En sus comienzos, rumores sobre complots para instaurar una monarquía acechaban a Estados Unidos. Afortunadamente, George Washington fue un presidente que sabía la importancia de los precedentes. Se sacó su uniforme de general y entregó el mando al cabo de dos períodos. Así quedó sellada la república más duradera del mundo. Más de 200 años después, Estados Unidos se prepara para la contienda más dinástica de su historia. Las posibilidades de que Hillary Clinton o Jeb Bush se transformen en su presidente número 45 son altas. Las elecciones del país son mucho más democráticas que en los tiempos de Washington. Pero hay motivos para preocuparse de que a Estados Unidos le quede poco de república.
Lo extraño en cuanto a la posibilidad de un «Game of thrones» en 2016 es que Clinton y Bush serían los candidatos mejor calificados para ganar las nominaciones de sus respectivos partidos. Hillary Clinton tiene mucha más experiencia que cualquier posible rival… y no hay muchos. Habiéndose desempeñado como secretaria de estado y resultado dos veces electa senadora, Clinton manejaría los asuntos internacionales con la misma fluidez que cualquier presidente de los últimos tiempos. Solo George HW Bush, que estuvo al frente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y fue vicepresidente, estaría más versado en la materia. Muchos temen que las próximas elecciones primarias democráticas sean la coronación de Hillary Clinton. Esto puede ocurrir. Pero esto sería fruto de sus méritos.
Jeb Bush enfrenta una batalla mucho más contenciosa que Clinton. Sus posibilidades de ganar son más bajas. Pero los republicanos casi siempre optar por el candidato del establishment al final: Mitt Romney en 2012, John McCain en 2008 y, por supuesto, el hermano de Jeb, George W. Bush, en 2000. Las posibilidades de Bush podrían debilitarse aún más si hubiesen otros moderados viables en el campo. Pero Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, también está manchado con una reputación de irascible al estilo de la serie Los sopranos. Como senador en su primer mandato de unos cuarenta años, Marco Rubio de Florida se parece demasiado a Barack Obama.
Bush fue dos veces gobernador de un gran estado (Florida). Además, es el republicano que probablemente sea más popular en elecciones generales. La mayoría de los otros son demasiao conservadores. Bush, como Clinton, sería el candidato más eficaz de su partido.
De todos modos, hay un aspecto extremadamente perturbador en cuanto a la posibilidad de otra presidencia de un Clinton o Bush. Si alguno de ellos gana en 2016, para cuando complete su segundo mandato, Estados Unidos habrá tenido a un Bush o Clinton en la Casa Blanca durante 36 de los 44 años anteriores. Hay autocracias innatas con una circulación sanguínea más rica que esta. Tampoco este sería necesariamente el fin de la historia Bush-Clinton. Chelsea Clinton se ha negado en forma consistente a descartar la posibilidad de postularse. En los últimos años, ha adoptado un perfil alto en la organización filantrópica de la familia, la Fundación Clinton. Si bien sin duda es inteligente, cuesta creer que se la eligió por mérito propio. En una era impulsada por el filantrocapitalismo, Chelsea heredó un rol protagónico.
La historia Bush es multi-generacional. El hijo de Jeb Bush, George Prescott Bush, de 38 años, fue elegido en 2014 Comisionado de Tierras de Texas, un puesto a nivel estatal que sirve de trampolín a cargos más altos. George P toma su segundo nombre de su bisabuelo, ex-senador de Estados Unidos, y su nombre de pila, de su abuelo y su tío, ambos ex-presidentes de Estados Unidos. Hace un par de semanas, la abuela de George P, Barbara Bush, de 89 años, dejó de lado su aparente renuencia a ver otro Bush en la Casa Blanca: ‘Nuestros problemas son tan profundos que Estados Unidos necesita un líder que pueda renovar la promesa de esta gran nación’, escribió en un correo electrónico masivo. La ex-primera dama concluyó diciendo que estaba lanzando un mecanismo de financiamiento llamado «Run Jeb Run fund». Cuesta imaginar que esto ocurra en otra democracia.
El otro aspecto curioso del juego Bush-Clinton es que es nuevo para la democracia presidencial estadounidense (ha habido muchas empresas familiares en el ámbito estatal). Entre los fundadores, sólo John Adams, el segundo presidente, tenía un hijo que se postuló para el cargo máximo: John Quincy Adams (que fue el sexto presidente). Ni Washington ni Thomas Jefferson, ni Thomas Madison fueron sucedidos por homónimos. Entre los que han compartido un nombre se encuentra Franklin Roosevelt (32° presidente), que fue primo segundo de Teodoro (26), con quien se encontró sólo un par de veces. Sus mandatos presidenciales se llevaron más de 20 años de diferencia Estados Unidos se ganó la admiración de todo el mundo por elegir, en varias ocasiones, a hombres de origen humilde. El mito de haber sido criado en una cabaña era cercano a la realidad de Abraham Lincoln, el presidente más importante de Estados Unidos, que también fue el último de su línea familiar. Presidentes como Dwight Eisenhower, Richard Nixon, Ronald Reagan, y, por supuesto, Barack Obama, provienen de orígenes humildes.
De hecho, lo mismo puede decirse de Bill Clinton. Pero he aquí el quid de la cuestión. En un momento de creciente desigualdad -y en una época donde los ricos tienden a ser muy trabajadores-, quienes gozan de un buen pasar en los Estados Unidos de hoy en día suelen ser descendientes de quienes supieron hacerlo en función de su mérito, y heredan todas las ventajas educativas. La sociedad estadounidense se está convirtiendo en una meritocracia hereditaria. Si bien es muy preferible a la aristocracia indolente tan justamente aborrecida en los días de Washington, en cierta forma, es más insidiosa. A quienes creen haber logrado el éxito sobre la base del mérito solamente suele sobrarles la confianza en sí mismos. Esto puede cegarlos a las percepciones de los demás. Si 2016 ha de ser ciertamente una competencia entre los Clinton y los Bush, es de esperarse un bajo nivel de participantes.
Lo extraño en cuanto a la posibilidad de un «Game of thrones» en 2016 es que Clinton y Bush serían los candidatos mejor calificados para ganar las nominaciones de sus respectivos partidos. Hillary Clinton tiene mucha más experiencia que cualquier posible rival… y no hay muchos. Habiéndose desempeñado como secretaria de estado y resultado dos veces electa senadora, Clinton manejaría los asuntos internacionales con la misma fluidez que cualquier presidente de los últimos tiempos. Solo George HW Bush, que estuvo al frente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y fue vicepresidente, estaría más versado en la materia. Muchos temen que las próximas elecciones primarias democráticas sean la coronación de Hillary Clinton. Esto puede ocurrir. Pero esto sería fruto de sus méritos.
Jeb Bush enfrenta una batalla mucho más contenciosa que Clinton. Sus posibilidades de ganar son más bajas. Pero los republicanos casi siempre optar por el candidato del establishment al final: Mitt Romney en 2012, John McCain en 2008 y, por supuesto, el hermano de Jeb, George W. Bush, en 2000. Las posibilidades de Bush podrían debilitarse aún más si hubiesen otros moderados viables en el campo. Pero Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, también está manchado con una reputación de irascible al estilo de la serie Los sopranos. Como senador en su primer mandato de unos cuarenta años, Marco Rubio de Florida se parece demasiado a Barack Obama.
Bush fue dos veces gobernador de un gran estado (Florida). Además, es el republicano que probablemente sea más popular en elecciones generales. La mayoría de los otros son demasiao conservadores. Bush, como Clinton, sería el candidato más eficaz de su partido.
De todos modos, hay un aspecto extremadamente perturbador en cuanto a la posibilidad de otra presidencia de un Clinton o Bush. Si alguno de ellos gana en 2016, para cuando complete su segundo mandato, Estados Unidos habrá tenido a un Bush o Clinton en la Casa Blanca durante 36 de los 44 años anteriores. Hay autocracias innatas con una circulación sanguínea más rica que esta. Tampoco este sería necesariamente el fin de la historia Bush-Clinton. Chelsea Clinton se ha negado en forma consistente a descartar la posibilidad de postularse. En los últimos años, ha adoptado un perfil alto en la organización filantrópica de la familia, la Fundación Clinton. Si bien sin duda es inteligente, cuesta creer que se la eligió por mérito propio. En una era impulsada por el filantrocapitalismo, Chelsea heredó un rol protagónico.
La historia Bush es multi-generacional. El hijo de Jeb Bush, George Prescott Bush, de 38 años, fue elegido en 2014 Comisionado de Tierras de Texas, un puesto a nivel estatal que sirve de trampolín a cargos más altos. George P toma su segundo nombre de su bisabuelo, ex-senador de Estados Unidos, y su nombre de pila, de su abuelo y su tío, ambos ex-presidentes de Estados Unidos. Hace un par de semanas, la abuela de George P, Barbara Bush, de 89 años, dejó de lado su aparente renuencia a ver otro Bush en la Casa Blanca: ‘Nuestros problemas son tan profundos que Estados Unidos necesita un líder que pueda renovar la promesa de esta gran nación’, escribió en un correo electrónico masivo. La ex-primera dama concluyó diciendo que estaba lanzando un mecanismo de financiamiento llamado «Run Jeb Run fund». Cuesta imaginar que esto ocurra en otra democracia.
El otro aspecto curioso del juego Bush-Clinton es que es nuevo para la democracia presidencial estadounidense (ha habido muchas empresas familiares en el ámbito estatal). Entre los fundadores, sólo John Adams, el segundo presidente, tenía un hijo que se postuló para el cargo máximo: John Quincy Adams (que fue el sexto presidente). Ni Washington ni Thomas Jefferson, ni Thomas Madison fueron sucedidos por homónimos. Entre los que han compartido un nombre se encuentra Franklin Roosevelt (32° presidente), que fue primo segundo de Teodoro (26), con quien se encontró sólo un par de veces. Sus mandatos presidenciales se llevaron más de 20 años de diferencia Estados Unidos se ganó la admiración de todo el mundo por elegir, en varias ocasiones, a hombres de origen humilde. El mito de haber sido criado en una cabaña era cercano a la realidad de Abraham Lincoln, el presidente más importante de Estados Unidos, que también fue el último de su línea familiar. Presidentes como Dwight Eisenhower, Richard Nixon, Ronald Reagan, y, por supuesto, Barack Obama, provienen de orígenes humildes.
De hecho, lo mismo puede decirse de Bill Clinton. Pero he aquí el quid de la cuestión. En un momento de creciente desigualdad -y en una época donde los ricos tienden a ser muy trabajadores-, quienes gozan de un buen pasar en los Estados Unidos de hoy en día suelen ser descendientes de quienes supieron hacerlo en función de su mérito, y heredan todas las ventajas educativas. La sociedad estadounidense se está convirtiendo en una meritocracia hereditaria. Si bien es muy preferible a la aristocracia indolente tan justamente aborrecida en los días de Washington, en cierta forma, es más insidiosa. A quienes creen haber logrado el éxito sobre la base del mérito solamente suele sobrarles la confianza en sí mismos. Esto puede cegarlos a las percepciones de los demás. Si 2016 ha de ser ciertamente una competencia entre los Clinton y los Bush, es de esperarse un bajo nivel de participantes.