La fascinación del oficialismo por Héctor Cámpora tenía hasta ahora sólo una dimensión retrospectiva. En Cámpora se homenajeaba al presidente que habilitó una breve experiencia izquierdizante, ajena al encuadramiento reaccionario que Perón asignó a su movimiento. En otras palabras, Cámpora era el precursor de la herejía kirchnerista.
Con el proceso sucesorio, ese vínculo empezó a reformularse. Cámpora ya no es el nombre de una evocación. Es el nombre de un proyecto. El Gobierno comenzó a construir un Cámpora. Es Daniel Scioli.
Las circunstancias están imponiendo en estos días otro ángulo de observación. A Cámpora ya no se lo contempla con la perspectiva de aquella juventud maravillosa que creyó que con él había tomado el Palacio de Invierno. Cámpora empieza a ser visto con los ojos de Perón. Es decir, con los criterios de alguien que, impedido de protagonizar la contienda electoral, no aspira a consagrar un heredero, sino a designar un delegado. Los ojos de Perón son hoy los ojos de la Presidenta, que modela a su Cámpora.
En Olivos se van haciendo a la idea de que Scioli será el candidato a presidente del Frente para la Victoria. Esa resignación nace de las encuestas, donde el gobernador flota en un 30% de intención de voto, con movimientos episódicos. En enero, por ejemplo, perdió 4 puntos por la muerte de Alberto Nisman. Pero ya los recuperó. Scioli está hecho de un material que no figura en la tabla de Mendeleiev, el sciolium, que tiene la peculiaridad de ser incombustible.
Hay otra razón para que la señora de Kirchner se muestre más proclive a esta condena. Advirtió que un triunfo de Mauricio Macrino sería inocuo para su, por llamarla de algún modo, seguridad jurídica. Macri dio tres señales de agresividad imperdonables para ella. Se alió a Elisa Carrió. Permitió que Patricia Bullrich y Laura Alonso agigantaran la denuncia de Nisman invitándolo al Congreso. Y acaba de asegurar que, si llega al poder, investigará la corrupción que se imputa a su antecesora. La Presidenta ya no piensa en un triunfo de Macri con la misma indiferencia de hace apenas unos meses.
Scioli está embarcado en un esfuerzo de seducción para que su «convención de Gualeguaychú» lo admita como candidato. La asamblea está integrada por sólo dos personas: Cristina y Máximo Kirchner. Hasta el 22 de junio, día en que se inscriben las candidaturas, son los únicos destinatarios de todos sus mensajes. Scioli recurrió en las últimas horas a un mediador, para que el hijo de la Presidenta se distraiga por un minuto de la batalla por la AFA y levante el pulgar en su favor. Es Rudy Ulloa. Eterna mano derecha de Néstor Kirchner, Ulloa mantiene con Máximo un vínculo inalterable. Al recurrir a él, Scioli continúa una tradición. En 2007, fue Ulloa quien, acompañado por el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, lo visitó en el Senado para comunicarle que Kirchner lo enviaría como candidato a Buenos Aires.
El primero en registrar esta nueva aproximación fue Julián Domínguez, el titular de la Cámara de Diputados, quien desistió de competir por la presidencia para postularse como sucesor de Scioli. Domínguez debió remontar un ácido entredicho con su nuevo amigo. En julio del año pasado, aprovechó el triunfo de la selección frente a Holanda para empapelar la ciudad con la leyenda «No pasa naranja». Se burlaba de Scioli, no de la reina Máxima. Dos meses más tarde, declaraba: «A la provincia la veo sin gobierno». En enero, Domínguez colmó el vaso. Como Scioli se había mostrado con la imitadora Fátima Florez en el «Espacio Clarín» de Mar del Plata, sentenció: «No se puede convalidar a quien difamó a nuestra presidenta. A los tibios los vomita Dios».
Con el mismo fervor religioso, Domínguez acaba de entregarse. El viernes de Pasión apareció, sonriendo, junto a Scioli. Para esa rendición eligió un Gólgota simbólico: Tandil. Ex ministro de Agricultura, Domínguez sabe que esa región es, por tantísimas razones, tierra de Scioli. Domínguez apeló para el reencuentro a los buenos oficios de un amigo común: el diputado provincial Alberto España, dueño de Molinos Cañuelas y, sobre todo, tío de Eduardo «Wado» De Pedro, el dirigente de La Cámpora que más simpatiza con Scioli. El anuncio de la reconciliación fue encargado a Diana Conti, que está alineada con Domínguez. Conti, para quien la obsecuencia no tiene secretos, reclamó a Florencio Randazzo que deje de criticar a Scioli. Es su penúltima utopía: «Eterno Daniel».
Por más que se flagele, Domínguez no tiene asegurada la exclusividad. Scioli prefiere a Martín Insaurralde. Es el más popular, comparte con él la amistad de muchos empresarios del juego, y el casamiento con Jesica Cirio -a quien el paleólogo Carlos Kunkel llamó «bataclana»–, le abre las puertas de la farándula, que es la constituency del gobernador. El permiso para que Insaurralde compita en las primarias kirchneristas es una de las cláusulas que Scioli negocia con la Casa Rosada. Si no, le queda Diego Bossio, el titular de la Ansés. Domínguez, Insaurralde y Bossio cuentan con un requisito indispensable: los 200 millones de pesos que cuesta la campaña. Hay, además, un electrón loco: Fernando «Chino» Navarro, el candidato del Movimiento Evita.
Entre la Casa Rosada -Máximo, Carlos Zannini, De Pedro-y Scioli ya se abrió una transacción. El gobernador sueña con que Cristina Kirchner, así como hizo desistir a Domínguez de la candidatura presidencial, le quite del camino a Randazzo. Calcula que, al frente de una lista de unidad, emergería de las primarias como el primer vencedor individual, con alrededor del 34% de los votos. Si se presentara Randazzo, ese volumen se reduciría al 22%, y correría el riesgo de aparecer después de Macri o de Sergio Massa.
Al subordinarse a la Presidenta, Scioli arriesga un capital: las encuestas consignan que él aporta al Frente para la Victoria un 5% del electorado, que lo elige por verlo distinto al kirchnerismo. Para conservar ese caudal, necesita diferenciarse del Gobierno. Un ejercicio que prefiere postergar para después de las internas del 9 de agosto.
Esa divergencia, insoportable para alguien tan refractario a las críticas como la señora de Kirchner, influye en el reparto de poder entre Scioli y el Gobierno. Scioli está dispuesto a ceder los cargos legislativos a la Presidenta, y mantener a los funcionarios que dependen del Congreso, como el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, o la Procuradora Alejandra Gils Carbó. Pero aspira a designar su gabinete. Es una conquista ambiciosa, porque hay ministros que sueñan con continuar cuando su jefa ya no esté en el poder. Otros, como Julio De Vido, se conforman con designar al reemplazante, que sería Roberto Barata. La consigna hace juego con el neo-camporismo: «Scioli al gobierno, Cristina al poder».
La señora de Kirchner no terminó de decidir si será candidata a diputada para presidir el bloque oficialista. «Hay idiotas que me proponen volver al Congreso y después dicen que me quieren», suele bromear. Mientras tanto, estudia la imagen de su hijo para encabezar la lista bonaerense. En La Cámpora sueñan con ver al bachiller Kirchner como candidato presidencial para 2019. Scioli se resiste a que le designen a Axel Kicillof como vicepresidente. Prefiere a un gobernador. Pero no se anima a exigir tanto.
La aproximación con la Presidenta alivia a Scioli. Por fin puede desentenderse de las martingalas de Juan Carlos Mazzón, que le propone pactar con el peronismo disidente. En ese sector, además, ya no lo esperan. El lunes pasado, el coordinador de la corriente, Ángel Torres, organizó una comida en lo de Adolfo Rodríguez Saa, para pactar un acercamiento con Sergio Massa. El candidato del Frente Renovador se hizo representar por el intendente de San Miguel Joaquín De la Torre, quien, con Graciela Camaño, es hoy la persona en que más confía. Anteayer se realizó una reunión ampliada de ambas fracciones. El martes próximo habrá otra a la que está invitado José Manuel De la Sota.
La jugada del gobernador de Córdoba es más misteriosa que el paradero de Stiuso. ¿Irá a una interna con Massa y Rodríguez Saa? ¿Será vice de Massa? ¿O acordará con el kirchnerismo, a cambio de que Eduardo Acastello abandone la competencia cordobesa para facilitar el triunfo de Juan Schiaretti? Massa y los demás peronistas que enfrentan al Gobierno siguen siendo determinantes para el resultado de octubre.
Scioli confirmó por enésima vez su adscripción oficialista. Aceptó ser Cámpora. Pero esa identidad también es enigmática. El odontólogo de San Andrés de Giles llegó a la Casa Rosada después de tapizar el país con un afiche en el que se lo veía sonriendo sobre una promesa: «Lealtad». Cuando tomó el bastón de mando, sorprendió a Perón girando hacia la izquierda. Para kirchnerismo esa insubordinación fue la virtud de Cámpora. Hasta ahora. Con el paso de los mese, puede ser su vicio. Scioli, bulímico consumidor de encuestas, se propone como el líder que el electorado está buscando. Cada tres palabras repite «certidumbre». Está muy bien. Pero los que desconfían de su fidelidad no son los votantes. Es la Presidenta..
Con el proceso sucesorio, ese vínculo empezó a reformularse. Cámpora ya no es el nombre de una evocación. Es el nombre de un proyecto. El Gobierno comenzó a construir un Cámpora. Es Daniel Scioli.
Las circunstancias están imponiendo en estos días otro ángulo de observación. A Cámpora ya no se lo contempla con la perspectiva de aquella juventud maravillosa que creyó que con él había tomado el Palacio de Invierno. Cámpora empieza a ser visto con los ojos de Perón. Es decir, con los criterios de alguien que, impedido de protagonizar la contienda electoral, no aspira a consagrar un heredero, sino a designar un delegado. Los ojos de Perón son hoy los ojos de la Presidenta, que modela a su Cámpora.
En Olivos se van haciendo a la idea de que Scioli será el candidato a presidente del Frente para la Victoria. Esa resignación nace de las encuestas, donde el gobernador flota en un 30% de intención de voto, con movimientos episódicos. En enero, por ejemplo, perdió 4 puntos por la muerte de Alberto Nisman. Pero ya los recuperó. Scioli está hecho de un material que no figura en la tabla de Mendeleiev, el sciolium, que tiene la peculiaridad de ser incombustible.
Hay otra razón para que la señora de Kirchner se muestre más proclive a esta condena. Advirtió que un triunfo de Mauricio Macrino sería inocuo para su, por llamarla de algún modo, seguridad jurídica. Macri dio tres señales de agresividad imperdonables para ella. Se alió a Elisa Carrió. Permitió que Patricia Bullrich y Laura Alonso agigantaran la denuncia de Nisman invitándolo al Congreso. Y acaba de asegurar que, si llega al poder, investigará la corrupción que se imputa a su antecesora. La Presidenta ya no piensa en un triunfo de Macri con la misma indiferencia de hace apenas unos meses.
Scioli está embarcado en un esfuerzo de seducción para que su «convención de Gualeguaychú» lo admita como candidato. La asamblea está integrada por sólo dos personas: Cristina y Máximo Kirchner. Hasta el 22 de junio, día en que se inscriben las candidaturas, son los únicos destinatarios de todos sus mensajes. Scioli recurrió en las últimas horas a un mediador, para que el hijo de la Presidenta se distraiga por un minuto de la batalla por la AFA y levante el pulgar en su favor. Es Rudy Ulloa. Eterna mano derecha de Néstor Kirchner, Ulloa mantiene con Máximo un vínculo inalterable. Al recurrir a él, Scioli continúa una tradición. En 2007, fue Ulloa quien, acompañado por el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, lo visitó en el Senado para comunicarle que Kirchner lo enviaría como candidato a Buenos Aires.
El primero en registrar esta nueva aproximación fue Julián Domínguez, el titular de la Cámara de Diputados, quien desistió de competir por la presidencia para postularse como sucesor de Scioli. Domínguez debió remontar un ácido entredicho con su nuevo amigo. En julio del año pasado, aprovechó el triunfo de la selección frente a Holanda para empapelar la ciudad con la leyenda «No pasa naranja». Se burlaba de Scioli, no de la reina Máxima. Dos meses más tarde, declaraba: «A la provincia la veo sin gobierno». En enero, Domínguez colmó el vaso. Como Scioli se había mostrado con la imitadora Fátima Florez en el «Espacio Clarín» de Mar del Plata, sentenció: «No se puede convalidar a quien difamó a nuestra presidenta. A los tibios los vomita Dios».
Con el mismo fervor religioso, Domínguez acaba de entregarse. El viernes de Pasión apareció, sonriendo, junto a Scioli. Para esa rendición eligió un Gólgota simbólico: Tandil. Ex ministro de Agricultura, Domínguez sabe que esa región es, por tantísimas razones, tierra de Scioli. Domínguez apeló para el reencuentro a los buenos oficios de un amigo común: el diputado provincial Alberto España, dueño de Molinos Cañuelas y, sobre todo, tío de Eduardo «Wado» De Pedro, el dirigente de La Cámpora que más simpatiza con Scioli. El anuncio de la reconciliación fue encargado a Diana Conti, que está alineada con Domínguez. Conti, para quien la obsecuencia no tiene secretos, reclamó a Florencio Randazzo que deje de criticar a Scioli. Es su penúltima utopía: «Eterno Daniel».
Por más que se flagele, Domínguez no tiene asegurada la exclusividad. Scioli prefiere a Martín Insaurralde. Es el más popular, comparte con él la amistad de muchos empresarios del juego, y el casamiento con Jesica Cirio -a quien el paleólogo Carlos Kunkel llamó «bataclana»–, le abre las puertas de la farándula, que es la constituency del gobernador. El permiso para que Insaurralde compita en las primarias kirchneristas es una de las cláusulas que Scioli negocia con la Casa Rosada. Si no, le queda Diego Bossio, el titular de la Ansés. Domínguez, Insaurralde y Bossio cuentan con un requisito indispensable: los 200 millones de pesos que cuesta la campaña. Hay, además, un electrón loco: Fernando «Chino» Navarro, el candidato del Movimiento Evita.
Entre la Casa Rosada -Máximo, Carlos Zannini, De Pedro-y Scioli ya se abrió una transacción. El gobernador sueña con que Cristina Kirchner, así como hizo desistir a Domínguez de la candidatura presidencial, le quite del camino a Randazzo. Calcula que, al frente de una lista de unidad, emergería de las primarias como el primer vencedor individual, con alrededor del 34% de los votos. Si se presentara Randazzo, ese volumen se reduciría al 22%, y correría el riesgo de aparecer después de Macri o de Sergio Massa.
Al subordinarse a la Presidenta, Scioli arriesga un capital: las encuestas consignan que él aporta al Frente para la Victoria un 5% del electorado, que lo elige por verlo distinto al kirchnerismo. Para conservar ese caudal, necesita diferenciarse del Gobierno. Un ejercicio que prefiere postergar para después de las internas del 9 de agosto.
Esa divergencia, insoportable para alguien tan refractario a las críticas como la señora de Kirchner, influye en el reparto de poder entre Scioli y el Gobierno. Scioli está dispuesto a ceder los cargos legislativos a la Presidenta, y mantener a los funcionarios que dependen del Congreso, como el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, o la Procuradora Alejandra Gils Carbó. Pero aspira a designar su gabinete. Es una conquista ambiciosa, porque hay ministros que sueñan con continuar cuando su jefa ya no esté en el poder. Otros, como Julio De Vido, se conforman con designar al reemplazante, que sería Roberto Barata. La consigna hace juego con el neo-camporismo: «Scioli al gobierno, Cristina al poder».
La señora de Kirchner no terminó de decidir si será candidata a diputada para presidir el bloque oficialista. «Hay idiotas que me proponen volver al Congreso y después dicen que me quieren», suele bromear. Mientras tanto, estudia la imagen de su hijo para encabezar la lista bonaerense. En La Cámpora sueñan con ver al bachiller Kirchner como candidato presidencial para 2019. Scioli se resiste a que le designen a Axel Kicillof como vicepresidente. Prefiere a un gobernador. Pero no se anima a exigir tanto.
La aproximación con la Presidenta alivia a Scioli. Por fin puede desentenderse de las martingalas de Juan Carlos Mazzón, que le propone pactar con el peronismo disidente. En ese sector, además, ya no lo esperan. El lunes pasado, el coordinador de la corriente, Ángel Torres, organizó una comida en lo de Adolfo Rodríguez Saa, para pactar un acercamiento con Sergio Massa. El candidato del Frente Renovador se hizo representar por el intendente de San Miguel Joaquín De la Torre, quien, con Graciela Camaño, es hoy la persona en que más confía. Anteayer se realizó una reunión ampliada de ambas fracciones. El martes próximo habrá otra a la que está invitado José Manuel De la Sota.
La jugada del gobernador de Córdoba es más misteriosa que el paradero de Stiuso. ¿Irá a una interna con Massa y Rodríguez Saa? ¿Será vice de Massa? ¿O acordará con el kirchnerismo, a cambio de que Eduardo Acastello abandone la competencia cordobesa para facilitar el triunfo de Juan Schiaretti? Massa y los demás peronistas que enfrentan al Gobierno siguen siendo determinantes para el resultado de octubre.
Scioli confirmó por enésima vez su adscripción oficialista. Aceptó ser Cámpora. Pero esa identidad también es enigmática. El odontólogo de San Andrés de Giles llegó a la Casa Rosada después de tapizar el país con un afiche en el que se lo veía sonriendo sobre una promesa: «Lealtad». Cuando tomó el bastón de mando, sorprendió a Perón girando hacia la izquierda. Para kirchnerismo esa insubordinación fue la virtud de Cámpora. Hasta ahora. Con el paso de los mese, puede ser su vicio. Scioli, bulímico consumidor de encuestas, se propone como el líder que el electorado está buscando. Cada tres palabras repite «certidumbre». Está muy bien. Pero los que desconfían de su fidelidad no son los votantes. Es la Presidenta..