“De Prometeo nos hablan cuatro leyendas. Según la cuarta todos se cansaron de esa sinrazón. Los dioses se cansaron; se cansaron las águilas; la herida, cansada, se cerró. La leyenda trata de explicar lo inexplicable”, Franz Kafka (Relatos).
El 25 de Mayo sólo es un feriado o se trata de una conmemoración histórica? Lo más parecido a un feriado es otro feriado. Y como los feriados se mueven en el almanaque para facilitar el turismo interno, organizando fines de semana largos, distinguirlos supone recordar a dónde fuimos en esa oportunidad. De modo que la idea por la cual una fecha ingresa al almanaque y su práctica real no se toca salvo por casualidad. Dicho sin vueltas: el feriado mata la conmemoración. Reducir la historia a feriados equivale a pulverizarla.
Mircea Eliade (1907-1986) especialista rumano en religiones comparadas demostró, hace un rato largo, que el tiempo mítico se devora al histórico. El relato circunstanciado de los hechos sobrevive un lapso determinado, que varía según el período histórico, hasta terminar desapareciendo. Los testimonios envejecen, se pierden, y en su lugar emerge otro relato sustitutivo. La historia devora los hechos –construcción literaria sostenida con documentos– que en un sentido riguroso tienden a volverse problema exclusivo de especialistas.
«Entre la burguesía paulista y los políticos realistas, la rentabilidad es el único problema relevante».
Ahora bien, qué decir cuando ni siquiera los especialistas dieron adecuada cuenta del problema. Y este es el caso del 25 de Mayo de 1810. Es que si interrogamos a un historiador académico o uno militante, a un historiador marxista o a uno liberal, incluso un investigador católico serio como el jesuita Guillermo Furlong (1879-1974), sobre cuándo el Virreinato del Río de la Plata dejó de ser una colonia de la corona de Castilla, todos responden al unísono: el 25 de Mayo de 1810. Sin embargo, con los datos que suministraba el Billiken –semanario infantil, dirigido por Constancio C. Vigil, con el que aprehendieron historia generaciones de argentinos, entre los que me incluyo– permite demostrar la labilidad de esa afirmación.
William Carr Beresford (1768-1854) el 25 de junio de 1806 desembarcó en Buenos Aires con 1400 soldados. El coronel, convencido por sir Home Riggs Popahm (1762-1820) sobre la existencia de un tesoro en plata en una ciudad desguarnecida, tomo el fuerte sin la menor resistencia. El virrey Rafael Sobremonte (1745-1827) huyó llevando en las carretas su propia fortuna personal y un millón de libras esterlinas en plata potosina. Como tras la batalla de Trafalgar, donde la flota inglesa destruye la armada franco-española el 21 de octubre de 1805, el Atlántico se vuelve un lago londinense, la plata sudamericana deja de enviarse a Madrid. Y por eso estaba depositada en Buenos Aires, ya que de lo contrario iría a parar a las arcas del gobierno de William Pitt.
La batalla que las islas británicas libraban contra la Revolución Francesa, contra el todavía invencible Napoleón Bonaparte, tras el bloqueo continental se había quedado sin mercados. La Revolución Industrial exigía remplazar las plazas, ya que un tercio de las exportaciones inglesas estaban destinadas al continente europeo. Por tanto, juntarse con la plata potosina por comercio o por saqueo era la nueva norma del mercado mundial.
El Billiken nos hace saber que Sobremonte entregó a Beresford la plata del rey para conservar su oro personal, y que Jacques de Liniers (1753-1810) marino francés al servicio de la corona, con el auxilio de milicianos retomó el control de la ciudad el 11 agosto de 1806. La ciudad, que espera otro ataque, arma a 8000 combatientes que eligen a sus comandantes mediante el voto directo. Una formidable escuadra con más de 14 mil efectivos, conviene recordar que la task force que tomo Malvinas no superaba los 7000 , conquistó Montevideo en enero de 1807.
Cuando la noticia llega a Buenos Aires, un Cabildo Abierto, donde participan los milicianos armados, destituye a Sobremonte por “imperito en el arte de la guerra”. En tres siglos de dominio español en América nunca había sucedido tal cosa. La invasión se dirige inmediatamente a Buenos Aires para ser rechazada, y Liniers, el jefe de la resistencia, se transformaría en flamante virrey, mientras el mundo entero se asombra ante tan curiosa victoria.
Entonces, el Cabildo Abierto destituyó al virrey, Buenos Aires estaba armada, y no pagaba impuestos a la corona. La autodefensa devino autogobierno, por tanto sostener que se trataba de una colonia porque el virrey declara hipotética obediencia a la Casa de Borbón no puede argumentarse con un mínimo de seriedad. Tan es así que Félix Luna, en una polémica pública que tuviera lugar el 21 de septiembre de 2004 en la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, admitió el rigor de mi punto de vista. Y nobleza obliga, le bastaba a don Félix decir sin argumentar siquiera que se trataba de un “error manifiesto” para salir airoso. Desarrollé in extenso mi abordaje del problema en “El camino de Potosí”, primer tomo de El país que estalló, demostrando el carácter mistificador de ese interesado relato histórico.
Un mito fundante
Bartolomé Mitre (1821-1906) inventó, como una operación eminentemente política, mientras estaba a cargo de la presidencia de la república, el género literario historia argentina. Con la Historia de la Revolución Francesa de Jules Michelet a la vista, Mitre construyó el mito que transformaba a la burguesía argentina en clase revolucionaria. Al igual que la francesa, y aun mejor si se quiere, puesto que fue republicana ab ovo, tuvo su caída de la Bastilla el 25 de Mayo de 1810. Pocos relatos alcanzaron mayor impacto, y pocas veces una historia fue transcripta sin variantes, con jacobinos incluidos, para ser aceptada acríticamente por tirios y troyanos.
Es cierto que el revisionismo histórico elaboró monográficamente trabajos que en el terreno fáctico, en el caso del 25 de Mayo, demuestran que en esa fecha no sucedió nada demasiado extraordinario. Tan cierto, como que nunca puso en entredicho la matriz mitrista de toda la lectura. En última instancia el revisionismo discute el panteón de Mitre, quiénes deben ser considerados los buenos y cuáles los malos de una película mediocre. Pero ese debate concluyó, forma parte de una historia política clausurada, ya que remitía a la posibilidad de un destino autónomo para la sociedad argentina.
Desde el momento en que el bloque de clases dominantes no se propone modificar la inserción nacional en el mercado mundial, sino más bien se aviene a la división global del trabajo, el debate historiográfico se transformó en novela histórica. Y la novela, quién lo ignora, más que la “verdad” –con todos los problemas que supone– requiere de la verosimilitud. Un camino sudamericano, ya lo explicó hace 75 años Federico Pinedo (1895-1971) en su celebre Plan enviado al Senado en 1940, exige del acuerdo con Brasil; sin esa escala la solución que Pinedo anticipara –conviene pensar que la Unión Europea es un proyecto de la década del ’50– el programa termina fracasando. Durante la primera década del nuevo milenio buena parte de los gobiernos sudamericanos, incluido Brasil, hicieron la finta del bloque unificado. Esa costumbre tan progre de sustituir los hechos discursivamente murió en gesto. Pero pareciera que entre la crisis mundial y las políticas instrumentadas desde el Plan Alto, entre la burguesía paulista y los políticos realistas, la rentabilidad es el único problema relevante.
La renuncia a una política sudamericana común constituye nuestra actual tragedia histórica. Helio Jaguaribe, sociólogo brasileño de nota, explicó en una de sus frecuentes visitas a Buenos Aires, en compañía de Torcuato Di Tella, que en la próxima década –lo dijo en 2007– el problema se resuelve por sí o por no. Si San Pablo, capital económica de Brasil, y Buenos Aires no acompasan sus marchas, el mercado mundial terminará decidiendo por nosotros. Y si así terminara siendo, la historia del 25 de Mayo de 1810, la mítica y la verdadera, carecerán de importancia porque los funcionarios del Fondo Monetario Internacional, junto con los del Banco Mundial, reescribirán nuestra historia y Mitre será el deslucido nombre de una callecita del Mercosur.
El 25 de Mayo sólo es un feriado o se trata de una conmemoración histórica? Lo más parecido a un feriado es otro feriado. Y como los feriados se mueven en el almanaque para facilitar el turismo interno, organizando fines de semana largos, distinguirlos supone recordar a dónde fuimos en esa oportunidad. De modo que la idea por la cual una fecha ingresa al almanaque y su práctica real no se toca salvo por casualidad. Dicho sin vueltas: el feriado mata la conmemoración. Reducir la historia a feriados equivale a pulverizarla.
Mircea Eliade (1907-1986) especialista rumano en religiones comparadas demostró, hace un rato largo, que el tiempo mítico se devora al histórico. El relato circunstanciado de los hechos sobrevive un lapso determinado, que varía según el período histórico, hasta terminar desapareciendo. Los testimonios envejecen, se pierden, y en su lugar emerge otro relato sustitutivo. La historia devora los hechos –construcción literaria sostenida con documentos– que en un sentido riguroso tienden a volverse problema exclusivo de especialistas.
«Entre la burguesía paulista y los políticos realistas, la rentabilidad es el único problema relevante».
Ahora bien, qué decir cuando ni siquiera los especialistas dieron adecuada cuenta del problema. Y este es el caso del 25 de Mayo de 1810. Es que si interrogamos a un historiador académico o uno militante, a un historiador marxista o a uno liberal, incluso un investigador católico serio como el jesuita Guillermo Furlong (1879-1974), sobre cuándo el Virreinato del Río de la Plata dejó de ser una colonia de la corona de Castilla, todos responden al unísono: el 25 de Mayo de 1810. Sin embargo, con los datos que suministraba el Billiken –semanario infantil, dirigido por Constancio C. Vigil, con el que aprehendieron historia generaciones de argentinos, entre los que me incluyo– permite demostrar la labilidad de esa afirmación.
William Carr Beresford (1768-1854) el 25 de junio de 1806 desembarcó en Buenos Aires con 1400 soldados. El coronel, convencido por sir Home Riggs Popahm (1762-1820) sobre la existencia de un tesoro en plata en una ciudad desguarnecida, tomo el fuerte sin la menor resistencia. El virrey Rafael Sobremonte (1745-1827) huyó llevando en las carretas su propia fortuna personal y un millón de libras esterlinas en plata potosina. Como tras la batalla de Trafalgar, donde la flota inglesa destruye la armada franco-española el 21 de octubre de 1805, el Atlántico se vuelve un lago londinense, la plata sudamericana deja de enviarse a Madrid. Y por eso estaba depositada en Buenos Aires, ya que de lo contrario iría a parar a las arcas del gobierno de William Pitt.
La batalla que las islas británicas libraban contra la Revolución Francesa, contra el todavía invencible Napoleón Bonaparte, tras el bloqueo continental se había quedado sin mercados. La Revolución Industrial exigía remplazar las plazas, ya que un tercio de las exportaciones inglesas estaban destinadas al continente europeo. Por tanto, juntarse con la plata potosina por comercio o por saqueo era la nueva norma del mercado mundial.
El Billiken nos hace saber que Sobremonte entregó a Beresford la plata del rey para conservar su oro personal, y que Jacques de Liniers (1753-1810) marino francés al servicio de la corona, con el auxilio de milicianos retomó el control de la ciudad el 11 agosto de 1806. La ciudad, que espera otro ataque, arma a 8000 combatientes que eligen a sus comandantes mediante el voto directo. Una formidable escuadra con más de 14 mil efectivos, conviene recordar que la task force que tomo Malvinas no superaba los 7000 , conquistó Montevideo en enero de 1807.
Cuando la noticia llega a Buenos Aires, un Cabildo Abierto, donde participan los milicianos armados, destituye a Sobremonte por “imperito en el arte de la guerra”. En tres siglos de dominio español en América nunca había sucedido tal cosa. La invasión se dirige inmediatamente a Buenos Aires para ser rechazada, y Liniers, el jefe de la resistencia, se transformaría en flamante virrey, mientras el mundo entero se asombra ante tan curiosa victoria.
Entonces, el Cabildo Abierto destituyó al virrey, Buenos Aires estaba armada, y no pagaba impuestos a la corona. La autodefensa devino autogobierno, por tanto sostener que se trataba de una colonia porque el virrey declara hipotética obediencia a la Casa de Borbón no puede argumentarse con un mínimo de seriedad. Tan es así que Félix Luna, en una polémica pública que tuviera lugar el 21 de septiembre de 2004 en la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, admitió el rigor de mi punto de vista. Y nobleza obliga, le bastaba a don Félix decir sin argumentar siquiera que se trataba de un “error manifiesto” para salir airoso. Desarrollé in extenso mi abordaje del problema en “El camino de Potosí”, primer tomo de El país que estalló, demostrando el carácter mistificador de ese interesado relato histórico.
Un mito fundante
Bartolomé Mitre (1821-1906) inventó, como una operación eminentemente política, mientras estaba a cargo de la presidencia de la república, el género literario historia argentina. Con la Historia de la Revolución Francesa de Jules Michelet a la vista, Mitre construyó el mito que transformaba a la burguesía argentina en clase revolucionaria. Al igual que la francesa, y aun mejor si se quiere, puesto que fue republicana ab ovo, tuvo su caída de la Bastilla el 25 de Mayo de 1810. Pocos relatos alcanzaron mayor impacto, y pocas veces una historia fue transcripta sin variantes, con jacobinos incluidos, para ser aceptada acríticamente por tirios y troyanos.
Es cierto que el revisionismo histórico elaboró monográficamente trabajos que en el terreno fáctico, en el caso del 25 de Mayo, demuestran que en esa fecha no sucedió nada demasiado extraordinario. Tan cierto, como que nunca puso en entredicho la matriz mitrista de toda la lectura. En última instancia el revisionismo discute el panteón de Mitre, quiénes deben ser considerados los buenos y cuáles los malos de una película mediocre. Pero ese debate concluyó, forma parte de una historia política clausurada, ya que remitía a la posibilidad de un destino autónomo para la sociedad argentina.
Desde el momento en que el bloque de clases dominantes no se propone modificar la inserción nacional en el mercado mundial, sino más bien se aviene a la división global del trabajo, el debate historiográfico se transformó en novela histórica. Y la novela, quién lo ignora, más que la “verdad” –con todos los problemas que supone– requiere de la verosimilitud. Un camino sudamericano, ya lo explicó hace 75 años Federico Pinedo (1895-1971) en su celebre Plan enviado al Senado en 1940, exige del acuerdo con Brasil; sin esa escala la solución que Pinedo anticipara –conviene pensar que la Unión Europea es un proyecto de la década del ’50– el programa termina fracasando. Durante la primera década del nuevo milenio buena parte de los gobiernos sudamericanos, incluido Brasil, hicieron la finta del bloque unificado. Esa costumbre tan progre de sustituir los hechos discursivamente murió en gesto. Pero pareciera que entre la crisis mundial y las políticas instrumentadas desde el Plan Alto, entre la burguesía paulista y los políticos realistas, la rentabilidad es el único problema relevante.
La renuncia a una política sudamericana común constituye nuestra actual tragedia histórica. Helio Jaguaribe, sociólogo brasileño de nota, explicó en una de sus frecuentes visitas a Buenos Aires, en compañía de Torcuato Di Tella, que en la próxima década –lo dijo en 2007– el problema se resuelve por sí o por no. Si San Pablo, capital económica de Brasil, y Buenos Aires no acompasan sus marchas, el mercado mundial terminará decidiendo por nosotros. Y si así terminara siendo, la historia del 25 de Mayo de 1810, la mítica y la verdadera, carecerán de importancia porque los funcionarios del Fondo Monetario Internacional, junto con los del Banco Mundial, reescribirán nuestra historia y Mitre será el deslucido nombre de una callecita del Mercosur.