Foto: LA NACION
BRASÍLIA-Dilma Rousseff sobrevivió a la tortura y el cáncer para ser la primera mandataria de Brasil. Ahora, la ex militante de izquierda tiene otro desafío por delante: salvar su presidencia y detener el deterioro de la mayor economía de América Latina.
Su segundo mandato apenas comienza, pero Rousseff está acosada por las manifestaciones, mientras los legisladores eva-lúan la posibilidad de someterla a juicio político por un supuesto esquema de malversación de fondos de US$2.100 millones en la estatal Petróleo Brasileiro SA (Petrobras). El real se ha desplomado, la inflación está en alza y la economía está entrando en lo que puede ser su peor recesión en 25 años.
En algunos barrios, la mera aparición de Rousseff en las pantallas de televisión es suficiente para que los residentes salgan a sus balcones a golpear ollas y sartenes en señal de protesta.
La capacidad de la líder de 67 años de recuperar su prestigio se ha convertido en una cuestión crítica para una nación que trata de evitar que sus problemas degeneren en una crisis total. Según una encuesta, el índice de aprobación de Rousseff cayó de 65% hace dos años a 13% en marzo de este año. Los analistas evalúan las probabilidades -por ahora bajas- de que no llegue a terminar su mandato, que finaliza en diciembre de 2018.
«Hay un proceso de colapso económico, social y moral en marcha», dijo el senador Ronaldo Caiado, un opositor acérrimo de Rousseff, mientras posaba para los fotógrafos durante la masiva manifestación contra la presidenta que tuvo lugar en São Paulo el 15 de marzo. Cientos de miles de opositores a la presidenta volvieron a salir a las calles el 12 de abril.
Para salvar su presidencia, Rousseff intenta una arriesgada maniobra: revertir desde las políticas económicas -señaladas por sus críticos de haber profundizado los problemas de Brasil- a su estilo de liderazgo, catalogado como inflexible en medio del colapso de su apoyo en el Congreso.
Durante su primer mandato, la ex guerrillera se inmiscuía tanto en los detalles que hasta se preocupaba por determinar dónde se sentaban los asistentes en actos oficiales, dijeron fuentes cercanas. Ahora, está delegando la planificación económica a un nuevo ministro de Hacienda y la negociación de acuerdos en el Congreso a su vicepresidente, Michel Temer, un dirigente del PMDB, un partido político centrista, aliado del partido de la presidenta.
La propia apariencia de Rousseff ha cambiado. Este año ha perdido casi 13 kilos, lo que despertó la preocupación de que el linfoma por el que fue tratada en 2009 estuviera de regreso. La presidenta lo atribuye a una nueva dieta y el ejercicio.
Los giros políticos de Rousseff acarrean riesgos. Las nuevas medidas apuntan a estabilizar su presidencia y a silenciar los pedidos de juicio político. Pero incluso si fructifican, esta marcha atrás podría aislarla políticamente. Miembros de su Partido de los Trabajadores (PT) están abandonándola por haber dejado de lado algunas de las políticas económicas de izquierda. Los conservadores, que aprueban los cambios, difícilmente apoyarán a una ex marxista.
«No creo que realmente pueda cambiar. La ciencia médica ha avanzado hasta el punto en que se puede trasplantar un corazón, una córnea y un hígado, pero todavía no es posible trasplantar un alma», dijo el senador Aloysio Nunes, un opositor de Rousseff.
La mandataria no puede postularse a un tercer mandato, pero los escándalos de corrupción y la crisis económica pueden mermar las probabilidades de que su partido mantenga el predomino electoral iniciado en 2003. Se espera que el ex presidente y cofundador del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, busque volver a la presidencia. Las encuestas, no obstante, muestran que su popularidad también está cayendo.
Las implicaciones van más allá de Brasil. Esta economía de US$2 billones es clave para sus socios comerciales de América del Sur, lo que significa que una caída de Brasil podría repercutir en toda la región.
Para algunos, los cambios introducidos por Rousseff son el único aspecto positivo dentro de un panorama sombrío. «Lo importante es que se dio cuenta de que había que hacer cambios», dijo el veterano congresista y dirigente del PMDB Wellington Moreira Franco, un aliado de Rousseff. «Tenemos que despojar a la economía de cualquier ideología, tenemos que entender que Brasil es una sociedad capitalista y sofisticada».
Pero incluso algunos aliados atribuyen a Rousseff los males de Brasil. En octubre de 2014, la presidenta ganó una muy reñida reelección. Su popularidad, no obstante, ha caído en medio de una tormenta de malas noticias económicas y denuncias de co-rrupción generalizada.
El epicentro de estas denuncias es Petrobras, cuya junta directiva fue presidida por Rousseff entre 2003 y 2010. En su intento por ampliar la producción y hacer de Brasil un importante exportador de crudo, la empresa insignia se convirtió en la petrolera más endeudada del mundo. Se suponía que Petrobras también financiaría nuevas industrias brasileñas, como la construcción de barcos.
En lugar de ello, Petrobras anunció en abril un cargo contable de US$17.000 millones, producto de la malversación y de la mala gestión de algunos proyectos, tales como refinerías sin terminar. La policía afirma que ejecutivos de la firma y hombres de negocios se quedaron con alrededor de 3% de los contratos de Petrobras y canalizaron una parte al PT y sus aliados, en lo que constituye el caso más grande de corrupción en un país con un largo historial de escándalos. Petrobras ha reiterado que fue una víctima del fraude y coopera con las autoridades.
Rousseff dice que ella no tenía conocimiento del presunto fraude y que su gobierno tiene el mérito de haberlo descubierto.
La presidenta ha negado su participación en estos delitos y dice que está comprometida con la investigación de las denuncias.
«Perdimos el relato», dijo Edinho Silva, el portavoz presidencial, quien no obstante afirma que es poco probable que Rousseff vaya a juicio político porque no ha cometido ningún delito que lo justifique. Silva cree que la popularidad de Rousseff se recuperará a medida que está claro que ella no era parte del esquema fraudulento y los verdaderos responsables sean conde-nados, dijo.
Una vez que Petrobras se limpie y la economía se estabilice, manifestó Silva, Rousseff tendrá la oportunidad de replantear su presidencia en torno a temas positivos como la educación.
Un colaborador de Rousseff comparó en marzo su situación con la serie de televisión Game of Thrones, donde un clan sitiado batalla en muchos frentes y sufre bajas cuantiosas.
La mandataria es más un ratón de biblioteca que alguien acostumbrada a estrechar la mano con entusiasmo. Le gusta leer obras de autores como Honoré de Balzac y Marcel Proust, y en sus entrevistas menciona personajes de Charles Dickens.
En el palacio presidencial, ocupa una pequeña suite, donde se retira de noche para leer y ver películas y series como Downton Abbey, según personas que conocen su rutina. Divorciada y con una hija adulta, Rousseff comparte la residencia con su madre y un perro, Fafá, al que rescató de la calle durante un paseo matutino.
Durante su primera campaña, se ganó otra reputación, la de disciplinaria. Durante una visita a São Paulo, ordenó a dos colaboradores muy conversadores que se sentaran en rincones opuestos de una suite de hotel por media hora para poder leer sin distracciones, dicen personas al tanto.
Tras ser electa, Rousseff gobernó como una gerente exigente. Espera que sus asesores aparezcan enseguida cuando los convoca y su asistente muchas veces los llama a sus celulares para averiguar su hora de llegada estimada. Un asesor sénior recuerda que corría por los pasillos hasta las oficinas de Rousseff cuando era llamado, a veces llegando sin aliento.
Presentarle informes se ha vuelto un juego arriesgado. Rousseff memoriza torrentes de estadísticas y asesores que ella con-sidera mal preparados pueden sufrir duras reprimendas. Altos funcionarios han salido de su despacho agitados y, al menos en una ocasión, casi con lágrimas, cuenta una persona al tanto.
No obstante, su estilo directo le resultó contraproducente en medio de la crisis política. La mayoría oficialista en el Congreso empezó a colapsar este año ante quejas incluso de miembros de su propio partido de que no había debatido las leyes para enmendar la economía con legisladores clave.
Parte del repudio en el Congreso podría ser un reflejo de las dificultades de ser la primera mujer líder en un entorno político dominado por hombres, dice el ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo. «Ella es fuerte y la gente se sorprende. Es una cuestión machista».
De todos modos, si su gobierno fracasa, la historia probablemente apuntará a los problemas económicos y la corrupción, no su género, señalan analistas políticos.
Rousseff, no obstante, es una sobreviviente acostumbrada a superar obstáculos, dicen personas que la conocen.
«Es una luchadora y [está] hecha para esta situación», afirma Roberto Mangabeira Unger, profesor de Harvard que conoce a Rousseff desde hace tres décadas. Mangabeira Unger se incorporó al gobierno de la presidenta en febrero como ministro de Asuntos Estratégicos para ayudarla a «buscar nuevas ideas».
Tras bambalinas, Rousseff se ha mantenido optimista y calmada ante las presiones, ayudando a tranquilizar a su gabinete, según Fernando Pimentel, gobernador del estado de Minas Gerais. «Está transmitiendo una especie de serenidad y manteniendo a todos enfocados en las tareas diarias», para enderezar la situación, dice Pimentel, quien conoce a la mandataria desde que ambos eran militantes de izquierda.
Rousseff también ha hecho un cambio de dirección en la economía. Como economista de izquierda, fijó la agenda durante su primer mandato, pero ahora designó a alguien filosóficamente opuesto al frente del Ministerio de Hacienda en su segundo período: Joaquim Levy, un conservador que estudió en la Universidad de Chicago. Levy está desmantelando políticas clave de su primer mandato, como los subsidios energéticos, con el fin de reducir el gasto fiscal. Según economistas, estas medidas han logrado mantener la calificación de grado de inversión de Brasil.
Mientras tanto, algunos seguidores del PT ven las medidas de austeridad de Levy como una traición y han participado en ma-nifestaciones contra el gobierno.
«Me siento engañado por Dilma», dijo Valdivino Gomes, líder de la organización militante Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), que desde hace mucho respalda al PT. Gomes habló brevemente después de que su agrupación se enfrentó con la policía en una protesta en abril contra las políticas de austeridad cerca del palacio presidencial.
Rousseff, en tanto, está promoviendo cambios. En junio, planea visitar la Casa Blanca, en parte para renovar las relaciones bilaterales, que se vieron afectadas después de las afirmaciones de que Estados Unidos la espió. Rousseff canceló una visita en 2013 debido a los señalamientos y exigió una disculpa. Ahora, en cambio, lo toma con más calma.
«El presidente me dijo: ‘La próxima vez que necesite saber algo, simplemente te llamaré'», contó en una conferencia de prensa con periodistas brasileños tras una reunión con Barack Obama en la Cumbre de las Américas en Panamá, en abril..
BRASÍLIA-Dilma Rousseff sobrevivió a la tortura y el cáncer para ser la primera mandataria de Brasil. Ahora, la ex militante de izquierda tiene otro desafío por delante: salvar su presidencia y detener el deterioro de la mayor economía de América Latina.
Su segundo mandato apenas comienza, pero Rousseff está acosada por las manifestaciones, mientras los legisladores eva-lúan la posibilidad de someterla a juicio político por un supuesto esquema de malversación de fondos de US$2.100 millones en la estatal Petróleo Brasileiro SA (Petrobras). El real se ha desplomado, la inflación está en alza y la economía está entrando en lo que puede ser su peor recesión en 25 años.
En algunos barrios, la mera aparición de Rousseff en las pantallas de televisión es suficiente para que los residentes salgan a sus balcones a golpear ollas y sartenes en señal de protesta.
La capacidad de la líder de 67 años de recuperar su prestigio se ha convertido en una cuestión crítica para una nación que trata de evitar que sus problemas degeneren en una crisis total. Según una encuesta, el índice de aprobación de Rousseff cayó de 65% hace dos años a 13% en marzo de este año. Los analistas evalúan las probabilidades -por ahora bajas- de que no llegue a terminar su mandato, que finaliza en diciembre de 2018.
«Hay un proceso de colapso económico, social y moral en marcha», dijo el senador Ronaldo Caiado, un opositor acérrimo de Rousseff, mientras posaba para los fotógrafos durante la masiva manifestación contra la presidenta que tuvo lugar en São Paulo el 15 de marzo. Cientos de miles de opositores a la presidenta volvieron a salir a las calles el 12 de abril.
Para salvar su presidencia, Rousseff intenta una arriesgada maniobra: revertir desde las políticas económicas -señaladas por sus críticos de haber profundizado los problemas de Brasil- a su estilo de liderazgo, catalogado como inflexible en medio del colapso de su apoyo en el Congreso.
Durante su primer mandato, la ex guerrillera se inmiscuía tanto en los detalles que hasta se preocupaba por determinar dónde se sentaban los asistentes en actos oficiales, dijeron fuentes cercanas. Ahora, está delegando la planificación económica a un nuevo ministro de Hacienda y la negociación de acuerdos en el Congreso a su vicepresidente, Michel Temer, un dirigente del PMDB, un partido político centrista, aliado del partido de la presidenta.
La propia apariencia de Rousseff ha cambiado. Este año ha perdido casi 13 kilos, lo que despertó la preocupación de que el linfoma por el que fue tratada en 2009 estuviera de regreso. La presidenta lo atribuye a una nueva dieta y el ejercicio.
Los giros políticos de Rousseff acarrean riesgos. Las nuevas medidas apuntan a estabilizar su presidencia y a silenciar los pedidos de juicio político. Pero incluso si fructifican, esta marcha atrás podría aislarla políticamente. Miembros de su Partido de los Trabajadores (PT) están abandonándola por haber dejado de lado algunas de las políticas económicas de izquierda. Los conservadores, que aprueban los cambios, difícilmente apoyarán a una ex marxista.
«No creo que realmente pueda cambiar. La ciencia médica ha avanzado hasta el punto en que se puede trasplantar un corazón, una córnea y un hígado, pero todavía no es posible trasplantar un alma», dijo el senador Aloysio Nunes, un opositor de Rousseff.
La mandataria no puede postularse a un tercer mandato, pero los escándalos de corrupción y la crisis económica pueden mermar las probabilidades de que su partido mantenga el predomino electoral iniciado en 2003. Se espera que el ex presidente y cofundador del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, busque volver a la presidencia. Las encuestas, no obstante, muestran que su popularidad también está cayendo.
Las implicaciones van más allá de Brasil. Esta economía de US$2 billones es clave para sus socios comerciales de América del Sur, lo que significa que una caída de Brasil podría repercutir en toda la región.
Para algunos, los cambios introducidos por Rousseff son el único aspecto positivo dentro de un panorama sombrío. «Lo importante es que se dio cuenta de que había que hacer cambios», dijo el veterano congresista y dirigente del PMDB Wellington Moreira Franco, un aliado de Rousseff. «Tenemos que despojar a la economía de cualquier ideología, tenemos que entender que Brasil es una sociedad capitalista y sofisticada».
Pero incluso algunos aliados atribuyen a Rousseff los males de Brasil. En octubre de 2014, la presidenta ganó una muy reñida reelección. Su popularidad, no obstante, ha caído en medio de una tormenta de malas noticias económicas y denuncias de co-rrupción generalizada.
El epicentro de estas denuncias es Petrobras, cuya junta directiva fue presidida por Rousseff entre 2003 y 2010. En su intento por ampliar la producción y hacer de Brasil un importante exportador de crudo, la empresa insignia se convirtió en la petrolera más endeudada del mundo. Se suponía que Petrobras también financiaría nuevas industrias brasileñas, como la construcción de barcos.
En lugar de ello, Petrobras anunció en abril un cargo contable de US$17.000 millones, producto de la malversación y de la mala gestión de algunos proyectos, tales como refinerías sin terminar. La policía afirma que ejecutivos de la firma y hombres de negocios se quedaron con alrededor de 3% de los contratos de Petrobras y canalizaron una parte al PT y sus aliados, en lo que constituye el caso más grande de corrupción en un país con un largo historial de escándalos. Petrobras ha reiterado que fue una víctima del fraude y coopera con las autoridades.
Rousseff dice que ella no tenía conocimiento del presunto fraude y que su gobierno tiene el mérito de haberlo descubierto.
La presidenta ha negado su participación en estos delitos y dice que está comprometida con la investigación de las denuncias.
«Perdimos el relato», dijo Edinho Silva, el portavoz presidencial, quien no obstante afirma que es poco probable que Rousseff vaya a juicio político porque no ha cometido ningún delito que lo justifique. Silva cree que la popularidad de Rousseff se recuperará a medida que está claro que ella no era parte del esquema fraudulento y los verdaderos responsables sean conde-nados, dijo.
Una vez que Petrobras se limpie y la economía se estabilice, manifestó Silva, Rousseff tendrá la oportunidad de replantear su presidencia en torno a temas positivos como la educación.
Un colaborador de Rousseff comparó en marzo su situación con la serie de televisión Game of Thrones, donde un clan sitiado batalla en muchos frentes y sufre bajas cuantiosas.
La mandataria es más un ratón de biblioteca que alguien acostumbrada a estrechar la mano con entusiasmo. Le gusta leer obras de autores como Honoré de Balzac y Marcel Proust, y en sus entrevistas menciona personajes de Charles Dickens.
En el palacio presidencial, ocupa una pequeña suite, donde se retira de noche para leer y ver películas y series como Downton Abbey, según personas que conocen su rutina. Divorciada y con una hija adulta, Rousseff comparte la residencia con su madre y un perro, Fafá, al que rescató de la calle durante un paseo matutino.
Durante su primera campaña, se ganó otra reputación, la de disciplinaria. Durante una visita a São Paulo, ordenó a dos colaboradores muy conversadores que se sentaran en rincones opuestos de una suite de hotel por media hora para poder leer sin distracciones, dicen personas al tanto.
Tras ser electa, Rousseff gobernó como una gerente exigente. Espera que sus asesores aparezcan enseguida cuando los convoca y su asistente muchas veces los llama a sus celulares para averiguar su hora de llegada estimada. Un asesor sénior recuerda que corría por los pasillos hasta las oficinas de Rousseff cuando era llamado, a veces llegando sin aliento.
Presentarle informes se ha vuelto un juego arriesgado. Rousseff memoriza torrentes de estadísticas y asesores que ella con-sidera mal preparados pueden sufrir duras reprimendas. Altos funcionarios han salido de su despacho agitados y, al menos en una ocasión, casi con lágrimas, cuenta una persona al tanto.
No obstante, su estilo directo le resultó contraproducente en medio de la crisis política. La mayoría oficialista en el Congreso empezó a colapsar este año ante quejas incluso de miembros de su propio partido de que no había debatido las leyes para enmendar la economía con legisladores clave.
Parte del repudio en el Congreso podría ser un reflejo de las dificultades de ser la primera mujer líder en un entorno político dominado por hombres, dice el ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo. «Ella es fuerte y la gente se sorprende. Es una cuestión machista».
De todos modos, si su gobierno fracasa, la historia probablemente apuntará a los problemas económicos y la corrupción, no su género, señalan analistas políticos.
Rousseff, no obstante, es una sobreviviente acostumbrada a superar obstáculos, dicen personas que la conocen.
«Es una luchadora y [está] hecha para esta situación», afirma Roberto Mangabeira Unger, profesor de Harvard que conoce a Rousseff desde hace tres décadas. Mangabeira Unger se incorporó al gobierno de la presidenta en febrero como ministro de Asuntos Estratégicos para ayudarla a «buscar nuevas ideas».
Tras bambalinas, Rousseff se ha mantenido optimista y calmada ante las presiones, ayudando a tranquilizar a su gabinete, según Fernando Pimentel, gobernador del estado de Minas Gerais. «Está transmitiendo una especie de serenidad y manteniendo a todos enfocados en las tareas diarias», para enderezar la situación, dice Pimentel, quien conoce a la mandataria desde que ambos eran militantes de izquierda.
Rousseff también ha hecho un cambio de dirección en la economía. Como economista de izquierda, fijó la agenda durante su primer mandato, pero ahora designó a alguien filosóficamente opuesto al frente del Ministerio de Hacienda en su segundo período: Joaquim Levy, un conservador que estudió en la Universidad de Chicago. Levy está desmantelando políticas clave de su primer mandato, como los subsidios energéticos, con el fin de reducir el gasto fiscal. Según economistas, estas medidas han logrado mantener la calificación de grado de inversión de Brasil.
Mientras tanto, algunos seguidores del PT ven las medidas de austeridad de Levy como una traición y han participado en ma-nifestaciones contra el gobierno.
«Me siento engañado por Dilma», dijo Valdivino Gomes, líder de la organización militante Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), que desde hace mucho respalda al PT. Gomes habló brevemente después de que su agrupación se enfrentó con la policía en una protesta en abril contra las políticas de austeridad cerca del palacio presidencial.
Rousseff, en tanto, está promoviendo cambios. En junio, planea visitar la Casa Blanca, en parte para renovar las relaciones bilaterales, que se vieron afectadas después de las afirmaciones de que Estados Unidos la espió. Rousseff canceló una visita en 2013 debido a los señalamientos y exigió una disculpa. Ahora, en cambio, lo toma con más calma.
«El presidente me dijo: ‘La próxima vez que necesite saber algo, simplemente te llamaré'», contó en una conferencia de prensa con periodistas brasileños tras una reunión con Barack Obama en la Cumbre de las Américas en Panamá, en abril..
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