Una década atrás los Kirchner decidían darle batalla al PJ bonaerense comandado por Eduardo Duhalde, para quedarse con ese aparato. La comparación de Cristina con la película El Padrino.
Entre tantos hechos fundacionales a los que es tan afecto recordar el kirchnerismo, pasó desapercibido estos días un aniversario no menor, digno de ser destacado para el folklore oficialista. Hace exactamente una década se registraba la verdadera independencia del kirchnerismo dentro del Partido Justicialista.
Será que la ruptura fue un proceso, no un hecho puntual. La pelea entre el kirchnerismo y el duhaldismo fue evolucionando con gestos y medidas, ante la perplejidad de propios y extraños, hasta desatarse abiertamente lo que el ya por entonces vocero ultra K Carlos Kunkel definiría como «la madre de todas las batallas».
Se fue dando ante la perplejidad de quienes dudaban de que efectivamente Néstor Kirchner estuviera dispuesto a generar una ruptura con el aparato duhaldista que lo había llevado a la presidencia de la Nación. Para ello, su apuesta máxima fue «jugar la dama». Quiso el destino que ese año coincidieran las renovaciones de las bancas del Senado correspondientes a Santa Cruz, de donde Cristina Kirchner era senadora, y Buenos Aires. Y el kirchnerismo sorprendió postulando a la entonces primera dama en la provincia de Buenos Aires.
La contienda incipiente se hizo áspera cuando comenzaron a elaborarse las listas legislativas y el santacruceño se mostró reacio a ceder espacios. El ex presidente Eduardo Duhalde se creía en el derecho de conservar el poder bonaerense que retenía desde tiempos de Menem y reclamó de entrada que un dirigente suyo encabezara la lista de candidatos a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, más otro ocho entre los primeros 18 lugares de la lista. Es decir, el 50% de los puestos expectables. La propuesta fue rechazada por Néstor Kirchner, quien al enterarse del pedido de su antecesor irrumpió en una reunión que protagonizaban su jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el gobernador Felipe Solá y varios intendentes kirchneristas, advirtiendo: «Estoy harto. Vamos con el Frente para la Victoria; ya me hicieron perder bastante tiempo».
Deteriorada la relación, la negociación continuó con el ex mandatario bajando sus pretensiones: en lugar de nueve, pidió siete lugares. La respuesta fue la misma y un importante dirigente duhaldista admitía por esos días: «Se acabó el tiempo de los negociadores. Si Kirchner y Duhalde quieren un acuerdo, se van a tener que sentar a negociar ellos».
No hubo reunión y el hombre de Lomas de Zamora decidió jugar a su propia dama, postulando a su esposa para encabezar la lista de senadores. La decisión se tomó durante una reunión encabezada por Duhalde en la sede del Consejo provincial del PJ en Capital Federal. Allí, el ex mandatario se reunió con los responsables de cada sección electoral, con los que analizó el armado de las listas de candidatos provinciales. Estuvieron con Duhalde los intendentes Hugo Curto (Tres de Febrero), Baldomero Alvarez (Avellaneda), Juan José Mussi (Berazategui), el entonces titular del bloque oficialista de diputados José María Díaz Bancalari, sus compañeros de bancada Juan José Alvarez y Alfredo Atanasof, y el diputado provincial Julián Domínguez, entre otros.
Los amagues de confrontación terminaron cuando ambos sectores confirmaron que irían separados. El duhaldismo postulando a Hilda «Chiche» Duhalde y Díaz Bancalari para el Senado, y el Frente para la Victoria a Cristina Fernández y José Pampuro, el hombre que dos años y medio antes había convencido a Duhalde de postular a Kirchner.
El lanzamiento de la primera dama se hizo en un lugar emblemático para el kirchnerismo, el Teatro Argentino de La Plata. De ese hecho acaban de cumplirse diez años. Allí, con su esposo presidente en la platea, Cristina advirtió que los argentinos «no aceptan más tutelajes». Recordó que «algunos decían que Kirchner iba a ser un ‘chirolita’, que iba a ser un presidente débil. A mí me tocó ir a la televisión a decir que Néstor Kirchner no iba a ser títere de nadie, por más que algunos lo intentaran después».
E inició formalmente esa «madre de todas las batallas», al advertir que «cuando (al gobierno) se le interponen escollos institucionales para que no gestione, eso no es libreto peronista, es guión y dirección de Francis Ford Coppola, y el resultado no es manual de conducción política, es la película El Padrino».
Como se ve, dos años se tomó el kirchnerismo antes de decidir romper ataduras. Hoy Eduardo Duhalde está virtualmente retirado de la política y acaba de elogiar al gobernador bonaerense diciendo que «Scioli es a la política lo que el papa Francisco es a la religión». Lo definió además como «la contrafigura del gobierno», alguien sin rencores: «No es vengativo».
En las próximas elecciones legislativas, dentro de dos años, se renuevan las bancas del Senado en la provincia de Buenos Aires.
Entre tantos hechos fundacionales a los que es tan afecto recordar el kirchnerismo, pasó desapercibido estos días un aniversario no menor, digno de ser destacado para el folklore oficialista. Hace exactamente una década se registraba la verdadera independencia del kirchnerismo dentro del Partido Justicialista.
Será que la ruptura fue un proceso, no un hecho puntual. La pelea entre el kirchnerismo y el duhaldismo fue evolucionando con gestos y medidas, ante la perplejidad de propios y extraños, hasta desatarse abiertamente lo que el ya por entonces vocero ultra K Carlos Kunkel definiría como «la madre de todas las batallas».
Se fue dando ante la perplejidad de quienes dudaban de que efectivamente Néstor Kirchner estuviera dispuesto a generar una ruptura con el aparato duhaldista que lo había llevado a la presidencia de la Nación. Para ello, su apuesta máxima fue «jugar la dama». Quiso el destino que ese año coincidieran las renovaciones de las bancas del Senado correspondientes a Santa Cruz, de donde Cristina Kirchner era senadora, y Buenos Aires. Y el kirchnerismo sorprendió postulando a la entonces primera dama en la provincia de Buenos Aires.
La contienda incipiente se hizo áspera cuando comenzaron a elaborarse las listas legislativas y el santacruceño se mostró reacio a ceder espacios. El ex presidente Eduardo Duhalde se creía en el derecho de conservar el poder bonaerense que retenía desde tiempos de Menem y reclamó de entrada que un dirigente suyo encabezara la lista de candidatos a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, más otro ocho entre los primeros 18 lugares de la lista. Es decir, el 50% de los puestos expectables. La propuesta fue rechazada por Néstor Kirchner, quien al enterarse del pedido de su antecesor irrumpió en una reunión que protagonizaban su jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el gobernador Felipe Solá y varios intendentes kirchneristas, advirtiendo: «Estoy harto. Vamos con el Frente para la Victoria; ya me hicieron perder bastante tiempo».
Deteriorada la relación, la negociación continuó con el ex mandatario bajando sus pretensiones: en lugar de nueve, pidió siete lugares. La respuesta fue la misma y un importante dirigente duhaldista admitía por esos días: «Se acabó el tiempo de los negociadores. Si Kirchner y Duhalde quieren un acuerdo, se van a tener que sentar a negociar ellos».
No hubo reunión y el hombre de Lomas de Zamora decidió jugar a su propia dama, postulando a su esposa para encabezar la lista de senadores. La decisión se tomó durante una reunión encabezada por Duhalde en la sede del Consejo provincial del PJ en Capital Federal. Allí, el ex mandatario se reunió con los responsables de cada sección electoral, con los que analizó el armado de las listas de candidatos provinciales. Estuvieron con Duhalde los intendentes Hugo Curto (Tres de Febrero), Baldomero Alvarez (Avellaneda), Juan José Mussi (Berazategui), el entonces titular del bloque oficialista de diputados José María Díaz Bancalari, sus compañeros de bancada Juan José Alvarez y Alfredo Atanasof, y el diputado provincial Julián Domínguez, entre otros.
Los amagues de confrontación terminaron cuando ambos sectores confirmaron que irían separados. El duhaldismo postulando a Hilda «Chiche» Duhalde y Díaz Bancalari para el Senado, y el Frente para la Victoria a Cristina Fernández y José Pampuro, el hombre que dos años y medio antes había convencido a Duhalde de postular a Kirchner.
El lanzamiento de la primera dama se hizo en un lugar emblemático para el kirchnerismo, el Teatro Argentino de La Plata. De ese hecho acaban de cumplirse diez años. Allí, con su esposo presidente en la platea, Cristina advirtió que los argentinos «no aceptan más tutelajes». Recordó que «algunos decían que Kirchner iba a ser un ‘chirolita’, que iba a ser un presidente débil. A mí me tocó ir a la televisión a decir que Néstor Kirchner no iba a ser títere de nadie, por más que algunos lo intentaran después».
E inició formalmente esa «madre de todas las batallas», al advertir que «cuando (al gobierno) se le interponen escollos institucionales para que no gestione, eso no es libreto peronista, es guión y dirección de Francis Ford Coppola, y el resultado no es manual de conducción política, es la película El Padrino».
Como se ve, dos años se tomó el kirchnerismo antes de decidir romper ataduras. Hoy Eduardo Duhalde está virtualmente retirado de la política y acaba de elogiar al gobernador bonaerense diciendo que «Scioli es a la política lo que el papa Francisco es a la religión». Lo definió además como «la contrafigura del gobierno», alguien sin rencores: «No es vengativo».
En las próximas elecciones legislativas, dentro de dos años, se renuevan las bancas del Senado en la provincia de Buenos Aires.
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