WASHINGTON.- La llegada del secretario de Estado John Kerry a Cuba implica el gesto de reconocimiento y de respeto más fuerte que el gobierno norteamericano dedica al de La Habana en su propio territorio.
La visita subraya eso: el diálogo de igual a igual entre gobiernos que, hasta hace pocos meses, se trataban de «adversarios».
Al hacerlo, insinúa un cambio en el eje en el que esa difícil relación se nutre y apoya. Hasta ahora, la principal corriente informativa de Washington era la oposición cubana. La llamada «disidencia».
A partir de hoy, con Kerry sentado en la oficina de su par Bruno Rodríguez, comienza a cristalizar el giro que Barack Obama prometió al régimen de Castro. Esto es, que formalmente el gobierno de La Habana pasa a ocupar el lugar de privilegio en esa difícil relación y desplaza del sitial a la disidencia.
La agenda de la nueva «jornada histórica» que se anuncia para hoy es prueba de ello, con el difícil equilibrio que se vio obligado a ejercer el Departamento de Estado para invitar al gobierno de Castro a la recepción en su recientemente reabierta embajada cubana. Y dejar afuera del ágape a los disidentes que, hasta ayer, ejercían un papel protagónico.
«La reapertura de embajadas y el consecuente izado de banderas es una cuestión que se desarrolla, eminentemente, entre gobiernos», explicaron voceros de la cartera de Kerry a un grupo de corresponsales extranjeros, entre ellos, LA NACION.
Abundaron, por si fuera necesario, en otras razones. Por ejemplo: que el palacete que ocupa la embajada en La Habana «no tiene suficiente espacio» para albergar a tantos invitados y que, si van los funcionarios del gobierno de Castro -que no pueden dejar de ir-, los de la disidencia «no caben».
La otra pata del equilibrio está en lo que viene después de la celebración oficial. Será cuando Kerry reciba, no en la embajada, sino en la residencia del embajador, a dirigentes de la disidencia.
Queda por ver la reacción a las susceptibilidades. Según recogió LA NACION, molestos por lo que consideran «una claudicación», algunos disidentes estaban dispuestos a desairar el convite mientras que otros, por el contrario, entendían la situación.
«Lo correcto sería que nos invitaran a la fiesta y nos permitieran expresarnos», dijo, por ejemplo, Antonio Rodiles, de la asociación disidente Estado de SATS, en declaraciones a la agencia AP en La Habana. Es, en todo caso, el nuevo equilibrio que se abre a partir del cambio en el vínculo diplomático.
Con su propia coloratura, las diferencias de criterio en la isla son un reflejo de lo mismo que ocurre aquí, donde parte del elenco político, sobre todo, de color republicano, resiste la apertura hacia Cuba y no ve en ella otra cosa que una «cesión gratuita» ante un gobierno que no respeta los derechos humanos.
Por las dudas, antes de partir, funcionarios que asesoran a Kerry en la materia insistieron en enviar un mensaje de reconocimiento a quienes quedan fuera de la ceremonia con las autoridades y funcionarios de los Castro.
«Nada cambiará en nuestro apoyo a los disidentes en la isla o hacia los dirigentes o activistas de derechos humanos que buscan abrir un espacio en forma pacífica», insistieron.
Pero el giro en el eje es evidente. «La visita de Kerry es la señal más clara de que la administración de Obama quiere tener una relación respetuosa con el gobierno de la isla», dijo ayer el diplomático cubano Carlos Alzugaray, del Centro para Estudios Hemisféricos y de los Estados Unidos de la Universidad de La Habana.
«Hasta ahora, Washington había priorizado su relación con la disidencia y no con el gobierno cubano. Y eso era un verdadero problema. Por fin lo entendieron y cambiaron. Posiblemente no les guste el gobierno, pero no les queda otro remedio que aceptarlo», dijo Alzugaray..
La visita subraya eso: el diálogo de igual a igual entre gobiernos que, hasta hace pocos meses, se trataban de «adversarios».
Al hacerlo, insinúa un cambio en el eje en el que esa difícil relación se nutre y apoya. Hasta ahora, la principal corriente informativa de Washington era la oposición cubana. La llamada «disidencia».
A partir de hoy, con Kerry sentado en la oficina de su par Bruno Rodríguez, comienza a cristalizar el giro que Barack Obama prometió al régimen de Castro. Esto es, que formalmente el gobierno de La Habana pasa a ocupar el lugar de privilegio en esa difícil relación y desplaza del sitial a la disidencia.
La agenda de la nueva «jornada histórica» que se anuncia para hoy es prueba de ello, con el difícil equilibrio que se vio obligado a ejercer el Departamento de Estado para invitar al gobierno de Castro a la recepción en su recientemente reabierta embajada cubana. Y dejar afuera del ágape a los disidentes que, hasta ayer, ejercían un papel protagónico.
«La reapertura de embajadas y el consecuente izado de banderas es una cuestión que se desarrolla, eminentemente, entre gobiernos», explicaron voceros de la cartera de Kerry a un grupo de corresponsales extranjeros, entre ellos, LA NACION.
Abundaron, por si fuera necesario, en otras razones. Por ejemplo: que el palacete que ocupa la embajada en La Habana «no tiene suficiente espacio» para albergar a tantos invitados y que, si van los funcionarios del gobierno de Castro -que no pueden dejar de ir-, los de la disidencia «no caben».
La otra pata del equilibrio está en lo que viene después de la celebración oficial. Será cuando Kerry reciba, no en la embajada, sino en la residencia del embajador, a dirigentes de la disidencia.
Queda por ver la reacción a las susceptibilidades. Según recogió LA NACION, molestos por lo que consideran «una claudicación», algunos disidentes estaban dispuestos a desairar el convite mientras que otros, por el contrario, entendían la situación.
«Lo correcto sería que nos invitaran a la fiesta y nos permitieran expresarnos», dijo, por ejemplo, Antonio Rodiles, de la asociación disidente Estado de SATS, en declaraciones a la agencia AP en La Habana. Es, en todo caso, el nuevo equilibrio que se abre a partir del cambio en el vínculo diplomático.
Con su propia coloratura, las diferencias de criterio en la isla son un reflejo de lo mismo que ocurre aquí, donde parte del elenco político, sobre todo, de color republicano, resiste la apertura hacia Cuba y no ve en ella otra cosa que una «cesión gratuita» ante un gobierno que no respeta los derechos humanos.
Por las dudas, antes de partir, funcionarios que asesoran a Kerry en la materia insistieron en enviar un mensaje de reconocimiento a quienes quedan fuera de la ceremonia con las autoridades y funcionarios de los Castro.
«Nada cambiará en nuestro apoyo a los disidentes en la isla o hacia los dirigentes o activistas de derechos humanos que buscan abrir un espacio en forma pacífica», insistieron.
Pero el giro en el eje es evidente. «La visita de Kerry es la señal más clara de que la administración de Obama quiere tener una relación respetuosa con el gobierno de la isla», dijo ayer el diplomático cubano Carlos Alzugaray, del Centro para Estudios Hemisféricos y de los Estados Unidos de la Universidad de La Habana.
«Hasta ahora, Washington había priorizado su relación con la disidencia y no con el gobierno cubano. Y eso era un verdadero problema. Por fin lo entendieron y cambiaron. Posiblemente no les guste el gobierno, pero no les queda otro remedio que aceptarlo», dijo Alzugaray..
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