Ante un nuevo balotaje en la ciudad de Buenos Aires, algo que ya parece ser una costumbre, surge nuevamente la disyuntiva entre votar por uno de los dos candidatos o votar en blanco. Desde la última reforma del sistema electoral, tanto los votos en blanco como los anulados o nulos no son tenidos en cuenta para dictaminar quién es el ganador de los comicios. Analicemos, entonces, brevemente qué significa ejercer o no el voto en estos casos.
De acuerdo al sistema actual, sólo se toman en cuenta los llamados “votos positivos” para dictaminar quién será el próximo Jefe de Gobierno, es decir los que escogen a uno de los dos contendientes. Por lo tanto, para ese propósito los votos en blanco y los anulados o nulos se tomarán como si esos ciudadanos no hubiesen votado, al igual que los que ni siquiera han ido a votar. De esa manera, quien tenga más votos entre los efectivamente emitidos será el ganador.
En la ciudad de Buenos Aires nadie logró más del 50% de los votos en la primera vuelta. En 2003 Mauricio Macri, que había ganado en la primera vuelta el 37,55 % de los votos, perdió en el balotaje ante Aníbal Ibarra (que no representaba al kirchnerismo que hacía cuatro meses había asumido la presidencia) por 53,48% a 46,52%. Ibarra había obtenido en la primera vuelta 33,54%.
El actual jefe de Gobierno, ganó dos veces los comicios en la segunda vuelta (2007 y 2011), en ambos casos ante el kirchnerista Daniel Filmus.
Desde la sanción en 1996 de la Constitución de la ciudad de Buenos Aires, que establece el sistema de elección de gobernantes, la única elección de jefe de Gobierno que no tuvo balotaje fue la de 2000, que Aníbal Ibarra le ganó a Domingo Cavallo con el 49,31% de los votos, pero el ex ministro de economía con su 33,20% renunció a la segunda vuelta.
Ante este panorama, surgen tres tipos de votantes para este balotaje: los que repiten su voto por Rodriguez Larreta o Lousteau, convencidos de que son la mejor alternativa para gobernarlos; quienes optan por el voto en blanco, nulo o ausentarse al comicio y, finalmente, quienes habiendo votado en la primera vuelta por otros candidatos opten esta vez por uno de los actuales.
Analicemos ahora cada una de estas opciones.
Quienes repiten su voto anterior no merecen muchas consideraciones, aunque ya veremos que algunos pueden cambiar de voto en estas circunstancias.
Para quienes piensen que Rodriguez Larreta y Lousteau son lo mismo, que harán lo mismo en el gobierno de la ciudad, votar en blanco (anular el voto o no votar) sería la opción lógica. Incluso algunos lo harán ejerciendo un voto principista, testimonial, de impugnación a ambas opciones o al sistema mismo.
Pero esta opción también puede interpretarse como dejar la decisión en manos de la mayoría de los ciudadanos que ejercen el voto positivo. Es un voto también principista, ya que acepta y adopta la decisión de la mayoría para elegir al próximo gobernante.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta que al optar por uno de los dos candidatos que la sociedad ha colocado democráticamente en el balotaje, uno participa en la decisión final, no la deja en manos de los demás sin ejercer la propia opinión al respecto. Y aquí debemos colocar esta decisión en un contexto político, como no podría ser de otro modo. No estamos hablando sólo de teoría política sino de la más cruda política terrenal, aquí y ahora. Especifiquemos aún más: en política, si uno no ocupa un espacio, lo hacen otros por nosotros. Si uno no decide ni defiende su derecho, no lo harán los demás. Si pensamos que existen algunas diferencias entre los candidatos, entre sus estilos, ideologías o maneras de gobernar, por más mínimas que sean, uno tiene la opción de optar por el mejor o el menos peor de ellos. Eso es lo que sucede en las internas partidarias, cuando uno escoge entre candidatos de un mismo espacio ideológico por las aptitudes o trayectorias personales más que por su pensamiento político o ideológico. En el caso actual, aunque uno piense que entre ambos, Rodriguez Larreta y Lousteau, no hay diferencias políticas o ideológicas, ciertamente hay de las otras, y uno tiene la oportunidad de incidir en la elección de uno u otro o dejarlo en manos de los demás.
El voto no es una opción moral sino una opción política, uno ejerce un derecho político, opta entre las distintas variantes políticas que la sociedad expone en cada comicio (representativas o no, variadas o no, falsas o verdaderas), y no expresa una posición moral. La democracia posibilita a la sociedad, al pueblo decidir sobre quiénes gobiernen una ciudad, una provincia o un país durante un período de tiempo. y no sobre la calidad moral de ellos; en las boletas la pregunta tácita es ¿quién quiere usted que nos gobierne? y no ¿qué piensa usted sobre estas personas? Y las opciones son limitadas, no infinitas. Se trata siempre y necesariamente una opción entre distintas personas o dirigentes, una opción cerrada. Y, en este caso, cerrada entre dos opciones (y con la posibilidad de decir «me abstengo, que decidan los demás»).
En caso de optar por uno de los candidatos, se ejercería lo que podemos llamar voto utilitario o voto disconforme, donde uno escoge en disconformidad entre las opciones que todos los ciudadanos colocamos con el juego libre de la democracia en la mesa de votación para la segunda vuelta. Se trata de una segunda oportunidad que este votante aprovecha para participar en la elección de su futuro gobernante.
Pero en el contexto actual se suma otro factor netamente político que puede condicionar la votación a Jefe de Gobierno: la ciudad está gobernada por uno de los dos posibles ganadores de la elección presidencial: Mauricio Macri. No vamos a detallar aquí las consecuencias adversas que sufrió el macrismo al no poder imponerse en otros comicios regionales donde esperaba hacerlo (Santa Fe, principalmente), y que ello melló sus aspiraciones presidenciales para octubre. Por eso, si uno piensa que el resultado tanto en lo local como en lo nacional es políticamente el mismo votando en blanco o anulando el voto que votando a Lousteau, deja que los demás decidan en su lugar. En cambio, si uno piensa que su voto puede leerse de distinta forma, si tácticamente una derrota electoral o un triunfo ajustado del macrismo a nivel local puede afectar su campaña nacional, entonces al votar en contra del PRO tendrá dos efectos políticos: sacar al macrismo del gobierno de la ciudad o menoscabar su triunfo, y mellar sus posibilidades de triunfo a nivel nacional.
Y esto es algo inédito en la ciudad, ya que en las anteriores segundas vueltas los candidatos (Ibarra vs Macri o Macri vs Filmus en dos oportunidades) no estaba en juego la posibilidad electoral del macrismo de disputar la presidencia frente al kirchnerismo. Y eso tampoco sucederá en la provincia de Buenos Aires, ya que allí no hay balotaje, el ganador es quien saque más votos.
En este caso, se trata de un voto disconforme pero táctico, calculado, con el cual el votante aprovecha esta segunda oportunidad para influir no sólo en la elección del próximo gobernante de la ciudad sino también en la campaña presidencial del candidato a quien nunca votaría.
Esta doble utilización del voto local se debe a que el macrismo desdobló las elecciones a Jefe de Gobierno de las nacionales para aprovechar políticamente la diferenciación de opciones electorales de los votantes de la ciudad. En este caso, el nuevo votante de Lousteau aprovecharía esta jugada macrista para devolverle el tiro y pagarle con la misma moneda…
Finalmente, podemos decir que en las próximas elecciones a Jefe de Gobierno de la ciudad habrá dos tipos de voto: el voto convencido, ya sea a Rodriguez Larreta, a Lousteau o el voto en blanco o nulo (o el no voto), y el voto disconforme, a alguno de los dos candidatos por primera vez, aceptando las opciones que la sociedad colocó en el balotaje, ya sea con propósitos tácticos a nivel local y nacional o de última opción.