Para los argentinos sub-30 que, aunque hayan nacido en los noventa, por su escasa edad no tenían todavía conciencia política o los intereses diarios pasaban muy lejos de la política o la realidad del país, los próximos cuatro años serán bien diferentes a los que han vivido durante los últimos doce (lo mismo le sucederá al resto de los argentinos, pero no son vírgenes en este tema). Sin embargo, no sólo en términos de modelo económico o proyecto de país cambiará el debate político, sino en los temas o ejes a discutir, derivados del diagnóstico elaborado por el nuevo gobierno, de las medidas que se dispone a tomar y su justificación ideológica, es decir: de su «relato» histórico del presente. Este relato, esta contextualización de su visión, sus objetivos deseables y las medidas coherentes para alcanzarlos es patrimonio de cada gobierno, del actual y del próximo.
El «relato» oficialista actual explica la visión, el diagnóstico y las medidas del kirchnerismo, de corte neokeynesiano, peronista en definitiva. Este relato explicita su ideología en un vocabulario político que utiliza términos como inclusión, redistribución de la riqueza, mantenimiento o incremento del empleo, industrialización, ampliación de derechos y derechos de segunda generación, respeto a todo tipo de minorías, búsqueda de la seguridad alimentaria, seguridad social, justicia social, elección en materia de política exterior de ampliación del Mercosur, fortalecimiento de la UNASUR, reivindicación de la Patria Grande, la búsqueda de nuevos mercados no tradicionales: China, Rusia, India, de priorizar la relación Sur-Sur, procurar el autoabastecimiento energético, privilegiar un estado presente en la economía, la regulación estatal de la economía, respetar la libertad de expresión para los medios de difusión pero reforzar el derecho a la información de los ciudadanos, la defensa del consumidor y la regulación mediante los precios cuidados.
En cambio, el próximo gobierno desplegará su propio «relato» oficialista, su propia visión, ideología, diagnóstico de la realidad y sus medidas para modificarla, que explicita su ideología en un vocabulario político propio de corte neoliberal, donde priman conceptos y prioridades bien distintas. El relato macrista que lo trajo hasta acá, hasta llegar al gobierno nacional, se caracterizó por utilizar palabras o conceptos como el vivir mejor, solucionar los problemas de la gente, hablar del futuro y no del pasado, una narrativa menos ideologizada, casi evangélica, utilizando términos generalizadores, polisémicos como cambio, confianza, paciencia, felicidad, la revolución de la alegría, el acuerdo, consenso, etc. La utilización de este relato prefabricado, coherente y probado le fue muy útil al macrismo, al menos para ganar las elecciones. Veremos ahora si lo es también para gobernar (o gestionar, utilizando sus propios términos).
En el armado de los equipos de gobierno ya se ve también una diferencia con el kirchnerismo. Abundan personalidades ajenas a la función pública, a la académica, muchos provenientes del mundo empresario, que expresan intereses particulares concretos relacionados con las carteras que «gerenciarán«, se privilegia el management profesional a la administración pública de los intereses contrapuestos de la sociedad.
Todos los gobiernos construyeron su «relato», el alfonsinismo con su democracia versus autoritarismo militar y sindical, con su asistencialismo frente a la pobreza heredada; el menemismo con su salariazo y su revolución productiva frente a la hiperinflación, que terminó en el relato neoliberal conocido; el de la Alianza que se proponía su transparencia en la gestión y mantenimiento del modelo económico del 1 a 1 frente a la corrupción y la decadencia económica menemistas, pero que terminó con la explosión del modelo neoliberal en 2001.
Pero el macrismo deberá ahora gobernar el país, y para eso abandonar muchos de los conceptos casi naive de la campaña. Tomar medidas y enfrentar intereses, lidiar con intereses contrapuestos de los ciudadanos, de los círculos de poder, de las corporaciones. Ahora aflorará la ideología y las prioridades económicas de sus funcionarios. Entonces comenzaremos a escuchar en el relato macrista términos como control de la inflación, reducción del tamaño del estado, reducción del gasto público, superávit fiscal, sinceramiento de los precios y las tarifas, promoción de la inversión privada, productividad, costo argentino, competitividad, recuperación de mercados tradicionales como los de Europa, los EE.UU, acercamiento al Tratado del Pacífico, mejoramiento del «clima de negocios», búsqueda de un estado prescindente en economía, la reducción de impuestos y retenciones, la liberación de importaciones y exportaciones, prioridad del libre mercado, el combate a la corrupción del gobierno anterior, la independencia de la justicia, libertad de prensa para los medios de difusión, y precios libres.
Para triunfar en las elecciones, el macrismo basó su estrategia en la supuesta necesidad de la sociedad de un cambio de clima, en un viento de cambio que renovaría esta polémica y caprichosa década kirchnerista, en la necesidad de barrer todas las supuestas rémoras, errores o insoportables visiones políticas del kirchnerismo, demonizando casi todas sus medidas y modos kirchneristas, de los que ahora deberá alejarse lo más posible.
Pero el nuevo gobierno deberá cumplir con las expectativas de sus votantes, no sólo las que expresamente prometió en la campaña sino en las que los propios votantes le atribuyeron. Entre ellas se encuentra, originada en la creencia extendida entre el voto anti-K de que el gobierno actual tiene exceso de corrupción (justificada o no pero machacada por los grandes medios hegemónicos), la necesidad del nuevo relato oficialista de la puesta en marcha de una especie de mani pulite que lleve no sólo ante los tribunales a los próximos ex-funcionarios kirchnerstas sino a la cárcel misma. Esos votantes esperan del macrismo una especie de exorcismo del estado apelando a la justicia independiente para que condene a los funcionarios actualmente procesados, a los apenas acusados pero también incluso a los sospechados, por haber sido acusados por los medios. De más está decir que el parámetro utilizado para esas acusaciones generalizadas es la prédica de los medios hegemónicos, generalmente flojos de papeles, más cercana a borrador de informe periodístico que de fundamentada denuncia judicial.
Por esta razón, y contando ahora con un apoyo electoral mayoritario, con una justicia afín y con los medios hegemónicos de su lado, sería de esperar que se confirmen todas las denuncias contra funcionarios kirchneristas, además de las que habrán de surgir ahora, en una especie de cacería de corruptos que es esperable al menos en los primeros años. ¿Veremos entonces presos a Cristina Fernández, Máximo Kirchner, Amado Boudou, Nilde Garré, Aníbal Fernández, etc.? ¿O será que las denuncias era falsas o sin sustento? Y, en ese caso, ¿recaerá la justicia en quienes acusaron falsamente, por razones políticas, y en los funcionarios judiciales que las tramitaron sin más? ¿Aparecerán las pruebas del largamente publicitado «clientelismo» del gobierno kirchnerista, denunciado hasta el hartazgo?
No obstante estas expectativas, el relato macrista construido hasta acá dejó en claro que ninguna de las ventajas, logros y derechos adquiridos en estos doce años se vería afectado por su arribo al gobierno. Y este sobreentendido denotaba que el gobierno macrista venía para agregar logros y derechos, los que sus votantes esperarán que comiencen a ser derramados en la sociedad a partir del 10 de diciembre, además de lo detallado anteriormente. Y ése es el mayor desafío de Macri: no restar, sino que debe sumar, agregar a lo conseguido en esta década ganada. Ningún relato oficialista posterior podrá justificar, explicar que esas expectativas no se cumplan. Ni siquiera culpando al gobierno anterior, al menos no después de los primeros dos años donde no se vean las mejoras prometidas o esperadas. No olvidemos que la usualmente utilizada por el kirchnerismo referencia a la crisis de 2001 como explicación de la velocidad de la aparición de los logros se basaba en la existencia de esos mismos logros, derechos adquiridos y mejoras económicas tangibles. Nadie acompaña con su propio sacrificio a un gobierno si no ve resultados.
¿Aceptará esta sociedad, que se recuperó en doce años de los perjuicios de décadas de decadencia, realizar ciertos sacrificios sin resultados palpables? El tiempo lo develará, pero nos permitimos dudar, de acuerdo a los antecedentes históricos y la continuidad de la primacía de los medios de comunicación hegemónicos y su prédica e influencia en el nuevo gobierno.
Es decir que, como hemos dicho, de ahora en más asistiremos a la construcción de este nuevo relato oficialista, el que esbozará el macrismo, que será bien diferente del actual pero contará con la legitimidad que le da el triunfo en los comicios que lo colocó en el Poder Ejecutivo.
Estos párrafos y opiniones no descalifican ese nuevo relato, al contrario: le asigna la misma legitimidad, validez y derecho que al actual. Tan sólo favorecemos una disputa semiológica o semántica alrededor de la construcción del mismo, porque la sociedad es un terreno donde los diferentes relatos disputan su primacía, provengan del gobierno, del poder establecido o de las diferentes oposiciones políticas y sociales que debatan con el relato oficialista. En cambio, está en quienes desvalorizaron, desligitimaron y atacaron al actual relato oficialista, caracterizándolo como sinónimo de mentira, falsificación o impostura, mantener esas mismas impugnaciones y refutaciones frente al arribo del «nuevo» relato oficialista, el que nacerá a partir del próximo 10 de diciembre.