Estimado señor Presidente:
Durante la visita que le hiciéramos con el objeto de discutir la situación económica, usted me pidió que le transmitiera mi opinión acerca de la situación y políticas económicas luego de completar mi estancia en su país. Esta carta responde a tal requerimiento.
El problema económico fundamental tiene claramente dos aristas: la inflación y la promoción de una saludable economía de mercado. La causa de la inflación es muy clara: el gasto público corresponde, aproximadamente, a un 40% del ingreso nacional. Cerca de un cuarto de este gasto no deriva de impuestos explícitos y, por lo tanto, debe ser financiado emitiendo una mayor cantidad de dinero.
Existe solo una manera de terminar con la inflación: reducir drásticamente la tasa de incremento en la cantidad de dinero. El único modo para lograr la disminución de la tasa de incremento en la cantidad de dinero es reducir el déficit fiscal.
En la práctica, disminuir el gasto público es, por lejos, la manera más conveniente para reducir el déficit fiscal ya que, simultáneamente, contribuye al fortalecimiento del sector privado y, por ende, a sentar las bases de un saludable crecimiento económico.
La disminución del déficit fiscal es requisito indispensable para terminar con la inflación. No existe ninguna manera de eliminar la inflación que no involucre un periodo temporal de transición de severa dificultad, incluyendo desempleo. En mi opinión, las experiencias de Alemania y Japón luego de la II Guerra Mundial, de Brasil más recientemente, del reajuste de postguerra en Estados Unidos, cuando el gasto público fue reducido drástica y rápidamente, argumentan en pro de un tratamiento de shock.
Para mitigar los costos de la transición y facilitar la recuperación, creo que las medidas fiscales y monetarias debieran ser parte de un paquete que incluya medidas que eliminen los obstáculos a la empresa privada.
Si este enfoque de shock fuera adoptado, creo que debiera ser anunciado públicamente, muy detalladamente y, además, entrar en vigor en una fecha muy cercana a dicho anuncio. Cuánto mejor informado se encuentre el público, más contribuirán sus reacciones al ajuste. A continuación propongo una muestra de las medidas que debieran ser tomadas:
– Un compromiso del gobierno de reducir su gasto en 25% dentro de seis meses; reducción que debiera tomar la forma de una disminución transversal del presupuesto de cada repartición en 25%, con los relativos a personal a tomarse cuan pronto como sea posible.
– Si fuera posible, un crédito externo de estabilización.
– Un categórico compromiso del gobierno de que después de 6 meses no financiará más gasto alguno a través de la emisión de dinero.
– Continuar con vuestra política actual de un tipo de cambio diseñado para aproximarse a un tipo de cambio de libre mercado.
– La eliminación de la mayor cantidad posible de obstáculos que, hoy por hoy, entorpecen el desarrollo del libre mercado. Por ejemplo, suspender, en el caso de las personas que van a emplearse, la ley actual que impide el despido de los trabajadores. En la actualidad, esta ley causa desempleo. Asimismo, eliminar la mayor cantidad posible de controles sobre los precios y salarios. El control de precios y salarios no sirve como medida para eliminar la inflación; por el contrario, es una de las peores partes de la enfermedad.
– Tome las providencias necesarias para aliviar cualquier caso de real dificultad y severa angustia que se dé entre las clases más pobres. Tome en cuenta que las medidas tomadas no producirán, por sí mismas, daño en estos grupos. El despido de empleados públicos no reducirá la producción, sino que simplemente eliminará gasto- sus despidos no significarán la producción de un pan o un par de zapatos menos. Pero indirectamente, algunas de las clases menos privilegiadas serán afectadas y, séanlo o no, el programa de medidas será señalado como el culpable de sus angustias. Por lo tanto, sería beneficioso tomar ciertas providencias de este tipo en dicho programa.
Un programa de shock tal como este podría eliminar la inflación en cuestión de meses. También fundaría las bases necesarias para lograr la solución de su segundo problema- la promoción de una efectiva economía de mercado.
La eliminación de la inflación llevará a una rápida expansión del mercado de capitales, lo cual facilitará en gran medida la privatización de empresas y actividades que aún se encuentran en manos del Estado.
El más importante paso en este sentido es la liberalización del comercio internacional para, de este modo, proveer de una efectiva competitividad a las empresas y promover la expansión tanto de las importaciones como de las exportaciones. Lo anterior no sólo mejorará el bienestar común al permitirle adquirir todos los bienes al menor costo, sino que también disminuirá la dependencia de una sola exportación de importancia.
Estoy consciente de que su Gobierno ya ha dado pasos importantes y planea otros futuros en orden a reducir las barreras al comercio internacional y a liberalizarlo. Este es un gran logro. También veo que en esta área existe un fuerte argumento a favor de un gradualismo para entregar a los productores una oportunidad para ajustarse a las nuevas condiciones. En mi opinión personal, creo que un buen consejo sería dirigirse a la liberalización del comercio a una velocidad y en una extensión mucho mayores de las que hasta ahora han sido propuestas.
Quisiera concluir esta carta diciendo que estoy seguro que su país tiene un gran potencial. Ha sido un pueblo capaz, letrado, creativo y lleno de energía, que tiene una larga historia y tradición de orden y paz social. Hace unos años atrás, como muchos otros países, incluyendo el mío, su país se encausó en la ruta equivocada- por buenas razones y sin maldad, ya que fueron errores de hombres buenos y no malos. El mayor error, en mi opinión, fue concebir al Estado como el solucionador de todos los problemas, de creer que es posible administrar bien el dinero ajeno.
Si toma hoy la senda correcta, creo que puede lograr otro milagro económico: despegar hacia un crecimiento económico sostenido que proveerá una ampliamente compartida prosperidad. Pero para aprovechar esta oportunidad, deberá primero superar un muy dificultoso periodo de transición.
Milton Friedman
Esta carta fue escrita por Milton Friedman el 15 de abril del año 1975 y estaba dirigida al presidente de facto de Chile, Augusto Pinochet. La versión completa de la carta (de la que solo hemos eliminado la palabra Chile y algunas referencias a situaciones específicas de la época) puede consultarse en las memorias de Milton y Rose Friedman tituladas «Two Lucky People».
Si bien la economía chilena logró reducir la inflación y promediar un crecimiento de 2,7% por año entre 1975 y 1990, los resultados en términos de endeudamiento, distribución del ingreso y situación social fueron terribles. Pinochet no solo multiplicó por 4 la deuda externa, sino que además el desempleo promedió el 17%, llegando a un pico de 30,6% en 1982, cuando durante la década del ’60 se había ubicado en torno al 6,5%. En el mismo sentido, las políticas neoliberales aplicadas por el dictador favorecieron a los sectores más ricos de la sociedad, llegando a 1987 con el 45% de la población chilena bajo la línea de pobreza.
Lo lamentable de este paralelismo histórico es que las similitudes con la actualidad argentina no son mera coincidencia. El plan económico de Cambiemos no es más que un tradicional plan económico de carácter ortodoxo, es decir, antipopular. La doctrina de Cambiemos es evidentemente lo que Noemí Klein denominó la «Doctrina del Shock». El ideólogo de esa doctrina es justamente Milton Friedman, quien afirmaba que «solo una crisis –real o percibida- da lugar a un cambio verdadero».
La crisis, insistimos en las palabras del propio Friedman, «real o percibida», es clave para permitir que ocurran los «cambios». Es por esa razón que Cambiemos instaló a lo largo de toda la campaña que la economía argentina «no crece hace cuatro años». Pero esto es absolutamente falso. Entre los años 2011 y 2015, se crearon 305.000 empleos en el sector privado, se emitieron 4 millones y medio de tarjetas de crédito, los despachos de cemento se incrementaron en 1.376.000 toneladas marcando un récord histórico, nacieron 34.917 empresas y 945.000 adultos mayores accedieron a una jubilación gracias a la moratoria previsional.
Es por eso que Cambiemos instala un falso diagnóstico de crisis para aplicar la vieja y conocida «terapia de choque» ideada por los «Chicago Boys», que consiste en implementar de manera rápida y súbdita una serie de reformas PRO-mercado que recompongan la rentabilidad empresarial y sienten las bases para un nuevo período de abultadas ganancias para los sectores más concentrados de la economía. Cualquier parecido con la fracasada «teoría del derrame» tampoco es mera coincidencia.
El paquete de medidas económicas de Cambiemos avanzó en este sentido, transfiriendo una enorme masa de recursos hacia los sectores más ricos de nuestra sociedad: devaluación del 40%, desregulación del mercado cambiario, eliminación de retenciones, eliminación del impuesto a los autos de luo, despidos masivos en el Estado (que comienzan a tener su correlato en el sector privado), represión y criminalización de la protesta social, ajuste fiscal para eliminar la «grasa militante», achicamiento de Precios Cuidados, tarifazo, endeudamiento (que incluye un «acuerdo» con los Buitres), apertura de la economía y, como frutilla del postre, la vuelta al FMI.
Como queda claro, las variables de ajuste del PRO son el salario y el empleo. Estamos ante un gobierno que vino a «liberar» el dólar y las tarifas, que no cree en los controles de precios, pero sí en el férreo control de los salarios. El modelo de Cambiemos cierra, pero con la gente afuera.
Durante la visita que le hiciéramos con el objeto de discutir la situación económica, usted me pidió que le transmitiera mi opinión acerca de la situación y políticas económicas luego de completar mi estancia en su país. Esta carta responde a tal requerimiento.
El problema económico fundamental tiene claramente dos aristas: la inflación y la promoción de una saludable economía de mercado. La causa de la inflación es muy clara: el gasto público corresponde, aproximadamente, a un 40% del ingreso nacional. Cerca de un cuarto de este gasto no deriva de impuestos explícitos y, por lo tanto, debe ser financiado emitiendo una mayor cantidad de dinero.
Existe solo una manera de terminar con la inflación: reducir drásticamente la tasa de incremento en la cantidad de dinero. El único modo para lograr la disminución de la tasa de incremento en la cantidad de dinero es reducir el déficit fiscal.
En la práctica, disminuir el gasto público es, por lejos, la manera más conveniente para reducir el déficit fiscal ya que, simultáneamente, contribuye al fortalecimiento del sector privado y, por ende, a sentar las bases de un saludable crecimiento económico.
La disminución del déficit fiscal es requisito indispensable para terminar con la inflación. No existe ninguna manera de eliminar la inflación que no involucre un periodo temporal de transición de severa dificultad, incluyendo desempleo. En mi opinión, las experiencias de Alemania y Japón luego de la II Guerra Mundial, de Brasil más recientemente, del reajuste de postguerra en Estados Unidos, cuando el gasto público fue reducido drástica y rápidamente, argumentan en pro de un tratamiento de shock.
Para mitigar los costos de la transición y facilitar la recuperación, creo que las medidas fiscales y monetarias debieran ser parte de un paquete que incluya medidas que eliminen los obstáculos a la empresa privada.
Si este enfoque de shock fuera adoptado, creo que debiera ser anunciado públicamente, muy detalladamente y, además, entrar en vigor en una fecha muy cercana a dicho anuncio. Cuánto mejor informado se encuentre el público, más contribuirán sus reacciones al ajuste. A continuación propongo una muestra de las medidas que debieran ser tomadas:
– Un compromiso del gobierno de reducir su gasto en 25% dentro de seis meses; reducción que debiera tomar la forma de una disminución transversal del presupuesto de cada repartición en 25%, con los relativos a personal a tomarse cuan pronto como sea posible.
– Si fuera posible, un crédito externo de estabilización.
– Un categórico compromiso del gobierno de que después de 6 meses no financiará más gasto alguno a través de la emisión de dinero.
– Continuar con vuestra política actual de un tipo de cambio diseñado para aproximarse a un tipo de cambio de libre mercado.
– La eliminación de la mayor cantidad posible de obstáculos que, hoy por hoy, entorpecen el desarrollo del libre mercado. Por ejemplo, suspender, en el caso de las personas que van a emplearse, la ley actual que impide el despido de los trabajadores. En la actualidad, esta ley causa desempleo. Asimismo, eliminar la mayor cantidad posible de controles sobre los precios y salarios. El control de precios y salarios no sirve como medida para eliminar la inflación; por el contrario, es una de las peores partes de la enfermedad.
– Tome las providencias necesarias para aliviar cualquier caso de real dificultad y severa angustia que se dé entre las clases más pobres. Tome en cuenta que las medidas tomadas no producirán, por sí mismas, daño en estos grupos. El despido de empleados públicos no reducirá la producción, sino que simplemente eliminará gasto- sus despidos no significarán la producción de un pan o un par de zapatos menos. Pero indirectamente, algunas de las clases menos privilegiadas serán afectadas y, séanlo o no, el programa de medidas será señalado como el culpable de sus angustias. Por lo tanto, sería beneficioso tomar ciertas providencias de este tipo en dicho programa.
Un programa de shock tal como este podría eliminar la inflación en cuestión de meses. También fundaría las bases necesarias para lograr la solución de su segundo problema- la promoción de una efectiva economía de mercado.
La eliminación de la inflación llevará a una rápida expansión del mercado de capitales, lo cual facilitará en gran medida la privatización de empresas y actividades que aún se encuentran en manos del Estado.
El más importante paso en este sentido es la liberalización del comercio internacional para, de este modo, proveer de una efectiva competitividad a las empresas y promover la expansión tanto de las importaciones como de las exportaciones. Lo anterior no sólo mejorará el bienestar común al permitirle adquirir todos los bienes al menor costo, sino que también disminuirá la dependencia de una sola exportación de importancia.
Estoy consciente de que su Gobierno ya ha dado pasos importantes y planea otros futuros en orden a reducir las barreras al comercio internacional y a liberalizarlo. Este es un gran logro. También veo que en esta área existe un fuerte argumento a favor de un gradualismo para entregar a los productores una oportunidad para ajustarse a las nuevas condiciones. En mi opinión personal, creo que un buen consejo sería dirigirse a la liberalización del comercio a una velocidad y en una extensión mucho mayores de las que hasta ahora han sido propuestas.
Quisiera concluir esta carta diciendo que estoy seguro que su país tiene un gran potencial. Ha sido un pueblo capaz, letrado, creativo y lleno de energía, que tiene una larga historia y tradición de orden y paz social. Hace unos años atrás, como muchos otros países, incluyendo el mío, su país se encausó en la ruta equivocada- por buenas razones y sin maldad, ya que fueron errores de hombres buenos y no malos. El mayor error, en mi opinión, fue concebir al Estado como el solucionador de todos los problemas, de creer que es posible administrar bien el dinero ajeno.
Si toma hoy la senda correcta, creo que puede lograr otro milagro económico: despegar hacia un crecimiento económico sostenido que proveerá una ampliamente compartida prosperidad. Pero para aprovechar esta oportunidad, deberá primero superar un muy dificultoso periodo de transición.
Milton Friedman
Esta carta fue escrita por Milton Friedman el 15 de abril del año 1975 y estaba dirigida al presidente de facto de Chile, Augusto Pinochet. La versión completa de la carta (de la que solo hemos eliminado la palabra Chile y algunas referencias a situaciones específicas de la época) puede consultarse en las memorias de Milton y Rose Friedman tituladas «Two Lucky People».
Si bien la economía chilena logró reducir la inflación y promediar un crecimiento de 2,7% por año entre 1975 y 1990, los resultados en términos de endeudamiento, distribución del ingreso y situación social fueron terribles. Pinochet no solo multiplicó por 4 la deuda externa, sino que además el desempleo promedió el 17%, llegando a un pico de 30,6% en 1982, cuando durante la década del ’60 se había ubicado en torno al 6,5%. En el mismo sentido, las políticas neoliberales aplicadas por el dictador favorecieron a los sectores más ricos de la sociedad, llegando a 1987 con el 45% de la población chilena bajo la línea de pobreza.
Lo lamentable de este paralelismo histórico es que las similitudes con la actualidad argentina no son mera coincidencia. El plan económico de Cambiemos no es más que un tradicional plan económico de carácter ortodoxo, es decir, antipopular. La doctrina de Cambiemos es evidentemente lo que Noemí Klein denominó la «Doctrina del Shock». El ideólogo de esa doctrina es justamente Milton Friedman, quien afirmaba que «solo una crisis –real o percibida- da lugar a un cambio verdadero».
La crisis, insistimos en las palabras del propio Friedman, «real o percibida», es clave para permitir que ocurran los «cambios». Es por esa razón que Cambiemos instaló a lo largo de toda la campaña que la economía argentina «no crece hace cuatro años». Pero esto es absolutamente falso. Entre los años 2011 y 2015, se crearon 305.000 empleos en el sector privado, se emitieron 4 millones y medio de tarjetas de crédito, los despachos de cemento se incrementaron en 1.376.000 toneladas marcando un récord histórico, nacieron 34.917 empresas y 945.000 adultos mayores accedieron a una jubilación gracias a la moratoria previsional.
Es por eso que Cambiemos instala un falso diagnóstico de crisis para aplicar la vieja y conocida «terapia de choque» ideada por los «Chicago Boys», que consiste en implementar de manera rápida y súbdita una serie de reformas PRO-mercado que recompongan la rentabilidad empresarial y sienten las bases para un nuevo período de abultadas ganancias para los sectores más concentrados de la economía. Cualquier parecido con la fracasada «teoría del derrame» tampoco es mera coincidencia.
El paquete de medidas económicas de Cambiemos avanzó en este sentido, transfiriendo una enorme masa de recursos hacia los sectores más ricos de nuestra sociedad: devaluación del 40%, desregulación del mercado cambiario, eliminación de retenciones, eliminación del impuesto a los autos de luo, despidos masivos en el Estado (que comienzan a tener su correlato en el sector privado), represión y criminalización de la protesta social, ajuste fiscal para eliminar la «grasa militante», achicamiento de Precios Cuidados, tarifazo, endeudamiento (que incluye un «acuerdo» con los Buitres), apertura de la economía y, como frutilla del postre, la vuelta al FMI.
Como queda claro, las variables de ajuste del PRO son el salario y el empleo. Estamos ante un gobierno que vino a «liberar» el dólar y las tarifas, que no cree en los controles de precios, pero sí en el férreo control de los salarios. El modelo de Cambiemos cierra, pero con la gente afuera.