Por Sergio De Piero *
Era el otoño de 1989. Eduardo Angeloz llega a un barrio muy pobre del Gran Buenos Aires. Saluda y se improvisa un acto en el que el candidato dice unas pocas palabras. Mientras se retira, le comenta a otro dirigente: “Por favor no me vuelvan a traer a un lugar así, que no sé qué decirle a esta pobre gente”. El relato pertenece a un amigo que estuvo ese día allí. Se ha dicho ya casi como un lugar común que el radicalismo es el partido que surge con la clase media y que, asentado sobre esa base, fue capaz de interpretar a este grupo socioeconómico, reconociendo sus códigos y su lenguaje. Raúl Alfonsín fue su última expresión más relevante.
Pero ¿qué sucede cuando un porcentaje importante de la sociedad argentina ya no se encuentra ubicado dentro de ese espacio simbólico e incluso material? Me refiero a una cifra específica: entre el 30 y 33 por ciento de los argentinos que trabajan, lo hacen en condiciones informales. No todos ellos son pobres, aun estando fuera de ciertos circuitos (aportes jubilatorios, obra social) sus ingresos les permiten un nivel de vida material aceptable. Pero globalmente se trata de la mayor herencia que años de neoliberalismo nos legó. El fuerte descenso del desempleo en los últimos años se encontró con este límite y la superación requiere de nuevas políticas, cuyo tema no es asunto de esta nota.
¿Y cuál es el tema? El modo en que la clase política plantea su relación con los sectores informales y, en particular, con los pobres. La oposición y la mayor parte de la prensa ha calificado la relación entre el oficialismo y estos espacios como clientelar: las personas en situación de pobreza reciben un beneficio y su desesperación los lleva a votar automáticamente al peronismo, que los proveyó de una bolsa de alimentos o un par de zapatillas. No existirían mayores complejidades para comprender los resultados electorales de nuestro país desde febrero de 1946 al presente. Ante la permanencia de sectores viviendo en la informalidad, el gobierno del FpV ha desplegado algunas políticas específicas de transferencia de ingresos, ante la dificultad estructural por reducir la informalidad: Asignación Universal por Hijo, Progresar, Conectar Igualdad, la ampliación de la jubilación, presencia territorial (como los Centros Integradores Comunitarios), son algunas de las iniciativas. Respuestas todas por “fuera” de los circuitos formales del mundo del trabajo y la producción. Desde luego, persistirán prácticas clientelares. La tecnología (las tarjetas bancarias) ayudó para morigerar esas prácticas, pero sabemos que subsisten. Sin embargo también es cierto que estas políticas generan prácticas e interacciones variadas, donde las construcciones sociales que se dan los propios “beneficiarios”, juega un rol central; también de negociación.
A todo este verdadero universo de acciones, sentidos y pertenencias, escuchamos cada día por parte de opositores que “la gente pobre va a votar por una bolsa de comida”. Pero, ¿qué les dicen esos mismos políticos a este vasto sector? ¿No piensan, no intuyen, que estas personas tendrán sus propias evaluaciones y visiones respecto de esa relación y de la política en general? Si se trata de una degeneración de las relaciones políticas, ¿piensan que los informales son meros actores pasivos o participes necesarios de esa degeneración? Degeneración que, por otra parte y no sabemos por qué, no afecta a otros sectores sociales (como la clase media o alta) que reciben subsidios del mismo gobierno, pero que, nos dicen, no interfiere en la resolución racional de sus preferencias electorales.
La persistencia de los sectores informales ha dejado abiertos distintos desafíos, pero éstos no son sólo de carácter económico, sino también político: ¿De qué modo los partidos políticos y sus dirigentes se vinculan con estos grupos? ¿Son capaces de “dirigirles la palabra” pero también y sobre todo, de interpretar sus demandas y su relación con el sistema social y político en su conjunto? Esto es, que los informales dejen de ser un “ellos” sin identidad, para convertirse en parte activa de los discursos y acciones políticas. De lo contrario se profundizan situaciones de exclusión.
* Politólogo UBA/ Unaj/ Flacso.
Era el otoño de 1989. Eduardo Angeloz llega a un barrio muy pobre del Gran Buenos Aires. Saluda y se improvisa un acto en el que el candidato dice unas pocas palabras. Mientras se retira, le comenta a otro dirigente: “Por favor no me vuelvan a traer a un lugar así, que no sé qué decirle a esta pobre gente”. El relato pertenece a un amigo que estuvo ese día allí. Se ha dicho ya casi como un lugar común que el radicalismo es el partido que surge con la clase media y que, asentado sobre esa base, fue capaz de interpretar a este grupo socioeconómico, reconociendo sus códigos y su lenguaje. Raúl Alfonsín fue su última expresión más relevante.
Pero ¿qué sucede cuando un porcentaje importante de la sociedad argentina ya no se encuentra ubicado dentro de ese espacio simbólico e incluso material? Me refiero a una cifra específica: entre el 30 y 33 por ciento de los argentinos que trabajan, lo hacen en condiciones informales. No todos ellos son pobres, aun estando fuera de ciertos circuitos (aportes jubilatorios, obra social) sus ingresos les permiten un nivel de vida material aceptable. Pero globalmente se trata de la mayor herencia que años de neoliberalismo nos legó. El fuerte descenso del desempleo en los últimos años se encontró con este límite y la superación requiere de nuevas políticas, cuyo tema no es asunto de esta nota.
¿Y cuál es el tema? El modo en que la clase política plantea su relación con los sectores informales y, en particular, con los pobres. La oposición y la mayor parte de la prensa ha calificado la relación entre el oficialismo y estos espacios como clientelar: las personas en situación de pobreza reciben un beneficio y su desesperación los lleva a votar automáticamente al peronismo, que los proveyó de una bolsa de alimentos o un par de zapatillas. No existirían mayores complejidades para comprender los resultados electorales de nuestro país desde febrero de 1946 al presente. Ante la permanencia de sectores viviendo en la informalidad, el gobierno del FpV ha desplegado algunas políticas específicas de transferencia de ingresos, ante la dificultad estructural por reducir la informalidad: Asignación Universal por Hijo, Progresar, Conectar Igualdad, la ampliación de la jubilación, presencia territorial (como los Centros Integradores Comunitarios), son algunas de las iniciativas. Respuestas todas por “fuera” de los circuitos formales del mundo del trabajo y la producción. Desde luego, persistirán prácticas clientelares. La tecnología (las tarjetas bancarias) ayudó para morigerar esas prácticas, pero sabemos que subsisten. Sin embargo también es cierto que estas políticas generan prácticas e interacciones variadas, donde las construcciones sociales que se dan los propios “beneficiarios”, juega un rol central; también de negociación.
A todo este verdadero universo de acciones, sentidos y pertenencias, escuchamos cada día por parte de opositores que “la gente pobre va a votar por una bolsa de comida”. Pero, ¿qué les dicen esos mismos políticos a este vasto sector? ¿No piensan, no intuyen, que estas personas tendrán sus propias evaluaciones y visiones respecto de esa relación y de la política en general? Si se trata de una degeneración de las relaciones políticas, ¿piensan que los informales son meros actores pasivos o participes necesarios de esa degeneración? Degeneración que, por otra parte y no sabemos por qué, no afecta a otros sectores sociales (como la clase media o alta) que reciben subsidios del mismo gobierno, pero que, nos dicen, no interfiere en la resolución racional de sus preferencias electorales.
La persistencia de los sectores informales ha dejado abiertos distintos desafíos, pero éstos no son sólo de carácter económico, sino también político: ¿De qué modo los partidos políticos y sus dirigentes se vinculan con estos grupos? ¿Son capaces de “dirigirles la palabra” pero también y sobre todo, de interpretar sus demandas y su relación con el sistema social y político en su conjunto? Esto es, que los informales dejen de ser un “ellos” sin identidad, para convertirse en parte activa de los discursos y acciones políticas. De lo contrario se profundizan situaciones de exclusión.
* Politólogo UBA/ Unaj/ Flacso.
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