Neogerencialismo

EL DESEMBARCO DE CEO EN LOS GOBIERNOS MACRISTAS
Neogerencialismo
Pocas veces, si es que alguna, un gobierno argentino o incluso uno latinoamericano tuvo tantos CEO, gerentes o hasta algún propietario de empresa en el gabinete.
Por Néstor Restivo
Shell, General Motors, Lan, Wall Mart, Eki, Freddo, Farmacity, Telecom, JP Morgan, Citibank, Correo Argentino, Grupo Macri o Corporación Puerto Madero son algunas de las empresas locales o extranjeras, sólo las más conocidas, entre las cuales los gobiernos de Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta reclutaron a sus ministros y otras máximas autoridades. Pocas veces, si es que alguna, un gobierno argentino (en este caso el nacional y el de los dos principales distritos poblacionales) o incluso uno latinoamericano (se pudo ver algo con Sebastián Piñera en Chile, Vicente Fox en México o Alvaro Uribe en Colombia, pero en menor grado) tuvo tanto CEO, gerente o hasta algún propietario de empresa en el gabinete.
Más allá de las derivaciones y comentarios obvios que pueden surgir de ese cuadro de situación, y que ha motivado numerosas notas periodísticas, un libro que acaba de publicarse en nuestro país da cuenta de un marco teórico más abarcador y explicativo al respecto. Nos referimos a “La gran bifurcación”, de los franceses Gérard Duménil y Dominique Lévy, que lanzó la editorial Capital Intelectual.
Los autores, de origen marxista, sostienen que en el siglo XIX no existía separación entre la propiedad y la gestión de las empresas; sus grandes y algunos famosos dueños de las primeras fábricas o bancos en los países donde el capitalismo más había avanzado eran a la vez los administradores. Se cuentan apellidos de magnates de esa época muy famosos. Pero eso cambió a fines del siglo siguiente, al punto que, en opinión de Duménil y Lévy, hoy los “cuadros” gerenciales o directores que mandan en las empresas “son algo más que una simple categoría social: son una ‘clase social’ en el sentido más amplio del término”.
Esas personas, que tempranamente ya había advertido James Burnham en la década de 1940 cuando escribió La revolución de los directores, forman un lugar intermedio entre propietarios y proletarios, y no estuvieron al alcance analítico de los padres del pensamiento revolucionario de izquierda. Un lugar, sobre todo, creciente, cuya centralidad en el proceso actual lo da, informan los autores, el siguiente dato para Estados Unidos: los ingresos que recibe el 5 por ciento de los hogares más ricos se divide en 71 por ciento que va hacia los bolsillos de los CEO, gerentes y directores de grandes empresas a través de salarios y bonos, y apenas 29 por ciento que reciben los verdaderos dueños del capital, con sus activos patrimoniales, dividendos y rentas.
Nunca se había llegado a una distribución semejante, ya que antes eran los patrones quienes se llevaban la mejor tajada. Porcentajes similares estaría ocurriendo en el resto de los países capitalistas. Los cuadros por tanto ya no serían un estamento auxiliar, sino un “actor con pleno derecho en la lucha de clases”.
“La gran bifurcación” plantea que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el auge del neoliberalismo, esa nueva clase social se había aliado a los sectores populares, lo que contribuyó al período “de oro” del capitalismo: más inclusivo, con mejor reparto del ingreso y avances sociales. Hubo varios casos nacionales (en Europa, en Estados Unidos y en América latina) donde las alianzas gobernantes que llevaron adelante tal proceso expresaban esa unión de intereses: frentes populares, gobiernos de la socialdemocracia (no la actual caricatura) o gobiernos “populistas”. Lo que ocurrió desde el último tramo del siglo XX acá fue lo contrario, es decir una alianza de los gerentes y directores con las clases propietarias, que derivó en el proceso inverso y en la formación de coaliciones gobernantes también de signo opuesto al período anterior. Los nuevos gobiernos del PRO, como pocas veces, dan carnadura a ese marco teórico planteado.
Estudios como los realizados por Ana Castellani y Gastón Beltrán, entre otros, han trabajado sobre el fenómeno, en base a caracterización de las élites argentinas, el concepto de “puerta giratoria” entre el sector público y el sector privado o las diferencias salariales. Argentina, en ese punto, se distingue algo de otros casos por el hecho de que en general las élites económica y política, hasta ahora, funcionaban por cuerdas separadas. Es más, muchos dueños de empresas o referentes de las clases altas gustaban de jugar sin ser vistos, sin exposición pública. También esa característica ha cambiado en la nueva etapa.
Volviendo a Duménil y Lévy, ambos plantean que los cambios en la relación propietarios/gestión en el neoliberalismo operó bajo el efecto de la acción de instituciones financieras muy concentradas en sus capitales accionarios, primero con fondos mutuales, de pensión y compañías de seguros y luego con los fondos súper especulativos, como los buitres. El nivel de concentración de riqueza (y por tanto, poder económico) que expresa ese sector dominante en el capital actual es pavoroso. Hay apenas 147 firmas, con lazos cruzados, que controlan 40 por ciento del valor total de las sociedades transnacionales del mundo, con un predominio notable de las que tienen origen en Estados Unidos y se vinculan al mercado financiero.
El fenómeno de los gobiernos macristas se enlazaría entonces con una perspectiva global, en esa transición que Duménil y Lévy caracterizan del neoliberalismo al neogerencialismo y en donde el predominio de grupos ultraconcentrados y millonarios con eje en la especulación financiera, las redes en posesión de acciones que enlazan a propietarios y cuadros, y un formato de clases tripolar –los dueños del capital, sus gestores y los sectores populares– constituirían el escenario de la lucha en curso.

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