Me cagaste.
Todo bien, no te voy a dejar. Dejarte es irse con tu sombra, Anti, y eso sí que no. Todos lo probamos y no funcionó. Pero me cagaste.
Todo bien, te conozco, sos libre y si no no me gustarías, pero me siento engañado. Vos sos muchas, y la vos que me gustaba, la vos con la que andaba, era complicada. No te sentabas en una torre rosada y altísima, cerca del cielo y lejos de la tierra, pero tampoco te dejabas empujar alegremente por los vientos de la conveniencia. Bailabas muy elegantemente una música sincopada con el ritmo contradictorio del idealismo y el posibilismo.
Seguiré con vos, pero sos otra. No porque el pragmatismo sea tu nueva religión; no estoy convencido de aquí sea, aunque vos lo creas. Lo que me sorprende es que vos, que siempre mirabas el mundo por vos misma y desconfiabas de las miradas que te querían vender, que eras el arte de lo posible, dejaste que lo posible te lo definieran otros. El problema no es la ambición, no es querer ganar (es parte de vos, y así te quiero): es creer que el juego lo deciden desde afuera.
Pero lo que de verdad duele es que no me tuviste, no nos tuviste, confianza. De compañera pasaste a líder, a guía, sin mirar para atrás para ver cuántos te seguíamos, convencida de que no tenemos donde ir. Tenés razón. Pero no nos dejaste, si cabía, equivocarnos.
Yo seguiré con vos, pero en parte porque, como vos sabés, no hay otra. Es un poco triste. Dejá, ya se me va a pasar.