EL PROCESO DE REINDUSTRIALIZACION EN UN PUNTO CRITICO
Construir la tercera etapa
Hubo dos momentos bien definidos: el primero, desde 2003 hasta 2010/2011, con un fuerte crecimiento, y el siguiente hasta ahora, donde los indicadores son más mezquinos. El que empieza es el del replanteo de los fundamentos de una estrategia de reindustrialización sustentable.
Por Daniel E. Novak *
Uno de los grandes logros de los últimos doce años fue el de revertir el proceso de desindustrialización que había tenido lugar en la década de los ‘90 con la política neoliberal de apertura irrestricta de la economía acompañada de retraso cambiario y endeudamiento externo extremo. El denominado “overshooting” cambiario post crisis 2001, es decir la fuerte elevación del precio de las divisas por encima de los precios internos, fue el primer gran envión para que la industria recuperara la rentabilidad perdida con un cierto margen de sobreprotección derivado de ese “overshooting”.
Todo iba sobre patines hasta que sucedieron dos cosas que fueron terminando con el idilio inicial: una fue la recesión que empezaron a vivir algunos países, especialmente Brasil en nuestro caso, como consecuencia de la crisis financiera global desatada a partir de 2008; la otra fue el aumento del ritmo de aumento de los precios internos, bastante por encima de la evolución del tipo de cambio, derivado de las políticas expansivas contracíclicas que se fueron aplicando para neutralizar la presión recesiva que venía del exterior.
Así, tenemos dos períodos bien definidos en la evolución de la industria argentina de los últimos años: el que va desde 2003 hasta aproximadamente 2010/2011, en el que todo era “poom para arriba”, y el que arranca desde entonces hasta ahora, en el que los indicadores son más mezquinos y llevan a la necesidad de replantearse los fundamentos de una estrategia que tenga por objetivo lograr en serio una reindustrialización sustentable a largo plazo. Veamos los principales indicadores, de fuente oficial, para tener una idea más clara del panorama.
– El Estimador Mensual Industrial (EMI) del Indec, desestacionalizado y ajustado por tendencia-ciclo, indica que la actividad de este sector creció casi 80 por ciento desde mayo 2003 hasta diciembre 2012, aunque en mayo de este año volvió al nivel de septiembre 2010, con un aumento de 67 por ciento sobre 2003.
– Así, la tasa de crecimiento acumulada de la actividad industrial entre mayo 2003 y diciembre 2012 (durante 9 años y medio) llegó al 6,4 por ciento anual, pero tomando el lapso de 12 años que llega hasta mayo 2015, con la retracción de este último período, la tasa de crecimiento promedio se redujo al 4,4 por ciento anual.
– Tomando la evolución del Valor Agregado Bruto en valores constantes según el Indec, el de toda la economía creció en los 10 años que van de 2004 a 2014 a una tasa anual acumulativa del 4,9 por ciento, mientras que el de la Industria lo hizo al 4,7 por ciento en ese mismo lapso. Sin embargo, hasta 2011 esas tasas de crecimiento anuales fueron del 6,5 por ciento en el VAB total y del 7,3 por ciento en el industrial, lo que indica que fue uno de los sectores que lideró la recuperación económica, hasta que se produjo la retracción de los últimos años.
– La participación de la industria en el valor agregado total se mantuvo entre 22,7 y 22,3 por ciento entre 2004 y 2014 en valores constantes, porque en ese cálculo se toma en cuenta la estructura de precios del primero de esos años; sin embargo, esa participación baja en valores corrientes porque la evolución de los precios relativos en ese período fue desfavorable para la industria.
– Efectivamente, si tomamos la evolución de esos agregados en valores corrientes, lo que incluye el efecto de los precios, se observa que mientras el valor agregado total creció a una tasa anual promedio del 23 por ciento acumulativo, el de la Industria lo hizo al 17,6 por ciento, lo que implicó que la participación de este sector en la generación de valor agregado bajó en realidad del 22,7 al 14,5 por ciento en los últimos 10 años.
– El Indice de Precios Implícitos (IPI) que elabora el Indec con base en las Cuentas Nacionales revela que mientras el nivel general se incrementó en 388 por ciento (casi se quintuplicaron) entre 2004 y 2014, el índice correspondiente a la Industria “sólo” se triplicó, con un aumento del 217 por ciento; esta proporción del 65 por ciento entre el nivel de los precios industriales y el del IPI general es casi la misma que la que hay entre la participación actual de la industria en el VAB y la que había en 2004 (64 por ciento).
– Teniendo en cuenta que casi todos los demás sectores de la economía, que implican costos para la industria, mostraron incrementos de precios implícitos superiores a los de ésta, y considerando además que, según el Ministerio de Trabajo de la Nación, el ingreso medio de los asalariados de ese sector se decuplicó con creces (aumentó 950 por ciento) entre 2004 y 2014, contra un incremento de los precios industriales del 217 por ciento, se puede concluir que esta variación de precios relativos significó un deterioro importante para el margen bruto de explotación de esta actividad y, por ende, para sus oportunidades de inversión.
– La evolución de los precios industriales está bastante correlacionada con la evolución del tipo de cambio oficial dólar/pesos; efectivamente, mientras aquéllos aumentaron 217 por ciento en dos años, éste se incrementó en 198 por ciento en el mismo lapso. Dicho en términos anuales, mientras los precios implícitos de toda la economía crecieron a un ritmo promedio del 17,2 por ciento anual en esos diez años, según las estimaciones del Indec, los de la industria lo hicieron al 12,2 por ciento y el tipo de cambio oficial al 11,5 por ciento anual.
– Esta evolución de la industria hizo que su contribución a la generación de empleo, si bien importante, se viera limitada en su alcance potencial; según las estadísticas del Ministerio de Trabajo, en doce años el empleo registrado industrial aumentó alrededor del 66 por ciento, con una tasa anual acumulativa del 4,3 por ciento. En ese mismo lapso el empleo registrado en toda la economía creció casi un 80 por ciento, con una tasa de crecimiento acumulativa del 5 por ciento anual.
– Por esta evolución dispar con respecto a los demás sectores, la participación de la industria en el empleo total de la economía bajó del 21,4 por ciento a principios de 2003 a menos del 20 (19,8 por ciento) a fines de 2014. De todos modos, de los 2,83 millones puestos de trabajo registrados que se generaron en la economía argentina entre principios de 2003 y fines de 2014 la industria contribuyó con algo más de 500 mil, es decir casi el 18 por ciento.
Todo esto implica al menos dos cosas: 1) que la etapa “fácil” de la recuperación industrial, basada en un tipo de cambio exageradamente rentable y el estímulo permanente al consumo, ya no está disponible y habrá que pensar, si realmente estamos convencidos de la necesidad del desarrollo industrial, una estrategia que se focalice mucho más en el avance tecnológico, la innovación y la competitividad, tanto en el mercado interno como en los internacionales, y 2) que tampoco queda ya margen para más retraso cambiario con respecto a los precios internos porque, si no, no habrá estrategia de competitividad que pueda compensar el aumento de los costos en dólares para el sector más expuesto a la competencia internacional.
La primera conclusión es de política sectorial y la segunda de política macroeconómica, de lo cual se deduce que el futuro de la industria no se define en un solo ministerio sino que requiere una estrategia integrada entre la política macroeconómica general, la política monetaria y cambiaria y las políticas sectoriales específicas. Al Gobierno que asuma a fin de año de nada le va a valer contar con un/a superministro/a de Industria si en el Ministerio de Economía y en el Banco Central no hay convicción de la necesidad del desarrollo industrial sustentable a largo plazo. Y esa sustentabilidad a largo plazo depende crucialmente de una industria que pueda competir internacionalmente no sólo para conservar el mercado interno sino sobre todo para exportar y generar las divisas que su propio desarrollo requiere de manera creciente, porque de lo contrario seguirá siendo uno de los factores críticos de la restricción externa verdadera, que es la comercial y no la financiera
* Ex subsecretario de Coordinación Económica. Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.
Construir la tercera etapa
Hubo dos momentos bien definidos: el primero, desde 2003 hasta 2010/2011, con un fuerte crecimiento, y el siguiente hasta ahora, donde los indicadores son más mezquinos. El que empieza es el del replanteo de los fundamentos de una estrategia de reindustrialización sustentable.
Por Daniel E. Novak *
Uno de los grandes logros de los últimos doce años fue el de revertir el proceso de desindustrialización que había tenido lugar en la década de los ‘90 con la política neoliberal de apertura irrestricta de la economía acompañada de retraso cambiario y endeudamiento externo extremo. El denominado “overshooting” cambiario post crisis 2001, es decir la fuerte elevación del precio de las divisas por encima de los precios internos, fue el primer gran envión para que la industria recuperara la rentabilidad perdida con un cierto margen de sobreprotección derivado de ese “overshooting”.
Todo iba sobre patines hasta que sucedieron dos cosas que fueron terminando con el idilio inicial: una fue la recesión que empezaron a vivir algunos países, especialmente Brasil en nuestro caso, como consecuencia de la crisis financiera global desatada a partir de 2008; la otra fue el aumento del ritmo de aumento de los precios internos, bastante por encima de la evolución del tipo de cambio, derivado de las políticas expansivas contracíclicas que se fueron aplicando para neutralizar la presión recesiva que venía del exterior.
Así, tenemos dos períodos bien definidos en la evolución de la industria argentina de los últimos años: el que va desde 2003 hasta aproximadamente 2010/2011, en el que todo era “poom para arriba”, y el que arranca desde entonces hasta ahora, en el que los indicadores son más mezquinos y llevan a la necesidad de replantearse los fundamentos de una estrategia que tenga por objetivo lograr en serio una reindustrialización sustentable a largo plazo. Veamos los principales indicadores, de fuente oficial, para tener una idea más clara del panorama.
– El Estimador Mensual Industrial (EMI) del Indec, desestacionalizado y ajustado por tendencia-ciclo, indica que la actividad de este sector creció casi 80 por ciento desde mayo 2003 hasta diciembre 2012, aunque en mayo de este año volvió al nivel de septiembre 2010, con un aumento de 67 por ciento sobre 2003.
– Así, la tasa de crecimiento acumulada de la actividad industrial entre mayo 2003 y diciembre 2012 (durante 9 años y medio) llegó al 6,4 por ciento anual, pero tomando el lapso de 12 años que llega hasta mayo 2015, con la retracción de este último período, la tasa de crecimiento promedio se redujo al 4,4 por ciento anual.
– Tomando la evolución del Valor Agregado Bruto en valores constantes según el Indec, el de toda la economía creció en los 10 años que van de 2004 a 2014 a una tasa anual acumulativa del 4,9 por ciento, mientras que el de la Industria lo hizo al 4,7 por ciento en ese mismo lapso. Sin embargo, hasta 2011 esas tasas de crecimiento anuales fueron del 6,5 por ciento en el VAB total y del 7,3 por ciento en el industrial, lo que indica que fue uno de los sectores que lideró la recuperación económica, hasta que se produjo la retracción de los últimos años.
– La participación de la industria en el valor agregado total se mantuvo entre 22,7 y 22,3 por ciento entre 2004 y 2014 en valores constantes, porque en ese cálculo se toma en cuenta la estructura de precios del primero de esos años; sin embargo, esa participación baja en valores corrientes porque la evolución de los precios relativos en ese período fue desfavorable para la industria.
– Efectivamente, si tomamos la evolución de esos agregados en valores corrientes, lo que incluye el efecto de los precios, se observa que mientras el valor agregado total creció a una tasa anual promedio del 23 por ciento acumulativo, el de la Industria lo hizo al 17,6 por ciento, lo que implicó que la participación de este sector en la generación de valor agregado bajó en realidad del 22,7 al 14,5 por ciento en los últimos 10 años.
– El Indice de Precios Implícitos (IPI) que elabora el Indec con base en las Cuentas Nacionales revela que mientras el nivel general se incrementó en 388 por ciento (casi se quintuplicaron) entre 2004 y 2014, el índice correspondiente a la Industria “sólo” se triplicó, con un aumento del 217 por ciento; esta proporción del 65 por ciento entre el nivel de los precios industriales y el del IPI general es casi la misma que la que hay entre la participación actual de la industria en el VAB y la que había en 2004 (64 por ciento).
– Teniendo en cuenta que casi todos los demás sectores de la economía, que implican costos para la industria, mostraron incrementos de precios implícitos superiores a los de ésta, y considerando además que, según el Ministerio de Trabajo de la Nación, el ingreso medio de los asalariados de ese sector se decuplicó con creces (aumentó 950 por ciento) entre 2004 y 2014, contra un incremento de los precios industriales del 217 por ciento, se puede concluir que esta variación de precios relativos significó un deterioro importante para el margen bruto de explotación de esta actividad y, por ende, para sus oportunidades de inversión.
– La evolución de los precios industriales está bastante correlacionada con la evolución del tipo de cambio oficial dólar/pesos; efectivamente, mientras aquéllos aumentaron 217 por ciento en dos años, éste se incrementó en 198 por ciento en el mismo lapso. Dicho en términos anuales, mientras los precios implícitos de toda la economía crecieron a un ritmo promedio del 17,2 por ciento anual en esos diez años, según las estimaciones del Indec, los de la industria lo hicieron al 12,2 por ciento y el tipo de cambio oficial al 11,5 por ciento anual.
– Esta evolución de la industria hizo que su contribución a la generación de empleo, si bien importante, se viera limitada en su alcance potencial; según las estadísticas del Ministerio de Trabajo, en doce años el empleo registrado industrial aumentó alrededor del 66 por ciento, con una tasa anual acumulativa del 4,3 por ciento. En ese mismo lapso el empleo registrado en toda la economía creció casi un 80 por ciento, con una tasa de crecimiento acumulativa del 5 por ciento anual.
– Por esta evolución dispar con respecto a los demás sectores, la participación de la industria en el empleo total de la economía bajó del 21,4 por ciento a principios de 2003 a menos del 20 (19,8 por ciento) a fines de 2014. De todos modos, de los 2,83 millones puestos de trabajo registrados que se generaron en la economía argentina entre principios de 2003 y fines de 2014 la industria contribuyó con algo más de 500 mil, es decir casi el 18 por ciento.
Todo esto implica al menos dos cosas: 1) que la etapa “fácil” de la recuperación industrial, basada en un tipo de cambio exageradamente rentable y el estímulo permanente al consumo, ya no está disponible y habrá que pensar, si realmente estamos convencidos de la necesidad del desarrollo industrial, una estrategia que se focalice mucho más en el avance tecnológico, la innovación y la competitividad, tanto en el mercado interno como en los internacionales, y 2) que tampoco queda ya margen para más retraso cambiario con respecto a los precios internos porque, si no, no habrá estrategia de competitividad que pueda compensar el aumento de los costos en dólares para el sector más expuesto a la competencia internacional.
La primera conclusión es de política sectorial y la segunda de política macroeconómica, de lo cual se deduce que el futuro de la industria no se define en un solo ministerio sino que requiere una estrategia integrada entre la política macroeconómica general, la política monetaria y cambiaria y las políticas sectoriales específicas. Al Gobierno que asuma a fin de año de nada le va a valer contar con un/a superministro/a de Industria si en el Ministerio de Economía y en el Banco Central no hay convicción de la necesidad del desarrollo industrial sustentable a largo plazo. Y esa sustentabilidad a largo plazo depende crucialmente de una industria que pueda competir internacionalmente no sólo para conservar el mercado interno sino sobre todo para exportar y generar las divisas que su propio desarrollo requiere de manera creciente, porque de lo contrario seguirá siendo uno de los factores críticos de la restricción externa verdadera, que es la comercial y no la financiera
* Ex subsecretario de Coordinación Económica. Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.