tome, la tendencia declinante la refleja tanto el índice nacional como los provinciales, incluido el de la Ciudad de Bs. As.
Por el lado del empleo, en diciembre pasado el número de desocupados alcanzó los 837.000. Esto representa un incremento en términos absolutos de 78.000 argentinos respecto a un año anterior. No obstante, se observó un descenso de 58.000 personas que estaban desocupadas a septiembre de 2014, meses para los que se pronosticaban agudos conflictos sindicales.
A la economía argentina como al resto del mundo (ver último informe de la OIT) le cuesta crear empleo decente, pero se debiera reconocer que aun con un año donde el nivel de actividad no se expandió, el mercado laboral presentó una estabilidad que no exhibía en años anteriores.
¿Cómo puede explicarse que en 2014 la economía no haya sufrido un fuerte cimbronazo?
Lo primero que debe esgrimirse es la imposibilidad que tiene la corriente ortodoxa tradicional para analizar este nuevo fenómeno. La clave es entender que la marcha de la economía está impulsada por la demanda agregada y que las teorías del derrame o aquellas del primero ahorro, después crezco y recién al final llega la felicidad, han fracasado para explicar el ciclo económico. En el caso argentino, la demanda tiene en el consumo interno su principal motor. Esta variable no es solo inducida por el nivel de la masa salarial (salario real y nivel de empleo) sino también tiene un componente autónomo que es el gasto público. La redistribución que el Estado realiza mediante el cobro de impuestos y el gasto, determina que su intervención sea decisiva para impulsar o contraer una parte considerable del consumo total.
Podríamos entonces empezar a hablar – y bienvenido el debate- de una nueva “normalidad” en la economía que surge de la impronta de un Estado comprometido con el sostenimiento de la actividad económica y al frente del proceso de desarrollo. En este sentido, cabe destacar que desde la política económica se inyectaron todos los años desde 2009, crecientes flujos monetarios hacia los hogares. Y hablamos de hogares y no de individuos, porque son los ingresos totales de los hogares (paritarias y convenios para los activos, AUH para los chicos, inclusión y movilidad social para los abuelos, cooperativas de trabajo, etc.) los que sostuvieron el consumo.
Esto explica por qué, a pesar que los salarios reales no mejoraron el año pasado, esto no se tradujo en una caída significativa del consumo total. Mientras el sector privado no contribuyó a mejorar los ingresos de los hogares al crearse pocos puestos de trabajo, fue el sector público quien impulsó y sostuvo el ingreso que obtienen las familias por fuera del mercado. De esta manera se pone un piso mínimo a la demanda, asegurando un nivel de producción compatible con la preservación del empleo y la rentabilidad empresarial. De mantenerse este modelo, la Argentina nunca más vivirá caídas de actividad del orden de las experimentadas –amargamente- en el pasado.
Tal vez, la oposición debería debatir de cara a la sociedad si sigue o rompe con esta “nueva normalidad” en la economía argentina en lugar de oponerse a cualquier iniciativa del ejecutivo como única forma de hacer campaña electoral. La madurez del pueblo argentino requiere este tipo de debates de fondo.
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Por Alejandro Robba:
Aun con los bajos precios de la soja, incertidumbre reinante en Europa, caída en los precios del petróleo y el gigante brasileño dormido, la economía argentina del 2014 no experimentó el colapso que los analistas que aparecen diariamente en los medios pronosticaban. Más aun, a partir del último bimestre del año la economía local parece retomar la senda del crecimiento empujada por una fuerte política de incentivos a la demanda y un Estado que garantiza una parte importante del nivel de actividad. En este sentido los programas Procrear, Precios Cuidados y Ahora 12, sumados a la política de ingresos y a los nuevos derechos sociales establecidos, han sido fundamentales a la hora de estabilizar la economía e impedir retrocesos bruscos.
A nuestro entender, existe un cambio estructural en la lógica de funcionamiento de la economía argentina, que no es tenido en cuenta por la mayoría de los economistas ni por los organismos internacionales a la hora de realizar pronósticos, acentuando el fracaso de sus predicciones. A contramano de lo que se pregonaba sobre una supuesta debacle económica, con inflación y desempleo creciente, los precios continúan su desaceleración y el empleo no colapsó. En efecto, se tome el indicador de precios que se tome, la tendencia declinante la refleja tanto el índice nacional como los provinciales, incluido el de la Ciudad de Bs. As.
Por el lado del empleo, en diciembre pasado el número de desocupados alcanzó los 837.000. Esto representa un incremento en términos absolutos de 78.000 argentinos respecto a un año anterior. No obstante, se observó un descenso de 58.000 personas que estaban desocupadas a septiembre de 2014, meses para los que se pronosticaban agudos conflictos sindicales.
A la economía argentina como al resto del mundo (ver último informe de la OIT) le cuesta crear empleo decente, pero se debiera reconocer que aun con un año donde el nivel de actividad no se expandió, el mercado laboral presentó una estabilidad que no exhibía en años anteriores.
¿Cómo puede explicarse que en 2014 la economía no haya sufrido un fuerte cimbronazo?
Lo primero que debe esgrimirse es la imposibilidad que tiene la corriente ortodoxa tradicional para analizar este nuevo fenómeno. La clave es entender que la marcha de la economía está impulsada por la demanda agregada y que las teorías del derrame o aquellas del primero ahorro, después crezco y recién al final llega la felicidad, han fracasado para explicar el ciclo económico. En el caso argentino, la demanda tiene en el consumo interno su principal motor. Esta variable no es solo inducida por el nivel de la masa salarial (salario real y nivel de empleo) sino también tiene un componente autónomo que es el gasto público. La redistribución que el Estado realiza mediante el cobro de impuestos y el gasto, determina que su intervención sea decisiva para impulsar o contraer una parte considerable del consumo total.
Podríamos entonces empezar a hablar – y bienvenido el debate- de una nueva “normalidad” en la economía que surge de la impronta de un Estado comprometido con el sostenimiento de la actividad económica y al frente del proceso de desarrollo. En este sentido, cabe destacar que desde la política económica se inyectaron todos los años desde 2009, crecientes flujos monetarios hacia los hogares. Y hablamos de hogares y no de individuos, porque son los ingresos totales de los hogares (paritarias y convenios para los activos, AUH para los chicos, inclusión y movilidad social para los abuelos, cooperativas de trabajo, etc.) los que sostuvieron el consumo.
Esto explica por qué, a pesar que los salarios reales no mejoraron el año pasado, esto no se tradujo en una caída significativa del consumo total. Mientras el sector privado no contribuyó a mejorar los ingresos de los hogares al crearse pocos puestos de trabajo, fue el sector público quien impulsó y sostuvo el ingreso que obtienen las familias por fuera del mercado. De esta manera se pone un piso mínimo a la demanda, asegurando un nivel de producción compatible con la preservación del empleo y la rentabilidad empresarial. De mantenerse este modelo, la Argentina nunca más vivirá caídas de actividad del orden de las experimentadas –amargamente- en el pasado.
Tal vez, la oposición debería debatir de cara a la sociedad si sigue o rompe con esta “nueva normalidad” en la economía argentina en lugar de oponerse a cualquier iniciativa del ejecutivo como única forma de hacer campaña electoral. La madurez del pueblo argentino requiere este tipo de debates de fondo.
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