Esta nota está escrita por alguien que nunca se entusiasmó con el proceso de reforma económica brasileña, a quien nunca sedujo el canto de sirenas amistoso con los mercados y la inversión de Lula y D. Rousseff. Que no tuvo que explicar por qué de repente la economía brasileña pasó de ser la estrella de la región a la mayor fuente de preocupación.
Los problemas actuales y futuros de Brasil reflejan un punto central que más vale que los argentinos y nuestro gobierno entendamos con claridad. Que los esfuerzos por recuperar la confianza, generar buenas expectativas y seducir inversores para que inviertan nunca es sustituto de un programa macroeconómico consistente y bien diseñado. La crisis brasileña refleja la venganza de la macroeconomía cuando un programa mal diseñado es financiado solo por ingreso de capitales y expectativas favorables.
Un buen programa económico debe ser simultáneamente viable desde lo político y tolerable desde lo social. De nada vale sino tiene un amplio respaldo político y social. Pero tan importante es tener también consistencia macroeconómica. Encontrar el punto de intersección entre la viabilidad política, social y económica refleja el arte de gobernar, sin que se pueda privilegiar un punto sobre el otro.
Brasil está con problemas menos complicados de solucionar que los de Argentina 2001/2002 porque el tipo de cambio es flotante y la economía funciona con moneda local. Pero también es cierto que su muy rígido esquema de metas de inflación impuesto por el Banco Central no fue consistente con el resto de la política económica. Tener una inflación baja y estable del 6/8% anual era un lujo al que Brasil no podía aspirar dado el resto de la política económica, sobretodo fiscal financiera y cambiaria. Entró en un círculo vicioso donde cada aumento de tasas de interés locales para cumplir con la meta de inflación empeora los números fiscales consolidados porque el gran deudor es el gobierno. Como el Banco Central pretende imponer su “dominancia monetaria” con independencia del déficit fiscal, el Tesoro toma deuda muy cara, sube el déficit fiscal futuro, agravan la recesión y complica el ajuste fiscal primario que se quiere imponer como solución al problema central.
Es la situación inversa al problema argentino donde la dominancia es fiscal y el Banco Central y la política monetaria son esclavos del déficit fiscal. En Brasil el déficit fiscal consolidado es más de nueve puntos del PBI, el déficit primario es cercano a cero y todo el agujero es “financiero” por la altísima tasa de interés y la enorme deuda pública. En Argentina, los servicios de la deuda no son el problema principal porque la tasa de interés en pesos es baja y la deuda pública bien medida es la mitad que en Brasil como porcentaje del PBI. Casi todo el origen del problema es el déficit primario donde el gasto (muy influido por los ridículos subsidios a la energía) es casi seis puntos superior a los ingresos.
En ambos casos el corazón del problema es el tamaño del déficit fiscal con independencia de su forma de financiamiento. En Brasil, el Banco Central no perdió reservas porque el sector privado entró capitales externos pero la macro ajustó vía el tipo de cambio para revertir el atraso cambiario que afectaba las exportaciones; cuando el sector público financia el déficit fiscal con deuda interna desplaza al sector privado del mercado de crédito por las altísimas tasas de interés reales. En Argentina, el financiamiento monetario sin colocaciones de deuda generó inflación, a veces abierta como en 2014 y a veces reprimida como en 2015. La causa de la actual aceleración inflacionaria es el efecto rezagado del despilfarro fiscal y monetario de los últimos años más allá de que el gatillo haya sido la unificación cambiaria.
No hay sustituto a reducir el déficit fiscal. Encontrar fuentes de financiamiento alternativas a la emisión del Banco Central puede ser un buen puente si simultáneamente se baja el déficit fiscal. La meta de mediano plazo debiera ser revertir en cuatro años (2016/2019) el desaguisado de los anteriores cuatro (2011/2015). Si en el segundo mandato de C. Fernández el déficit primario subió de apenas 0,8% del PBI a más de 5%, el objetivo de mínima debería ser volver a cero a fin de este mandato de M. Macri. Aun así en el interín habrá que financiar el déficit primario más los intereses de la deuda en pesos y en dólares más los vencimientos de capital.
Brasil nos muestra que con la macroeconomía no puede jugarse demasiado tiempo y que las venganzas suelen ser terribles. El gobierno está a tiempo de diseñar un programa políticamente viable, socialmente tolerable y económicamente consistente. Ahora es el momento de empezar y el corazón debe ser la convicción de eliminar (no financiar) el déficit fiscal en cuatro años.
Rodolfo Santángelo
Director de MacroView S.A.
Los problemas actuales y futuros de Brasil reflejan un punto central que más vale que los argentinos y nuestro gobierno entendamos con claridad. Que los esfuerzos por recuperar la confianza, generar buenas expectativas y seducir inversores para que inviertan nunca es sustituto de un programa macroeconómico consistente y bien diseñado. La crisis brasileña refleja la venganza de la macroeconomía cuando un programa mal diseñado es financiado solo por ingreso de capitales y expectativas favorables.
Un buen programa económico debe ser simultáneamente viable desde lo político y tolerable desde lo social. De nada vale sino tiene un amplio respaldo político y social. Pero tan importante es tener también consistencia macroeconómica. Encontrar el punto de intersección entre la viabilidad política, social y económica refleja el arte de gobernar, sin que se pueda privilegiar un punto sobre el otro.
Brasil está con problemas menos complicados de solucionar que los de Argentina 2001/2002 porque el tipo de cambio es flotante y la economía funciona con moneda local. Pero también es cierto que su muy rígido esquema de metas de inflación impuesto por el Banco Central no fue consistente con el resto de la política económica. Tener una inflación baja y estable del 6/8% anual era un lujo al que Brasil no podía aspirar dado el resto de la política económica, sobretodo fiscal financiera y cambiaria. Entró en un círculo vicioso donde cada aumento de tasas de interés locales para cumplir con la meta de inflación empeora los números fiscales consolidados porque el gran deudor es el gobierno. Como el Banco Central pretende imponer su “dominancia monetaria” con independencia del déficit fiscal, el Tesoro toma deuda muy cara, sube el déficit fiscal futuro, agravan la recesión y complica el ajuste fiscal primario que se quiere imponer como solución al problema central.
Es la situación inversa al problema argentino donde la dominancia es fiscal y el Banco Central y la política monetaria son esclavos del déficit fiscal. En Brasil el déficit fiscal consolidado es más de nueve puntos del PBI, el déficit primario es cercano a cero y todo el agujero es “financiero” por la altísima tasa de interés y la enorme deuda pública. En Argentina, los servicios de la deuda no son el problema principal porque la tasa de interés en pesos es baja y la deuda pública bien medida es la mitad que en Brasil como porcentaje del PBI. Casi todo el origen del problema es el déficit primario donde el gasto (muy influido por los ridículos subsidios a la energía) es casi seis puntos superior a los ingresos.
En ambos casos el corazón del problema es el tamaño del déficit fiscal con independencia de su forma de financiamiento. En Brasil, el Banco Central no perdió reservas porque el sector privado entró capitales externos pero la macro ajustó vía el tipo de cambio para revertir el atraso cambiario que afectaba las exportaciones; cuando el sector público financia el déficit fiscal con deuda interna desplaza al sector privado del mercado de crédito por las altísimas tasas de interés reales. En Argentina, el financiamiento monetario sin colocaciones de deuda generó inflación, a veces abierta como en 2014 y a veces reprimida como en 2015. La causa de la actual aceleración inflacionaria es el efecto rezagado del despilfarro fiscal y monetario de los últimos años más allá de que el gatillo haya sido la unificación cambiaria.
No hay sustituto a reducir el déficit fiscal. Encontrar fuentes de financiamiento alternativas a la emisión del Banco Central puede ser un buen puente si simultáneamente se baja el déficit fiscal. La meta de mediano plazo debiera ser revertir en cuatro años (2016/2019) el desaguisado de los anteriores cuatro (2011/2015). Si en el segundo mandato de C. Fernández el déficit primario subió de apenas 0,8% del PBI a más de 5%, el objetivo de mínima debería ser volver a cero a fin de este mandato de M. Macri. Aun así en el interín habrá que financiar el déficit primario más los intereses de la deuda en pesos y en dólares más los vencimientos de capital.
Brasil nos muestra que con la macroeconomía no puede jugarse demasiado tiempo y que las venganzas suelen ser terribles. El gobierno está a tiempo de diseñar un programa políticamente viable, socialmente tolerable y económicamente consistente. Ahora es el momento de empezar y el corazón debe ser la convicción de eliminar (no financiar) el déficit fiscal en cuatro años.
Rodolfo Santángelo
Director de MacroView S.A.