Frente a la crisis hay sólo dos maneras de pararse: o se la enfrenta aunque se pague un costo político, o se la esconde bajo la alfombra, dejando que sea el que sigue quien se haga cargo de las consecuencias cuando esa crisis, que va a explotar, explote.
Para Dilma Rousseff, el camino fue claro: en el peor momento de su popularidad (tiene menos del 10% de apoyo), en baja en las encuestas y cuando un acto demagógico podría haberla puesto otra vez en una cómoda situación, optó por el más difícil pero realista recorte en el sector público, eliminando parte de la gigantesca burocracia estatal brasileña (ver pág. 56).
Pero el recorte anunciado ayer en realidad esconde algo todavía mayor: es una audaz jugada política en busca de consensos parlamentarios para, ahora sí, conseguir la aprobación de un durísimo programa de ajuste que pueda volver a sacar a Brasil de la recesión que lo está ahogando.
Las medidas de Dilma fueron concretas: eliminó 8 ministerios, redujo 20% los gastos de la administración pública y bajó 10% los sueldos de los ministros. ¿Algunas medidas son más efectistas que efectivas? Seguramente, pero tienen un motivo político detrás: necesita sumar apoyo político para lograr una mayoría que le permita transitar en calma los próximos meses.
Desde estas costas, el panorama es totalmente distinto: a 68 días de dejar el poder, el gobierno de Cristina Kirchner persiste no sólo en negar la crisis sino en acentuarla, pateando los problemas debajo de la alfombra y que sea la administración que viene, del signo que sea, quien se ocupe de desmontar las bombas de tiempo que el kirchnerismo va dejando a su paso.
Con 25 meses seguidos de retroceso en la industria, las reservas oficialmente por debajo de los 33.000 millones de dólares (además de los pagos en septiembre vendió US$ 1.800 millones para contener la suba del tipo de cambio oficial), y un desempleo que sólo baja en las cifras oficiales, el kirchnerismo apenas atina a aplicar las recetas conocidas: más gasto público, menos recorte, más empleo estatal.
Pese a los intentos del Gobierno por esconder los números o dibujar los que no le son favorables, hay dos que se destacan con nitidez: durante el kirchnerismo aumentó 67% el empleo estatal, y hoy son más de 3.650.000 personas las que dependen de un sueldo del Estado, y, lejos del recorte, hoy se gasta más de 5 millones de pesos por día en difundir las bondades del relato. ¿El ajuste? Bien, gracias.
Como escribió Marcelo Cantelmi en este diario, Brasil “es el espejo que adelanta”. Es que más allá de sus errores, tienen algo envidiable: un Gobierno que no esconde los problemas.
Para Dilma Rousseff, el camino fue claro: en el peor momento de su popularidad (tiene menos del 10% de apoyo), en baja en las encuestas y cuando un acto demagógico podría haberla puesto otra vez en una cómoda situación, optó por el más difícil pero realista recorte en el sector público, eliminando parte de la gigantesca burocracia estatal brasileña (ver pág. 56).
Pero el recorte anunciado ayer en realidad esconde algo todavía mayor: es una audaz jugada política en busca de consensos parlamentarios para, ahora sí, conseguir la aprobación de un durísimo programa de ajuste que pueda volver a sacar a Brasil de la recesión que lo está ahogando.
Las medidas de Dilma fueron concretas: eliminó 8 ministerios, redujo 20% los gastos de la administración pública y bajó 10% los sueldos de los ministros. ¿Algunas medidas son más efectistas que efectivas? Seguramente, pero tienen un motivo político detrás: necesita sumar apoyo político para lograr una mayoría que le permita transitar en calma los próximos meses.
Desde estas costas, el panorama es totalmente distinto: a 68 días de dejar el poder, el gobierno de Cristina Kirchner persiste no sólo en negar la crisis sino en acentuarla, pateando los problemas debajo de la alfombra y que sea la administración que viene, del signo que sea, quien se ocupe de desmontar las bombas de tiempo que el kirchnerismo va dejando a su paso.
Con 25 meses seguidos de retroceso en la industria, las reservas oficialmente por debajo de los 33.000 millones de dólares (además de los pagos en septiembre vendió US$ 1.800 millones para contener la suba del tipo de cambio oficial), y un desempleo que sólo baja en las cifras oficiales, el kirchnerismo apenas atina a aplicar las recetas conocidas: más gasto público, menos recorte, más empleo estatal.
Pese a los intentos del Gobierno por esconder los números o dibujar los que no le son favorables, hay dos que se destacan con nitidez: durante el kirchnerismo aumentó 67% el empleo estatal, y hoy son más de 3.650.000 personas las que dependen de un sueldo del Estado, y, lejos del recorte, hoy se gasta más de 5 millones de pesos por día en difundir las bondades del relato. ¿El ajuste? Bien, gracias.
Como escribió Marcelo Cantelmi en este diario, Brasil “es el espejo que adelanta”. Es que más allá de sus errores, tienen algo envidiable: un Gobierno que no esconde los problemas.