NUEVA YORK.- Así que Hillary Clinton está oficialmente en campaña, para sorpresa de nadie. Y ya sabemos lo que nos espera: interminables intentos de psicoanalizar a la candidata, interminables intentos de leer entre líneas lo que dice o no sobre Obama, interminables elucubraciones sobre su «posicionamiento» frente a tal o cual problema.
Por favor, no presten atención. El análisis político basado en la personalidad es siempre un método dudoso: en mi experiencia, los gurúes son pésimos jueces del carácter de las personas. Los que por su edad recuerden las elecciones de 2000 tal vez también recuerden cómo nos aseguraban que George W. Bush era un tipo bueno y amable, que impulsaría políticas moderadas.
En cualquier caso, nunca en la historia de Estados Unidos hubo una época en que los supuestos rasgos de personalidad de los candidatos importaran menos. A medida que 2016 se acerca, vemos que cada partido tiene posiciones bastante unificadas sobre la mayoría de los temas, y que esas posiciones unificadas son casi diametralmente opuestas. Ese enorme y significativo abismo se verá reflejado en las posiciones políticas de sus candidatos.
De ser elegido cualquier demócrata, por ejemplo, buscaría mantener los programas sociales básicos (Seguridad Social, Medicare y Medicaid) en su forma actual, y a la vez mantendría y extendería los alcances de la ley conocida como Obamacare. Y cualquier republicano buscaría destruir Obamacare, hacer recortes en Medicaid e intentaría convertir Medicare en un sistema con cupones.
Cualquier demócrata mantendría el alza de impuestos a los norteamericanos de altos ingresos que entró en vigor en 2013, y posiblemente buscarían aumentarlos más. Cualquier republicano trataría de rebajarles los impuestos a los ricos y recortar los programas de ayuda.
Cualquier demócrata trataría de mantener la reforma financiera de 2010, que en los últimos tiempos ha demostrado ser mucho más efectiva de lo que sugerían sus detractores. Cualquier republicano buscaría dar marcha atrás, eliminando tanto la protección a los consumidores como las regulaciones suplementarias que se aplican a las grandes instituciones financieras que son «sistémicamente importantes».
Y cualquier demócrata trataría de avanzar en políticas climáticas, de ser necesario, a través de acciones del Poder Ejecutivo, mientras que un republicano abortaría cualquier intento de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Cómo llegaron a distanciarse tanto las partes? Los politólogos señalan que tiene mucho que ver con la desigualdad de ingresos. A medida que los ricos se han vuelto más ricos en comparación con todos los demás, sus preferencias políticas se han desplazado hacia la derecha, empujando al Partido Republicano aún más en esa dirección. En tanto, la influencia de los grandes capitales sobre los demócratas se ha erosionado un poco, ahora que Wall Street, furioso por las regulaciones y la modesta suba de impuestos, desertó masivamente de sus filas. El resultado es una polarización nunca vista desde la Guerra Civil.
Ahora bien, habrá muchos que no querrán reconocer que las opciones que se juegan en las elecciones de 2016 son tan radicales como acabo de afirmarlo. Los comentaristas políticos, más especializados en analizar personalidades que temas concretos, negarán que su supuesto campo de estudio no tenga la menor importancia. Los centristas se afanarán buscando un término medio que en realidad no existe. Como resultado, escucharemos hasta el cansancio que en realidad los candidatos no quieren decir lo que en efecto están diciendo. Sin embargo, la forma en que nos presenten esa supuesta distancia entre lo que se dice y lo que realmente se piensa no será simétrica.
Supongamos que de un lado Hillary es finalmente la candidata demócrata. De ser así, podemos estar seguros de que se la acusará de falta de sinceridad, de no ser la progresista populista que afirma ser.
Del otro lado, supongamos que el candidato republicano es un supuesto moderado, como Jeb Bush o Marco Rubio. En cualquiera de ambos casos, seguramente escucharemos a muchos decir que el candidato no cree ni la mitad de lo que dice. Pero en ambos casos, esa falta de sinceridad nos será presentada como una virtud, y no como un pecado: bueno, es cierto, Bush está diciendo disparates sobre la salud pública y el cambio climático, pero no lo dice en serio, y cuando sea presidente será más razonable. Justito como su hermano.
Como se darán cuenta, me aterran los próximos 18 meses, que estarán llenos de ruido y de furia que no significan nada. Es cierto, tal vez sirvan para enterarnos de un par de cosas. Pero las diferencias entre los partidos son tan claras y profundas que cuesta creer que alguien que haya prestado atención siga todavía indeciso, o que se lo pueda inducir a cambiar su voto.Pero algo es seguro: los norteamericanos estarán frente a una verdadera opción. Que gane el mejor.
Traducción de Jaime Arrambide.
Por favor, no presten atención. El análisis político basado en la personalidad es siempre un método dudoso: en mi experiencia, los gurúes son pésimos jueces del carácter de las personas. Los que por su edad recuerden las elecciones de 2000 tal vez también recuerden cómo nos aseguraban que George W. Bush era un tipo bueno y amable, que impulsaría políticas moderadas.
En cualquier caso, nunca en la historia de Estados Unidos hubo una época en que los supuestos rasgos de personalidad de los candidatos importaran menos. A medida que 2016 se acerca, vemos que cada partido tiene posiciones bastante unificadas sobre la mayoría de los temas, y que esas posiciones unificadas son casi diametralmente opuestas. Ese enorme y significativo abismo se verá reflejado en las posiciones políticas de sus candidatos.
De ser elegido cualquier demócrata, por ejemplo, buscaría mantener los programas sociales básicos (Seguridad Social, Medicare y Medicaid) en su forma actual, y a la vez mantendría y extendería los alcances de la ley conocida como Obamacare. Y cualquier republicano buscaría destruir Obamacare, hacer recortes en Medicaid e intentaría convertir Medicare en un sistema con cupones.
Cualquier demócrata mantendría el alza de impuestos a los norteamericanos de altos ingresos que entró en vigor en 2013, y posiblemente buscarían aumentarlos más. Cualquier republicano trataría de rebajarles los impuestos a los ricos y recortar los programas de ayuda.
Cualquier demócrata trataría de mantener la reforma financiera de 2010, que en los últimos tiempos ha demostrado ser mucho más efectiva de lo que sugerían sus detractores. Cualquier republicano buscaría dar marcha atrás, eliminando tanto la protección a los consumidores como las regulaciones suplementarias que se aplican a las grandes instituciones financieras que son «sistémicamente importantes».
Y cualquier demócrata trataría de avanzar en políticas climáticas, de ser necesario, a través de acciones del Poder Ejecutivo, mientras que un republicano abortaría cualquier intento de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Cómo llegaron a distanciarse tanto las partes? Los politólogos señalan que tiene mucho que ver con la desigualdad de ingresos. A medida que los ricos se han vuelto más ricos en comparación con todos los demás, sus preferencias políticas se han desplazado hacia la derecha, empujando al Partido Republicano aún más en esa dirección. En tanto, la influencia de los grandes capitales sobre los demócratas se ha erosionado un poco, ahora que Wall Street, furioso por las regulaciones y la modesta suba de impuestos, desertó masivamente de sus filas. El resultado es una polarización nunca vista desde la Guerra Civil.
Ahora bien, habrá muchos que no querrán reconocer que las opciones que se juegan en las elecciones de 2016 son tan radicales como acabo de afirmarlo. Los comentaristas políticos, más especializados en analizar personalidades que temas concretos, negarán que su supuesto campo de estudio no tenga la menor importancia. Los centristas se afanarán buscando un término medio que en realidad no existe. Como resultado, escucharemos hasta el cansancio que en realidad los candidatos no quieren decir lo que en efecto están diciendo. Sin embargo, la forma en que nos presenten esa supuesta distancia entre lo que se dice y lo que realmente se piensa no será simétrica.
Supongamos que de un lado Hillary es finalmente la candidata demócrata. De ser así, podemos estar seguros de que se la acusará de falta de sinceridad, de no ser la progresista populista que afirma ser.
Del otro lado, supongamos que el candidato republicano es un supuesto moderado, como Jeb Bush o Marco Rubio. En cualquiera de ambos casos, seguramente escucharemos a muchos decir que el candidato no cree ni la mitad de lo que dice. Pero en ambos casos, esa falta de sinceridad nos será presentada como una virtud, y no como un pecado: bueno, es cierto, Bush está diciendo disparates sobre la salud pública y el cambio climático, pero no lo dice en serio, y cuando sea presidente será más razonable. Justito como su hermano.
Como se darán cuenta, me aterran los próximos 18 meses, que estarán llenos de ruido y de furia que no significan nada. Es cierto, tal vez sirvan para enterarnos de un par de cosas. Pero las diferencias entre los partidos son tan claras y profundas que cuesta creer que alguien que haya prestado atención siga todavía indeciso, o que se lo pueda inducir a cambiar su voto.Pero algo es seguro: los norteamericanos estarán frente a una verdadera opción. Que gane el mejor.
Traducción de Jaime Arrambide.