Radiografía del votante indeciso

El votante indeciso es un personaje casi mítico de los procesos electorales. Su importancia aumenta a medida que se acerca la definición. Sobre él se hacen infinidad de especulaciones y se dice todo tipo de cosas, desde acertadas y plausibles hasta disparatadas e inverificables. En general, se cree que el indeciso determina el resultado de los comicios, según se incline hacia uno u otro competidor. Por eso, la última fase de las campañas suele convertirse en una caza del votante dubitativo, cuya voluntad se imagina decisiva. Los candidatos apelan a él y los encuestadores lo someten a arduos tests buscando alguna certeza debajo de su indefinida preferencia. La inminente culminación de la campaña presidencial justifica retornar al indeciso. Intentar radiografiarlo, buscando conocer sus características.
En primer lugar, debe decirse que el indeciso, antes que una persona de carne y hueso, es una construcción de la metodología de los sondeos electorales. Son los individuos que responden «no sé» a la pregunta espontánea acerca de a quién votarán. Allí subyace un problema inicial, señalado por diversos politólogos: ¿»no sé» expresa un estado psicológico de duda o es una respuesta elusiva, para esconder la decisión al encuestador? Segundo, ¿el votante no sabe por quién se inclinará o, en verdad, desconoce a los competidores? La tercera cuestión es estimar la densidad de la indecisión. En efecto, ¿ese infructuoso «no sé a quién votaré» es irreductible, o es revocable si se profundiza el interrogatorio? Una cuarta cuestión estriba en saber en qué medida los indecisos determinan realmente el resultado electoral.
Para esclarecer la naturaleza de los indecisos conviene empezar por entender cómo se construyen. La pregunta inicial de los sondeos para determinar la intención de voto, consiste en averiguar a quién votará el entrevistado sin mencionar a los candidatos. Se confía en que los tenga en mente, que los recuerde. En promedio, según la experiencia, entre un 15 y un 20% de electores probablemente estarán indecisos si se les formula esa pregunta días antes de los comicios. Pero allí no termina la indagación. Preguntas más precisas y dirigidas logran reducir la cantidad de indecisos. Si se indaga con una lista de candidatos la indecisión disminuye; si se vuelve a preguntar sucede lo mismo. Al cabo, pueden distinguirse indecisos iniciales, susceptibles de revelar su voto si se los interroga nuevamente, de indecisos finales, que nunca le dirán al encuestador por quién optarán.
Los estudios comparados a nivel internacional permiten fijar ciertos rasgos básicos de los indecisos: están poco informados y tienen menor interés en la política, carecen de ideología, son más influibles. En términos generales, predominan entre los indecisos los jóvenes, las mujeres y la población suburbana y de menor nivel educativo. Los indecisos son parientes cercanos de los llamados votantes switchers, individuos poco convencidos y volátiles que suelen mutar su voto con facilidad.
¿Cómo se traducen estos rasgos en la actual campaña presidencial? Una reciente muestra nacional de Poliarquía confirma cuatro características universales: entre los indecisos predominan los jóvenes, las mujeres, los votantes que viven en ciudades chicas y los que están desinteresados en la esfera pública. Casi el 40% es menor de 30 años; el 60% pertenece al género femenino, el 35% reside en urbes de menos de 100.000 habitantes y el 80% afirma que la política le interesa poco o nada. Por el contrario, no existe evidencia de que los niveles educativos y socioeconómicos condicionen la indecisión de los electores argentinos.
Además de estos rasgos típicos, debe atenderse a la profundidad de la indecisión. Como se afirmó antes, no es lo mismo el elector que al cabo de un interrogatorio exhaustivo termina revelando su preferencia que aquel que nunca dice a quién votará. Podría concluirse que existe un indeciso blando y uno irreductible. Ambos están distanciados de la esfera pública, pero el primero le dirige críticas racionales y equilibradas al sistema, mientras que el otro bordea la anomia; desprecia la política y sus reglas y desistiría de votar si no fuera obligatorio.
¿En qué se diferencian los indecisos blandos, que son los más frecuentes, de los votantes decididos? Las divergencias no son sistemáticas pero pueden resultar elocuentes. La línea divisoria es la intensidad del desencanto, que abarca a oficialistas y opositores. En este sentido, es interesante observar que los votantes indecisos están más preocupados que los decididos por la corrupción, la calidad de la clase dirigente y la situación económica. No son críticos acérrimos del Gobierno, pero le señalan errores considerables, sin que eso implique abrazar a la oposición. Por lo demás, hay un dato muy significativo: la gran mayoría de los indecisos, con más énfasis que los decididos, son relativamente conservadores: quieren cambios parciales, no un nuevo gobierno que empiece de cero.
¿Determinarán los indecisos la elección presidencial? La respuesta conjetural es que, por ahora, solo podrían precipitar el ballottage. No es poco, sin embargo, porque si hay segunda vuelta la competencia se proyecta mucho más pareja e incierta..

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