Editorial I
El pacto nuclear entre el gobierno iraní y las seis mayores potencias es de una naturaleza totalmente distinta al memorándum que selló el gobierno argentino
Después de años de paciente e incansable labor, la comunidad internacional finalmente alcanzó un acuerdo detallado con Irán sobre el peligroso programa nuclear de este país.
El talento diplomático y negociador obtuvo el éxito que ahora es evidente. Se trata de un acuerdo negociado a la luz del día, que interesa a la comunidad internacional toda. Porque tiene que ver con la no proliferación nuclear, cuestión que, obviamente, poco y nada tiene de parecido con el absurdo e ilegal memorándum de entendimiento suscripto entre gallos y medianoche por el gobierno argentino con su par iraní. Se trata de asuntos de naturaleza claramente distinta y, por ende, incomparables, pese a la intención que transmitió la presidenta Cristina Kirchner.
A través de la red social Twitter, la primera mandataria argentina recurrió a irresponsables ironías y comparó el acuerdo entre Irán y las seis mayores potencias mundiales con el firmado por su gobierno con Irán en enero de 2013, con el supuesto propósito de esclarecer el atentado terrorista contra la AMIA, ocurrido en 1994. Criticó también a las «corporaciones mediáticas nacionales e internacionales» por haber modificado su lenguaje ahora tras haber cuestionado en su momento el entendimiento avalado por su gobierno.
El memorándum firmado entre la Argentina e Irán es, sin embargo, altamente desfavorable. A diferencia del histórico acuerdo celebrado el martes pasado en Viena, el gobierno kirchnerista se ha inclinado frente a la presión iraní, menoscabando de manera claramente inconstitucional a la propia Justicia argentina, al designar una Comisión de la Verdad que habría de pronunciarse en Teherán sobre su actuación, cediendo a las leyes iraníes la suerte de la investigación sobre el más grave atentado terrorista sufrido por nuestro país.
El acuerdo celebrado por Irán con Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Alemania y Francia pone fin a la amenaza nuclear que representaba Teherán. Esto se ha logrado al acordarse el recorte de la producción de uranio y la verificación internacional de las instalaciones nucleares iraníes, a cambio del levantamiento de sanciones económicas que, por cierto, forzaron a los líderes de Irán a sentarse a negociar.
Es destacable que el levantamiento de las sanciones sólo se producirá el llamado «día de implementación» del acuerdo. Esto es, en la fecha en que Irán pueda evidenciar efectivamente que ha cumplido satisfactoriamente con sus obligaciones. Esto no sucederá en el corto plazo, sino dentro de un período que se estima entre seis y nueve meses. Recién entonces los enormes fondos iraníes congelados en el exterior y que suman unos 150.000 millones de dólares podrían liberarse y entregarse a Irán.
El segundo obstáculo que ha quedado atrás se refiere a las restricciones y embargos a las compras de armas por Irán, tema grave para un país que hoy tiene tropas desplegadas en el terreno en los conflictos armados de Siria, Irak y Yemen. Tales medidas, para las armas convencionales, se mantendrán por cinco años, pero en materia misilística durarán ocho años más.
El tercer tema resuelto se vincula con el mecanismo diseñado para reimponer las sanciones de producirse eventuales incumplimientos iraníes. Se trata de una cuestión no menor, desde que Irán no se ha ganado aún la confianza del resto del mundo. Un panel especial, conformado por ocho miembros en representación de los países firmantes, decidirá acerca de la existencia o no de incumplimientos y de sus consecuencias, por simple mayoría, lo cual evita que Rusia y China, si de pronto se aliaran con Irán, puedan bloquear cualquier medida.
Para el caso de las sanciones dispuestas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la solución fue necesariamente distinta y consistió en acordar que si el Consejo no puede resolver una cuestión sobre esas sanciones (por la amenaza o uso del veto por parte de sus Miembros Permanentes), las medidas levantadas se reimpondrán automáticamente.
Para Irán se abre la posibilidad de un regreso, lento, a la normalidad económica. Pronto podrá producir y exportar hidrocarburos sin las actuales restricciones y comenzar a invertir en la modernización de su casi obsoleta infraestructura energética. También podrá atender otras dos urgencias inmediatas: las de sus sectores automotrices y de aviación civil, sumidos en el atraso y la insuficiencia. Y, más aún, el gobierno iraní del presidente Hassan Rouhani podrá cumplir con la que fuera una promesa electoral central: la de aumentar el bienestar de su sufrida población.
Habrá que observar de cerca si la conducta iraní aprovecha o no la oportunidad que se le ha abierto para dejar de exportar violencia y terrorismo y para, en cambio, trabajar lealmente con la comunidad internacional en dirección a la paz en Medio Oriente. Nada, por cierto, está asegurado. Aunque la extendida y fanática guerra sectaria en la que Irán está inmerso aquella que enfrenta a chiitas contra sunnitas- no hará las cosas fáciles. Ni en Siria, ni en Irak, ni en Yemen. La manera en la que Irán utilice y priorice los fondos cuya disponibilidad recupere será una señal respecto del futuro de lo convenido por ese país con la comunidad internacional.
Si, de pronto, Irán y los EE.UU. dejaran de ser enemigos, la cooperación entre ambas naciones podría quizás resultar importante para pacificar una región lamentablemente sumida en la violencia. Esto, de ocurrir, previsiblemente tomará todavía algún tiempo. Ocurre que, pese al acuerdo alcanzado en materia nuclear, Irán todavía debe edificar una necesaria cuota de confianza ante la comunidad internacional, de la que ciertamente aún no goza. Ello dependerá esencialmente de su propia conducta.
Por el momento, sólo puede decirse que el tiempo dirá si la esperanza depositada en el acuerdo alcanzado en relación con el programa nuclear iraní por parte de la comunidad internacional se ve recompensada o si termina siendo defraudada. Pese a las incertidumbres aún no despejadas, el paso adelante que acaba de dar la comunidad internacional, que en esto se mantuvo positivamente unida, luce ciertamente alentador.
Queda visto que la diplomacia ha podido esta vez ser útil a la paz. El acuerdo alcanzado es un éxito más para ella y cabe celebrarlo, en tanto debería servir de ejemplo respecto de otras crisis en las cuales existe alguna equivocada renuencia a recurrir a la diplomacia..
El pacto nuclear entre el gobierno iraní y las seis mayores potencias es de una naturaleza totalmente distinta al memorándum que selló el gobierno argentino
Después de años de paciente e incansable labor, la comunidad internacional finalmente alcanzó un acuerdo detallado con Irán sobre el peligroso programa nuclear de este país.
El talento diplomático y negociador obtuvo el éxito que ahora es evidente. Se trata de un acuerdo negociado a la luz del día, que interesa a la comunidad internacional toda. Porque tiene que ver con la no proliferación nuclear, cuestión que, obviamente, poco y nada tiene de parecido con el absurdo e ilegal memorándum de entendimiento suscripto entre gallos y medianoche por el gobierno argentino con su par iraní. Se trata de asuntos de naturaleza claramente distinta y, por ende, incomparables, pese a la intención que transmitió la presidenta Cristina Kirchner.
A través de la red social Twitter, la primera mandataria argentina recurrió a irresponsables ironías y comparó el acuerdo entre Irán y las seis mayores potencias mundiales con el firmado por su gobierno con Irán en enero de 2013, con el supuesto propósito de esclarecer el atentado terrorista contra la AMIA, ocurrido en 1994. Criticó también a las «corporaciones mediáticas nacionales e internacionales» por haber modificado su lenguaje ahora tras haber cuestionado en su momento el entendimiento avalado por su gobierno.
El memorándum firmado entre la Argentina e Irán es, sin embargo, altamente desfavorable. A diferencia del histórico acuerdo celebrado el martes pasado en Viena, el gobierno kirchnerista se ha inclinado frente a la presión iraní, menoscabando de manera claramente inconstitucional a la propia Justicia argentina, al designar una Comisión de la Verdad que habría de pronunciarse en Teherán sobre su actuación, cediendo a las leyes iraníes la suerte de la investigación sobre el más grave atentado terrorista sufrido por nuestro país.
El acuerdo celebrado por Irán con Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Alemania y Francia pone fin a la amenaza nuclear que representaba Teherán. Esto se ha logrado al acordarse el recorte de la producción de uranio y la verificación internacional de las instalaciones nucleares iraníes, a cambio del levantamiento de sanciones económicas que, por cierto, forzaron a los líderes de Irán a sentarse a negociar.
Es destacable que el levantamiento de las sanciones sólo se producirá el llamado «día de implementación» del acuerdo. Esto es, en la fecha en que Irán pueda evidenciar efectivamente que ha cumplido satisfactoriamente con sus obligaciones. Esto no sucederá en el corto plazo, sino dentro de un período que se estima entre seis y nueve meses. Recién entonces los enormes fondos iraníes congelados en el exterior y que suman unos 150.000 millones de dólares podrían liberarse y entregarse a Irán.
El segundo obstáculo que ha quedado atrás se refiere a las restricciones y embargos a las compras de armas por Irán, tema grave para un país que hoy tiene tropas desplegadas en el terreno en los conflictos armados de Siria, Irak y Yemen. Tales medidas, para las armas convencionales, se mantendrán por cinco años, pero en materia misilística durarán ocho años más.
El tercer tema resuelto se vincula con el mecanismo diseñado para reimponer las sanciones de producirse eventuales incumplimientos iraníes. Se trata de una cuestión no menor, desde que Irán no se ha ganado aún la confianza del resto del mundo. Un panel especial, conformado por ocho miembros en representación de los países firmantes, decidirá acerca de la existencia o no de incumplimientos y de sus consecuencias, por simple mayoría, lo cual evita que Rusia y China, si de pronto se aliaran con Irán, puedan bloquear cualquier medida.
Para el caso de las sanciones dispuestas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la solución fue necesariamente distinta y consistió en acordar que si el Consejo no puede resolver una cuestión sobre esas sanciones (por la amenaza o uso del veto por parte de sus Miembros Permanentes), las medidas levantadas se reimpondrán automáticamente.
Para Irán se abre la posibilidad de un regreso, lento, a la normalidad económica. Pronto podrá producir y exportar hidrocarburos sin las actuales restricciones y comenzar a invertir en la modernización de su casi obsoleta infraestructura energética. También podrá atender otras dos urgencias inmediatas: las de sus sectores automotrices y de aviación civil, sumidos en el atraso y la insuficiencia. Y, más aún, el gobierno iraní del presidente Hassan Rouhani podrá cumplir con la que fuera una promesa electoral central: la de aumentar el bienestar de su sufrida población.
Habrá que observar de cerca si la conducta iraní aprovecha o no la oportunidad que se le ha abierto para dejar de exportar violencia y terrorismo y para, en cambio, trabajar lealmente con la comunidad internacional en dirección a la paz en Medio Oriente. Nada, por cierto, está asegurado. Aunque la extendida y fanática guerra sectaria en la que Irán está inmerso aquella que enfrenta a chiitas contra sunnitas- no hará las cosas fáciles. Ni en Siria, ni en Irak, ni en Yemen. La manera en la que Irán utilice y priorice los fondos cuya disponibilidad recupere será una señal respecto del futuro de lo convenido por ese país con la comunidad internacional.
Si, de pronto, Irán y los EE.UU. dejaran de ser enemigos, la cooperación entre ambas naciones podría quizás resultar importante para pacificar una región lamentablemente sumida en la violencia. Esto, de ocurrir, previsiblemente tomará todavía algún tiempo. Ocurre que, pese al acuerdo alcanzado en materia nuclear, Irán todavía debe edificar una necesaria cuota de confianza ante la comunidad internacional, de la que ciertamente aún no goza. Ello dependerá esencialmente de su propia conducta.
Por el momento, sólo puede decirse que el tiempo dirá si la esperanza depositada en el acuerdo alcanzado en relación con el programa nuclear iraní por parte de la comunidad internacional se ve recompensada o si termina siendo defraudada. Pese a las incertidumbres aún no despejadas, el paso adelante que acaba de dar la comunidad internacional, que en esto se mantuvo positivamente unida, luce ciertamente alentador.
Queda visto que la diplomacia ha podido esta vez ser útil a la paz. El acuerdo alcanzado es un éxito más para ella y cabe celebrarlo, en tanto debería servir de ejemplo respecto de otras crisis en las cuales existe alguna equivocada renuencia a recurrir a la diplomacia..