Editorial I
La tan mentada democratización sindical propuesta en 1983 quedó en el olvido y los precandidatos presidenciales ni mencionan el tema
Si hay un sector de la vida nacional en el cual la perpetuación en el poder ofende al sentido común es el sindical. La hegemonía personal es un fenómeno de numerosas entidades gremiales, cuyos secretarios generales han estado atornillados a sus cargos a lo largo de más de dos décadas.
Hay casos emblemáticos, como el de la Federación de Obreros y Empleados de Correos y Telecomunicaciones (Foecyt), donde el dirigente Ramón Baldassini supera todos los récords entre los sindicalistas vivos: con 85 años de edad, lleva 52 al frente del gremio y dentro de un año podría igualar al ya fallecido Enrique Venturini, que condujo durante 53 años el sindicato de los electricistas navales.
Un caso escandaloso es el de Enrique Omar Suárez, apodado «el caballo», quien maneja el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU) desde 1992. Acusado de bloquear puertos y de extorsionar a empresas navieras, la Cámara Federal confirmó recientemente su procesamiento, al tiempo que sus bienes han sido embargados por 5 millones de pesos, pese a lo cual buscará su séptimo mandato consecutivo en elecciones que, llamativamente, buscó adelantar para evitar que una condena judicial lo prive de buscar su reelección.
El afán por aferrarse al poder ha sido cuestionado por los opositores internos a Suárez, quienes critican su deliberado desconocimiento del propio estatuto del SOMU, que establece suspensiones para los dirigentes procesados o condenados judicialmente, aunque el jefe sindical se escuda en una chicana: afirma que el estatuto precisa que la suspensión sólo tendría lugar cuando el afiliado al gremio se encuentre procesado «por la comisión de un delito en perjuicio de una asociación sindical de trabajadores». La explicación de Suárez a LA NACION no tuvo desperdicios: «No estoy procesado por joder a un sindicato. Estoy procesado por joder a una empresa y parar barcos». A confesión de parte, relevo de pruebas.
La presidenta Cristina Kirchner calificó a Suárez tres años atrás como uno de sus sindicalistas «favoritos». Toda una definición sobre su concepción del rol que debe tener un gremialista y de su admiración por quienes pueden perpetuarse en un cargo.
Los ejemplos de jefes sindicales a perpetuidad son muchos más: Luis Barrionuevo conduce el gremio gastronómico desde hace 36 años; Omar Viviani está al frente del gremio de los taxistas desde hace 32, al igual que Amadeo Genta en la entidad que agrupa a los empleados municipales; también Carlos West Ocampo (Sanidad) y José Luis Lingeri (Obras Sanitarias) están al frente de sus gremios desde hace más de 30 años; Armando Cavalieri lleva 29 en la secretaría general de la Federación Argentina de Empleados de Comercio y Servicios (Faecys); Hugo Moyano llegó a la conducción del gremio camionero hace 28 años, en tanto que Andrés Rodríguez gobierna la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) desde hace un cuarto de siglo.
Más allá de la falta de renovación de las energías morales, tan necesaria en cualquier institución, una crítica que se hace a las reelecciones indefinidas guarda relación con las normas estatutarias de no pocas entidades sindicales, que generan barreras infranqueables para las minorías y para la libre participación en elecciones.
Lamentablemente, la tan mentada democratización sindical, de la que tanto se habló cuando se produjo la recuperación de la democracia en 1983, quedó en el olvido. Los precandidatos presidenciales no han dicho una palabra sobre esta cuestión, con la excepción de Sergio Massa, quien tiempo atrás insinuó una propuesta para terminar con las reelecciones indefinidas en el sindicalismo, aunque no volvió a hablar del tema.
Entretanto, muchos jerarcas sindicales siguen atornillados a sus sillones, imbuidos de una vocación mesiánica y de una vergonzosa borrachera de poder, que apunta a evitar rendir cuentas y aferrarse a sus privilegios..
La tan mentada democratización sindical propuesta en 1983 quedó en el olvido y los precandidatos presidenciales ni mencionan el tema
Si hay un sector de la vida nacional en el cual la perpetuación en el poder ofende al sentido común es el sindical. La hegemonía personal es un fenómeno de numerosas entidades gremiales, cuyos secretarios generales han estado atornillados a sus cargos a lo largo de más de dos décadas.
Hay casos emblemáticos, como el de la Federación de Obreros y Empleados de Correos y Telecomunicaciones (Foecyt), donde el dirigente Ramón Baldassini supera todos los récords entre los sindicalistas vivos: con 85 años de edad, lleva 52 al frente del gremio y dentro de un año podría igualar al ya fallecido Enrique Venturini, que condujo durante 53 años el sindicato de los electricistas navales.
Un caso escandaloso es el de Enrique Omar Suárez, apodado «el caballo», quien maneja el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU) desde 1992. Acusado de bloquear puertos y de extorsionar a empresas navieras, la Cámara Federal confirmó recientemente su procesamiento, al tiempo que sus bienes han sido embargados por 5 millones de pesos, pese a lo cual buscará su séptimo mandato consecutivo en elecciones que, llamativamente, buscó adelantar para evitar que una condena judicial lo prive de buscar su reelección.
El afán por aferrarse al poder ha sido cuestionado por los opositores internos a Suárez, quienes critican su deliberado desconocimiento del propio estatuto del SOMU, que establece suspensiones para los dirigentes procesados o condenados judicialmente, aunque el jefe sindical se escuda en una chicana: afirma que el estatuto precisa que la suspensión sólo tendría lugar cuando el afiliado al gremio se encuentre procesado «por la comisión de un delito en perjuicio de una asociación sindical de trabajadores». La explicación de Suárez a LA NACION no tuvo desperdicios: «No estoy procesado por joder a un sindicato. Estoy procesado por joder a una empresa y parar barcos». A confesión de parte, relevo de pruebas.
La presidenta Cristina Kirchner calificó a Suárez tres años atrás como uno de sus sindicalistas «favoritos». Toda una definición sobre su concepción del rol que debe tener un gremialista y de su admiración por quienes pueden perpetuarse en un cargo.
Los ejemplos de jefes sindicales a perpetuidad son muchos más: Luis Barrionuevo conduce el gremio gastronómico desde hace 36 años; Omar Viviani está al frente del gremio de los taxistas desde hace 32, al igual que Amadeo Genta en la entidad que agrupa a los empleados municipales; también Carlos West Ocampo (Sanidad) y José Luis Lingeri (Obras Sanitarias) están al frente de sus gremios desde hace más de 30 años; Armando Cavalieri lleva 29 en la secretaría general de la Federación Argentina de Empleados de Comercio y Servicios (Faecys); Hugo Moyano llegó a la conducción del gremio camionero hace 28 años, en tanto que Andrés Rodríguez gobierna la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) desde hace un cuarto de siglo.
Más allá de la falta de renovación de las energías morales, tan necesaria en cualquier institución, una crítica que se hace a las reelecciones indefinidas guarda relación con las normas estatutarias de no pocas entidades sindicales, que generan barreras infranqueables para las minorías y para la libre participación en elecciones.
Lamentablemente, la tan mentada democratización sindical, de la que tanto se habló cuando se produjo la recuperación de la democracia en 1983, quedó en el olvido. Los precandidatos presidenciales no han dicho una palabra sobre esta cuestión, con la excepción de Sergio Massa, quien tiempo atrás insinuó una propuesta para terminar con las reelecciones indefinidas en el sindicalismo, aunque no volvió a hablar del tema.
Entretanto, muchos jerarcas sindicales siguen atornillados a sus sillones, imbuidos de una vocación mesiánica y de una vergonzosa borrachera de poder, que apunta a evitar rendir cuentas y aferrarse a sus privilegios..