Comer afuera, de golpe, se volvió mucho más caro. Los precios de la gastronomía porteña saltaron un 8% sólo en enero y acumularon 14,4% de incremento en los últimos tres meses, contra una inflación general que avanzó un 10,3% en el mismo período, según la oficina local de Estadística y Censos. Por las constantes subas en los alimentos, y en especial las de la carne, los locales debieron remarcar sus cartas hasta cuatro veces en un mismo mes. Y las familias, en reacción a esos cambios, recortaron intensamente su gasto en salidas. En un cambio de hábitos que tuvo a los restaurantes tradicionales como las principales víctimas y a la “comida rápida”, como ganadora.
En la Cámara de Restaurantes porteña estiman que este verano, pese a que la Ciudad no se “vació” como otras veces, la afluencia de clientes fue en promedio 20% menor a la de hace un año y 40% menor a la registrada en 2012. “Se trasladó a los precios sólo una parte de lo que subieron los insumos, los salarios, los alquileres y otros costos. Si no aumentamos más los platos, fue porque habría hundido más un consumo que ya se encuentra absolutamente retraído. El cliente visita los restaurantes con menor frecuencia que antes. Y, en muchos casos, cuando sale, se cuida más al ordenar”, comentó Verónica Sánchez, presidenta de la entidad empresaria.
“La gente se queja. Te dicen que no pueden creer cómo subieron los platos en las últimas semanas, y es claro que están viniendo menos”, confirmó el encargado de un tradicional restaurante de Palermo, que ofrece cada día su menú ejecutivo en torno a los $ 160. “Si el año pasado hacíamos 180 cubiertos cada mediodía, hoy con toda la furia estamos llegando a 100”, comparó.
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“Sucede –explicó Sánchez– que ir a un restaurante se volvió muy caro para las familias, casi un lujo. Pese a que se trata de ofrecer más opciones económicas, hoy un menú bajísimo, casi de comida rápida, hay que cobrarlo casi $ 150. Y eso para cuatro personas son $ 600, el 10% de un salario mínimo. Aún así, a los comercios no les dan los números y vemos algunos con más de 30 años de trayectoria que se están fundiendo y deben cerrar.” En medio de esta crisis, sólo el año pasado el gremio del sector contó más de 200 cierres: casi cuatro por semana. “Eso implicó la pérdida de 2.300 puestos de trabajo formales”, precisó Dante Camaño, secretario general de la seccional porteña de la Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos.
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La clase media, de todos modos, no dejó de comer afuera: buscó formatos más económicos que captaron la tendencia y hasta se pusieron de moda. “El consumidor se volcó a lugares con cubierto barato, quizás sin comida tan elaborada ni una atención tan personalizada, pero con onda. Comida rápida, pero sin la estética tradicional de fórmica y tubos fluorescentes: ámbitos con sillas de madera, luces cálidas y música agradable. Porque la idea pareciera ser gastar poco, sin que parezca que se está ahorrando”, apuntó Martín Blanco, director de la consultora especializada Moebius Marketing.
Un ejemplo que menciona es el de las pizzerías, donde una familia tipo aún puede cenar por menos de $ 400: en muchas cuesta conseguir lugar. Otra opción en alza es el llamado “fast food gourmet”: locales de panchos y hamburguesas artesanales que logran servir combos con bebida por menos de $ 100. También siguen muy vigentes los bodegones, donde se come rico y abundante, pero la variable de ajuste es el servicio de mesa.
Para almuerzos laborales, en tanto, los expertos ven al menú ejecutivo perder adeptos frente a crecientes opciones de sándwiches, rolls, empanadas y ensaladas para llevar, que permiten llenar el estómago por menos de $ 70. Continúa, además, la expansión de locales orientales de comida al peso, con precios de $ 6 a $ 8 los 100 gramos y la chance de almorzar con bebida por sólo $ 50. “Seguimos buscando lugares para instalar más locales porque la demanda se mantiene. A la gente le sirve porque la comida es fresca, variada y se ofrece a un valor muy competitivo”, destacó Yolanda Durán, representante de los comerciantes asiáticos.
Un informe reciente de la consultora Nielsen indicó que el año pasado el 66% de los consumidores argentinos intentaron recortar sus gastos. Para lograrlo, las tres estrategias más utilizadas fueron cambiar de marcas de alimentos, gastar menos en ropa y suprimir salidas a comer.
En la Cámara de Restaurantes porteña estiman que este verano, pese a que la Ciudad no se “vació” como otras veces, la afluencia de clientes fue en promedio 20% menor a la de hace un año y 40% menor a la registrada en 2012. “Se trasladó a los precios sólo una parte de lo que subieron los insumos, los salarios, los alquileres y otros costos. Si no aumentamos más los platos, fue porque habría hundido más un consumo que ya se encuentra absolutamente retraído. El cliente visita los restaurantes con menor frecuencia que antes. Y, en muchos casos, cuando sale, se cuida más al ordenar”, comentó Verónica Sánchez, presidenta de la entidad empresaria.
“La gente se queja. Te dicen que no pueden creer cómo subieron los platos en las últimas semanas, y es claro que están viniendo menos”, confirmó el encargado de un tradicional restaurante de Palermo, que ofrece cada día su menú ejecutivo en torno a los $ 160. “Si el año pasado hacíamos 180 cubiertos cada mediodía, hoy con toda la furia estamos llegando a 100”, comparó.
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“Sucede –explicó Sánchez– que ir a un restaurante se volvió muy caro para las familias, casi un lujo. Pese a que se trata de ofrecer más opciones económicas, hoy un menú bajísimo, casi de comida rápida, hay que cobrarlo casi $ 150. Y eso para cuatro personas son $ 600, el 10% de un salario mínimo. Aún así, a los comercios no les dan los números y vemos algunos con más de 30 años de trayectoria que se están fundiendo y deben cerrar.” En medio de esta crisis, sólo el año pasado el gremio del sector contó más de 200 cierres: casi cuatro por semana. “Eso implicó la pérdida de 2.300 puestos de trabajo formales”, precisó Dante Camaño, secretario general de la seccional porteña de la Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos.
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La clase media, de todos modos, no dejó de comer afuera: buscó formatos más económicos que captaron la tendencia y hasta se pusieron de moda. “El consumidor se volcó a lugares con cubierto barato, quizás sin comida tan elaborada ni una atención tan personalizada, pero con onda. Comida rápida, pero sin la estética tradicional de fórmica y tubos fluorescentes: ámbitos con sillas de madera, luces cálidas y música agradable. Porque la idea pareciera ser gastar poco, sin que parezca que se está ahorrando”, apuntó Martín Blanco, director de la consultora especializada Moebius Marketing.
Un ejemplo que menciona es el de las pizzerías, donde una familia tipo aún puede cenar por menos de $ 400: en muchas cuesta conseguir lugar. Otra opción en alza es el llamado “fast food gourmet”: locales de panchos y hamburguesas artesanales que logran servir combos con bebida por menos de $ 100. También siguen muy vigentes los bodegones, donde se come rico y abundante, pero la variable de ajuste es el servicio de mesa.
Para almuerzos laborales, en tanto, los expertos ven al menú ejecutivo perder adeptos frente a crecientes opciones de sándwiches, rolls, empanadas y ensaladas para llevar, que permiten llenar el estómago por menos de $ 70. Continúa, además, la expansión de locales orientales de comida al peso, con precios de $ 6 a $ 8 los 100 gramos y la chance de almorzar con bebida por sólo $ 50. “Seguimos buscando lugares para instalar más locales porque la demanda se mantiene. A la gente le sirve porque la comida es fresca, variada y se ofrece a un valor muy competitivo”, destacó Yolanda Durán, representante de los comerciantes asiáticos.
Un informe reciente de la consultora Nielsen indicó que el año pasado el 66% de los consumidores argentinos intentaron recortar sus gastos. Para lograrlo, las tres estrategias más utilizadas fueron cambiar de marcas de alimentos, gastar menos en ropa y suprimir salidas a comer.