La derrota del amontonamiento

En las PASO del Chaco, el FpV obtuvo el 60% de los votos, frente al 37% de la alianza de todos los partidos de la “oposición”. Los resultados refutan la tesis del círculo rojo de que para derrotar al kirchnerismo se necesita un caudillo que amontone grupos políticos de cualquier tipo para hacer mayoría con la suma aritmética de sus votos en las encuestas. Desde la teoría, otros creen que es bueno desarrollar partidos con visiones alternativas de la realidad, para que se enfrenten y se alternen en el poder, hay que superar la política personalista que gira en torno del apoyo u oposición frente a una persona.
La mayoría de los electores no quiere que nadie los amontone con otros porque quiere ganar. En una pregunta hecha reiteradamente en las encuestas, sólo el 14% dice que votará al opositor más duro con Cristina Fernández, mientras el 86% dice que eso no será lo más importante cuando vote. Se han realizado preguntas similares al menos en cinco países, con resultados semejantes. La mayoría no define su voto por peleas y alianzas entre dirigentes, sino por sus propias visiones del mundo.
Hay decenas de experiencias que hemos vivido en varios países en las que las sumas pudieron restar. En 2010, Marina Silva tuvo un triunfo enorme sin ningún apoyo, con un discurso propio de la nueva política. Cuando se integró al Partido Socialista y adoptó un discurso ideológico, en 2014, perdió una elección fácil de ganar. Francisco de Narváez, en 2009, triunfó con el apoyo del PRO frente a una lista integrada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa. No hay duda de que si hubiese aceptado el apoyo de otros partidos, habría perdido. Mauricio Rodas triunfó en la Alcaldía de Quito el año pasado, porque rechazó el apoyo de todos los partidos de oposición. Si no lo hacía, no tenía posibilidad de enfrentar a Rafael Correa, el presidente más popular del continente. Hugo Chávez, Evo Morales y Alberto Fujimori no tuvieron el apoyo de ningún partido. En Brasil, México y Chile, donde hay síntomas de una crisis terminal de la vieja política, sería fácil ganar las elecciones con un candidato nuevo, que no se mezcle con los viejos partidos, su discurso y su liturgia.
La revolución de las comunicaciones transformó a los electores, no se los puede comprender usando los viejos conceptos. Son más independientes que sus ancestros y ni las religiones tradicionales ni las religiones cívicas influyen tanto en sus comportamientos. No piensan ir al cielo votando por candidatos de la Iglesia, no creen que su voto es trascendente para aplastar al oscurantismo y no discuten si se debe o no derribar el Muro, que impedía a los obreros escapar del paraíso socialista hacia la esclavitud burguesa. Felizmente, el espectáculo ya no es trascendente y se farandulizó: las hogueras de la inquisición y los fusilamientos de Castro fueron reemplazados por el programa de Tinelli.
Los electores no se sienten propiedad de nadie, no hay “massistas” que se irán a algún lado cuando desaparezca su candidato, ni “macristas” que votan por un candidato a gobernador porque el PRO lo respalda. En la nueva elección cada uno irá adonde le venga en gana. A partir del desarrollo de las comunicaciones todos, conversan, no preguntan qué hacer a los punteros o líderes políticos. Muy pocos nos leen. Son suspicaces con los partidos y con los políticos, a quienes responsabilizan de cualquier cosa. Cuando los dirigentes hacen alianzas, creen que buscan algo malo. Si dicen que quieren derrotar a otro político, o para ganar, la reacción es negativa. Esas no son cosas que les interesan.
Como lo define Manuel Mora y Araujo, la opinión pública está constituida por el conjunto de conversaciones de la gente de un país o ciudad.
Hemos estudiado desde hace bastantes años la opinión pública, o sea lo que conversan los mexicanos, argentinos, ecuatorianos, brasileños, durante la campaña electoral. Esas conversaciones nos permiten saber por qué los electores pierden el sueño y también lo que los hace soñar. Eso tiene que ver con su vida cotidiana, con nuevos valores, pero nunca los temas políticos que emocionan al círculo rojo. Nadie pierde el sueño porque la oposición no se unifica o porque no ha podido conseguir un documento con un programa coherente. Perderían el sueño si creyeran que los van a obligar a leer un documento aburrido.
La independencia de los electores tiene otra consecuencia: su voto por intendente o por gobernador no se relaciona con su preferencia para presidente. Es perfectamente posible que un partido pierda la elección local y después su candidato presidencial triunfe en el mismo distrito, como pasó en la Capital Federal cuando, después de la votación irrelevante de Filmus, Cristina Fernández ganó las presidenciales.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.
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