Lo sabía Mauricio Macri y lo sabía todo el gabinete económico, de Alfonso Prat Gay a Federico Sturzenegger, y de Francisco Cabrera a Juan José Aranguren. La inflación es por lejos el examen más exigente que tiene el Gobierno actual. La herencia kirchnerista quema en tres puntos inconfundibles. El dólar, la suba de los precios y los acuerdos salariales. En atravesar ese verdadero triángulo de las Bermudas de la economía argentina se define el arranque y buena parte de la suerte de la gestión PRO.
Hay que reconocerlo. La salida del cepo cambiario fue menos traumática de lo que se creía. La ecuación entre la sequía de dólares en el Banco Central que dejaron Cristina junto al hoy casi olvidado Axel Kicilloff y la devaluación apadrinada por Prat Gay transcurre hasta ahora sin grandes sobresaltos. Y el dólar estabilizado en torno a los 14 pesos está lejos de algunas proyecciones tremendistas. En todo caso, es una plataforma más segura para la madre de todas las batallas: el combate contra la inflación.
La sola mención del recorte de subsidios a la electricidad y el anuncio de tarifas más caras encendieron la preocupación. Los aumentos en el servicio energético impulsan una suba de entre 5 y 10 puntos que ponen en riesgo la proyección oficial de una inflación anual cercana al 25%. Si los precios se disparan por encima del 30% el cierre de las paritarias en abril y mayo se volverá una misión de altísima complejidad. Allí es donde la trampa económica y financiera podría derivar en un cataclismo social.
No es sólo Macri el que sabía las dificultades con las que se iba a enfrentar si llegaba a la Presidencia. La sociedad argentina también sabía los riesgos de apostar a un cambio profundo del modelo rígido y autosuficiente que condujo a la recesión y postergó el desarrollo. El monstruo de la decadencia argentina muestra ahora sus fauces y es el momento para que el Presidente y sus aliados muestren que están a la altura del desafío para el que fueron elegidos.
Hay que reconocerlo. La salida del cepo cambiario fue menos traumática de lo que se creía. La ecuación entre la sequía de dólares en el Banco Central que dejaron Cristina junto al hoy casi olvidado Axel Kicilloff y la devaluación apadrinada por Prat Gay transcurre hasta ahora sin grandes sobresaltos. Y el dólar estabilizado en torno a los 14 pesos está lejos de algunas proyecciones tremendistas. En todo caso, es una plataforma más segura para la madre de todas las batallas: el combate contra la inflación.
La sola mención del recorte de subsidios a la electricidad y el anuncio de tarifas más caras encendieron la preocupación. Los aumentos en el servicio energético impulsan una suba de entre 5 y 10 puntos que ponen en riesgo la proyección oficial de una inflación anual cercana al 25%. Si los precios se disparan por encima del 30% el cierre de las paritarias en abril y mayo se volverá una misión de altísima complejidad. Allí es donde la trampa económica y financiera podría derivar en un cataclismo social.
No es sólo Macri el que sabía las dificultades con las que se iba a enfrentar si llegaba a la Presidencia. La sociedad argentina también sabía los riesgos de apostar a un cambio profundo del modelo rígido y autosuficiente que condujo a la recesión y postergó el desarrollo. El monstruo de la decadencia argentina muestra ahora sus fauces y es el momento para que el Presidente y sus aliados muestren que están a la altura del desafío para el que fueron elegidos.