Rector de la UDP
El columnista de opinión hizo un análisis de las elites chilenas y comentó el cambio de gabinete asegurando que los ministros salientes –y en especial el ex ministro Rodrigo Peñailillo– tuvieron un liderazgo ingenuo que “acabó tropezando con su propias exageraciones».
Todas las sociedades cuentan con una elite y la tarea de Carlos Peña, como columnista de opinión, es hacer escrutinio público de ellas. Así lo declara el propio rector de la UDP haciendo énfasis en que, en él, no existe un propósito explícito de provocar. Más bien, dice, eso es “el resultado objetivo de lo que pienso”.
En entrevista con Radio Duna, el analista político se defiende de las críticas poniendo como ejemplo el caso Caval: “Cualquier persona interesada en la esfera pública debería interesarse en una figura como la de Andrónico Luksic”.
A continuación, agrega: “En este caso lo que se reveló fue que el poder del dinero –y Luksic lo tiene en abundancia como sabemos– puede ser tanto o más poderoso que el poder del Estado. El gran problema político es cómo limitar y configurar el poder”.
En ese sentido, acota que “no me cabe ninguna duda de que Luksic no sólo atesora el poder, también la usa. Salta a la vista que es así. El caso Caval es una muestra palmaria y elocuente de la manera en que el poder se cuela por todos los intersticios de las relaciones sociales y ese es un fenómeno sociológico”.
Consultado por los entrevistadores del programa radial sobre el cambio de gabinete, Peña dispara acerca de lo que –a su juicio– está en el fondo del asunto: “Yo creo que el gabinete que encabezaba Rodrigo Peñailillo era un gabinete interesante por múltiples motivos. Desde luego generacionales, representaba una importante renovación de las elites, una cierta valoración de la meritocracia en el nivel político, bastante valioso”.
Sin embargo, “se trataba de personas, especialmente Peñailillo, provistas de una cierta ingenuidad política, de un cierto utopismo ingenuo, no muy elaborado, muy grueso y basto, que tendía a exagerar las metas gubernamentales ajizando innecesariamente a la oposición, la molestia y la incertidumbre. Me pareció un liderazgo ingenuo que acabó tropezando con su propias exageraciones”.
Para Carlos Peña, la ingenuidad suele ser una forma de incapacidad. “Reducir el Gobierno de la Nueva Mayoría a la dictación de una nueva Constitución, es decir, a cambiar las bases sobre las cuales se asienta la comunidad política, cifrar en el cambio educacional la clave para mejorar los niveles de equidad y de justicia de la sociedad chilena y creer que todo eso podía alcanzarse muy rápidamente y sin más, mediante una reforma tributaria, es de una ingenuidad gigantesca, esa es la verdad”, advierte.
Pero no sólo cree que el ex ministro Peñailillo fue políticamente ingenuo. También lo fue la propia Presidenta Michelle Bachelet, asegura.
“(Ella) también es políticamente ingenua, no en el sentido que le falta realismo político, sino ingenua desde el punto de vista intelectual, con poca conciencia de la complejidad de las cosas. No vale engañarse a esta altura, digo yo”, insiste.
“El ingenuo es una persona que tiene una mirada muy simple de las cosas y que no advierte la simplicidad del que está preso. Entonces, la ingenuidad es en cierta manera una incapacidad. Un político debe tener conciencia de la complejidad de las cosas. La realidad no es simple, no se construye con trazos gruesos y rectilínios. La realidad es más bien cimosa, tiene complejidades a las que hay que atender. Reducir todos los problemas de la sociedad chilena como se hizo a un diagnóstico grueso, con dos o tres soluciones, y para ello aferrarse con fervor religioso a un programa es simplemente una ingenuidad mayúscula”, destaca el analista político.
“Se dijo que para que Chile no fuera un país de herederos era indispensable una reforma educacional, se dijo que para mejorar nuestra comunidad política es imprescindible retomar un momento ‘cero’ de la política deliberando en una nueva Constitución. Hasta cierto punto algo de razón hay en aquello, pero cuando se tiene algo de razón y se exagera, se convierte en un error”, prosigue el rector de la UDP.
Luego Peña tuvo palabras para el saliente ministro de Hacienda, Alberto Arenas: “No me parece que Arenas sea tan ingenuo a la cuestión de las boletas, porque hasta donde yo sé, tenía bajo su dependencia a Michel Jorratt, director del SII, y eso se ha conducido hasta ahora de una manera que precisamente no genera confianza”.
Y luego le dispara: “(Él) tuvo una actitud extremadamente altiva, de soberbia, creyó que bastaba con ser ministro para tener un aura que despertaba la admiración de todos. El comportamiento de Arenas no fue del todo grato, esto de andar con la barbilla levantada, hablar de sí mismo en tercera persona, estirarse al caminar para verse más alto, esas cosas irritan a la gente”.
El columnista de opinión hizo un análisis de las elites chilenas y comentó el cambio de gabinete asegurando que los ministros salientes –y en especial el ex ministro Rodrigo Peñailillo– tuvieron un liderazgo ingenuo que “acabó tropezando con su propias exageraciones».
Todas las sociedades cuentan con una elite y la tarea de Carlos Peña, como columnista de opinión, es hacer escrutinio público de ellas. Así lo declara el propio rector de la UDP haciendo énfasis en que, en él, no existe un propósito explícito de provocar. Más bien, dice, eso es “el resultado objetivo de lo que pienso”.
En entrevista con Radio Duna, el analista político se defiende de las críticas poniendo como ejemplo el caso Caval: “Cualquier persona interesada en la esfera pública debería interesarse en una figura como la de Andrónico Luksic”.
A continuación, agrega: “En este caso lo que se reveló fue que el poder del dinero –y Luksic lo tiene en abundancia como sabemos– puede ser tanto o más poderoso que el poder del Estado. El gran problema político es cómo limitar y configurar el poder”.
En ese sentido, acota que “no me cabe ninguna duda de que Luksic no sólo atesora el poder, también la usa. Salta a la vista que es así. El caso Caval es una muestra palmaria y elocuente de la manera en que el poder se cuela por todos los intersticios de las relaciones sociales y ese es un fenómeno sociológico”.
Consultado por los entrevistadores del programa radial sobre el cambio de gabinete, Peña dispara acerca de lo que –a su juicio– está en el fondo del asunto: “Yo creo que el gabinete que encabezaba Rodrigo Peñailillo era un gabinete interesante por múltiples motivos. Desde luego generacionales, representaba una importante renovación de las elites, una cierta valoración de la meritocracia en el nivel político, bastante valioso”.
Sin embargo, “se trataba de personas, especialmente Peñailillo, provistas de una cierta ingenuidad política, de un cierto utopismo ingenuo, no muy elaborado, muy grueso y basto, que tendía a exagerar las metas gubernamentales ajizando innecesariamente a la oposición, la molestia y la incertidumbre. Me pareció un liderazgo ingenuo que acabó tropezando con su propias exageraciones”.
Para Carlos Peña, la ingenuidad suele ser una forma de incapacidad. “Reducir el Gobierno de la Nueva Mayoría a la dictación de una nueva Constitución, es decir, a cambiar las bases sobre las cuales se asienta la comunidad política, cifrar en el cambio educacional la clave para mejorar los niveles de equidad y de justicia de la sociedad chilena y creer que todo eso podía alcanzarse muy rápidamente y sin más, mediante una reforma tributaria, es de una ingenuidad gigantesca, esa es la verdad”, advierte.
Pero no sólo cree que el ex ministro Peñailillo fue políticamente ingenuo. También lo fue la propia Presidenta Michelle Bachelet, asegura.
“(Ella) también es políticamente ingenua, no en el sentido que le falta realismo político, sino ingenua desde el punto de vista intelectual, con poca conciencia de la complejidad de las cosas. No vale engañarse a esta altura, digo yo”, insiste.
“El ingenuo es una persona que tiene una mirada muy simple de las cosas y que no advierte la simplicidad del que está preso. Entonces, la ingenuidad es en cierta manera una incapacidad. Un político debe tener conciencia de la complejidad de las cosas. La realidad no es simple, no se construye con trazos gruesos y rectilínios. La realidad es más bien cimosa, tiene complejidades a las que hay que atender. Reducir todos los problemas de la sociedad chilena como se hizo a un diagnóstico grueso, con dos o tres soluciones, y para ello aferrarse con fervor religioso a un programa es simplemente una ingenuidad mayúscula”, destaca el analista político.
“Se dijo que para que Chile no fuera un país de herederos era indispensable una reforma educacional, se dijo que para mejorar nuestra comunidad política es imprescindible retomar un momento ‘cero’ de la política deliberando en una nueva Constitución. Hasta cierto punto algo de razón hay en aquello, pero cuando se tiene algo de razón y se exagera, se convierte en un error”, prosigue el rector de la UDP.
Luego Peña tuvo palabras para el saliente ministro de Hacienda, Alberto Arenas: “No me parece que Arenas sea tan ingenuo a la cuestión de las boletas, porque hasta donde yo sé, tenía bajo su dependencia a Michel Jorratt, director del SII, y eso se ha conducido hasta ahora de una manera que precisamente no genera confianza”.
Y luego le dispara: “(Él) tuvo una actitud extremadamente altiva, de soberbia, creyó que bastaba con ser ministro para tener un aura que despertaba la admiración de todos. El comportamiento de Arenas no fue del todo grato, esto de andar con la barbilla levantada, hablar de sí mismo en tercera persona, estirarse al caminar para verse más alto, esas cosas irritan a la gente”.