Forzó los párpados un poco, para acostumbrar sus ojos a la nueva luminosidad. Atrás del viejo ahora aparecían dos tipos grandotes, en overol azul. Impecablemente peinados. Robustos. Mediana edad. Mientras se sacaba ese sombrero tan simpático, el viejo hizo un ademán – Los agentes Russo y Morales – Hola – dijo Martín y sintió una descarga de dedos robustos chocar contra su mano. Los gigantes hicieron muecas cortas de sonrisa forzada pero evidentemente estaban escudriñando al sujeto. El hangar era amplio y estaba en plena actividad. Gente moviéndose en todas las direcciones. Impecable. Ni un residuo, ni una mancha. Luz natural entrando por los tragaluces del techo y las chapas acrílicas traslucidas en la pared trasera. Automóviles y camionetas. Un pasillo en altura recorriendo la longitud de la pared del fondo y varias ventanas y puertas que parecían dar a oficinas internas. Salas con aspecto de laboratorios sobre las esquinas opuestas de la geografía. Todo el mundo en lo suyo, pero omnipresente, insoslayable, la presencia del “nuevo”. Miradas como relámpagos y gestos rápidos de camaradería. Caminaron hacia el fondo. Al viejo lo saludaba cada uno de los que se cruzaba. Guiños, medias sonrisas, manos atentas en movimientos cortos. Todo parecía indicar que el viejo tenía ascendente sobre aquella gente.
Siguió hablando con la naturalidad con la que lo hizo en el auto – No contamos con un presupuesto infinito, Martín. Nuestros recursos están un poco de acuerdo a la situación del país. Pero tenemos buena experiencia en proyectos, en investigaciones, en desarrollos. Por eso te anticipo que no deberías esperar un curso para aprender a volar ni a manejar una nave futurista que te saque de las situaciones peligrosas. Tu prestigio no se va a cimentar en un andamiaje tecnológico ni en una cantidad de recursos especiales: eso es para los superhéroes gringos que no tienen otra cosa que ofrecer. Nada más lejos de nuestro objetivo. Nada más lejos de nuestra realidad. – Mientras el viejo decía estas palabras, en especial cuando hizo referencia a “superhéroes gringos”, Martín llevó la vista hacia atrás, buscando ver las expresiones de los dos mastodontes que lo seguían. No percibió ni un solo cambio. Ni un pestaneo. Ni un músculo de esos enormes rostros cambió su posición. Sólo cuando terminó la frase, uno de ellos le descerrajó un guiño cómplice, gracioso. Ahí no había un loco, había una cofradía.
– Lo nuestro va a ser mayoritariamente “contenido”, Martín, vamos a dejar las bengalas y los fuegos de artificio para las fiestas de fin de año. – subieron la escalera metálica y, desde el balcón en voladizo pudieron ver la actividad del hangar con otra perspectiva. Causaba una cierta extrañeza ver ese hormiguero en plena actividad. Allá lejos había quedado el Fiat, estacionado de frente a una de las paredes. Y desde lejos seguía siendo llamativo. Una mujer salió de una de las puertas de las oficinas que daban a ese pasillo en altura y se acercó. Era joven y de una belleza sobresaliente. Y caminó por ese breve pasillo metálico como una gata. Se acercó al viejo, que ya se había percatado de su presencia, y le dio un beso en la mejilla. – Martín, te presento a la ingeniera Kovalchuk, ella es una pieza medular en esta operación y va a ser un contacto importante para vos. – Martín se acercó para darle un beso y sintió como aumentaba un poco su ritmo cardíaco. – Hola, Martin, bienvenido! – Gracias – dijo él, mientras percibía como se ponía en marcha el tren al cual subirse y, desde el estribo, declarar insano todo ese circo. Fantástico e insano.
– Podés llamarme Mercedes. Te puedo ofrecer algo para tomar? Tenés hambre? – le preguntó. Martín encontró una ventana por donde volver a colar lo que a esa altura de la charla, ya era una anécdota con espinas. – Con un vasito de agua o soda estoy bien, pero que no tenga lo mismo que el choripán – deslizó. – Por supuesto…en seguida – sonrió Mercedes, y se escabulló hacia las oficinas. – La conozco hace quince años – comentó Rodolfo cuando ella se fue. – Nunca conocí a alguien con el profesionalismo de Mercedes. Si te integrás al equipo vas a recordar estas palabras – remató. Martín asoció que bonita e inteligente podía ser un cóctel excesivo y aguardó ansiosamente que volvieran con su bebida.
Exactamente en ese momento, como un gran mueble que cae y golpea el piso con estruendo, llegó el recuerdo de la gringa. Nunca tan inoportuno, pensó Martín. Pero nunca tan entrañable. – Gringa, sos increíble, me tenés agarrado – pensó Martín, no sin cierta dosis de felicidad.
– Como ves, todo bastante predecible – interrumpió el viejo – Cuadrado y liso. Un superhéroe moderno, pero no posmoderno. Un superhéroe que tiene un concepto sencillo de justicia e injusticia, de bueno y malo, de correcto e incorrecto.
– Y ustedes están absolutamente seguros de que soy un candidato posible? Agotaron la búsqueda? Chequearon todos los ítems de la lista? Sinceramente, no lo puedo creer.
– Estamos tranquilos y seguros.
– Mire, Rodolfo, con todo respeto, yo me conozco. Vivo conmigo hace 29 años. No creo que alguien me conozca mejor…ni mi vieja. Y le voy a ser franco: no creo que pueda correr cuatro cuadras detrás del 17 sin caer desmayado. No creo que pueda levantar la bolsa de basura del consorcio sin que me esguince un brazo.- se subestimó – Y en cuanto a palabras como “identidad”, “ser nacional”, no creo tener puta idea de qué estamos hablando. Cómo me explica que me eligen a mí? El resto puede impactar, pero lo primero que hace agua en su organización es la selección del aspirante, entiende? Se lo digo: yo no voy a poder hacerme cargo de eso… – estaba a punto de decir algo más fuerte y vio que la mujer venía con el vaso de agua. Eso lo refrenó.
– Te entiendo, Martín. La responsabilidad parece gigante, inabordable. A cualquiera de nosotros le pasaría lo mismo. Puedo rebatir cada uno de esos argumentos que cruzás. Pero vos y yo sabemos que ese no es el punto…que el punto es otro. Es el miedo. Estás asustado. Sentís como fluye la adrenalina y no te deja pensar con claridad. El tiempo te va a dar la mejor respuesta. En unos días las opciones se te van a presentar claras y contundentes: O una vida tranquila, sencilla, un tanto indolente y pasiva. O una oportunidad real y efectiva de hacer cosas que son realmente importantes. Cosas que, cuando pibe, hubieras querido que hicieran por vos. – dejó pasar unos segundos para darle el efecto adecuado a sus palabras. Luego prosiguió.
– Me parece que ahora lo mejor es que, conociéndonos un poco más, vuelvas a tu vida y a reflexionar. La ingeniera te va a acompañar al auto, que ahora es tuyo – mientras levantaba la mano para mostrarle las llaves, tintineantes, prosiguió con una leve sonrisa – Creo que es obvio que no es un intento de ganar tu voluntad. Ambos sabemos que la cosa es mucho más profunda. Pero si alguna vez va a ser tuyo, es bueno que te vayas familiarizando con ciertas cosas. Martín, fue un gusto conocerte y charlar con vos, seguramente nos vamos a volver a ver pronto.