Dos notas aparecidas en estos días en el diario español El País dan cuenta de la precarización laboral (y social, y moral) en el Reino Unido. La primera es una linda entrevista de Pablo Guimón al historiador y ensayista Owen Jones. Acá va:
Título: “La socialdemocracia será eclipsada por fuerzas más radicales”
Subtítulo: El autor publica un estudio sobre la historia de Reino Unido tras la II Guerra Mundial
Texto: Un ‘chacal rebuznante’, según Fox News. Socialista. Columnista del Guardian”. Así se define Owen Jones (Sheffield, Inglaterra, 1984) en su perfil de Twitter. En 2011, con solo 27 años, publicó un libro —Chavs, la demonización de la clase obrera— que se convirtió en un fenómeno editorial y a su autor, en una de las voces más influyentes de la izquierda británica. Su nuevo ensayo, El establishment (Seix Barral), es un estudio de la historia política de Reino Unido después de la II Guerra Mundial, a través del grupo de poder que la domina, desafiando a la democracia desde arriba y unido por el objetivo común de mantener un sistema que Jones considera nefasto y perverso. Recibe a EL PAÍS en un café del norte de Londres, a pocas semanas de unas elecciones cruciales para el futuro de su país y, afirma, para el de la propia izquierda en Europa.
Pregunta. Augura que las generaciones futuras mirarán atrás y contemplarán con asombro y desprecio cómo se organiza hoy la sociedad británica. ¿Tan grave es?
Respuesta. Es injusta e insostenible. Tenemos una sociedad en la que la riqueza de los mil que más tienen se ha duplicado durante los cinco años de una de las mayores crisis económicas que ha sufrido este país, mientras un millón de personas tienen que recurrir a los bancos de alimentos. Es una sociedad perversa.
P. ¿La culpa es del establishment?
R. Hubo mucha resistencia a la democracia en este país por el miedo de los de arriba a que, si todo el mundo podía votar, habría una redistribución de la riqueza y el poder. Era cierto: la democracia conlleva una redistribución. Pero en los últimos 30 años ha habido un intento de recuperar el poder y la riqueza perdidas. Y eso es el establishment. Un colectivo unido por intereses económicos, mentalidades y conjeturas comunes.
P. ¿Una conspiración?
R. No. Una unión de intereses que colisionan con la democracia. Es la amenaza a la democracia desde arriba. Este establishment exhibe un triunfalismo sin precedentes. Cree que ha derrotado a todos sus enemigos. La manera en que funciona la sociedad parece inevitable.
R. El establishment depende de un sentimiento de resignación. Es como el tiempo: puedes protestar porque llueve pero no puedes hacer nada. Pero las encuestas revelan que la opinión de la mayoría de los votantes entra en colisión con el establishment. La mayoría apoya la renacionalización de los trenes y de la energía, quieren más impuestos para los ricos, más derechos de los trabajadores. En temas económicos se identifican más con la izquierda. Pero ha cuajado un sentimiento de que no hay alternativa.
P. Ha ayudado, sostiene usted, un redireccionamiento del enfado.
R. A los trabajadores que cobran sueldos miserables se les dice que no es con sus jefes con quien deben enfadarse sino con los parados que viven lujosamente o con el inmigrante que les quita sus recursos. El establishment le dice a la gente: te han robado, pero no te enfades por el hecho de que te hayan robado, sino por que a tu vecino le han robado menos.
P. Predican el libre mercado pero, según usted, dependen del Estado más que ningún otro colectivo. ¿En qué sentido?
R. Esa es la ironía. El sector financiero no fue rescatado por el dogma del libre mercado, sino por el Estado. Es socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres.
P. ¿Se puede combatir a ese establishment desde la política?
R. El debate político está hoy en los matices y no en los contrastes radicales. El final de la Guerra Fría fue el final de la historia, en palabras de Fukuyama. La izquierda como visión de la sociedad colapsó. El nuevo laborismo fue un producto del fracaso. Asumió los presupuestos del thatcherismo, igual que los Gobiernos conservadores de los años cincuenta aceptaron los del laborismo de posguerra. En 2008 la presunción de la izquierda, o de lo que restaba de ella, fue que el neoliberalismo había quedado desacreditado, así que emergería una alternativa. Pero eso no pasó. Milton Friedman dijo que los cambios se consiguen a través de una crisis, pero depende de las ideas que haya en el aire. Y la izquierda no tenía muchas ideas en 2008. Por eso la derecha mantuvo su hegemonía intelectual.
P. ¿Cómo ve usted al laborismo hoy?
R. La gente tiende a olvidar dónde estaba el nuevo laborismo. ¡Era tan abiertamente neoliberal! Ha cambiado bastante, aunque no se acerque ni de lejos a donde llegaría yo. Y lo ha hecho porque la ciudadanía desde diferentes foros lo ha reclamado. Frederick Douglass dijo que el poder no concede nada sin una demanda. Si hay presión desde abajo puede cambiar.
P. ¿Qué espera de ellos?
R. Su misión original era ser la voz de los trabajadores. Y estos han sufrido la mayor caída en sus ingresos desde la época victoriana. La mayor parte de la gente que está en la pobreza trabaja. Se levanta por la mañana para ganarse su pobreza. El laborismo debe preguntarse por qué vivimos en una sociedad que sirve a los poderosos en lugar de a los verdaderos generadores de riqueza. La riqueza la creamos todos: los trabajadores, el Estado, el profesor, el médico, los limpiadores. Debe estar mejor distribuida.
P. ¿En qué consiste la revolución democrática que usted propone?
R. La democracia está amenazada por los poderosos y debemos volver a conquistar la soberanía de la gente.
P. ¿La casta de Podemos es lo mismo que su establishment?
R. Supongo que sí. Para ellos es un poder al que no se le puede exigir responsabilidades, corrupto legal y moralmente, cuyo comportamiento colisiona con los intereses de la mayoría de la sociedad. España demuestra que, cuando la gente lo pasa mal, no es inevitable que la beneficiada sea la derecha populista. Es una lección para todos nosotros. No tiene por qué haber una política del miedo: es posible una política de la esperanza. La política de la esperanza dice que la injusticia es temporal y puede superarse.
P. Usted se define como socialista. Podemos, en cambio, parece haber renunciado a esa dialéctica de derecha e izquierda.
R. Lo entiendo. Creo que solo intentan comunicar sus ideas en una sociedad donde la izquierda ha sufrido enormes calamidades y derrotas políticas.
P. ¿Podría triunfar un movimiento así si se define como de izquierdas?
R. Yo soy socialista. Creo que la retórica de derecha e izquierda sigue siendo válida. Pero es la gente ya politizada la que piensa en términos de derecha o izquierda, los que vivimos en la burbuja política. La mayoría piensa en términos de vivienda, empleo, servicios, salarios, hijos. Y hay que afrontar esas preocupaciones de una manera convincente. Quien quiera cambiar la sociedad debe mirar dónde hay un movimiento con éxito y ver qué han hecho bien, y qué ha hecho mal la izquierda tradicional.
P. ¿Es esta incapaz de proporcionar el cambio que usted busca?
R. Grecia y España demuestran que, si la socialdemocracia ataca a su propia base, no puede confiar en la lealtad de esta porque encontrará alternativas. Si el laborismo llega al poder y ataca a sus seguidores, atravesará su propia pasokificación y eso podría abrir el camino a fuerzas como Podemos o Syriza. Vivimos en una era en la que la socialdemocracia puede ser eclipsada por fuerzas más radicales. Tras la Guerra Fría, eso no estaba en el guión. En la era de la austeridad, el proyecto de la socialdemocracia está en una crisis profunda y será eclipsado por fuerzas más radicales.
P. ¿Toda era, incluida esta, vive en la ilusión de que es permanente?
R. El búho de Minerva solo emprende el vuelo con la llegada del ocaso, decía Hegel. Creo que estamos ante el ocaso de esta era. La transición a una nueva será muy difícil, pero sucederá. Cuando el neoliberalismo tuvo su auge, que aquí fue con el thatcherismo, la izquierda era triunfalista. Creían que Thatcher no iba a durar. Mis padres lo creían. No se dieron cuenta de que asistían a la construcción de una nueva era. Las enseñanzas de nuestros antecesores, que desafiaron viejos órdenes y ganaron, deberían darnos esperanza y dar miedo a los poderosos. Demuestran que todo orden caerá y será sustituido. Lo importante es qué lo sustituye. Yo quiero una sociedad construida para la gente trabajadora, creadora de riqueza, no para una élite. Una sociedad donde la democracia alcance. Esa sociedad será construida algún día y esta, también, pasará.
La segunda nota es de María Sahuquillo y nos cuenta sobre una nueva modalidad de contrataciones en el Reino Unido: los “contratos de cero horas”. Acá va:
Título: Los ‘contratos de cero horas’, sin garantías de sueldo mínimo, proliferan en Reino Unido
Texto: Es la hora del almuerzo y, sentado en un banco junto a los muelles de Liverpool, Clive apura los últimos bocados a su sándwich de pollo casero. En realidad no tiene prisa. Hoy su pausa para comer es extremadamente larga. “¡Cuatro horas! El jefe me ha dicho que no me necesita en ese tiempo, pero que luego tendré otro par de horas de trabajo”, explica mientras se limpia las manos con un pedazo de papel. Afirma que no le compensa volver a casa y se dispone a matar el rato viendo las carreras de caballos en un pequeño local de apuestas Paddy Power. Desde hace un año, muchos de los días son así de imprevisibles para este hombre de 46 años, cabello ralo y ojos pequeños y vivarachos. Trabaja en una compañía de reparto con un ‘contrato de cero horas’, una modalidad en la que el empleador no garantiza al trabajador un mínimo de horas de carga al mes y, por tanto, tampoco un salario mínimo.
La fórmula no es nueva, pero se ha extendido paulatinamente en Reino Unido desde que empezó a sentirse la crisis financiera, en 2008. Hace cuatro años, quienes afirmaban tener como fuente única de ingresos un contrato de cero horas no llegaba ni por asomo al 1%; hoy son el 2,3% de los trabajadores en este país –unas 700.000 personas–, según la Oficina Nacional de Estadísticas británica (ONS, por sus siglas en inglés). Mujeres, menores de 25 años y mayores de 65 son, según la ONS, los perfiles mayoritarios bajo este sistema. Empleados con contratos precarios que trabajan, de media, 25 horas a la semana y que cobran unas 7 libras la hora (el salario mínimo es de 6,50; 8,7 euros).
Un sueldo que Clive, que se araña los bolsillos para apostar unas cuantas monedas al caballo 7, llamado Bertie Mo, estira como un chicle. “Si gano, eso que me llevo”, bromea amargamente. Y si Clive se conjura a los caballos y apenas llega a fin de mes, tanto el primer ministro británico, el conservador David Cameron, como su principal rival en las elecciones generales del próximo jueves, el laborista Ed Miliband, han reconocido que no podrían sobrevivir con un contrato de este tipo. En una campaña marcada por la recuperación económica y nuevas medidas de austeridad, ambos candidatos se han comprometido a buscar una solución para esta fórmula de precariedad salvaje. Una solución que no pasa, sin embargo, por prohibir sino más bien por limitar este tipo de contratos, que ha contribuido a reducir –-o, según sindicatos como el mayoritarioUnite the Union, “a maquillar”– las cifras de desempleo en Reino Unido (un 5,6% frente a un 23% en España).
“Este tipo de contratos otorgan todo el control al empleador y dejan al empleado en una situación tremendamente inestable y más vulnerable a los abusos”, resume Neil Lee, profesor de Economía en la London School of Economics. Los trabajadores de ‘cero horas’ deben estar disponibles las 24 horas todos los días de la semana y, en la mayoría de los casos, tienen una cláusula que les impide tener otro empleo. Además, muchos no saben qué horario tendrán ni, por tanto, cuánto van a ganar. Son, dice Lee, “la punta del iceberg” de los problemas en el mercado laboral británico. “La recuperación económica es mucho más frágil de lo que el Gobierno retrata. Cierto que el desempleo baja, pero a costa de reducir la calidad del empleo y de sueldos muy bajos”, apunta el experto.
La ciudad costera de Liverpool (500.000 habitantes) es una de las que más contratos de cero horas registra: más de la mitad de los que se ofrecen, sobre todo en el sector de la restauración, el ocio o los cuidados. Sin embargo, la fórmula se aplica en todo el país y en empresas de todo tipo: multinacionales como McDonalds, la empresa de paquetería DHL, la cadena de perfumería y parafarmacia Boots o los grandes almacenes Sports Directs emplean a un buen número de trabajadores con estos contratos flexibles, según los análisis de los sindicatos.
El gigante estadounidense de comida rápida reconoce que emplea con el sistema de cero horas al 90% de sus trabajadores en Reino Unido –unas 83.000 personas–. Aunque sus responsables afirman que se debe a que sus asalariados“buscan flexibilidad”. “Muchos de nuestros empleados son padres o estudiantes que buscan empleos remunerados flexibles para encajar con el cuidado de los niños o las clases”, apuntan en un comunicado sobre los contratos de cero horas en su web.
Uno de esos casos es el de Ciaran Foley, de 28 años. Trabajó una temporada en McDonalds y ahora es barman en un pub del centro de Liverpool, a solo unos pasos del Cavern Club, donde The Beatles tocaban en sus primeros tiempos. Foley asegura que el sistema no le va mal, el jefe le avisa cada primero de mes de su horario y le pagan “aceptablemente”. “Gano unas nueva libras la hora y me gusta el empleo”, dice. Lo peor, dice restregándose los ojos enrojecidos, es que las jornadas son eternas. “A veces entro a las dos de la tarde y no salgo hasta las seis de la mañana”, asegura.
Sarah, en cambio, agradecería tener esa preocupación. Es operaria en la fábrica de galletas Jacob’s –que hace las tradicionales crackers, una de las principales industrias de Liverpool y todo un emblema del país–, y afirma tajante que daría un potosí por un trabajo a jornada completa. Sentada en una pizzería cerca del estadio de fútbol del Everton, esta mujer de 52 años, alta y fuerte, relata que vive pendiente del móvil. Su empleador, en este caso una agencia de reclutamiento, avisa un día antes por SMS sobre la jornada. Además, como el resto de los alrededor de 200 trabajadores que la agencia pone a disposición de la fábrica, cobra unas dos libras menos la hora que los trabajadores contratados directamente por Jacob’s –que pertenece a United Biscuits, adquirida hace un par de meses por un grupo turco dedicado a la alimentación–.
A este ardid, que deja en otra desventaja más a los trabajadores de ‘cero horas’, se suma la ironía, remarca Barry Kushner, concejal de empleo de Liverpool, de que el programa público para desempleados subsidiados recurre a estas empresas para colocar a quienes están en paro. “La administración no hace sino alimentar este sistema perverso”, dice. Kushner (laborista), que preside la comisión que la ciudad ha puesto en marcha para luchar contra el empleo precario y que ha elaborado una investigación a fondo sobre este sistema ultraflexible, propone excluir de todo contrato público a las compañías que, aunque recurran al sistema de ‘cero horas’, no garanticen un mínimo de horas semanales a los empleados.
Con una cucharilla de plástico, Sarah –que, como Clive, prefiere no dar su apellido– remueve su café. Lo toma negro, sin azúcar ni leche. “Con hoy, llevan ya tres días sin dar señales. Ni un mensaje, ni una llamada; nada”, murmura. Toda su fortaleza se evapora cuando habla del temor a que la empresa haya prescindido de ella. “Con estos contratos ni siquiera tienen que despedirte. Con no llamarte para trabajar basta”, dice. Y si no hay trabajo no hay salario, pero tampoco acceso a la prestación por desempleo ni otros subsidios. “Y tampoco puedo dejarlo y buscar otro trabajo. Si lo hago saldría del sistema de desempleo durante seis meses. Así nos tratan. Es como una esclavitud en pleno siglo XXI”
Título: “La socialdemocracia será eclipsada por fuerzas más radicales”
Subtítulo: El autor publica un estudio sobre la historia de Reino Unido tras la II Guerra Mundial
Texto: Un ‘chacal rebuznante’, según Fox News. Socialista. Columnista del Guardian”. Así se define Owen Jones (Sheffield, Inglaterra, 1984) en su perfil de Twitter. En 2011, con solo 27 años, publicó un libro —Chavs, la demonización de la clase obrera— que se convirtió en un fenómeno editorial y a su autor, en una de las voces más influyentes de la izquierda británica. Su nuevo ensayo, El establishment (Seix Barral), es un estudio de la historia política de Reino Unido después de la II Guerra Mundial, a través del grupo de poder que la domina, desafiando a la democracia desde arriba y unido por el objetivo común de mantener un sistema que Jones considera nefasto y perverso. Recibe a EL PAÍS en un café del norte de Londres, a pocas semanas de unas elecciones cruciales para el futuro de su país y, afirma, para el de la propia izquierda en Europa.
Pregunta. Augura que las generaciones futuras mirarán atrás y contemplarán con asombro y desprecio cómo se organiza hoy la sociedad británica. ¿Tan grave es?
Respuesta. Es injusta e insostenible. Tenemos una sociedad en la que la riqueza de los mil que más tienen se ha duplicado durante los cinco años de una de las mayores crisis económicas que ha sufrido este país, mientras un millón de personas tienen que recurrir a los bancos de alimentos. Es una sociedad perversa.
P. ¿La culpa es del establishment?
R. Hubo mucha resistencia a la democracia en este país por el miedo de los de arriba a que, si todo el mundo podía votar, habría una redistribución de la riqueza y el poder. Era cierto: la democracia conlleva una redistribución. Pero en los últimos 30 años ha habido un intento de recuperar el poder y la riqueza perdidas. Y eso es el establishment. Un colectivo unido por intereses económicos, mentalidades y conjeturas comunes.
P. ¿Una conspiración?
R. No. Una unión de intereses que colisionan con la democracia. Es la amenaza a la democracia desde arriba. Este establishment exhibe un triunfalismo sin precedentes. Cree que ha derrotado a todos sus enemigos. La manera en que funciona la sociedad parece inevitable.
R. El establishment depende de un sentimiento de resignación. Es como el tiempo: puedes protestar porque llueve pero no puedes hacer nada. Pero las encuestas revelan que la opinión de la mayoría de los votantes entra en colisión con el establishment. La mayoría apoya la renacionalización de los trenes y de la energía, quieren más impuestos para los ricos, más derechos de los trabajadores. En temas económicos se identifican más con la izquierda. Pero ha cuajado un sentimiento de que no hay alternativa.
P. Ha ayudado, sostiene usted, un redireccionamiento del enfado.
R. A los trabajadores que cobran sueldos miserables se les dice que no es con sus jefes con quien deben enfadarse sino con los parados que viven lujosamente o con el inmigrante que les quita sus recursos. El establishment le dice a la gente: te han robado, pero no te enfades por el hecho de que te hayan robado, sino por que a tu vecino le han robado menos.
P. Predican el libre mercado pero, según usted, dependen del Estado más que ningún otro colectivo. ¿En qué sentido?
R. Esa es la ironía. El sector financiero no fue rescatado por el dogma del libre mercado, sino por el Estado. Es socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres.
P. ¿Se puede combatir a ese establishment desde la política?
R. El debate político está hoy en los matices y no en los contrastes radicales. El final de la Guerra Fría fue el final de la historia, en palabras de Fukuyama. La izquierda como visión de la sociedad colapsó. El nuevo laborismo fue un producto del fracaso. Asumió los presupuestos del thatcherismo, igual que los Gobiernos conservadores de los años cincuenta aceptaron los del laborismo de posguerra. En 2008 la presunción de la izquierda, o de lo que restaba de ella, fue que el neoliberalismo había quedado desacreditado, así que emergería una alternativa. Pero eso no pasó. Milton Friedman dijo que los cambios se consiguen a través de una crisis, pero depende de las ideas que haya en el aire. Y la izquierda no tenía muchas ideas en 2008. Por eso la derecha mantuvo su hegemonía intelectual.
P. ¿Cómo ve usted al laborismo hoy?
R. La gente tiende a olvidar dónde estaba el nuevo laborismo. ¡Era tan abiertamente neoliberal! Ha cambiado bastante, aunque no se acerque ni de lejos a donde llegaría yo. Y lo ha hecho porque la ciudadanía desde diferentes foros lo ha reclamado. Frederick Douglass dijo que el poder no concede nada sin una demanda. Si hay presión desde abajo puede cambiar.
P. ¿Qué espera de ellos?
R. Su misión original era ser la voz de los trabajadores. Y estos han sufrido la mayor caída en sus ingresos desde la época victoriana. La mayor parte de la gente que está en la pobreza trabaja. Se levanta por la mañana para ganarse su pobreza. El laborismo debe preguntarse por qué vivimos en una sociedad que sirve a los poderosos en lugar de a los verdaderos generadores de riqueza. La riqueza la creamos todos: los trabajadores, el Estado, el profesor, el médico, los limpiadores. Debe estar mejor distribuida.
P. ¿En qué consiste la revolución democrática que usted propone?
R. La democracia está amenazada por los poderosos y debemos volver a conquistar la soberanía de la gente.
P. ¿La casta de Podemos es lo mismo que su establishment?
R. Supongo que sí. Para ellos es un poder al que no se le puede exigir responsabilidades, corrupto legal y moralmente, cuyo comportamiento colisiona con los intereses de la mayoría de la sociedad. España demuestra que, cuando la gente lo pasa mal, no es inevitable que la beneficiada sea la derecha populista. Es una lección para todos nosotros. No tiene por qué haber una política del miedo: es posible una política de la esperanza. La política de la esperanza dice que la injusticia es temporal y puede superarse.
P. Usted se define como socialista. Podemos, en cambio, parece haber renunciado a esa dialéctica de derecha e izquierda.
R. Lo entiendo. Creo que solo intentan comunicar sus ideas en una sociedad donde la izquierda ha sufrido enormes calamidades y derrotas políticas.
P. ¿Podría triunfar un movimiento así si se define como de izquierdas?
R. Yo soy socialista. Creo que la retórica de derecha e izquierda sigue siendo válida. Pero es la gente ya politizada la que piensa en términos de derecha o izquierda, los que vivimos en la burbuja política. La mayoría piensa en términos de vivienda, empleo, servicios, salarios, hijos. Y hay que afrontar esas preocupaciones de una manera convincente. Quien quiera cambiar la sociedad debe mirar dónde hay un movimiento con éxito y ver qué han hecho bien, y qué ha hecho mal la izquierda tradicional.
P. ¿Es esta incapaz de proporcionar el cambio que usted busca?
R. Grecia y España demuestran que, si la socialdemocracia ataca a su propia base, no puede confiar en la lealtad de esta porque encontrará alternativas. Si el laborismo llega al poder y ataca a sus seguidores, atravesará su propia pasokificación y eso podría abrir el camino a fuerzas como Podemos o Syriza. Vivimos en una era en la que la socialdemocracia puede ser eclipsada por fuerzas más radicales. Tras la Guerra Fría, eso no estaba en el guión. En la era de la austeridad, el proyecto de la socialdemocracia está en una crisis profunda y será eclipsado por fuerzas más radicales.
P. ¿Toda era, incluida esta, vive en la ilusión de que es permanente?
R. El búho de Minerva solo emprende el vuelo con la llegada del ocaso, decía Hegel. Creo que estamos ante el ocaso de esta era. La transición a una nueva será muy difícil, pero sucederá. Cuando el neoliberalismo tuvo su auge, que aquí fue con el thatcherismo, la izquierda era triunfalista. Creían que Thatcher no iba a durar. Mis padres lo creían. No se dieron cuenta de que asistían a la construcción de una nueva era. Las enseñanzas de nuestros antecesores, que desafiaron viejos órdenes y ganaron, deberían darnos esperanza y dar miedo a los poderosos. Demuestran que todo orden caerá y será sustituido. Lo importante es qué lo sustituye. Yo quiero una sociedad construida para la gente trabajadora, creadora de riqueza, no para una élite. Una sociedad donde la democracia alcance. Esa sociedad será construida algún día y esta, también, pasará.
La segunda nota es de María Sahuquillo y nos cuenta sobre una nueva modalidad de contrataciones en el Reino Unido: los “contratos de cero horas”. Acá va:
Título: Los ‘contratos de cero horas’, sin garantías de sueldo mínimo, proliferan en Reino Unido
Texto: Es la hora del almuerzo y, sentado en un banco junto a los muelles de Liverpool, Clive apura los últimos bocados a su sándwich de pollo casero. En realidad no tiene prisa. Hoy su pausa para comer es extremadamente larga. “¡Cuatro horas! El jefe me ha dicho que no me necesita en ese tiempo, pero que luego tendré otro par de horas de trabajo”, explica mientras se limpia las manos con un pedazo de papel. Afirma que no le compensa volver a casa y se dispone a matar el rato viendo las carreras de caballos en un pequeño local de apuestas Paddy Power. Desde hace un año, muchos de los días son así de imprevisibles para este hombre de 46 años, cabello ralo y ojos pequeños y vivarachos. Trabaja en una compañía de reparto con un ‘contrato de cero horas’, una modalidad en la que el empleador no garantiza al trabajador un mínimo de horas de carga al mes y, por tanto, tampoco un salario mínimo.
La fórmula no es nueva, pero se ha extendido paulatinamente en Reino Unido desde que empezó a sentirse la crisis financiera, en 2008. Hace cuatro años, quienes afirmaban tener como fuente única de ingresos un contrato de cero horas no llegaba ni por asomo al 1%; hoy son el 2,3% de los trabajadores en este país –unas 700.000 personas–, según la Oficina Nacional de Estadísticas británica (ONS, por sus siglas en inglés). Mujeres, menores de 25 años y mayores de 65 son, según la ONS, los perfiles mayoritarios bajo este sistema. Empleados con contratos precarios que trabajan, de media, 25 horas a la semana y que cobran unas 7 libras la hora (el salario mínimo es de 6,50; 8,7 euros).
Un sueldo que Clive, que se araña los bolsillos para apostar unas cuantas monedas al caballo 7, llamado Bertie Mo, estira como un chicle. “Si gano, eso que me llevo”, bromea amargamente. Y si Clive se conjura a los caballos y apenas llega a fin de mes, tanto el primer ministro británico, el conservador David Cameron, como su principal rival en las elecciones generales del próximo jueves, el laborista Ed Miliband, han reconocido que no podrían sobrevivir con un contrato de este tipo. En una campaña marcada por la recuperación económica y nuevas medidas de austeridad, ambos candidatos se han comprometido a buscar una solución para esta fórmula de precariedad salvaje. Una solución que no pasa, sin embargo, por prohibir sino más bien por limitar este tipo de contratos, que ha contribuido a reducir –-o, según sindicatos como el mayoritarioUnite the Union, “a maquillar”– las cifras de desempleo en Reino Unido (un 5,6% frente a un 23% en España).
“Este tipo de contratos otorgan todo el control al empleador y dejan al empleado en una situación tremendamente inestable y más vulnerable a los abusos”, resume Neil Lee, profesor de Economía en la London School of Economics. Los trabajadores de ‘cero horas’ deben estar disponibles las 24 horas todos los días de la semana y, en la mayoría de los casos, tienen una cláusula que les impide tener otro empleo. Además, muchos no saben qué horario tendrán ni, por tanto, cuánto van a ganar. Son, dice Lee, “la punta del iceberg” de los problemas en el mercado laboral británico. “La recuperación económica es mucho más frágil de lo que el Gobierno retrata. Cierto que el desempleo baja, pero a costa de reducir la calidad del empleo y de sueldos muy bajos”, apunta el experto.
La ciudad costera de Liverpool (500.000 habitantes) es una de las que más contratos de cero horas registra: más de la mitad de los que se ofrecen, sobre todo en el sector de la restauración, el ocio o los cuidados. Sin embargo, la fórmula se aplica en todo el país y en empresas de todo tipo: multinacionales como McDonalds, la empresa de paquetería DHL, la cadena de perfumería y parafarmacia Boots o los grandes almacenes Sports Directs emplean a un buen número de trabajadores con estos contratos flexibles, según los análisis de los sindicatos.
El gigante estadounidense de comida rápida reconoce que emplea con el sistema de cero horas al 90% de sus trabajadores en Reino Unido –unas 83.000 personas–. Aunque sus responsables afirman que se debe a que sus asalariados“buscan flexibilidad”. “Muchos de nuestros empleados son padres o estudiantes que buscan empleos remunerados flexibles para encajar con el cuidado de los niños o las clases”, apuntan en un comunicado sobre los contratos de cero horas en su web.
Uno de esos casos es el de Ciaran Foley, de 28 años. Trabajó una temporada en McDonalds y ahora es barman en un pub del centro de Liverpool, a solo unos pasos del Cavern Club, donde The Beatles tocaban en sus primeros tiempos. Foley asegura que el sistema no le va mal, el jefe le avisa cada primero de mes de su horario y le pagan “aceptablemente”. “Gano unas nueva libras la hora y me gusta el empleo”, dice. Lo peor, dice restregándose los ojos enrojecidos, es que las jornadas son eternas. “A veces entro a las dos de la tarde y no salgo hasta las seis de la mañana”, asegura.
Sarah, en cambio, agradecería tener esa preocupación. Es operaria en la fábrica de galletas Jacob’s –que hace las tradicionales crackers, una de las principales industrias de Liverpool y todo un emblema del país–, y afirma tajante que daría un potosí por un trabajo a jornada completa. Sentada en una pizzería cerca del estadio de fútbol del Everton, esta mujer de 52 años, alta y fuerte, relata que vive pendiente del móvil. Su empleador, en este caso una agencia de reclutamiento, avisa un día antes por SMS sobre la jornada. Además, como el resto de los alrededor de 200 trabajadores que la agencia pone a disposición de la fábrica, cobra unas dos libras menos la hora que los trabajadores contratados directamente por Jacob’s –que pertenece a United Biscuits, adquirida hace un par de meses por un grupo turco dedicado a la alimentación–.
A este ardid, que deja en otra desventaja más a los trabajadores de ‘cero horas’, se suma la ironía, remarca Barry Kushner, concejal de empleo de Liverpool, de que el programa público para desempleados subsidiados recurre a estas empresas para colocar a quienes están en paro. “La administración no hace sino alimentar este sistema perverso”, dice. Kushner (laborista), que preside la comisión que la ciudad ha puesto en marcha para luchar contra el empleo precario y que ha elaborado una investigación a fondo sobre este sistema ultraflexible, propone excluir de todo contrato público a las compañías que, aunque recurran al sistema de ‘cero horas’, no garanticen un mínimo de horas semanales a los empleados.
Con una cucharilla de plástico, Sarah –que, como Clive, prefiere no dar su apellido– remueve su café. Lo toma negro, sin azúcar ni leche. “Con hoy, llevan ya tres días sin dar señales. Ni un mensaje, ni una llamada; nada”, murmura. Toda su fortaleza se evapora cuando habla del temor a que la empresa haya prescindido de ella. “Con estos contratos ni siquiera tienen que despedirte. Con no llamarte para trabajar basta”, dice. Y si no hay trabajo no hay salario, pero tampoco acceso a la prestación por desempleo ni otros subsidios. “Y tampoco puedo dejarlo y buscar otro trabajo. Si lo hago saldría del sistema de desempleo durante seis meses. Así nos tratan. Es como una esclavitud en pleno siglo XXI”