Ahora, la sustitución de exportaciones

En su larga improvisación durante la cena del Día de la Industria, la presidenta Cristina Kirchner ensayó la teoría de la “sustitución de exportaciones”. A algunos les parecerá una idea temeraria. En realidad, no hizo otra cosa que poner en negro sobre blanco lo que ha practicado su gobierno, con los resultados que todos conocemos. La creciente tensión cambiaria, el cepo y la letanía diaria sobre el “blue” subrayan que, en esto de sustituir exportaciones, nos pasamos de largo.
Ya de por sí la idea de la “sustitución” (ya sea de importaciones o de exportaciones) amerita un debate. Sustitución de importaciones suena a políticamente correcto, por su regusto presumiblemente industrialista. Sin embargo, el hecho en sí de la sustitución no implica necesariamente creación de valor, que es el verdadero numen del progreso económico y social. A los belgas o a los suizos no se les ocurre sustituir sus importaciones de cacao, siendo los más afamados proveedores de chocolate del mundo.
La sustitución de importaciones es una suma de valor cero. Genera la ficción de mejora del balance de divisas. Pero no sirve si genera pérdida de competitividad, lo que a la larga se traduce en…sustitución de exportaciones. Porque si reemplazar un insumo o equipo importado por algo de fabricación local implica mayores costos, finalmente se está resignando producción o valor agregado genuino. Eso se traduce en menor ingreso de divisas y transferencia de ingresos desde los sectores competitivos hacia los no competitivos. Lo que finalmente implica pérdida de empleos de mayor valor.
En alguna época, quien esto escribe intentó introducir el silo de maíz en el tambo. Había que arreglarse con “lo nuestro”, picadoras de arrastre que se digerían a sí mismas cuando levantaban alguna varilla o pedazo de alambre del boyero. Era un trabajo lento y penoso, carísimo para el tambero, y los silos salían de mala calidad. Llegaron las automotrices alemanas, y la historia cambió. Alta productividad, escasas roturas, calidad de picado. Hoy, más de un centenar de contratistas altamente capacitados brindan un servicio de primera. La lechería argentina es más competitiva que antes. Si podemos hacer esas picadoras acá, excelente. Pero lo importante es tenerlas.
Vayamos ahora a la sustitución de exportaciones. Lo más difícil de percibir, en cualquier análisis económico, es el lucro cesante. Es lo que se deja de producir como consecuencia de una mala asignación de recursos (en el plano micro), o de un entorno desfavorable. La combinación de retenciones y restricciones a la exportación generaron una enorme pérdida de producción competitiva. Si simplemente tomamos la diferencia con las metas del Plan Estratégico Agroalimentario 2010-2010 elaborado por el propio gobierno, se advierte que se dejaron de producir no menos de 100 millones de toneladas de granos, por un valor de 30 mil millones de dólares. Eso es sustitución creativa de exportaciones, ya que ni siquiera se pudieron volcar al mercado interno. Cualquier número sobre cero da infinito.
Agreguemos la carne, los lácteos y tantos otros productos que padecieron el pie K en la puerta giratoria. La idea de “la mesa de los argentinos” es el capítulo populista de la sustitución de exportaciones. Subyace en el ideario de altos funcionarios, incluso académicos, que proponen las retenciones como un mecanismo de estímulo al “agregado de valor en origen”. El verdadero valor agregado es el que se genera sin transferencias artificiales de ingresos entre distintos actores de una cadena. Porque, ya sabemos, esta alquimia no significa finalmente un abaratamiento de los precios internos. El pan cuesta más en la Argentina que en cualquier país vecino, a pesar de que el trigo vale la mitad.
Dejemos de sustituir y volvamos a crear.

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