La Sala I de la Cámara Federal porteña confirmó por mayoría el fallo del juez de primera instancia Daniel Rafecas, que negó entidad de causa a la denuncia que Alberto Nisman había presentado contra la presidenta CFK, su canciller Héctor Timerman y el diputado nacional Andrés Larroque, por supuesto encubrimiento de los dirigentes políticos iraníes acusados en 2006 por el fallecido ex fiscal de la UFI-AMIA en el proceso que instruía (con pésimo desempeño) por la voladura de la mutual judía.
La enorme dimensión de los fundamentos en que se apoyan ambos rechazos mitigan, al menos en parte, las reacciones contra los magistrados que los elaboraron.
Si se tratara sólo de las carencias probatorias del dictamen de Nisman, seguramente estaríamos en una discusión de otro rango. En cambio, al haberse desnudado también una alarmante indigencia en la razón jurídica de la presentación, lo que tranquilamente puede abrir una vía hacia hipótesis investigativas (tanto en torno a la muerte del funcionario, como en cuanto a la trama previa que desembocó en tan triste epílogo) cuya profundización pondrían en problemas a quienes utilizaron –sin suerte– todo este chiquero como material de construcción política, la cosa no queda más que en un berrinche contra quienes «no quieren investigar» la nada. Jorge Ballestero y Eduardo Freiler se sumaron a los previos descartes que dispensaron al tema Romilda Servini de Cubría, Ariel Lijo, Rodolfo Canicoba Corral y, lo dicho, Rafecas.
Nadie serio, en realidad, se sumó con compromiso a esta comparsa mamarrachesca en ningún momento. A los encargados formales del asunto, ya mencionados, se debe sumar las opiniones en idéntico sentido de Julio Maier, León Arslanián, Eugenio Zaffaroni y Luis Moreno Ocampo. Un arco plural frente al cual hoy sólo quedan en pie los berrinches indignados de Luis Novaresio, Joaquín Morales Solá, Déborah Plager y Paulo Vilouta, entre otros ilustres ignorantes del Derecho. Todo dicho.
La espectacularización que cada medida de prueba ordenada, de haberse abierto causa, habría implicado en la opinión pública, era el aceite con que el establishment planeaba lubricar las construcciones opositoras de cara a las presidenciales venideras.
Y no se le escapa a este comentarista que quienes, desde la vereda de enfrente al kirchnerismo, proyectan pelear la sucesión de Cristina Fernández –a la vez que el favor del circuito extrainstitucional que la adversa–, verdaderamente andan necesitados de vitaminas frente al cada vez más probable triunfo en primera vuelta del Frente para la Victoria. Máxime, en el marco de la casi segura presencia de la jefa del Estado en las boletas oficialistas en provincia de Buenos Aires; y cuando, a nada de iniciarse la campaña, todavía están en veremos con sus armados. Si la opción que eligieron para auxiliarlos era la correcta es, en cambio, un debate aparte. No parecen haber acertado. Lo cual no sorprende, siendo que hablamos de gente intrusando los negocios de la edificación política sin ni mínima noción de lo que ello supone.
Hoy despiertan del dulce sueño del ahora sí definitivo desplome final kirchnerista –que hace rato esperan como al príncipe azul del cuento–, en que ingresaron la madrugada que Nisman apareció muerto en su baño, igual que estaban entonces. O peor aún, porque en toda esta mugre perdieron dos meses, que no les sobraban, para decidirse a encarar lo que siempre esperan que les caiga del cielo: el labrado de una alternativa competitiva en términos electorales y de gobernabilidad. Incluso las consultoras de opinión opositoras comienzan a reconocer/avisar que sigue intacta en lo alto la aprobación a CFK.
Todo sigue allí, pendiente de tratamiento. A los comandos superiores de la Unión Cívica Radical les cuesta encuadrar, en los escasos territorios con que todavía cuentan, el acuerdo nacional que suscribieron con Maurizio Macrì. Al jefe de Gobierno porteño, a su vez, le ha resultado imposible la empresa de domesticar a su conducción a un error sistémico de la política de tan escasas virtudes como Gabriela Michetti. Sergio Massa, por su parte, está siendo notificado por los intendentes del Frente Renovador que lo suyo era apenas un rol de primus inter pares, insuficiente para llevarse todo por delante a su mero capricho, y se ha visto obligado a ceder poder para no perderlo todo. Para peor, no logró siquiera la incorporación de Martín Insaurralde, por cuya permanencia en el FpV nadie se preocupó en mover un dedo, lo que lo vuelve una derrota significativa.
«Lo que natura no da, Salamanca no presta», se dice para advertir a quienes carecen de talentos intelectuales. Parafraseando, cabe aquí decir que los tribunales no solucionan lo que la política resigna de sus menesteres específicos.
Una pena, para quienes se dejaron seducir, que la cara, la noche de la derrota, la tienen que poner ellos, no sus mandantes.